domingo, 2 de octubre de 2016

FUNDAMENTOS IDEOLÓGICOS DEL FASCISMO (I)


LA OPOSICIÓN IRRACIONAL NO SE DA MÁS QUE ENTRE LOS HUMANOS
HAY QUE INFORMARSE TANTO DE TUS IDEAS COMO DE LO QUE COMBATES
MI LEMA: FORMACIÓN, LIBERTAD Y RESPETO
A) CARACTERIZACION IDEOLOGICO-POLITICA DEL FASCISMO
Fascismo y nacionalsocialismo: los mismos perros con diferentes collares
Según Robert J. Soucy se entiende por ‘fascismos’ una forma de dictadura totalitaria surgida durante el siglo XX que pretendía crear una sociedad viable régimentando estrictamente la vida, tanto nacional como individual, de forma que cualquier conflicto de intereses se viese supeditado de forma total al servicio de la nación y a una lealtad incuestionable para con el caudillo de turno. Esta ideología floreció entre 1919 y 1945 e incluso más en varios países a nivel mundial ; alcanzó mayor enjundia en Italia, Alemania, España y Japón, pero también se dio durante períodos de tiempo más o menos largos en Austria, Polonia, Bulgaria, Grecia, Portugal, Rumanía, Hungría, Finlandia, Noruega y Argentina, e incluso democracias liberales como Francia o Inglaterra albergaron en su momento importantes movimientos de corte fascista. En la actualidad se asiste a un repentino resurgir de tales ideas, que, al menos en teoría, parecían desterradas para siempre del Viejo Continente.
El término ‘fascismo’ fue utilizado por primera vez en 1919 por el futuro dictador italiano Benito Mussolini, refiriéndose al antiguo símbolo romano fasces, una serie de palos atados a un hacha que representaban la unidad cívica de los romanos, así como la autoridad de sus oficiales para castigar a quienes quebrantasen la ley. La ideas ultranacionalistas de este personaje, un exmarxista desengañado, se incubaron durante la 1a Guerra Mundial ; influido por las doctrinas de Sorel y de Nietzsche, glorificó la acción y la vitalidad, denunciando el pacifismo de los marxistas por su falta de pragmatismo, y después de la guerra puso su movimiento al servicio de los empresarios conservadores y de los terratenientes en su lucha contra el movimiento obrero (las temidas ‘hordas rojas’). El apoyo de estos sectores, así como sus indudables dotes oratorias (igual que Hitler en Alemania, fue un redomado demagogo) elevaron rápidamente a Mussolini al poder político.
El ‘nacionalsocialismo’, versión alemana del fascismo, se inició en 1920 con la creación del Partido Nacional-Socialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP), liderado pronto, como es sabido, por Adolf Hitler, quien gobernó Alemania en forma totalitaria entre 1933 y 1945. Sus características no son muy diferentes de las del fascismo italiano. No obstante, Soucy señala que este movimiento mostraba una serie de rasgos tipicamente germánicos: se basaba en los tradicionales autoritarismo y expansionismo militaristas prusianos, en la tradición romántica alemana, hostil por lo general al racionalismo, al liberalismo y a la democracia, y en varias doctrinas racistas que consideraban a las razas nórdicas –‘arias’- superiores a las demás en moralidad y en cultura, así como en ciertas tradiciones filosóficas que idealizaban al Estado o exaltaban al individuo superior, dispensándolo de las restricciones sociales convencionales. Entre los teóricos y planificadores del nacionalsocialismo durante su acceso al poder figuraban el general Karl Haushofer como geógrafo y el filósofo Alfred Rosenberg, quien, para establecer sus teorías racistas, se inspiró en el escritor anglo-alemán H.S. Chamberlain, así como el financiero Hjalmar Schacht y el economista y arquitecto Albert Speer. Se trataba, por tanto, de un movimiento mucho más fundamentado desde el punto de vista ideológico que el de los italianos. Ernst Krieck, otro teórico del ‘realismo heroico-popular’ (i.e., nacional-socialismo), dice en un escrito de 1933:
Se alza … la sangre contra la razón formal, la razón contra el finalismo racional, el honor contra la utilidad, el orden contra la arbitrariedad disfrazada de libertad, la totalidad orgánica contra la disolución individualista, el espíritu guerrero contra la seguridad burguesa, la política contra el primado de la economía, el Estado contra la sociedad, el pueblo contra el individuo y la masa”.
Como comentaba Herbert Marcuse ya en 1934, esta visión ‘heroica’ del hombre aparece como ataque contra la racionalización y tecnificación hipertrofiada de la vida, contra el burgués del siglo XIX con su pequeña felicidad y sus pequeños fines, contra la ‘anemia’ corrosiva de la existencia. El hombre heroico que preconiza el citado Krieck está ligado a las fuerzas de la sangre y de la tierra ; está dispuesto a todo, incluso a sacrificarse sin titubeos, “… obedeciendo humildemente a las fuerzas oscuras de las que mana la vida”. Esto nos lleva directamente a la idea de ‘Führer’, cuya imagen encontramos ya en las llamadas ‘filosofías de la vida’ (v.gr., historicismo, vitalismo, existencialismo, etc.), las cuales, como recuerda Marcuse, consideran a ésta como el ‘dato originario’, más allá del cual no se puede avanzar, invocando de paso al ‘submundo anímico’, presunto hogar de toda fuerza creadora. Las funciones sociales de esta teoría son especialmente rastreables en la obra de Spengler, donde se transforman en la infraestructura ideológica del imperialismo. Esto conduce directamente al naturalismo irracional, que considera a la ‘naturaleza’ como una entidad de origen mítico que, como tal, no puede ser conocida críticamente y, por ende, no es susceptible de modificación histórica.
Marcuse ve en este punto una evidente contradicción entre las relaciones de producción y el nivel alcanzado por las fuerzas productivas ; la Alemania nazi era, en su opinión, una sociedad y una economía que estaba en contra de toda ‘naturaleza’, una ‘totalidad’ consistente en el total dominio de todos, es decir, un universalismo cuyos dirigentes, por supuesto, ni siquiera se planteaban la posibilidad de acreditar ante los individuos que supuestamente representaban en qué medida se atenían a sus intereses. No lo necesitaban, puesto que, como hemos visto en el texto de Krieck, el ‘pueblo’ actuaba como unidad y totalidad esencial, anterior a toda diferenciación de la sociedad en clases, grupos de intereses, etc. Ahora bien ; como ya apuntamos más arriba al hablar de Mussolini, esta concepción del mundo realmente no se dirigía contra el liberalismo, sino contra el socialismo marxista. Von Mises se expresaba claramente a este respecto en 1927: “El fascismo y todas las tendencias dictatoriales similares … han salvado, por el momento, a la civilización europea”. Y el republicano Gentile decía algo parecido por las mismas fechas en una carta elogiosa dirigida al dictador italiano.
Según Marcuse, los ataques presuntamente ‘antiburgueses’ del realismo heroico-popular se dirigían en realidad contra una determinada forma de la burguesía, concretamente contra el pequeño comerciante, y contra una determinada forma de capitalismo: la libre competencia de capitalistas independientes. Esta tendencia totalizadora no era el resultado de la especulación filosófica (que no aparecería hasta bastante más tarde, a modo de justificación), sino que venía exigida por el propio desarrollo económico: el capitalismo monopolista tendía a crear una determinada ‘unificación’ en el seno de la sociedad, en virtud de la cual las empresas pequeñas y medianas pasaban a depender de los cárteles y trusts, de los latifundios y de la gran industria del capital financiero. En teoría el sentido parecía ser enteramente diferente, ya que no se hablaba en absoluto del dominio de una clase social, sino de la unificación de todas las clases: una ‘sociedad sin clases’ basada en la actual sociedad de clases. Se trataba, en suma, de un todo unificador de origen económico, pero basado en el ‘dato originario’ de lo popular. Forsthoff lo explicaba afirmando que “.. el pueblo es algo creado por el poder humano” sino algo “… querido por Dios” (‘organicismo irracionalista’), y Marcuse comenta: “De esta manera quedan desacreditados ‘a priori’ todos los intentos de superar en una verdadera totalidad, mediante una transformación planificadora de las relaciones sociales de producción, los esfuerzos y necesidades de los individuos, que actualmente combaten anárquicos entre sí”. Como es sabido, las opiniones de Marcuse cambiarían radicalmente en escritos posteriores a la 2a Guerra Mundial, donde ya no defendería la ‘dictadura del proletariado’ de la forma que lo hace en este texto temprano.
En esta degradación de la Historia a un acontecer puramente temporal, las revoluciones son consideradas como ‘trastornos’ en su interés por estabilizar una forma de relaciones humanas injustificables frente a la situación histórica. De aquellas circunstancias ‘histórico-espirituales’ (v.gr., sangre, raza, tierra, etc.) surge entonces una comunidad de destino’ histórica. Marcuse comenta a ese respecto que, efectivamente, cada pueblo tiene su propio destino, pero “… precisamente éste escinde la unidad del pueblo en las contradicciones sociales”. Ciertos grupos, no obstante, caracterizan de ‘naturales’ determinadas relaciones sociales, con el fin de conservar el orden existente y protegerlo de toda crítica perturbadora. Es el caso de la ‘naturalización’ fascista del capitalismo monopolista y de la miseria masiva que ésta provoca ; en vez de sublimación y de encubrimiento se pasa a la brutalidad abierta: la felicidad es ‘superada’ mediante el ‘heroísmo’ de la pobreza, el sacrificio y la disciplina, como lucha contra el materialismo.
Es a partir de este momento, en opinión de Marcuse, que “… se ha superado el idealismo racionalista alemán en su forma y en su contenido”, como pretendía el anteriormente citado Ernst Krieck. Porque, en efecto, hace falta un heroísmo casi injustificable racionalmente para poder soportar los sacrificios que exige la conservación del orden existente: “La última palabra no la tiene la naturaleza, sino el capitalismo, que muestra entonces su verdadero aspecto”. Se puede llegar incluso a la guerra, pero, como dice Carl Schmitt, “… no existe ningún fin racional, ninguna norma ideal tan bella, ninguna legitimidad o legalidad que puedan justificar el que los hombres se maten entre sí”. Lo único que queda es el existencialismo en su forma política, una aplicación práctica de su forma filosófica, que el destacado analista híngaro György Lukács caracteriza como sigue:
Lo que distingue al existencialismo del resto de la filosofía de la vida no es ninguna clase de divergencia programática, sino esta técnica de la desesperación. No es, naturalmente, un azar ni un detalle puramente terminológico el hecho de que la divisa de la ‘vida’, enfáticamente tremolada por aquella filosofía, se sustituye ahora, con no menos énfasis, por la consigna de la ‘existencia’. Aunque en el fondo de la diferencia haya más de estado de ánimo que de metodología filosófica, se expresa en ella, sin duda, algo intrínsecamente nuevo y no desdeñable: la intensidad del aislamiento, de la soledad, del desengaño y de la de-sesperación infunde a la palabra ‘existencia’ un nue­vo contenido. La palabra ‘vida’, en que se hacía antes tanto hincapié, alude a la conquista del mundo por la subjetividad ; esto explica por qué los activistas fascistas de la filosofía de la vida que habrán de relegar enseguida a Heidegger y Jaspers ponen de nuevo en circulación aquella divisa, aunque dándole a su vez un contenido nuevo. El término de ‘existencia’, como leitmotiv de la filosofía, entraña la repudia­ción de mucho de lo que la filosofía de la vida afirmara en otro tiem­po como vivo y que ahora se considera accidental, no existencial”.
El ‘existencialismo político’, como comenta Marcuse, no intenta en ningún caso describir lo ‘existencial’ como opuesto a lo ‘normativo’., pues en él no se determinan exactamente qué situaciones se puede considerar como existenciales. Todo depende de los técnicos, y en el caso que nos ocupa se considerarán ‘existenciales’ las situaciones políticas, y entre éstas, la guerra, ‘relación existencial por antonomasia’ ; el hombre, como ser político que es, no estará determinado, como ocurría en el existencialismo filosófico, por su participación en un mundo espiritual superior, sino que se le define a partir de ahora como un seroriginariamente actuante que, por otra parte, actúe sin haber podido decidir ni saber para qué actúa. Esto, según Marcuse, sólo es posible mediante una degradación de la Historia ; ahora es el ‘pueblo’, y no los mezquinos intereses de grupo, el que impone una misión al individuo. En la teoría del Estado total, donde el que decide es únicamente del soberano (=FührerDuceCaudillo, etc.), y la única relación política propiamente dicha es la de ‘amigo-enemigo’, cuyo caso extremo está constituido por la guerra. Queda de esta manera eliminada la separación entre Estado y sociedad del liberalismo: el Estado se transforma en depositario de las posibilidades auténticas de existencia. La forma de este Estado será elcaudillismo autoritario y su séquito, que obtiene su cualificación política de dos fuentes principalmente, como hemos visto:
a)      Poder irracional ‘metafísico’
b)      Poder ‘no-social’.
La única justificación posible de este Estado es, efectivamente, la metafísica: “La autoridad sólo es posible desde la trascendencia”, y el reconocimiento fundamenta la autoridad. Hallamos en esta teoría del Estado, según Marcuse, una ‘dialéctica’ pasiva que deja de lado la teoría, sin que ésta pueda recogerla y desarrollarla ; con su realización el existencialismo se anula a sí mismo, al ser superado el carácter privado de la existencia humana individual. Como dice el ya citado Forsthoff, el Estado totalitario ha ‘superado’ la libertad individual “…como postulado del pensamiento humano”. El existencialismo termina filosóficamente, por tanto, al negar su propio origen. Kant había vinculado al hombre al deber autónomo, a la libre autodeterminación en tanto única ley fundamental ; el existencialismo anula esta norma, ligando al hombre, como dice Heidegger, “… al caudillo a quien obedece fundamentalmente”, y este mismo autor continúa diciendo: “Las reglas de nuestro ser no son las máximas y las ideas. Sólo el caudillo es la realidad actual y futura de Alemania y es también la ley”.
Tradicionalmente se ha intentado relacionar el existencialismo con el pensamiento de Kant a través de la tendencia antropológica de su ‘lógica trascendental’ ; este punto de vista es, sin embargo, rebatido por Lukács para el caso de Heidegger al constatar cómo éste, en una de sus últimas obras, confirma su visión del mundo cuando razona que la antropología no constituye actualmente ninguna disciplina filosófica especial. Toda la obra de Heidegger, y especialmente ‘Ser y Tiempo’ (1927), ha tenido, por otro lado, una repercusión enorme en el mundillo intelectual ; en nuestra época se vuelven a reivindicar, por enésima vez, sus aspectos ‘hermeneuticos’. Y, no obstante, todos conocen la vinculación directa que tuvo este pensador con el nacionalsocialismo hitleriano, cosa que, tras las inevitables dudas de algunos, ha terminado por ser cumplidamente probada.
 
Las circunstancias histórico-políticas
Según lo cuenta Soucy, los orígenes inmediatos del nacionalsocialismo se encuentran en las consecuencias a corto plazo de la derrota alemana en la 1a Guerra Mundial. En el Tratado de Versailles se declaró a Alemania única culpable del conflicto, se la despojó de su imperio colonial y se la forzó a pagar fuertes indemnizaciones. Todo ello contribuyó a distorsionar gravemente la vida política y social de aquel país, lo cual, unido a la severa inflación subsiguiente, que alcanzó su máximo en 1923, prácticamente acabó con las clases medias alemanas, haciendo a sus empobrecidos miembros proclives a seguir el llamado de la pléyade de grupos políticos radicales que afloraron después de la guerra. Una ligera recuperación económica del país en los próximos años fue cortada de raíz por la crisis mundial de 1929, que acabó de sumir a Alemania en una depresión aparentemente sin esperanza. La República de Weimar, visiblemente incapaz de superar esa difícil situación, fue durante esos años objeto del ataque tanto por parte de la derecha como de la izquierda, Por eso en 1933 una gran mayoría de votantes alemanes apoyó a uno de los dos partidos totalitarios en activo a la sazón: comunistas y nacionalsocialistas. Aún sin haber obtenido la mayoría absoluta en el Reichstag, Hitler, culpando a los comunistas de haber provocado intencionadamente el incendio del edificio parlamentario, consiguió que este partido y otros afines, como el Socialdemócrata, fueran declarados ilegales, quedando su grupo como partido único en el poder.
A partir de ese momento Hitler procedió a llevar a cabo en forma acelerada su proyecto de transformar la sociedad alemana, eliminando sistemáticamente, una vez derogados todos los derechos constitucionales y cívicos, a la clase obrera y a toda otra oposición a su régimen. A tal fin se creó la Geheime Staatspolizei (GESTAPO) y se construyeron campos de trabajos forzados. En sólo dos años (de 1933 a 1935) la estructura de Alemania fue transformada por completo en un Estado centralizado. En virtud de la ‘Gleichschaltung’ (igualación), todas las organizaciones privadas de negocios, sindicatos y asociaciones agrarias, así como la educación y la cultura, fueron sometidas al control y a la dirección por parte del Partido. El ‘Nuevo orden’ nazi, aunque consiguió acabar con el desempleo, elevar el nivel de vida de los trabajadores y campesinos y enriquecer a los grupos dominantes, sirvió más que nada para poner en marcha una gigantesca maquinaria de guerra con la cual iba a poder Hitler emprender más tarde la ruinosa aventura bélica que todos conocen.
El caso italiano fue similar al alemán. Mussolini se hizo con el control del Gobierno italiano en 1922. Inmediatamente deslegalizó a todos los partidos políticos, excepto, claro está, el Fascista. Los sindicatos fueron abolidos y las huelgas prohibidas ; la oposición política fue silenciada. Al contrario que Hitler, Mussolini carecía de un programa político para resolver los problemas sociales y económicos del país, excepto su decisión de dar carta blanca a los grandes negocios, ser pragmático y predicar la necesidad de disciplina ; el resultado fue que en 1926 se derogó la jornada de ocho horas, y entre 1928 y 1932 los salarios disminuyeron sensiblemente, hasta llegar a ser los más bajos de toda Europa. El poder adquisitivo de obreros y campesinos decreció entre un 50 y un 70%. El propio Mussolini reconoció que efectivamente había descendido el nivel de vida en Italia, pero que, afortunadamente, “… el pueblo italiano no estaba acostumbrado a comer mucho y que, por ello, sentía las privaciones menos que otros”. Ese declive alimentario no impidió, sin embargo, a Mussolini propugnar el aumento de la tasa de natalidad, con objeto de probar la virilidad de los italianos y de paso proporcionar futuro personal para las fuerzas armadas ; las campañas militares en el extranjero fueron concebidas, en efecto, principalmente como la solución para los problemas económicos.
El papel de la mujer en la sociedad fascista era exclusivamente el que acabamos de ver:traer hijos al mundo ; a tal efecto las mujeres fueron apartadas de los puestos de responsabilidad y de la educación, y la planificación familiar fue declarada ilegal en 1927. Como lo pone el fascista italiano Ferdinando Loffredo, “… la mujer debe volver a la sujeción por parte del hombre, ya sea padre o marido, y debe reconocer por tanto su propia inferioridad espiritual, cultural y económica”. Esa tendencia decididamente sexista fue adoptada también más tarde por los fascistas franceses ; Pierre Drieu La Rochelle, un apólogo de la ocupación de su país por las tropas de Hitler, por ejemplo, afirmaba que las mujeres, al carecer de las cualidades espirituales del hombre, eran la fuen-te de la decadencia. Desde un principio la filosofía del fascismo italiano proclamó a los cuatro vientos la excelencia de las virtudes guerreras, ya que no sólo se veía la conquista militar como una virtual solución de los problemas económicos del país, sino que se encomiaba a las virtudes militares per se. Entre los slogans favoritos del régimen estaban los de “¡Nada se ha conseguido en la historia sin derramamiento de sangre!” y “¡Un minuto en el campo de batalla equivale a toda una vida pacífica!”. El propio Mussolini exigía que se le obedeciese a lo militar. El macho italiano había de ser darwiniano, y no humanitario, duro, y no blando,masculino, y no femenino. Preocupados por la salud moral de la sociedad, los fascistas denunciaron la ‘decadencia’ en todos sus aspectos: hedonismo, materialismo, individualismo, democracia y laxitud sexual.
 
B) BASES IDEOLÓGICAS DEL NAZISMO Y DEL FASCISMO
Explicaciones psicológicas de la mentalidad fascista
En 1933, simultáneamente al triunfo del nazismo en Alemania, el gran psicólogo Wilhelm Reich se preguntaba dónde residía la contradicción en el seno de la clase obrera alemana o, mejor dicho, “… cómo se manifiesta concretamente en el obrero lo reaccionario y lo progresivo y revolucionario”, extendiendo el planteamiento también a los sectores medios de la sociedad alemana. En resumen, Reich detectaba una incongruencia entre economía e ideología que el marxismo no conseguía aclarar. Para dar respuesta a este interrogante propone entonces su teoría de la economía sexual, que pretende complementar el análisis socioeconómico marxista con el psicoanalítico de Sigmund Freud, que, como es sabido, se basa en cuatro descubrimientos fundamentales: que la vida psíquica es gobernada por procesos inconscientes incontrolables por el ‘yo’, que el niño pequeño desarrolla una sexualidad muy activa que nada tiene que ver con la reproducción, que dicha sexualidad infantil es reprimida por el miedo al castigo asociado a los actos y pensamientos sexuales y que las instancias morales en el hombre, lejos de tener un origen supraterrenal, derivan de las medidas educativas que los padres y sus representantes toman en la más tierna infancia del niño.
Partiendo de estos supuestos, la ‘economía sexual’ de Reich pretende ir más lejos aún que el psicoanálisis. Así, mientras que Freud intenta explicar la represión de los instintos primarios mediante el concepto de cultura (v.gr., el ‘principio de la realidad’, que siempre se opone al ‘principio del placer-displacer’), Reich supone que “… no es la actividad cultural en sí, sino que son las formas actuales de dicha actividad las que exigen esa represión”. La explicación del origen de una sociedad ‘patriarcal-autoritaria’ estaría, según él, precisamente ahí, en la incidencia combinada de familia autoritaria, Iglesia y Estado sobre el niño de corta edad. Así dice: “… la conjunción de las estructuras socioeconómica y sexual de la sociedad, así como su reproducción estructural, tiene lugar durante los cuatro a cinco primeros años de vida y en la familia autoritaria”, ya que “… la estructuración autoritaria del hombre se produce centralmente por el enraizamiento de inhibiciones y angustias sexuales en el material vivo de los impulsos sexuales”, y más adelante continúa diciendo:
“… la represión de las necesidades materiales más groseras no produce el mismo efecto que la de las necesidades sexuales. La primera lleva a la rebelión, mientras que la segunda, dado que somete las exigencias sexuales a la inhibición, que las sustrae a la conciencia, que se ancla interiormente bajo la forma de la defensa moral, impide la concreción de la rebelión contra am-bas formas de opresión. Hasta la propia inhibición de la rebelión es inconsciente. En el hombre medio apolítico no encontramos ni siquiera los atisbos de una conciencia de esa inhibición.
El resultado es el conservadurismo, el miedo a la libertad, incluso una mentalidad reaccionaria”.
Georges Bataille, por su parte, intentando, lo mismo que Wilhelm Reich, completar el análisis infraestructural (lo económico) mediante el análisis de la superestructura ideológica, explica el fenómeno fascista mediante la dialéctica de lo homogéneo y loheterogéneo: el poseedor de los medios de producción tiende, según él, a la ‘homogeneización’, mientras que el dictador totalitario apela siempre a lo ‘heterogéneo’. Lo ex-plica como sigue:

El simple hecho de dominar a sus semejantes implica la heterogeneidad del amo, al menos en tanto que amo, en la medida en que el amo se refiere a su naturaleza, a su calidad personal, como una legitimación de su autoridad, carac-teriza esta naturaleza como lo otro, sin poder rendir cuentas racionalmente. Pero no solamente como lo otro en relación con el dominio racional de la medida y de la equivalencia: la heterogeneidad del amo se opone también a la del esclavo. Si la naturaleza heterogénea del esclavo se confunde con la de la inmundicia en la que su situación material le condena a vivir, la del amo se forma en un acto de exclusión de toda inmundicia, acto cuya dirección es la pureza y cuya forma es sádica”.

Según Erich Fromm, hay varios caminos que conducen al hombre a huir de la libertad (lo cual expli­ca en parte la atracción que ciertas personas sienten por los movimientos fascistas y demás totalitarismos). Para él, el hombre actual tiene que escoger entre ser libre o no, amar a los demás o a sí mismo, practicar una ética biófila (i.e., seguir los ‘instintos de vida’ freudianos) o hacerse necrófilo (v.gr., dejarse llevar por los ‘instintos de muerte’), progresar o regresar. Debe elegir, en suma, entre el síndrome de crecimiento y elsíndrome de decadencia. Refiriéndose al concepto de libertad, Fromm dice que no es lo mismo ‘libertad respecto de’, que conduce directamente al egoísmo, y ‘libertad para’, la verdadera libertad en su opinión, que comprome­te al individuo consigo mismo. Según este autor, la libertad es algo que el ser humano ha conseguido al final de una trayectoria histórica a través de un moldeamiento de la sociedad sobre su propia individualidad. Es este un camino plagado de dificultades que se extiende en el plano individual, como indica el psicoanálisis, a lo largo de toda la evolu­ción de la personalidad, desde la infancia hasta la edad adulta. El no ser capaz de superar satisfactoria­mente todos los escollos puede desviar al individuo del camino correcto y producirle ‘males’: rebeldía, soledad, impotencia, ansiedad, etc. Y una mente de esas características es, como hemos visto que afirmaba Wilhelm Reich, proclive a comulgar con ideas totalitarias.
 
El pensamiento protofascista
Según Lukács, las ideas filosóficas que cristalizaron en el régimen nacionalsocialista de Hitler son rastreables en toda la corriente ‘irracionalista’ posthegeliana que, arrancando de algunos supuestos negativos del sistema de Hegel, fueron configurando el pensamiento reaccionario alemán de los siglos XIX y XX. Zeev Sternhell, por su parte, afirma algo parecido en relación con el fascismo italiano de Mussolini ; piensa, efectivamente, que el fascismo no constituyó en absoluto un fenómeno puntual, como algunos autores pretenden (un ‘paréntesis’ en la historia contemporánea, lo llamaba Benedetto Croce), y basa su presunción en dos aspectos:
a) El fascismo, antes de convertirse en fuerza política, fue un fenómeno cultural.
b) En el desarrollo del fascismo, su marco conceptual tiene un rol de especial importancia.
Para Sternhell, el fascismo, en sus diversas manifestaciones, es un fenómeno tre-mendamente complejo que no se puede describir con las ‘etiquetas’ al uso. Por ejemplo, el concepto de racismo, con ser importante, sobre todo en Alemania, no basta para defi-nir al fascismo, ni tampoco puede caracterizárselo correctamente en función de su opo-sición radical al marxismo, ya que en cierto sentido constituye “… el resultado directo de una revisión del marxismo”. Sternhell continúa diciendo:
“… quien persista en la idea de considerar el fascismo sólo como un subproducto de la Gran Guerra, un simple reflejo de defensa de la burguesía ante la crisis de la posguerra, se condena a no comprender nada de ese fenómeno capi-tal de nuestro siglo. Fenómeno de civilización, el fascismo encarna el rechazo por excelencia de la cultura política dominante a comienzos de siglo. En el fas-cismo de entreguerras, en el régimen mussoliniano, así como en los otros movi-mientos fascistas de Europa occidental, no existe una idea importante que no ha-ya madurado a lo largo del cuarto de siglo anterior al mes de agosto de 1914”.
Conformes con este punto de vista, y en la imposibilidad de extendernos demasiado sobre esta subyugante temática, terminaremos este trabajo resumiendo el pensamiento de tres autores que a su modo preludiaron estos movimientos: Nietzsche, Sorel y Heidegger. El último de ellos, como ya hemos mencionado, no sólo fue un precursor del nazismo alemán, sino que colaboró estrechamente con él desde su responsabilidad como rector de la Universidad de Friburgo durante todo el período en que gobernó en Alemania el Partido Nacionalsocialista.
FRIEDRICH NIETZSCHE (1844-1900)
A este autor se le suele a veces incluir dentro del ‘vitalismo’ por la importancia que en él cobra el término vida. No obstante, el sentido que Nietzsche da al concepto de ‘vida’ tiene poco o nada que ver con el que le otorgan los vitalistas ; se trata, en definitiva, de un autor al que en realidad no se puede encasillar en escuela alguna. Para él, igual que para su maestro Schopenhauer, la vida es dolor, lucha, destrucción, crueldad, incertidumbre, error, … En suma, es pura irracionalidad. Teniendo en cuenta esto, hay, según él, dos actitudes posibles ante la vida:
a) Renuncia y fuga (es lo que hace la moral cristiana y la espiritualidad común, y lleva alascetismo)
b) Aceptación de la vida tal cual es (exaltación de la vida y superación del hombre ; eso es lo que simbolizan los personajes legendarios de Dionisos y Zaratustra).
El necesario cambio de actitud ante la vida trae consigo, según Nietzsche, unatransmutación de los valores basada en la crítica a la moral cristiana. Opina Nietzsche que “… el hombre ha nacido para vivir en la Tierra” (es solamente cuerpo), y la moral cristiana (enfocada hacia una hipotética ‘vida futura’) es, para él, una moral de renuncia y ascetismo, pues se basa en los siguientes puntos:
– Rebelión de los inferiores, de las clases sometidas y esclavas, ante la casta su­perior y aristocrática.
– Sus fundamentos (desinterés, abnegación, sacrificio) son fruto del resentimiento del hombre débil ante la vida.
– El ‘hombre bueno’ cierra los ojos ante la realidad y no quiere de ningún modo ver cómo está hecha; esto le conduce al pesimismo y al nihilismo.
Nietzsche detecta en el arte (ya desde los tiempos del arte griego clásico) huellas de estas dos actitudes ante la vida. Según él, la filosofía de Sócrates y de Platón, con su mo­ral de renuncia a la vida y decadencia, introdujo lo ‘apolíneo’, sobre todo en el arte plástico, dondese da la armonía de las formas, transfigurando lo horrible y absurdo en ‘imágenes ideales’, ya sean sublimes o cómicas.A nivelsimbólico podríamos decir que ha habido un intercambio de dioses: Apolo en vez de Dionisos. Sólo ve Nietzsche restos de lo ‘dionisíaco’ en algunas obras musicales, y especialmente en las óperas de Richard Wagner (Hitler, como es sabido, era un ‘wagneriano’ empedernido), en las cuales se nota, en su opinión, una ciertaembriaguez y exaltación entusiasta. En relación con esto, un término fundamental dentro del pensamiento de Nietz­sche es el del ‘eterno retorno’, que define como “… sí’ que el mundo se dice a sí mismo, expresión cósmica de aquel espíritu dionisíaco que exalta y bendice la vida”.Como ya sabemos, Nietzsche opina que el mundo se presenta desprovisto de todo carácter de racionalidad (no es perfecto, nibello, ni noble). Esta explosión de fuerzas desordenadas tiene en sí una ‘necesi­dad’, que es su voluntad de reafirmarse y,por ello, de volver eternamente sobre sí mismo. Dionisos (v.gr., el ‘superhombre’, caracterizado por lavoluntad de poder) acabará más pronto o más tarde por volver a sustituir a Apolo en el dominio del mundo: es una ley necesaria e inevitable.
Para Santiago González Noriega, la filosofía nietzscheana ha contribuido a configurar la cultura contemporánea en muchos de sus aspectos, y muchas tendencias vigentes hoy en día no existirían sin que su pensamiento las hubiese precedido de algún modo. Y Lukács, por su parte, le da la razón en cierto sentido al denominar a este filósofo “fundador del irracionalismo del período imperialista”.
 
GEORGES SOREL (1847-1922)
Principal discípulo de Proudhon, encuadrable dentro del socialismo utópico (aunque sabido es que a dicho filósofo no le gustaba que le encuadrasen en escuela alguna, y menos entre los ‘socialistas utópicos’). Sorel, como constatan Manuel & Ma-nuel, insistió en la utilización por parte de los políticos de las utopías como ilusorios “… planes de compromiso, paliativos, esbozos del futuro que ocultaban los conflictos sociales que atormentaban a una época histórica determinada pretendiendo mostrar a las fuerzas o clases en liza una vía de solución a sus dilemas, unas perspectivas azucaradas de paz social”. En su planteamiento utópico, pretendidamente basado en la experiencia histórica del hombre occidental, Sorel intenta conciliar a Proudhon con Marx, resultando, en opinión de Manuel & Manuel, una mezcla básicamente populista, que pudo ser manipulada indiscriminadamente por unos y por otros (hasta Benito Mussolini parece ser que se inspiró en su pensamiento, como hemos visto):

El atractivo que sigue ejerciendo Sorel se debe probablemente a sus invectivas contra la hipocresía social y contra los ampulosos principios oratorios. Convendría distinguir el mito soreliano de la gran mentira hitleriana, pues el mito no es una mera instrumentalidad ni un engaño, sino una moralidad, una manera de vivir que se convierte en verdad superior al ser abrazada por los heroicos adeptos. Sorel no fue un fabricante de imágenes ni un forjador de mitos. Encontró el mito en el corazón –en las emociones- de una nueva élite proletaria, de una potencial serie de héroes, y pretendió proteger el mito contra la destrucción en sus primeras fases, particularmente frágiles y vulnerables. En suma, pues, su uto-pía es una versión algo barroca de la fantasía humana muerte-resurrección”.

 
MARTIN HEIDEGGER (1889-1970)
Heidegger, en ‘El Ser y el Tiempo’ (1927), comienza preguntándose: ¿qué cosa es el ser?Esta pregunta se puede entender desde dos puntos de vista:
– El ser mismo (lo que se pregunta) : ser-ahi (‘Dasein’)
– El sentido del ser (lo que se encuentra): existencia  (modo de ser del ‘ser-ahí’).
Por lo tanto, el único significado que puede tener para nosotros la pregunta sobre el ‘ser’, según Heidegger, consiste en analizar la existencia, por constituir ésta precisamente la única posibilidad de referirse en cierto modo al Ser. Heidegger llama a este proceso ‘analítica existencial’. La misma consiste, pues, según Heidegger, en una elección de posibilidades, o comprensión, que puede realizarse a dos niveles:
Existentiva u Ontica  (se refiere a la existencia de un hombre singular)
Existencial u Ontológica  (atañe a la existencia misma, en abstracto).
Heidegger, como buen fenomenólogo, no se interesa por los casos particulares. Por tanto, cuando él habla de ‘existencia’, entiende la segunda versión de la misma (‘existencial’ u ‘ontológica’): La existencia es fundamentalmente trascendencia. O, dicho de otro modo, la existencia se puede definir como ‘estar-en-el-mundo’, por constituir el mundo, en efecto, el proyecto de las posibles actitudes y acciones del hombre. Y esa existencia del ser humano sobre la Tierra consiste, según Heidegger, básicamente en tener cuidado de las cosas (y de los demás hombres). Esto se podría entender de dos maneras:
– Librar a los demás de sus cuidados (‘existencia inauténtica’)
– Ayudarles a ser libres de asumir sus propios cuidados (‘existencia auténtica’)
Es decir, que Heidegger se inclina más por este segundo aspecto de la existencia humana. Para él, en efecto, la misión del hombre estriba precisamente en vivir para la muerte, entendiendo la ‘muerte’ como posibilidad de la imposibilidad de la existencia. La íntima relación que esta manera de pensar guarda con el ‘realismo heroico-popular’ de Hitler y sus secuaces, especialmente en lo que respecta a sus afanes belicistas, resulta, en nuestra opinión, evidente.
 
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