Historias
impertinentes
1,-Pues
verás, Pedro. Yo lo veo así: Todo lo que se ha escrito hasta ahora
del famoso arché (léase arjé), son tonterías. La verdad es que
había una vez un comerciante que se dedicaba, como buen comerciante
a llevar y traer materias de unas tierras a otras y surcaba el
Mediterráneo, de aquí para allá y de allá para aquí, mirando la
línea de la costas e imaginando, pensando, en las largas noches
sobre cubierta que, igual que su barco flotaba sobre el agua, debía
hacerlo la tierra. Si el hombre no notaba el movimiento era porque la
tierra es más grande que un barco y el meneíllo apenas se notaba.
Él comerciaba con toda clase de mercaderías de "grecia traía
velos y de Cachemira, chales"; así que como en números no
estaban muy impuestos en aquella época, tuvo tiempo de pensar un
método para no engañar demasiado a sus clientes y se le ocurrió
eso que ha pasado a la historia como Teorema de Tales, que es una
forma de hallar relaciones exclusivamente geométrica, que se podía
pintar en el suelo, llegado el caso. Una noche, insomne y sin
preocupaciones, miró al cielo y se dió cuenta de dos cosas:
primero, que cuando iba de Grecia hacia allá, por las noches, una
determinada estrella quedaba siempre a su izquierda; mientras que,
cuando volvía de allá para Grecia, la mismita estrella le quedaba a
la derecha. Así que, para saber si estaba en el rumbo correcto,
decidió guiarse por aquel punto en el cielo. Más tarde, a esa
estrella se le llamó Polar, pero para eso era necesario que se
supiera que había Polos, cosa que Tales no sabía y tampoco le
importaba mucho. Como era muy observador y tenía que estar atento a
los cambios en el agua para una travesía placentera, aprendió a ver
las señales de bonanza o turbulencia antes de hacerse a la mar y sus
observaciones le valían para predecir tiempos de abundancia o
escasez en la tierra. Así que cuentan que, anticipando una época de
vacas flacas, compró todo el grano que pudo, lo acumuló en sus
silos y esperó. Cuando las cosechas empezaron a fallar, cuentan que
hizo un gran negocio. Siendo comerciante, no podemos pensar que lo
regalara.
Andando
el tiempo, cuando ya Tales era de "los tiempos de Mari Castaña",
Aristóteles, que le gustaba dejar todo atado y bien atado, le nombró
como el primer filósofo e hizo una interpretación personal de las
razones que tendría para decir que "todo es agua", las dió
muy filosóficas, porque decir simplemente que a un marino le importa
más el agua y su estado que cualquier otra cosa, al Maestro le
sonaba muy prosaico. Desde entonces, dada la tendencia de los
filósofos a copiarse unos a otros, en manuales, tesis, escritos
pretendidamente originales, ensayos y otras zarandajas, se fué
pasando de unos a otros, de generación en generación y como
verdaderas razones, la interpretación aristotélica. Pero si te
fijas bien, esa interpretación es propia de un urbanita que se pasa
la vida paseando (o sea, peripateticando) por un pórtico, dando
lecciones magistrales con el dedo en alto y que podía haberse
acercado al Pireo y meditar mirando al agua, pues no se le ocurrió.
Y
esta es mi visión de Tales o Thales, que nació en Mileto y murió
sin ver las naves que invadirían su ciudad y otras más, que también
es mala pata...... Perdona la lección, pero no quiero que te engañen
los filosofillos al uso. Ninguno sabe nada de este señor. Yo sí,
porque en una de mis vidas pasadas, según un test que he hecho en
internet, he sido una guerrera de una tribu salvaje y chamán de otra
tribu, que tampoco debía ser muy civilizda. Por eso mis hermanos, en
cuanto empecé a hablar, supieron que iba a ser totalmente
contestataria.
Un
saludo y que tengas un buen día.
2.-Me
baso en tu dibujo, que es bonito y yo no sé hacer cosas así: Tú
eres Azareas. de la Isla de Santorini, que repartes, de puerto en
puerto, preciosas telas con las que, tanto mujeres como hombres,
gustan de adornarse.
Pon
una A en el vértice marrón de más o menos 45º. Pon una B en el
segmento que, hacia arriba, se convierte en rojo. Acorta el lado que,
en la figura sirve de base a tu triángulo marrón. Esa base es una
línea que representa el oro que yo tengo para pagarte. ¿cuánta
tela me puedes vender?, ¿Y si me la partes y sólo quiero un trozo,
cuánto oro te daré? Tales, pintaría en el suelo parte de tu dibujo
y establecería una relación geométrica entre el trozo que tú me
das de la tela y el oro que quieres recibir. Relaciones, sólo
relaciones. Los segmentos iguales en la línea de arriba, son
directamente proporcionales a los segmentos de la linea de abajo.
¿Cómo hacemos los segmentos iguales en la línea de abajo? Trazando
paralelas a la línea que une sus dos extremos.
Este
es el teorema de Tales, tal como Tales lo utilizaba. No te fíes de
imitaciones modernas, que van más allá de Tales. Los sabios, a
veces, resuelven lo problemas que necesitan resolver sin más
complicaciones. Buenos días.
3.-Mucho
antes de que Minos arribara a Creta y la tomara como refugio y nuevo
hogar, el lugar era mucho más grande de lo que hoy nos queda. Lo
suficientemente grande como para permitir que la población se
multiplicara, se dedicara al comercio, puesto que el mar la rodeaba
por todas partes. Establecieron relaciones con los mismos fenicios
que seguían su viaje hacia Tarsis, donde cambiaban unos objetos por
otros. En aquellos tiempos no se utilizaba todavía el dinero y la
economía se basaba en el cambio. Los fenicios nos enseñaron a
contar pero nadie aprendió su lengua ni su escritura. Los iberos,
tribus que se unían por familias y clanes, conservaban la línea
matriarcal en sus derechos de sucesión (la línea mitocondrial). Y
todos escondían un secreto, Pedro, habían llegado a las tierras que
ahora llamamos costas cuando los dioses decidieron la última guerra
a vida o muerte en una trifulca que ni siquiera había empezado en
este planeta.
Ya sé, Pedro, que eres reacio a las historias que
no estén basadas en la humana razón o en los textos de esos griegos
a los que estás dedicando tantas neuronas, que, mucho me temo, no te
van a quedar para saltar conmigo en el tiempo. Quisiera decirte que
la Humanidad ha evolucionado para bien y que cada vez lo haremos
mejor. Pero te mentiría, amigo. La Humanidad fué dejada aquí, por
aquellos que nos hicieron a su imagen y semejanza, para que
siguiéramos una lucha que no era la nuestra. Esta lucha no ha
terminado, la humanidad tiene muchos cachivaches, muchos juguetitos
electrónicos, y muchas máquinas de fotos adelantadísimas que, de
vez en cuando, nos dejan entrever lo que puede haber más allá de
nuestro horizonte astronómico, pero nunca nos dejarán bajar a
ninguno de esos sitios maravillosos, ni nos dejarán volver a la
luna, ni nos estableceremos en Marte. Y, tajantemente prohibido poner
los pies en Europa, el satélite de Júpiter. Nunca iremos más allá
del Cinturón Repujado. No en persona. La humanidad se está
gestando, Pedro, no tiene edad, no ha nacido, no somos más que un
experimento que, hasta para nuestros creadores, va demasiado lento.
Y, además, como ocurre con todo experimento de laboratorio, cuando
se quiere usurpar el lugar del creador, estamos llenos de genes
atávicos que nos llevan a la locura. La locura se manifiesta de
muchas formas, hasta inventando explosivos que no podemos manejar y
destruir el Planeta sólo para probarlos, alarmando así, no ya a los
manipuladores, sino a seres de todo el Universo que les exigen que
arreglen este desaguisao. Pero, con todo su saber, con todo su poder,
no saben cómo atajar nuestra locura. No estaba en sus Planes. Se les
hemos ido de las manos. Hace mucho tiempo que nos construyen juguetes
inofensivos, cámaras, cápsulas, como el sonajero que nosotros damos
a los niños cuando están inquietos.
Pero, yo te voy a decir,
el secreto de todos los secretos, amigo: nos dejaron mucho más de lo
que estamos dispuestos a admitir. Nos dejaron su historia escrita en
las piedras, en el oro, en metales duraderos, en sus pinturas. Nos
dejaron nuestra historia, mezclada con la suya y nos dejaron su
palabra y su pena por abandonarnos. Y nos dejaron en Edad de Piedra,
en el nivel evolutivo en que nos encontraron, pero con un cerebro
manipulado y loco.
No te hablaré de ellos, Pedro. No todavía.
Antes quiero relatarte qué pasó con Minos, descendiente directo de
Vulcano, con quien nunca se llevó bien, como debe de ser. Antes de
que lo vuelva a perder, pondremos aquí punto a este capítulo.
4.-
¿Tú
sabías, amigo, que hubo dos creaciones? Y existieron unos hombres
(homines boni ) que, desde la mas remota antigüedad, por vía oral,
de unos a otros, se comunicaron unos misterios peligrosos que, todas
las fuerzas del mal han tratado de borrar y no lo han conseguido. En
todas partes del Planeta, en las frondosas selvas, en las elevadas,
planicies, en los deslumbrantes glaciares, en los abrasadores
desiertos, casi siempre solos o con grupos pequeños han recorrido el
mundo de parte a parte. Nosotros les hemos llamado “druidas”,
pero ellos no se llamaban nada; eran artesanos, comerciantes, monjes,
caballeros con una misión: guardar los ancestrales secretos y
comunicarlos uno a uno a hombres por ellos elegidos, cuando
consideraran que la Humanidad podía comprenderlos. Tenían poderes
especiales, como el viajar con el viento, hablar con los pájaros,
saludar al olmo más viejo del bosque (entre los olmos hay una
jerarquía, ¿sabes? Y es de muy mala educación dirigirse a un joven
sin pedirle permiso al jefe, que se supone el padre de todos los
demás.) Tienen el don de hacerse invisibles y acompañan a los
moribundos, cuando se encuentran solos en sus afiebradas noches,
avisan a los animales de la cercanía del hombre, no comen carne ni
pescado porque lo consideran comerse un cadáver; sólo se alimentan
de los productos que en sus caminos les van ofreciendo los árboles.
Son entendidos en remedios y hechizos, saben de bebedizos de amor y
odio; pueden tomar la apariencia de los unicornios blancos (siempre
blancos). Visten túnicas blancas y, para el invierno tienen capas
con caperuzas que les tejen las mujeres de ovejas níveas. Si te los
encuentres, cédeles el paso que llevan dentro un peso divino; no les
hables, pero si te dirigen la palabra, escúchalos atentamente: nunca
hablan en vano. Quizá quieran que te unas a sus grupos para, poco a
poco, hacerte memorizar sus maravillosos conocimientos. Y seguro,
seguro que te hablan del arjé, primigenio, indeterminado,
innombrable, eterno, espíritu que pasa a material. Yo, mañana te
hablaré de él.
Hoy
sólo te diré acerca de Minos que aquel Minotauro del que habla la
leyenda griega (los griegos fueron utilizados por los dioses para
decir medias verdades o disfrazar la realidad. Homero era un enviado
de los dioses, una Némesis a la viceversa) aquel minotauro nunca
existió y en el Laberinto se escondía algo mucho más valioso. Te
daré una pista: Cuando Enlil (que reinaba sobre “los dioses que
bajaron del cielo”) estaba en la Tierra, ésta se encontraba en la
Era de Taurus a punto de entrar en la de Leo (o, al revés, el orden
no altera la historia) y, siguiendo una costumbre de los tiempos
pasados, el animal que representaba a Enlil era el Toro. Y, por
aquellas fechas, como ocurre cuando nuestro Planeta abandona un signo
para entrar en otro, pasaron muchas cosas al mismo tiempo y no todas
buenas. Ni para la tierra, ni para la humanidad. Vale, Pedro. Te he
dicho mi verdad. Casi todas las cosas las vi y muchas las viví. Mi
memoria, después de tanto tiempo no diferencia bien lo visto de lo
vivido. Eran tiempos tempetuosos.
5.-
No
te extrañes de la suerte de Europa, Pedro, porque esta mujer desde
muy joven dió muestras de casquivanidad, a juzgar por los dimes y
diretes que provocó entre los mismo dioses. Y no es que ellos fueran
muy virtuosos, así que hemos de pensar cómo sería la señora para
escandalizar a todo el Atlas. Europa ya en su ciudad era bastante
conocida, cuando le comunicó a sus padres su primer embarazo, del
que (como era costumbre en la época entre las jóvenes poco
virtuosas) echó la culpa a Zeus, a quien no le importaba la fama de
mujeriego que le iban poniendo. Antes eso que descubrir uno solo de
los secretos mortales. Además, Zeus nunca sabía si las hijas de
los hombres decían la verdad cuando le adjudicaban un hijo. Pero
esta pernocta en concreto se había producido con Apis, o con
cualquiera de los cuatro toros divinos que le llevaban las noticias
al “de amable faz”. Y, el niño salió humano por fuera pero
dentro agresivo, feroz en las batallas, tanto familiares como
externas y, la verdad sea dicha, no tenía muchas luces, sólo la
fuerza del padre. Minos siempre llevó muy a mal ser hijo de un toro
y, cuando salió de su ciudad para Creta, se hizo acompañar por su
madre y un novillo recién nacido, cuya procedencia nunca quiso
preguntar. Lo primero que hizo, cuando se hubo apropiado de toda la
Isla, fué llamar a Dédalo de quien le habían dicho que era el
mejor arquitecto de la época y mandarle las obras de un Laberinto
subterráneo. Acabado éste, encerró allí a su madre, al novillo,
al constructor y a su hijo (que era inocente, pero a Minos, cuando se
le cruzaban los cables, embestía al bulto).
Con
el pasar de los tiempos y el cambio de las costumbres no se consideró
decente que una mujer tuviera tratos con un toro, por muy divino que
fuera, y le cargaron el muerto a la pobre Pasifae, que nunca amó más
que a su bruto marido.
Y
eso es, amigo, lo que había en el Laberinto de Minos. La abuela ya
hacía tiempo que había muerto y sólo quedaba el novillo, que ya
era un toro como Dios manda. Dédalo sintió piedad por la vieja y,
bajo la vobina mirada del novillo, la cuidó durante mucho tiempo.
Luego, muerta la pobre mujer, con muerte dulce por cierto. (Nada,
cerró los ojos y ya no quiso abrirlos más), dicen que pasó la
laguna Estigia sin problemas, porque hasta Cancerbero se apiadó de
ella. Dédalo dió que hablar a la posteridad por las alas que le
confeccionó a su hijo para escapar desde un ventanuco al que el
torito les ayudó a subir. En realidad, la idea era buena, pero hay
que comprender a Ïcaro, viviendo entre tinieblas toda su vida,
cuando vió la luz del sol. Y, lo demás es historia. Falsa, como
toda ella, pero historia.
6.-
Cuando
el Sol desapareció, llevándose con él a La Luna, planetas y
estrellas, ya hacía muchos días que los hombres de blanco los
habían repartido por las distintas cuevas, lejos del alcance de lo
que estaba por venir. Algunos habían bajado a las profundidades y
pudieron hacerse con ciertas planchas en las que se narraba la
historia tal como había sido, aunque sabían que pasarían muchos
siglos hasta que los cabezas negras, si alguno conseguía sobrevivir,
pudieran leerlas y comprenderlas. También dibujos geométricos en
los que se daban instrucciones para la construcción de algunos
utensilios que se irían necesitando a lo largo de los años, si es
que la Tierra volvía a ser la Tierra.
Muchas
horas habían pasado desde que vieran el “gran resplandor” a
Occidente, al que respondió el “gran resplandor” de Oriente. Fue
la última luz que brilló sobre el Planeta. El día se hizo noche al
unirse las ondas expansivas y un fuego sin llama arrasó todo a su
paso.
Dejaron
pasar muchas más horas en actitud recogida, impasibles: el Destino
se estaba cumpliendo y ellos debían terminar su tarea. Se les veía
mover los labios recitando palabras en idiomas desconocidos. Los
cabezas negras se afanaban en acondicionar y repartir los distintos
rincones de las cuevas, intentando contentar a todos y atajando los
conatos de pelea que pudieran surgir. Se habían agrupado por
estirpes. En círculos, delimitados con los dedos en el fondo
arenoso, se reunía la madre y el padre de más edad. Aunque pocos
sabían qué era la edad, sí sabían quienes habían nacido antes y
las mujeres llevaban grabadas en su memoria los hijos que habían
llevado en sus vientres. Y así, con los mayores en la parte más
cercana a los muros, se iban colocando por parentesco, por afinidad,
por uniones. Vistos desde la Piedra de hablar, un Alto sin capa, el
único que era cabeza negra, ni joven ni viejo, que no tenía ni clan
ni familia, vigilaba la distribución. Unos círculos eran tangentes
a otros, con un sólo miembro común; otros se fundían, con algún
elemento suelto que, a su vez, se unía a otro círculo más grandes.
Los
altos hombres de capas blancas le dejaban atrás, porque él nunca
abandonaría a los cabezas negras, alguien tenía que hacerse cargo
de ellos. Eran como recién nacidos y estaban todos muy asustados e
inquietos. No sólo no sabían, es que no entendían, ni entenderían
nunca por qué les habían agrupado en aquellas cuevas. Quizá los
altos ya no los necesitaban y los iban a enterrar para que murieran.
Pero habían visto aquel enorme pozo lleno de agua negra y las
puertas, muchas, allá en el fondo, que alguien dijo que eran más
cuevas con mucha comida. Mucha tierra blanca que los altos traían en
sus carros voladores de algún sitio entre las estrellas y que
llamaban farana. Y, lo que llamaban fratas, cubiertas con algo
pegajoso que impedía que se estropearan, y, algunos, que habían ido
hasta el final, habían visto una tierra muy grande dónde estaban
creciendo cosas verdes. Había luces en el techo, pero no era el
cielo y, en la puerta, una palabra que alguien pudo leer: Huerto. Era
tierra para cultivar y ya había, al fondo, dónde la cueva acababa,
unos árboles muy pequeños, tan pequeños que no servían para nada.
Pero El Alto les diría qué había que hacer. Al Alto lo conocían
todos. Era el que aparecía cuando alguien estaba enfermo, el que
hacía lo justo, el que les enseñó a hacer vestidos, el que les
enseñó a encender y conservar el fuego de sus chozas, el que
apagaba los incendios, cuando el Amo se enfadaba y les disparaba
aquellas luces como culebras. El Alto traía su carro lleno de agua y
restablecía la calma. Todos decían que era su Padre, el de todos y
cuando estaba presente, sentían que nada malo podía pasarle.
Arriba, en la Montaña, según algunos, todos le llamaban Enki.
Ellos, primero uno y luego todos le llamaban simplemente “Padre”
y él sonreía y acariciaba la cabeza de los pequeños que le seguían
a todas partes, aunque procuraban no molestarle. Las madres se lo
decían: “dejad en paz a los padres, pero, sobre todo, no molestéis
al Padre con tonterías”. Un día, el Padre volvió la cara
sonriente y dijo: “deja que los niños me acompañen. Dónde yo
voy, puede venir cualquier niño”. Con el tiempo, los traidores,
cambiaron la frase y dijeron que lo había dicho otro. Puede ser
verdad, puede ser falso, como la historia que te estoy contando.