LA OPOSICIÓN IRRACIONAL NO SE DA MÁS QUE ENTRE LOS HUMANOS
HAY QUE INFORMARSE TANTO DE TUS IDEAS COMO DE LO QUE COMBATES
MI LEMA: FORMACIÓN, LIBERTAD Y RESPETO
A) CARACTERIZACION
IDEOLOGICO-POLITICA DEL FASCISMO
Fascismo
y nacionalsocialismo: los mismos perros con diferentes collares
Según
Robert J. Soucy se entiende por ‘fascismos’ una forma de
dictadura totalitaria surgida durante el siglo XX que pretendía
crear una sociedad viable régimentando estrictamente la vida, tanto
nacional como individual, de forma que cualquier conflicto de
intereses se viese supeditado de forma total al servicio de la nación
y a una lealtad incuestionable para con el caudillo de turno. Esta
ideología floreció entre 1919 y 1945 e incluso más en varios
países a nivel mundial ; alcanzó mayor enjundia en Italia,
Alemania, España y Japón, pero también se dio durante períodos de
tiempo más o menos largos en Austria, Polonia, Bulgaria, Grecia,
Portugal, Rumanía, Hungría, Finlandia, Noruega y Argentina, e
incluso democracias liberales como Francia o Inglaterra albergaron en
su momento importantes movimientos de corte fascista. En la
actualidad se asiste a un repentino resurgir de tales ideas, que, al
menos en teoría, parecían desterradas para siempre del Viejo
Continente.
El
término ‘fascismo’ fue utilizado por primera vez en 1919 por el
futuro dictador italiano Benito Mussolini, refiriéndose al antiguo
símbolo romano fasces,
una serie de palos atados a un hacha que representaban la unidad
cívica de los romanos, así como la autoridad de sus oficiales para
castigar a quienes quebrantasen la ley. La ideas ultranacionalistas
de este personaje, un exmarxista desengañado, se incubaron durante
la 1a Guerra
Mundial ; influido por las doctrinas de Sorel y de Nietzsche,
glorificó la acción y la vitalidad, denunciando el pacifismo de los
marxistas por su falta de pragmatismo, y después de la guerra puso
su movimiento al servicio de los empresarios conservadores y de los
terratenientes en su lucha contra el movimiento obrero (las temidas
‘hordas rojas’). El apoyo de estos sectores, así como sus
indudables dotes oratorias (igual que Hitler en Alemania, fue un
redomado demagogo) elevaron rápidamente a Mussolini al poder
político.
El
‘nacionalsocialismo’, versión alemana del fascismo, se inició
en 1920 con la creación del Partido Nacional-Socialista de los
Trabajadores Alemanes (NSDAP), liderado pronto, como es sabido, por
Adolf Hitler, quien gobernó Alemania en forma totalitaria entre 1933
y 1945. Sus características no son muy diferentes de las del
fascismo italiano. No obstante, Soucy señala que este movimiento
mostraba una serie de rasgos tipicamente germánicos: se basaba en
los tradicionales autoritarismo y expansionismo militaristas
prusianos, en la tradición romántica alemana, hostil por lo general
al racionalismo, al liberalismo y a la democracia, y en varias
doctrinas racistas que consideraban a las razas nórdicas –‘arias’-
superiores a las demás en moralidad y en cultura, así como en
ciertas tradiciones filosóficas que idealizaban al Estado o
exaltaban al individuo superior, dispensándolo de las restricciones
sociales convencionales. Entre los teóricos y planificadores del
nacionalsocialismo durante su acceso al poder figuraban el general
Karl Haushofer como geógrafo y el filósofo Alfred Rosenberg, quien,
para establecer sus teorías racistas, se inspiró en el escritor
anglo-alemán H.S. Chamberlain, así como el financiero Hjalmar
Schacht y el economista y arquitecto Albert Speer. Se trataba, por
tanto, de un movimiento mucho más fundamentado desde el punto de
vista ideológico que el de los italianos. Ernst Krieck, otro teórico
del ‘realismo heroico-popular’ (i.e., nacional-socialismo),
dice en un escrito de 1933:
“Se
alza … la sangre contra la razón formal, la razón contra el
finalismo racional, el honor contra la utilidad, el orden contra la
arbitrariedad disfrazada de libertad, la totalidad orgánica contra
la disolución individualista, el espíritu guerrero contra la
seguridad burguesa, la política contra el primado de la economía,
el Estado contra la sociedad, el pueblo contra el individuo y la
masa”.
Como
comentaba Herbert Marcuse ya en 1934, esta visión ‘heroica’ del
hombre aparece como ataque contra la racionalización y tecnificación
hipertrofiada de la vida, contra el burgués del siglo XIX con su
pequeña felicidad y sus pequeños fines, contra la ‘anemia’
corrosiva de la existencia. El hombre heroico que preconiza el citado
Krieck está ligado a las fuerzas de la sangre y de la tierra ; está
dispuesto a todo, incluso a sacrificarse sin titubeos, “… obedeciendo
humildemente a las fuerzas oscuras de las que mana la vida”.
Esto nos lleva directamente a la idea de ‘Führer’,
cuya imagen encontramos ya en las llamadas ‘filosofías de la vida’
(v.gr., historicismo, vitalismo, existencialismo, etc.), las cuales,
como recuerda Marcuse, consideran a ésta como el ‘dato
originario’, más allá del cual no se puede avanzar, invocando de
paso al ‘submundo anímico’, presunto hogar de toda fuerza
creadora. Las funciones sociales de esta teoría son especialmente
rastreables en la obra de Spengler, donde se transforman en la
infraestructura ideológica del imperialismo. Esto conduce
directamente al naturalismo irracional, que considera a la
‘naturaleza’ como una entidad de origen mítico que, como tal, no
puede ser conocida críticamente y, por ende, no es susceptible de
modificación histórica.
Marcuse
ve en este punto una evidente contradicción entre las relaciones de
producción y el nivel alcanzado por las fuerzas productivas ; la
Alemania nazi era, en su opinión, una sociedad y una economía que
estaba en contra de toda ‘naturaleza’, una ‘totalidad’
consistente en el total dominio de todos, es decir,
un universalismo cuyos
dirigentes, por supuesto, ni siquiera se planteaban la posibilidad de
acreditar ante los individuos que supuestamente representaban en qué
medida se atenían a sus intereses. No lo necesitaban, puesto que,
como hemos visto en el texto de Krieck, el ‘pueblo’ actuaba como
unidad y totalidad esencial, anterior a toda diferenciación de la
sociedad en clases, grupos de intereses, etc. Ahora bien ; como ya
apuntamos más arriba al hablar de Mussolini, esta concepción del
mundo realmente no se dirigía contra el liberalismo, sino contra
el socialismo
marxista.
Von Mises se expresaba claramente a este respecto en 1927: “El
fascismo y todas las tendencias dictatoriales similares … han
salvado, por el momento, a la civilización europea”.
Y el republicano Gentile decía algo parecido por las mismas fechas
en una carta elogiosa dirigida al dictador italiano.
Según
Marcuse, los ataques presuntamente ‘antiburgueses’ del realismo
heroico-popular se dirigían en realidad contra una determinada forma
de la burguesía, concretamente contra el pequeño comerciante, y
contra una determinada forma de capitalismo: la libre competencia de
capitalistas independientes. Esta tendencia totalizadora no era el
resultado de la especulación filosófica (que no aparecería hasta
bastante más tarde, a modo de justificación), sino que venía
exigida por el propio desarrollo económico: el capitalismo
monopolista tendía a crear una determinada ‘unificación’ en el
seno de la sociedad, en virtud de la cual las empresas pequeñas y
medianas pasaban a depender de los cárteles y trusts, de los
latifundios y de la gran industria del capital financiero. En teoría
el sentido parecía ser enteramente diferente, ya que no se hablaba
en absoluto del dominio de una clase social, sino de la unificación
de todas las clases: una ‘sociedad sin clases’ basada en la
actual sociedad de clases. Se trataba, en suma, de un todo unificador
de origen económico, pero basado en el ‘dato originario’ de
lo popular.
Forsthoff lo explicaba afirmando que “.. el
pueblo es algo creado por el poder humano”
sino algo “… querido
por Dios”
(‘organicismo irracionalista’), y Marcuse comenta: “De
esta manera quedan desacreditados ‘a priori’ todos los intentos
de superar en una verdadera totalidad, mediante una transformación
planificadora de las relaciones sociales de producción, los
esfuerzos y necesidades de los individuos, que actualmente combaten
anárquicos entre sí”.
Como es sabido, las opiniones de Marcuse cambiarían radicalmente en
escritos posteriores a la 2a Guerra
Mundial, donde ya no defendería la ‘dictadura del proletariado’
de la forma que lo hace en este texto temprano.
En
esta degradación de la Historia a un acontecer puramente temporal,
las revoluciones son consideradas como ‘trastornos’ en su interés
por estabilizar una forma de relaciones humanas injustificables
frente a la situación histórica. De aquellas circunstancias
‘histórico-espirituales’ (v.gr., sangre, raza, tierra, etc.)
surge entonces una comunidad de destino’ histórica. Marcuse
comenta a ese respecto que, efectivamente, cada pueblo tiene su
propio destino, pero “… precisamente
éste escinde la unidad del pueblo en las contradicciones sociales”.
Ciertos grupos, no obstante, caracterizan de ‘naturales’
determinadas relaciones sociales, con el fin de conservar el orden
existente y protegerlo de toda crítica perturbadora. Es el caso de
la ‘naturalización’ fascista del capitalismo monopolista y de la
miseria masiva que ésta provoca ; en vez de sublimación y de
encubrimiento se pasa a la brutalidad abierta: la felicidad es
‘superada’ mediante el ‘heroísmo’ de la pobreza, el
sacrificio y la disciplina, como lucha contra el materialismo.
Es
a partir de este momento, en opinión de Marcuse, que “… se
ha superado el idealismo racionalista alemán en su forma y en su
contenido”,
como pretendía el anteriormente citado Ernst Krieck. Porque, en
efecto, hace falta un heroísmo casi injustificable racionalmente
para poder soportar los sacrificios que exige la conservación del
orden existente: “La
última palabra no la tiene la naturaleza, sino el capitalismo,
que muestra entonces su verdadero aspecto”.
Se puede llegar incluso a la guerra, pero, como dice Carl Schmitt,
“… no
existe ningún fin racional, ninguna norma ideal tan bella, ninguna
legitimidad o legalidad que puedan justificar el que los hombres se
maten entre sí”.
Lo único que queda es el existencialismo en
su forma política, una aplicación práctica de su forma filosófica,
que el destacado analista híngaro György Lukács caracteriza como
sigue:
“Lo
que distingue al existencialismo del resto de la filosofía de la
vida no es ninguna clase de divergencia programática, sino esta
técnica de la desesperación. No es, naturalmente, un azar ni un
detalle puramente terminológico el hecho de que la divisa de la
‘vida’, enfáticamente tremolada por aquella filosofía, se
sustituye ahora, con no menos énfasis, por la consigna de la
‘existencia’. Aunque en el fondo de la diferencia haya más de
estado de ánimo que de metodología filosófica, se expresa en ella,
sin duda, algo intrínsecamente nuevo y no desdeñable: la intensidad
del aislamiento, de la soledad, del desengaño y de la de-sesperación
infunde a la palabra ‘existencia’ un nuevo contenido. La
palabra ‘vida’, en que se hacía antes tanto hincapié, alude a
la conquista del mundo por la subjetividad ; esto explica por qué
los activistas fascistas de la filosofía de la vida que habrán de
relegar enseguida a Heidegger y Jaspers ponen de nuevo en circulación
aquella divisa, aunque dándole a su vez un contenido nuevo. El
término de ‘existencia’, como leitmotiv de la filosofía,
entraña la repudiación de mucho de lo que la filosofía de la
vida afirmara en otro tiempo como vivo y que ahora se considera
accidental, no existencial”.
El
‘existencialismo político’, como comenta Marcuse, no intenta en
ningún caso describir lo ‘existencial’ como opuesto a lo
‘normativo’., pues en él no se determinan exactamente qué
situaciones se puede considerar como existenciales.
Todo depende de los técnicos, y en el caso que nos ocupa se
considerarán ‘existenciales’ las situaciones políticas, y entre
éstas, la guerra, ‘relación existencial por antonomasia’ ; el
hombre, como ser político que es, no estará determinado, como
ocurría en el existencialismo filosófico, por su participación en
un mundo espiritual superior, sino que se le define a partir de ahora
como un seroriginariamente
actuante que,
por otra parte, actúe sin haber podido decidir ni saber para qué
actúa. Esto, según Marcuse, sólo es posible mediante una
degradación de la Historia ; ahora es el ‘pueblo’, y no los
mezquinos intereses de grupo, el que impone una misión al individuo.
En la teoría del Estado total, donde el que decide es únicamente
del soberano (=Führer, Duce, Caudillo,
etc.), y la única relación política propiamente dicha es la de
‘amigo-enemigo’, cuyo caso extremo está constituido por la
guerra. Queda de esta manera eliminada la separación entre Estado y
sociedad del liberalismo: el Estado se transforma en depositario de
las posibilidades auténticas de existencia. La forma de este Estado
será elcaudillismo
autoritario y
su séquito, que obtiene su cualificación política de dos fuentes
principalmente, como hemos visto:
a)
Poder irracional ‘metafísico’
b)
Poder ‘no-social’.
La
única justificación posible de este Estado es, efectivamente, la
metafísica: “La
autoridad sólo es posible desde la trascendencia”,
y el reconocimiento fundamenta la autoridad. Hallamos en esta teoría
del Estado, según Marcuse, una ‘dialéctica’ pasiva que deja de
lado la teoría, sin que ésta pueda recogerla y desarrollarla ; con
su realización el existencialismo se anula a sí mismo, al ser
superado el carácter privado de la existencia humana individual.
Como dice el ya citado Forsthoff, el Estado totalitario ha ‘superado’
la libertad individual “…como
postulado del pensamiento humano”.
El existencialismo termina filosóficamente, por tanto, al negar su
propio origen. Kant había vinculado al hombre al deber autónomo, a
la libre autodeterminación en tanto única ley fundamental ; el
existencialismo anula esta norma, ligando al hombre, como dice
Heidegger, “… al
caudillo a quien obedece fundamentalmente”,
y este mismo autor continúa diciendo: “Las
reglas de nuestro ser no son las máximas y las ideas. Sólo el
caudillo es la realidad actual y futura de Alemania y es también la
ley”.
Tradicionalmente
se ha intentado relacionar el existencialismo con el pensamiento de
Kant a través de la tendencia antropológica de su ‘lógica
trascendental’ ; este punto de vista es, sin embargo, rebatido por
Lukács para el caso de Heidegger al constatar cómo éste, en una de
sus últimas obras, confirma su visión del mundo cuando razona que
la antropología no constituye actualmente ninguna disciplina
filosófica especial. Toda la obra de Heidegger, y especialmente ‘Ser
y Tiempo’ (1927), ha tenido, por otro lado, una repercusión enorme
en el mundillo intelectual ; en nuestra época se vuelven a
reivindicar, por enésima vez, sus aspectos ‘hermeneuticos’. Y,
no obstante, todos conocen la vinculación directa que tuvo este
pensador con el nacionalsocialismo hitleriano, cosa que, tras las
inevitables dudas de algunos, ha terminado por ser cumplidamente
probada.
Las
circunstancias histórico-políticas
Según
lo cuenta Soucy, los orígenes inmediatos del nacionalsocialismo se
encuentran en las consecuencias a corto plazo de la derrota alemana
en la 1a Guerra
Mundial. En el Tratado de Versailles se declaró a Alemania única
culpable del conflicto, se la despojó de su imperio colonial y se la
forzó a pagar fuertes indemnizaciones. Todo ello contribuyó a
distorsionar gravemente la vida política y social de aquel país, lo
cual, unido a la severa inflación subsiguiente, que alcanzó su
máximo en 1923, prácticamente acabó con las clases medias
alemanas, haciendo a sus empobrecidos miembros proclives a seguir el
llamado de la pléyade de grupos políticos radicales que afloraron
después de la guerra. Una ligera recuperación económica del país
en los próximos años fue cortada de raíz por la crisis mundial de
1929, que acabó de sumir a Alemania en una depresión aparentemente
sin esperanza. La República de Weimar, visiblemente incapaz de
superar esa difícil situación, fue durante esos años objeto del
ataque tanto por parte de la derecha como de la izquierda, Por eso en
1933 una gran mayoría de votantes alemanes apoyó a uno de los dos
partidos totalitarios en activo a la sazón: comunistas y
nacionalsocialistas. Aún sin haber obtenido la mayoría absoluta en
el Reichstag, Hitler, culpando a los comunistas de haber provocado
intencionadamente el incendio del edificio parlamentario, consiguió
que este partido y otros afines, como el Socialdemócrata, fueran
declarados ilegales, quedando su grupo como partido único en el
poder.
A
partir de ese momento Hitler procedió a llevar a cabo en forma
acelerada su proyecto de transformar la sociedad alemana, eliminando
sistemáticamente, una vez derogados todos los derechos
constitucionales y cívicos, a la clase obrera y a toda otra
oposición a su régimen. A tal fin se creó la Geheime Staatspolizei
(GESTAPO)
y se construyeron campos de trabajos forzados. En sólo dos años (de
1933 a 1935) la estructura de Alemania fue transformada por completo
en un Estado centralizado. En virtud de la ‘Gleichschaltung’
(igualación), todas las organizaciones privadas de negocios,
sindicatos y asociaciones agrarias, así como la educación y la
cultura, fueron sometidas al control y a la dirección por parte del
Partido. El ‘Nuevo
orden’
nazi, aunque consiguió acabar con el desempleo, elevar el nivel de
vida de los trabajadores y campesinos y enriquecer a los grupos
dominantes, sirvió más que nada para poner en marcha una gigantesca
maquinaria de guerra con la cual iba a poder Hitler emprender más
tarde la ruinosa aventura bélica que todos conocen.
El
caso italiano fue similar al alemán. Mussolini se hizo con el
control del Gobierno italiano en 1922. Inmediatamente deslegalizó a
todos los partidos políticos, excepto, claro está, el Fascista. Los
sindicatos fueron abolidos y las huelgas prohibidas ; la oposición
política fue silenciada. Al contrario que Hitler, Mussolini carecía
de un programa político para resolver los problemas sociales y
económicos del país, excepto su decisión de dar carta blanca a los
grandes negocios, ser pragmático y predicar la necesidad de
disciplina ; el resultado fue que en 1926 se derogó la jornada de
ocho horas, y entre 1928 y 1932 los salarios disminuyeron
sensiblemente, hasta llegar a ser los más bajos de toda Europa. El
poder adquisitivo de obreros y campesinos decreció entre un 50 y un
70%. El propio Mussolini reconoció que efectivamente había
descendido el nivel de vida en Italia, pero que, afortunadamente,
“… el
pueblo italiano no estaba acostumbrado a comer mucho y que, por ello,
sentía las privaciones menos que otros”.
Ese declive alimentario no impidió, sin embargo, a Mussolini
propugnar el aumento de la tasa de natalidad, con objeto de probar la
virilidad de los italianos y de paso proporcionar futuro personal
para las fuerzas armadas ; las campañas militares en el extranjero
fueron concebidas, en efecto, principalmente como la solución para
los problemas económicos.
El
papel de la mujer en la sociedad fascista era exclusivamente el que
acabamos de ver:traer
hijos al mundo ;
a tal efecto las mujeres fueron apartadas de los puestos de
responsabilidad y de la educación, y la planificación familiar fue
declarada ilegal en 1927. Como lo pone el fascista italiano
Ferdinando Loffredo, “… la
mujer debe volver a la sujeción por parte del hombre, ya sea padre o
marido, y debe reconocer por tanto su propia inferioridad espiritual,
cultural y económica”.
Esa tendencia decididamente sexista fue adoptada también más tarde
por los fascistas franceses ; Pierre Drieu La Rochelle, un apólogo
de la ocupación de su país por las tropas de Hitler, por ejemplo,
afirmaba que las mujeres, al carecer de las cualidades espirituales
del hombre, eran la fuen-te de la decadencia. Desde un principio la
filosofía del fascismo italiano proclamó a los cuatro vientos la
excelencia de las virtudes guerreras, ya que no sólo se veía la
conquista militar como una virtual solución de los problemas
económicos del país, sino que se encomiaba a las virtudes
militares per
se.
Entre los slogans favoritos del régimen estaban los de “¡Nada
se ha conseguido en la historia sin derramamiento de sangre!”
y “¡Un
minuto en el campo de batalla equivale a toda una vida pacífica!”.
El propio Mussolini exigía que se le obedeciese a lo militar. El
macho italiano había de ser darwiniano,
y no humanitario, duro,
y no blando,masculino,
y no femenino. Preocupados por la salud moral de la sociedad, los
fascistas denunciaron la ‘decadencia’ en todos sus aspectos:
hedonismo, materialismo, individualismo, democracia y laxitud sexual.
B)
BASES IDEOLÓGICAS DEL NAZISMO Y DEL FASCISMO
Explicaciones
psicológicas de la mentalidad fascista
En
1933, simultáneamente al triunfo del nazismo en Alemania, el gran
psicólogo Wilhelm Reich se preguntaba dónde residía la
contradicción en el seno de la clase obrera alemana o, mejor dicho,
“… cómo
se manifiesta concretamente en el obrero lo reaccionario y lo
progresivo y revolucionario”,
extendiendo el planteamiento también a los sectores medios de la
sociedad alemana. En resumen, Reich detectaba una incongruencia
entre economía e ideología que
el marxismo no conseguía aclarar. Para dar respuesta a este
interrogante propone entonces su teoría de la economía
sexual,
que pretende complementar el análisis socioeconómico marxista con
el psicoanalítico de Sigmund Freud, que, como es sabido, se basa en
cuatro descubrimientos fundamentales: que la vida psíquica es
gobernada por procesos inconscientes incontrolables
por el ‘yo’, que el niño pequeño desarrolla una sexualidad muy
activa que nada tiene que ver con la reproducción, que dicha
sexualidad infantil es reprimida por el miedo al castigo asociado a
los actos y pensamientos sexuales y que las instancias morales en el
hombre, lejos de tener un origen supraterrenal, derivan de las
medidas educativas que los padres y sus representantes toman en la
más tierna infancia del niño.
Partiendo
de estos supuestos, la ‘economía sexual’ de Reich pretende ir
más lejos aún que el psicoanálisis. Así, mientras que Freud
intenta explicar la represión de los instintos primarios mediante el
concepto de cultura (v.gr.,
el ‘principio de la realidad’, que siempre se opone al ‘principio
del placer-displacer’), Reich supone que “… no
es la actividad cultural en sí, sino que son las formas actuales
de dicha actividad las que exigen esa represión”.
La explicación del origen de una sociedad ‘patriarcal-autoritaria’
estaría, según él, precisamente ahí, en la incidencia combinada
de familia autoritaria, Iglesia y Estado sobre el niño de corta
edad. Así dice: “… la
conjunción de las estructuras socioeconómica y sexual de la
sociedad, así como su reproducción estructural, tiene lugar durante
los cuatro a cinco primeros años de vida y en la familia
autoritaria”,
ya que “… la
estructuración autoritaria del hombre se produce centralmente por el
enraizamiento de inhibiciones y angustias sexuales en el material
vivo de los impulsos sexuales”,
y más adelante continúa diciendo:
“…
la
represión de las necesidades materiales más groseras no produce el
mismo efecto que la de las necesidades sexuales. La primera lleva a
la rebelión, mientras que la segunda, dado que somete las exigencias
sexuales a la inhibición, que las sustrae a la conciencia, que se
ancla interiormente bajo la forma de la defensa moral, impide la
concreción de la rebelión contra am-bas formas
de opresión. Hasta la propia inhibición de la rebelión es
inconsciente. En el hombre medio apolítico no encontramos ni
siquiera los atisbos de una conciencia de esa inhibición.
El
resultado es el conservadurismo, el miedo a la libertad, incluso una
mentalidad reaccionaria”.
Georges
Bataille, por su parte, intentando, lo mismo que Wilhelm Reich,
completar el análisis infraestructural (lo económico)
mediante el análisis de la superestructura ideológica, explica el
fenómeno fascista mediante la dialéctica de lo homogéneo y
loheterogéneo:
el poseedor de los medios de producción tiende, según él, a la
‘homogeneización’, mientras que el dictador totalitario apela
siempre a lo ‘heterogéneo’. Lo ex-plica como sigue:
“El simple hecho de dominar a sus semejantes implica la heterogeneidad del amo, al menos en tanto que amo, en la medida en que el amo se refiere a su naturaleza, a su calidad personal, como una legitimación de su autoridad, carac-teriza esta naturaleza como lo otro, sin poder rendir cuentas racionalmente. Pero no solamente como lo otro en relación con el dominio racional de la medida y de la equivalencia: la heterogeneidad del amo se opone también a la del esclavo. Si la naturaleza heterogénea del esclavo se confunde con la de la inmundicia en la que su situación material le condena a vivir, la del amo se forma en un acto de exclusión de toda inmundicia, acto cuya dirección es la pureza y cuya forma es sádica”.
Según
Erich Fromm, hay varios caminos que conducen al hombre a huir de la
libertad (lo cual explica en parte la atracción que ciertas
personas sienten por los movimientos fascistas y demás
totalitarismos). Para él, el hombre actual tiene que escoger entre
ser libre o no, amar a los demás o a sí mismo, practicar una
ética biófila (i.e.,
seguir los ‘instintos de vida’ freudianos) o
hacerse necrófilo (v.gr.,
dejarse llevar por los ‘instintos de muerte’), progresar o
regresar. Debe elegir, en suma, entre el síndrome
de crecimiento y elsíndrome
de decadencia.
Refiriéndose al concepto de libertad,
Fromm dice que no es lo mismo ‘libertad respecto de’, que conduce
directamente al egoísmo, y
‘libertad para’, la verdadera libertad en su opinión, que
compromete al individuo consigo mismo. Según este autor, la
libertad es algo que el ser humano ha conseguido al final de una
trayectoria histórica a través de un moldeamiento de la sociedad
sobre su propia individualidad. Es este un camino plagado de
dificultades que se extiende en el plano individual, como indica el
psicoanálisis, a lo largo de toda la evolución de la
personalidad, desde la infancia hasta la edad adulta. El no ser capaz
de superar satisfactoriamente todos los escollos puede desviar
al individuo del camino correcto y producirle ‘males’: rebeldía,
soledad, impotencia, ansiedad, etc. Y una mente de esas
características es, como hemos visto que afirmaba Wilhelm Reich,
proclive a comulgar con ideas totalitarias.
El
pensamiento protofascista
Según
Lukács, las ideas filosóficas que cristalizaron en el régimen
nacionalsocialista de Hitler son rastreables en toda la corriente
‘irracionalista’ posthegeliana que, arrancando de algunos
supuestos negativos del sistema de Hegel, fueron configurando el
pensamiento reaccionario alemán de los siglos XIX y XX. Zeev
Sternhell, por su parte, afirma algo parecido en relación con el
fascismo italiano de Mussolini ; piensa, efectivamente, que el
fascismo no constituyó en absoluto un fenómeno puntual, como
algunos autores pretenden (un ‘paréntesis’ en la historia
contemporánea, lo llamaba Benedetto Croce), y basa su presunción en
dos aspectos:
a) El
fascismo, antes de convertirse en fuerza política, fue un fenómeno
cultural.
b) En
el desarrollo del fascismo, su marco conceptual tiene un rol de
especial importancia.
Para
Sternhell, el fascismo, en sus diversas manifestaciones, es un
fenómeno tre-mendamente complejo que no se puede describir con las
‘etiquetas’ al uso. Por ejemplo, el concepto de racismo,
con ser importante, sobre todo en Alemania, no basta para defi-nir al
fascismo, ni tampoco puede caracterizárselo correctamente en función
de su opo-sición radical al marxismo, ya que en cierto sentido
constituye “… el
resultado directo de una revisión del marxismo”.
Sternhell continúa diciendo:
“… quien
persista en la idea de considerar el fascismo sólo como un
subproducto de la Gran Guerra, un simple reflejo de defensa de la
burguesía ante la crisis de la posguerra, se condena a no comprender
nada de ese fenómeno capi-tal de nuestro siglo. Fenómeno de
civilización, el fascismo encarna el rechazo por excelencia de la
cultura política dominante a comienzos de siglo. En el fas-cismo de
entreguerras, en el régimen mussoliniano, así como en los otros
movi-mientos fascistas de Europa occidental, no existe una idea
importante que no ha-ya madurado a lo largo del cuarto de siglo
anterior al mes de agosto de 1914”.
Conformes
con este punto de vista, y en la imposibilidad de extendernos
demasiado sobre esta subyugante temática, terminaremos este trabajo
resumiendo el pensamiento de tres autores que a su modo preludiaron
estos movimientos: Nietzsche, Sorel y Heidegger. El último de ellos,
como ya hemos mencionado, no sólo fue un precursor del nazismo
alemán, sino que colaboró estrechamente con él desde su
responsabilidad como rector de la Universidad de Friburgo durante
todo el período en que gobernó en Alemania el Partido
Nacionalsocialista.
FRIEDRICH
NIETZSCHE (1844-1900)
A
este autor se le suele a veces incluir dentro del ‘vitalismo’ por
la importancia que en él cobra el término vida. No
obstante, el sentido que Nietzsche da al concepto de ‘vida’ tiene
poco o nada que ver con el que le otorgan los vitalistas ; se trata,
en definitiva, de un autor al que en realidad no se puede encasillar
en escuela alguna. Para él, igual que para su maestro Schopenhauer,
la vida es dolor, lucha, destrucción, crueldad, incertidumbre,
error, … En suma, es pura irracionalidad.
Teniendo en cuenta esto, hay, según él, dos actitudes posibles ante
la vida:
a) Renuncia
y fuga (es
lo que hace la moral
cristiana y
la espiritualidad común, y lleva alascetismo)
b) Aceptación
de la vida tal cual es (exaltación
de la vida y superación del hombre ; eso es lo que simbolizan los
personajes legendarios de Dionisos y Zaratustra).
El
necesario cambio de actitud ante la vida trae consigo, según
Nietzsche, unatransmutación
de los valores basada
en la crítica a la moral cristiana. Opina Nietzsche que “… el
hombre ha nacido para vivir en la Tierra”
(es solamente cuerpo), y la moral cristiana (enfocada hacia una
hipotética ‘vida futura’) es, para él, una moral
de renuncia y ascetismo, pues
se basa en los siguientes puntos:
– Rebelión
de los inferiores,
de las clases sometidas y esclavas, ante la casta superior y
aristocrática.
– Sus
fundamentos (desinterés, abnegación, sacrificio) son fruto
del resentimiento
del hombre débil ante la vida.
– El
‘hombre bueno’ cierra los ojos ante la realidad y no quiere de
ningún modo ver cómo está hecha; esto le conduce al pesimismo y
al nihilismo.
Nietzsche
detecta en el arte (ya
desde los tiempos del arte griego clásico) huellas de estas dos
actitudes ante la vida. Según él, la filosofía de Sócrates y de
Platón, con su moral de renuncia a la vida y decadencia,
introdujo lo ‘apolíneo’, sobre todo en el arte
plástico,
dondese da la armonía de las formas, transfigurando lo horrible y
absurdo en ‘imágenes ideales’, ya sean sublimes o cómicas.A
nivelsimbólico podríamos decir que ha habido un intercambio de
dioses: Apolo en
vez de Dionisos. Sólo
ve Nietzsche restos de lo ‘dionisíaco’ en algunas obras
musicales, y especialmente en las óperas de Richard Wagner (Hitler,
como es sabido, era un ‘wagneriano’ empedernido), en las cuales
se nota, en su opinión, una ciertaembriaguez
y exaltación entusiasta.
En relación con esto, un término fundamental dentro del pensamiento
de Nietzsche es el del ‘eterno retorno’, que define como
“… ‘sí’ que
el mundo se dice a sí mismo, expresión cósmica de aquel espíritu
dionisíaco que exalta y bendice la vida”.Como
ya sabemos, Nietzsche opina que el mundo se presenta desprovisto de
todo carácter de racionalidad (no es perfecto, nibello, ni noble).
Esta explosión de fuerzas desordenadas tiene en sí una
‘necesidad’, que es su voluntad
de reafirmarse y,por
ello, de volver eternamente sobre sí mismo. Dionisos (v.gr., el
‘superhombre’, caracterizado por lavoluntad
de poder)
acabará más pronto o más tarde por volver a sustituir a Apolo en
el dominio del mundo: es una ley necesaria e inevitable.
Para
Santiago González Noriega, la filosofía nietzscheana ha contribuido
a configurar la cultura contemporánea en muchos de sus aspectos, y
muchas tendencias vigentes hoy en día no existirían sin que su
pensamiento las hubiese precedido de algún modo. Y Lukács, por su
parte, le da la razón en cierto sentido al denominar a este filósofo
“fundador
del irracionalismo del período imperialista”.
GEORGES
SOREL (1847-1922)
Principal
discípulo de Proudhon, encuadrable dentro del socialismo utópico
(aunque sabido es que a dicho filósofo no le gustaba que le
encuadrasen en escuela alguna, y menos entre los ‘socialistas
utópicos’). Sorel, como constatan Manuel & Ma-nuel, insistió
en la utilización por parte de los políticos de las utopías como
ilusorios “… planes
de compromiso, paliativos, esbozos del futuro que ocultaban los
conflictos sociales que atormentaban a una época histórica
determinada pretendiendo mostrar a las fuerzas o clases en liza una
vía de solución a sus dilemas, unas perspectivas azucaradas de paz
social”.
En su planteamiento utópico, pretendidamente basado en la
experiencia histórica del hombre occidental, Sorel intenta conciliar
a Proudhon con Marx, resultando, en opinión de Manuel & Manuel,
una mezcla básicamente populista,
que pudo ser manipulada indiscriminadamente por unos y por otros
(hasta Benito Mussolini parece ser que se inspiró en su pensamiento,
como hemos visto):
“El atractivo que sigue ejerciendo Sorel se debe probablemente a sus invectivas contra la hipocresía social y contra los ampulosos principios oratorios. Convendría distinguir el mito soreliano de la gran mentira hitleriana, pues el mito no es una mera instrumentalidad ni un engaño, sino una moralidad, una manera de vivir que se convierte en verdad superior al ser abrazada por los heroicos adeptos. Sorel no fue un fabricante de imágenes ni un forjador de mitos. Encontró el mito en el corazón –en las emociones- de una nueva élite proletaria, de una potencial serie de héroes, y pretendió proteger el mito contra la destrucción en sus primeras fases, particularmente frágiles y vulnerables. En suma, pues, su uto-pía es una versión algo barroca de la fantasía humana muerte-resurrección”.
MARTIN
HEIDEGGER (1889-1970)
Heidegger,
en ‘El Ser y el Tiempo’ (1927), comienza preguntándose: ¿qué
cosa es el ser?Esta
pregunta se puede entender desde dos puntos de vista:
– El ser
mismo (lo
que se pregunta) : ser-ahi (‘Dasein’)
– El sentido
del ser (lo
que se encuentra): existencia
(modo de ser del ‘ser-ahí’).
Por
lo tanto, el único significado que puede tener para nosotros la
pregunta sobre el ‘ser’, según Heidegger, consiste en analizar
la existencia,
por constituir ésta precisamente la única posibilidad de referirse
en cierto modo al Ser. Heidegger llama a este proceso ‘analítica
existencial’. La misma consiste, pues, según Heidegger, en
una elección
de posibilidades,
o comprensión,
que puede realizarse a dos niveles:
* Existentiva u Ontica
(se refiere a la existencia
de un hombre singular)
* Existencial u Ontológica
(atañe a la existencia
misma,
en abstracto).
Heidegger,
como buen fenomenólogo, no se interesa por los casos particulares.
Por tanto, cuando él habla de ‘existencia’, entiende la segunda
versión de la misma (‘existencial’ u ‘ontológica’): La
existencia es fundamentalmente trascendencia.
O, dicho de otro modo, la existencia se puede definir como
‘estar-en-el-mundo’,
por constituir el mundo, en efecto, el proyecto de las posibles
actitudes y acciones del hombre. Y esa existencia del ser humano
sobre la Tierra consiste, según Heidegger, básicamente en tener
cuidado de
las cosas (y de los demás hombres). Esto se podría entender de dos
maneras:
– Librar
a los demás de sus cuidados (‘existencia inauténtica’)
– Ayudarles
a ser libres de asumir sus propios cuidados (‘existencia
auténtica’)
Es
decir, que Heidegger se inclina más por este segundo aspecto de la
existencia humana. Para él, en efecto, la misión del hombre estriba
precisamente en vivir
para la muerte,
entendiendo la ‘muerte’ como posibilidad
de la imposibilidad de la existencia.
La íntima relación que esta manera de pensar guarda con el
‘realismo heroico-popular’ de Hitler y sus secuaces,
especialmente en lo que respecta a sus afanes belicistas, resulta, en
nuestra opinión, evidente.
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