sábado, 14 de noviembre de 2015

DEFENDÁMONOS DE LOS DIOSES (CAP. 3 )




3 Cómo se manifiestan los Dioses
Manifestaciones privadas
Apariciones
Iluminaciones
La «escritura automática»
Efectos de la iluminación
Mecanismo para captar discípulos
Contagio psíquico
Cualidades naturales de la mente
«Inspiraciones» y «ayudas» a individuos
Manifestaciones públicas
Ayuda a «causas»


Pero ¿en verdad se manifiestan? Porque la pregunta que más frecuentemente se escucha es: « ¿Por qué no se manifiestan?»

No se manifiestan (de la manera como los hombres quisiéramos que se manifestasen) simplemente porque no les interesa. Se manifiestan, en cambio, de otras sutiles maneras con las que,
1) consiguen lo que quieren de nosotros
2) nos permiten seguir pensando que nosotros somos los reyes del planeta
Veamos cuáles son sus maneras de manifestarse.

Los Dioses se manifiestan directamente de dos maneras muy diferentes:
  • Se manifiestan públicamente a pueblos enteros o a grupos más o menos numerosos de seres humanos
  • Se manifiestan privada e íntimamente a determinados individuos, causando en ellos un gran impacto psíquico y haciendo, de ordinario, que sus vidas cambien por completo desde el momento en que tiene lugar la manifestación o el «encuentro» con el Dios
     

Manifestaciones privadas

Comenzaremos por examinar esta manifestación personal e íntima, que precisamente por tener estas características, pasa la mayor parte de las veces inadvertida, no sólo por la sociedad, sino hasta por las mismas personas que circundan al que la experimenta.

Esta manifestación puede tener muchos grados, siendo difícilmente disimulable por parte del individuo, cuando es avasallado y vehemente, de modo que la persona se ve como completamente inundada por la presencia del ser extrahumano. Pero en muchos casos, la presencia del Dios se hace sentir de una manera más suave y gradual, de modo que el individuo puede fácilmente disimular lo que le está pasando.

Y al hablar así, estamos ya tratando de lleno un viejísimo fenómeno del que la humanidad ha sido testigo —un testigo asombrado— y del que ha dejado testimonio impreso en todas las historias y literaturas, incluidos los primeros petroglifos de los que tenemos conocimiento.

Se trata del fenómeno de las apariciones —cuando son visibles— y de la iluminación, cuando ésta sucede es la interioridad del individuo.
 


Apariciones

Las apariciones son un fenómeno, que por más que algunos lo cataloguen como algo puramente subjetivo, está presente en todas las religiones, incluida la religión cristiana; y no sólo en las religiones, sino en las tradiciones de todos los pueblos del orbe. A estas alturas sería totalmente pueril el pensar que sólo son verdaderas las apariciones que se dan dentro de la religión cristiana, como sería igualmente ingenuo el pensar que todas las apariciones que nos presenta la Iglesia como «auténticas» sucedieron así en la realidad.

En todo este fenómeno, considerado de una manera global, siempre ha jugado un papel muy importante el psiquismo desajustado de muchas personas.

Pero de lo que no se puede tener duda alguna es de que en todas las épocas ha habido personas dignas de toda credibilidad que han asegurado —muchas veces con detrimento de su fama y hasta con peligro para sus vidas— que se les había aparecido tal o cual entidad luminosa, encima de algún árbol o fuente, y que tal entidad les había comunicado un mensaje.

De ninguna manera quiero convertir este capítulo en un tratado exhaustivo acerca de las apariciones religiosas o extrareligiosas, pero no tengo mas remedio —si quiero dar algún fundamento a la manifestación de los Dioses entre nosotros— que señalar algunas de las peculiaridades o de los tópicos de estas apariciones de seres extrahumanos.

Si el lector ha sido en alguna ocasión aficionado a leer historias o vidas de santos (y no precisamente de tiempos remotos sino contemporáneos a nosotros, como son las vidas de San Juan Bosco, San Antonio Ma. Claret, el Padre Pío, Fátima, Garabandal, etc.) allí habrá podido ver muchas de estas peculiaridades, admitidas y bendecidas por las autoridades eclesiásticas, que no sólo no tienen dudas sobre ello sino que además las usan para convencer a los fieles de la verdad de la doctrina que ellos predican.

Y como detalle de enorme importancia, podemos añadir que estos mismos hechos con idénticas peculiaridades, se dan en todas las demás religiones en las que vemos a sus santos varones visitados por «Dios» o por sus mensajeros, como quiera que éstos se llamen, conforme a las múltiples religiones en que la humanidad está dividida.

Muchos de estos videntes no sólo ven, sino que también oyen, palpan y perciben olores de los misteriosos visitantes. A veces incluso reciben, salidos de la nada, objetos que les son entregados. Como algo sospechoso, tendremos que añadir que con gran frecuencia ciertos detalles a primera vista insignificantes, se repiten en apariciones de muy diverso tipo: los videntes suelen estar orando o por lo menos, retirados; no es raro que estén ensimismados, en un estado de semisomnolencia, tumbados en la cama o recostados en el campo; muchas veces la visión ha tenido lugar en una cueva, cerca del agua o encima de algún arbusto, apareciéndose el ser repetidamente y en fechas periódicas previamente fijadas.

Parece que todos estos «detalles» predisponen las mentes de los videntes y las sintonizan con la frecuencia en que operan las respectivas apariciones, facilitando así la visión y la comunicación.
 


Iluminaciones

Aunque podríamos extendernos muchísimo describiendo este misterioso e interesantísimo fenómeno de las apariciones, como ya lo hemos tratado más a fondo en otra parte («Visionarios, Místicos y Contactos Extraterrestres») preferimos detenernos más otra de las maneras privadas que los Dioses tienen de manifestar la llamada «iluminación».

Si bien es cierto que en la mayoría de los casos en que hay una aparición, ésta va acompañada de una iluminación o ilustración de la mente del vidente, sin embargo en muchas ocasiones no así, ocurriendo la iluminación sin que haya tenido lugar aparición alguna. Como ya apuntamos más arriba, la iluminación puede se repentina o puede ser progresiva.

En las iluminaciones repentinas el sujeto se siente súbitamente inundado por una felicidad que empapa no sólo el espíritu, sino que lo cala hasta los rincones mas profundos de su cuerpo; y junto con ese sentido de felicidad inefable, el ser humano siente su mente y su inteligencia repentinamente agrandada con conocimientos que nunca antes había tenido y de los que ahora se siente seguro.

Naturalmente, el individuo relaciona lo que está sintiendo por dentro, con lo que está viendo; y siendo tan arrebatadora la experiencia por la que está pasando, no puede menos de relacionar la persona que está viendo, con Dios o con algo que procede muy directamente de Dios. Ante tanta felicidad y tanto asombro, la capacidad crítica del vidente se hace nula, y ni por un momento; duda de que aquello que tiene delante, que es capaz de causar en él tal transformación, no sea algo divino o Dios mismo.

El que quiera estudiar a fondo todo este fenómeno, debería leer a un autor clásico en estas materias que por desgracia es muy poco conocido en el mundo hispano parlante; me refiero a William James —uno de los padres de la moderna psicología— y a su libro: «Variedad de las experiencias religiosas» en el que desapasionadamente y de una forma objetiva y magistral hace un análisis exhaustivo de todo este fenómeno al que relaciona con el misticismo cristiano, la llamada «santidad», los estados de trance, etc.

W. James, a pesar de no proceder del campo religioso y de dictar sus clases en una Universidad laica, sin embargo no duda de la realidad de las transformaciones instantáneas de muchos de estos iluminados —algunos de los cuales eran amigos de él y miembros de la nobleza inglesa— y en vez de negarse a oír o de recibir las informaciones con la sonrisita con que lo hacen muchos de los autollamados «científicos», investigó a fondo durante muchos años todos estos estados alterados de conciencia llegando a conclusiones interesantísimas que es lástima desconozcan la mayoría de los teólogos y autoridades eclesiásticas.

El fenómeno psicológico de la iluminación, en tiempos pasados estaba muy relacionado con la conversión religiosa y estaba muy condicionado a la presencia o a las prédicas de algún gran predicador o santo. Hechos de esta clase abundan y superabundan en las vidas de todos los santos y no dudamos por un momento de que en realidad haya sido así. No sólo los admitimos, sino que los extendemos a ámbitos y circunstancias ajenas a lo religioso, aunque entonces reciban otros nombres.

En la actualidad este proceso de iluminación se sigue dando, pero en una sociedad mucho más secularizada e independiente de la influencia religiosa, ya no está tan íntimamente relacionado con creencias teológicas y sí más con ideologías esotéricas, y filosofías orientales panteístas o cósmicas. Aunque hay que admitir que todavía —sobre todo en algunas sectas protestantes— el fenómeno de la iluminación está completamente entremezclado con lo religioso recibiendo entre ellos el nombre de «conversión», «bautismo del Espíritu Santo» o «nuevo nacimiento».

En la actualidad, en las personas de una mentalidad liberal o agnóstica, pero con un grado alto de cultura y dotadas de una gran sensibilidad hacia la naturaleza (y muy en especial entre aquellas influenciadas por las filosofías orientales, y practicantes de algún tipo de meditación, de acuerdo con estas filosofías), cuando se da el fenómeno de la iluminación, éste no suele tener las connotaciones religiosas que son frecuentes entre las personas menos cultas, y no suele impulsar al individuo hacia una corroboración o admisión de tales creencias, sin que le haga identificar la experiencia con algo «divino», «religioso» o «sobrenatural».

Por lo general, el individuo de estas características que experimenta la iluminación, si ve alguna entidad luminosa no la suele identificar tan fácilmente con Jesucristo o con algún personaje de la teología cristiana; y en cuanto a la paz y felicidad interna de que igual mente se siente inundado, la atribuye más bien a una comunión con el Cosmos o con la Gran Inteligencia difusa en todo el universo, a la que no tendrá inconveniente en identificar en último término con la Primera Causa.

Pero en el fondo, tanto los hechos externos al sujeto como el mecanismo psicosomático envuelto en todo el proceso, son exactamente los mismos, sea que se den en el ambiente religioso o fuera de él, y lo mismo da que ocurran en seno del cristianismo o en cualquiera de las otras religiones. La iluminación, en fin de cuentas, es un fenómeno trascendente porque el ser humano salta involuntariamente la barrera hacia otras dimensiones o niveles de existencia. En realidad es forzado a saltar sin que le quede otra alternativa, ante lo que se presenta frente a sus asombrados ojos.

Entre los místicos católicos nos encontramos con algunos de ellos que se resistía con todas sus fuerzas a esta invasión (aunque creyesen que provenía de Dios) de sus mentes; pero al mismo tiempo nos encontramos con que «Dios» acababa siempre por vencer esta resistencia y adueñarse por completo del alma del místico.

En realidad este es el fin y el motivo de todo este fenómeno: la posesión del alma del vidente.

En la teología cristiana, cuando el autor de tal violación es «el Maligno», entonces no hay inconveniente en llamarle claramente «posesión diabólica»; pero cuando la misma violación es practicada por «Dios», entonces se le llama «éxtasis» o «arrobamiento».

Pero no tenemos que olvidarnos de que estamos presentando el fenómeno de la iluminación — no importa el nombre que se le dé— como una de las maneras que los Dioses tienen de manifestarse a los hombres; aunque, como más tarde veremos, esta manifestación no es un acto altruista de ellos «para darse a conocer» o para «ilustrar al hombre», sino que es un acto para dominar al hombre y ponerlo a su servicio; es una auténtica violación de su mente con la que la condicionan para que más tarde trabaje en las tareas que ellos le asignarán (por supuesto, creyendo siempre el hombre, que está actuando con una voluntad totalmente libre y en pro de causas nobles, dignas y hasta santas).
 


La «escritura automática»

Por ser un fenómeno muy afín a la iluminación y por ser, al mismo tiempo, otra manera privada de manifestarse los Dioses, diremos algo de la llamada «escritura automática».

Este insidioso fenómeno, tan propenso a hacer fanáticos y que ha tenido y tiene engañadas y esclavizadas a tantas personas, consiste en recibir del «más allá» mensajes y comunicaciones de muy diverso contenido y de una manera específica. Los mensajes a veces son oídos claramente por el humano (que enseguida los pone por escrito), pero más frecuentemente no son oídos sino que es la mano la que los percibe directamente, poniéndose ésta en movimiento y escribiendo de una manera automática, sin que la mente sepa qué es lo que la mano va a escribir.

Ante un fenómeno tan extraño, lo más normal es que el sujeto que lo experimenta crea que ha sido «escogido» y se brinde voluntaria y alegremente a hacer su papel de receptor y de mediador.

Pero la triste verdad es que está siendo víctima de un abuso y de una indebida intromisión en sus procesos mentales. Muy probablemente cuando en el futuro quiera rebelarse contra tal papel de «mediador» o de «receptor» ya le será totalmente imposible y contra su voluntad tendrá que escribir horas y horas, «mensajes» que lo mismo pueden ser de las más bellas concepciones filosóficas, místicas o poéticas que estar llenos de groserías y necedades sin sentido.

También es frecuente que al principio de la experiencia los mensajes que reciben sean positivos, pero a medida que pasa el tiempo se vayan haciendo vulgares.

Lo malo de todo ello es que mucha gente pasa automáticamente de la innegable realidad objetiva del fenómeno, a atribuirle una bondad y una utilidad que dista mucho de tener.

Una de las cosas que más ata la mente de los que practican la escritura automática son las «profecías» que mediante ella reciben. Al ver que algunas de ellas (de ordinario intrascendentes y' sin importancia) se cumplen tal como habían sido predichas, caen en la trampa de creer que las más importantes se van a cumplir de igual manera, cosa que repetidamente se ha comprobado no ser verdad.

Estas «profecías» importantes suelen referirse casi sin excepción a grandes catástrofes. Sin embargo, pese a su reiterado incumplimiento, los receptores de estas «profecías» seguirán impertérritos recibiendo «mensajes» en los que se les explica por que no se cumplió la profecía y para cuándo se ha pospuesto el cataclismo.

Un ejemplo perfecto de lo que estamos diciendo lo tenemos en el autor francés Maurice Chatelain. En su libro «El fin del mundo» podemos ver cómo un científico de primera categoría como él (trabajó muy activamente en la NASA en el Proyecto Apolo) cae en la trampa de la «escritura automática» y nos dice las increíbles cosas que podemos leer en su libro. Junto a su innegable erudición, de la que hace gala en los interesantísimos datos científicos que nos da, tenemos «profecías» como la que nos dice que en el año 1982, si no ocurría el fin del mundo, habría grandes cataclismos.

Y en el año 1982 no hubo cataclismos extraordinarios al igual que no los habrá en 1999, ni en el año 2000 ni en ninguno de los años que Chatelain nos indica.

Emmanuel Swedenborg, otro científico de primerísima línea en su tiempo, (siglo XVIII), que fue también víctima involuntaria del mismo fenómeno, fue más crítico en sus apreciaciones y nos dejó este inestimable consejo:
«Cuando los espíritus le comienzan a hablar a un hombre, éste debe guardarse muy bien de creerles nada de lo que le digan. Porque casi todo lo que dicen son mentiras inventadas por ellos. Cuando hablan de cómo son las cosas de los cielos y de cómo es el universo, dicen tantas mentiras que uno se queda asombrado».

Efectos de la iluminación

Dejemos para más adelante los fines que los Dioses se proponen con estas iluminaciones y ahondemos en cómo se realizan; es decir, cómo ellos logran la difícil tarea de romper la barrera que los separa de nosotros y de conseguir manipular nuestra mente y ponerla a su servicio, y todo esto sin que nos demos cuenta.

En realidad llegan aún a más: han conseguido desde hace ya milenios, no sólo que no nos demos cuenta de su manipulación, sino que las autoridades y poderes constituidos acallen de mil sutiles o violentas maneras las voces de todos aquellos que denuncien tal situación.

Recuerdo que en mis estudios de teología en la universidad de Comillas, el profesor del tratado «de Ecclesia», hacía mucho hincapié en la importancia de la palabra de Cristo «mazeféusate», que traducida del griego, significa «haceos discípulos», pero en un sentido activo, es decir, «lograd que otros se hagan discípulos vuestros».

 En la nueva teología de los Dioses, esta palabra sigue teniendo una similar importancia.

Cuando años más tarde me sumergí en el estudio del fenómeno ovni, me quedé pasmado al constatar la importancia que a esta misma idea —aunque esté enunciada en palabras vernáculas— le asignan los misteriosos visitantes extraterrestres. Tanto ellos, como los que se presentan bajo formas celestiales o sagradas en las apariciones, hacen un tremendo hincapié en la circunstancia de «hacer grupos» y de «crear discípulos»; y de hecho, todos los videntes, contactados o iluminados, tienen una enorme facilidad para captar adeptos y para convertirlos a su manera de pensar.

Esta es una cualidad específica y curiosísima de todos estos tocados de los Dioses.

Por ser una cosa a la que atribuyo una gran importancia, voy a detenerme a explicar algo que hasta ahora no he visto nunca suficientemente esclarecido: el mecanismo por el que los iluminados de todos los tiempos han sido capaces de atraer a su causa —por disparatada que ésta fuese— a una multitud de adeptos, a los que acaban convirtiendo en fanáticos, carentes de criterio.

Cuando un ser humano tiene una aparición real de algún tipo (descarto aquí a toda clase de psicóticos y alucinados con sus visiones puramente subjetivas), su psiquismo tiene o sufre unas profundas alteraciones, aunque esto no sea visible fácilmente. En realidad, deberíamos decir «cuando un ser humano es víctima de una aparición», por más que en esta aparición él crea que el que se le ha aparecido es Dios, y por más que haya sentido su ser inundado por la presencia divina.

Como dijimos más arriba, se trata ni más ni menos que de una violación psíquica y en gran par también física.

La alteración más profunda que padece es en su cerebro, y hecho a la larga, con una enorme frecuencia, los que han sido víctimas de un fenómeno de esa clase, suelen terminar sus días bastante desquiciados, cuando no han optado por quitarse la vida o por abandonar por completo a su familia, profesión, etc. Pero en un principio, esta alteración sólo se echa de ver en un sentido positivo, es decir, se nota en ellos una ampliación de su inteligencia y unas cualidades mentales que no poseían antes de la experiencia

Si poseyésemos aparatos suficientemente sensibles, podríamos percibir en los cerebros de tales individuos unas ondas que no existen en los cerebros de los seres humanos normales. Es de sobra sabido que el cerebro produce diversas clases de ondas eléctricas Lo que no es tan sabido es que la cantidad de ondas diversas que el cerebro puede producir es muchísimo mayor de lo que los electroencefalógrafos pueden registrar.

Los electroencefalógrafos, por ejemplo, no registran las ondas mediante las cuales el cerebro de una madre —humana o animal— está unida a su recién nacido; ni las que unen a hermanos gemelos univitelinos, por poner sólo dos ejemplos que han sido repetidamente verificados en laboratorio.

No importa a qué distancia estén situados, cuando el recién, nacido o el hermano gemelo sufren alguna fuerte excitación, indefectiblemente el cerebro de su madre o de su hermano lo captarán, aunque tal captación no llegue a un nivel consciente. Las pantallas de los oscilógrafos se encargarán de indicarnos con toda claridad, el bajón repentino que el patrón normal de sus ondas sufre en el preciso momento en que ocurre la excitación. Este bajón es una señal inequívoca de que un cerebro está captando las ondas que el otro cerebro está emitiendo.

Pues bien, los cerebros de ciertos individuos, (individuos que la parapsicología llama «psíquicos», la religión «místicos», el espiritismo «médiums», la ovnilogía «contactos», y nosotros estamos llamando con el término genérico de «iluminados») emiten todos, sin excepción, y de una manera mucho más abundante y fuerte de lo que lo puede hacer una persona normal, un tipo de ondas —con una frecuencia y longitud específica— que tienen poder para alterar —de una manera inconsciente— todo el mecanismo cerebral de los «discípulos» y seguidores más allegados.

Es el mismo fenómeno que sucede cuando a un instrumento eléctrico muy sensible, se le hace trabajar cerca de algún aparato con un campo eléctrico grande, o se le hace utilizar una corriente que no tiene el voltaje o el ciclaje específico que ese instrumento requiere.

Probablemente el instrumento comenzará a trabajar erráticamente: si es un instrumento para medir, comenzará a dar medidas falsas y si es un instrumento para reproducir voces, probablemente comenzará a emitir una voz cuyo timbre, tono o entonación es completamente diferente al de la voz original.
 


Mecanismo para captar discípulos

Esta es, ni más ni menos, la clave para explicarse el porqué de esa innegable y común capacidad de «hacer discípulos» que tienen todos estos visionarios, por más que sus ideas sean absurdas o repugnantes al común sentir de las gentes.

El cerebro del «maestro» o del «vidente», cual una poderosa emisora, y de una manera totalmente automática e inconsciente, envía al aire sus ondas que hacen el efecto de un verdadero bombardeo en el cerebro ya condicionado de sus discípulos. Es un bombardeo de tipo físico, a nivel subatómico, al igual que lo son los rayos X o gamma, que acaba por trastornar todo el proceso de cerebración del que se expone repetidamente a él.

En algunas ocasiones, el verbo trastornar hay que tornarlo en su acepción más radical ya que el discípulo acaba totalmente desquiciado; pero en la mayoría de ellas, la cosa no llega a tanto y los discípulos, lo único que hacen es perder su capacidad de crítica, rindiendo por completo su mente a las doctrinas del «maestro».

Casos como el de Charles Manson (el asesino de la actriz Sharon Tate) son además de abundantísimos, una prueba total de lo que estamos diciendo.

El proceso físico envuelto, es algo muy bien conocido en Electrónica: la onda predominante acaba imponiendo su ritmo a todas las más débiles, haciendo que éstas vibren en la frecuencia de ella. Aplicado a nuestro caso, las ondas cerebrales del «maestro» acaban, a la larga, imponiendo su ritmo en los cerebros de los discípulos, haciendo que las ondas de éstos entren en sintonía con las de él, con lo cual sus ideas son admitidas como algo completamente natural.

Si bien es cierto que este proceso es de ordinario paulatino, en algunos casos, sobre todo cuando está uno ante un gran psíquico con una gran capacidad de radiación o de emisión, este proceso puede ser fulminante, logrando conversiones o adhesiones instantáneas, aun antes de haber pronunciado el maestro una sola palabra. El cerebro es afectado sin que el individuo se dé cuenta, de una manera parecida a como es afectada la mente mediante los mensajes subliminales: esto hace que poco a poco el discípulo vaya admitiendo las ideas que le van siendo implantadas por el maestro hasta llegar a admitirlas como algo completamente natural y lógico, por disparatado que sea.

Uno se pasma, en muchas ocasiones, cuando ve a profesionales y personas inteligentes, completamente fanatizados por sectas y grupos que defienden ideas totalmente indefendibles o, cuando menos, repelentes y antipáticas.

Los Testigos de Jehová y el Opus Dei son dos ejemplos que caen de lleno en lo que estamos diciendo; en los últimos, nos encontramos con la fuerte personalidad psíquica de «el Padre»: para uno que no estuviese atrapado por las fuertes vibraciones que provenían de su psiquismo, era inconcebible contemplar cómo aquel hombre, con las vulgaridades que decía y con sus ademanes más bien mojigatos, era capaz de tener embelesados a ilustres profesionales que lo seguían ciegamente, distando algunos muy poco de venerarlo en vida.
 


Contagio psíquico

En cuanto a los Testigos de Jehová, su capacidad de «hacer discípulos» —a pesar de lo antipático y hasta absurdo de sus doctrinas— es algo que debería hacer reflexionar a las jerarquías de la Iglesia. En ellos, al igual que en muchos otros predicadores fanáticos de sectas, está presente el proceso llamado «contagio psíquico».

(Aparte de otros factores, como son la vaciedad espiritual en que están caídos la mayoría de los cristianos, y la insistente machaconería de los Testigos, que si se salvan por apóstoles, les van a dar algún castigo por pesados).

En el «contagio psíquico» no se requiere la presencia inmediata de un gran «maestro»; el proceso es, tal como su nombre indica, paralelo al contagio de una enfermedad mediante un virus o una bacteria. La onda cerebral impuesta por el gran maestro de la secta, se ha ido haciendo prevaleciente y común en los cerebros de todos los discípulos, y sigue conservando su eficacia, aunque naturalmente no con la misma fuerza que tenía cuando salió de la mente del «fundador».

Un ejemplo preclaro y trágico de todo este extraño y complejo mecanismo psíquico lo tenemos en el horrible suicidio de la Guayana en el año 1979. Uno naturalmente se pregunta: ¿cómo es posible que novecientas personas sean capaces de ingerir veneno, sólo porque un líder religioso les diga que con ello conseguirán su salvación eterna?

Y todavía se asombra uno más cuando se entera de que entre los suicidas hubo varias madres que antes de poner fin a su vida, fueron con todo cuidado introduciendo en la boca de sus bebés el veneno letal, hasta que los vieron ya muertos; ¿qué motivación o idea, en la mente de estas mujeres, fue capaz de sobreimponerse al fuerte instinto materno?

La explicación de todo este misterio es únicamente la que señalamos más arriba: las potentes ondas cerebrales de su desquiciado «maestro» —el Reverendo Jones— habían dominado por completo los ritmos cerebrales de sus discípulos y habían hecho posible que éstos admitiesen como cosa natural sus aberrantes ideas.

Este fenómeno, si no con la virulencia y la desnudez con que lo vemos en la Guayana, se ha repetido al paso de los siglos en innumerables ocasiones. Cada vez que a lo largo de la historia nos encontramos con un líder de ideas raras (y ha habido innumerables), y a veces no tan raras, seguido de una multitud de incondicionales dispuestos a dar la vida por esas ideas, tenemos que sospechar que estamos ante un fenómeno semejante al que estamos considerando.

(Según las creencias de la «Hermandad de la Muerte Roja» finales del siglo pasado en Rusia, el mundo iba a terminarse en noviembre de 1900. Como, llegada la fecha no pasó nada decidieron morir en la hoguera. Ni cortos ni perezosos hiciere una gran pira y a ella se arrojaron 862 de sus seguidores. Cuando llegó la policía ya más de cien estaban completamente carbonizados).

Este fenómeno —cuyas consecuencias son indudablemente sociales, psíquicas, sentimentales y espirituales— es tan físico en sus orígenes, que yo les recomiendo a los padres de adolescentes (y aun a las personas que no tengan una personalidad muy hecha) que no permitan a sus hijos acercarse o estar demasiado en con tacto físico con cualquier tipo de líder exaltado que defienda ideas raras. Aunque pueda sonar a algo supersticioso afín a la magia, la proximidad física tiene mucho que ver en este fenómeno.

El «iluminado» —sobre todo si lo ha sido de una manera violenta— emite alrededor de sí un «campo» de irradiación que en nada se diferencia de los campos físicos de que nos habla la moderna ciencia física. Y el lector debe saber que hay aparatos usados en las ciencias parafísicas que ya son capaces de registrar semejantes «campos».

Las mentes no preparadas corren un serio peligro en presencia o en la proximidad física de estos potentes emisores, y más si sus mentes han sido previamente condicionadas por propagandas e imágenes de los medios masivos de comunicación. No es de extrañar que en muy breve tiempo, la mente de un joven sea absorbida por el vórtice de las ideas del «maestro», cambiando radicalmente su manera de pensar y de actuar.

En los Estados Unidos, el caso de miles de jóvenes que han abandonado sus hogares por seguir a uno de estos iluminados, y han repudiado a sus padres y comenzado a llevar una vida totalmente desquiciada, se ha convertido en un serio problema social contra el que las autoridades han comenzado a tornar medidas.

Los individuos encargados de rehabilitar a estos jóvenes, se llaman desprogramadores y en poco tiempo han ido surgiendo unas cuantas escuelas para su preparación; (aunque tengamos que decir que en algunos casos los métodos de desprogramación son exactamente iguales que los de programación, pero a la inversa. Total, que la mente humana es más manipulable de lo que suponemos).

Conozco el caso de un psiquiatra veterano y muy eminente en su profesión que mientras estudiaba en la isla de Trinidad los métodos para entrar en trance y los estados alterados de conciencia de ciertas tribus negras, repentinamente sintió cómo su cerebro comenzaba a experimentar unos cambios extrañísimos, al mismo tiempo que sentía un fuerte impulso para incorporarse a la danza, que acompañada de un monótono canturreo, hacía ya varias horas estaba desarrollándose ante él.

A pesar de su veteranía, su cerebro quedó sintonizado con la onda dominante —y totalmente alienadora— que existía en aquel lugar. Si esto es capaz de lograrse en el cerebro de una persona adulta y de sólidas ideas, imagine el lector lo que podrá pasar en el cerebro de un adolescente o de una persona impresionable.

Y en realidad no tenemos que imaginarlo; las escenas que tantas veces hemos visto en el cine y en la televisión, de cientos de adolescentes en trance histérico, llorando ante melenudos estridentes que esgrimen una guitarra mientras con los ojos en blanco y con contorsiones de posesos aúllan una canción, son una demostración visible —y desgraciadamente audible— de este fenómeno que estamos analizando.

La música rock, que como una ola ha invadido el mundo capturando las mentes y los gustos de los jóvenes, es también altamente propiciadora de estos estados alterados de conciencia. Sus típicas cualidades (ritmo monótono, volumen ensordecedor, carencia de contenido ideológico y aun sentimental, contorsiones frenéticas, repetición irracional hasta dejar exhaustos a los participantes) son los mismos elementos que encontramos en los ritos y danzas sagradas de todas las religiones primitivas.

Personalmente tengo que afirmar que en ocasiones mientras asistía a largas sesiones de los más extraños ritos y creencias, únicamente con el fin de estudiarlos y de observarlos de cerca, he tenido que sacudir fuertemente la cabeza, haciendo al mismo tiempo un acto de autoidentificación, para despejarla de un extraña modorra que comenzaba a invadirla.
 


Cualidades naturales de la mente

Hasta aquí el mecanismo que nos explica por qué los iluminados hacen con tanta facilidad discípulos; mecanismo que, paradójicamente, podrá en muchas ocasiones explicarnos también el fenómeno contrario, es decir, por qué muchos de ellos encuentran una oposición tan fuerte, que no raramente ha terminado con la muerte de ellos y de sus seguidores.

La pregunta que cabe en este momento es de dónde les viene a estos individuos esa capacidad de emitir semejantes ondas cerebrales. No tenemos que olvidarnos que muchos de ellos comenzaron a desarrollar todo tipo de cualidades paranormales —además dé la capacidad de Atraer discípulos— inmediatamente después de tener la visión, el contacto con el ovni, la aparición del Dios, o la iluminación interior. Cabe por lo tanto deducir que semejante capacidad les fue dada por aquéllos —quienesquiera que sean— que se les manifestaron, aunque prescindamos ahora de ahondar en las razones de por qué se la dieron.

Sin embargo, sí habrá que notar que los Dioses no son los responsables totales del fenómeno de la irradiación extraordinaria de los cerebros de los iluminados. Todos los hombres tenemos, en mayor o menor grado, la capacidad de emitir unas determinadas ondas que son captables por otros seres humanos y aun por los animales, tal como ya indicarnos anteriormente, y tal como la parapsicología ha demostrado en muchas ocasiones y con diferentes experimentos.

Los hombres, sobre todo cuando nuestro cerebro está vibrando a un ritmo aproximado de 10 ciclos por segundo, tenemos esta cualidad y muchas otras, ya que es una asombrosa verdad, hasta ahora muy poco conocida por los hombres, que el cerebro humano, cuando vibra alrededor de los 10 ciclos por segundo, es capaz de influenciar, a nivel subatómico, cualquier materia viviente; teniendo en ese estado unas cualidades increíbles, de las que desgraciadamente la mayoría de los hombres no se aprovecha por desconocerlas.

Teniendo esto en cuenta, lo único que los Dioses hacen es propiciar ese nivel vibratorio del cerebro (cosa que es bastante fácil de conseguir) y potenciarla al máximo. Esto, en la mayoría de los casos; pero cuando quieren preparar a algún individuo para una misión mayor o especial, entonces le comunican mediante meDios que nos son desconocidos, otros poderes con los que les será más fácil atraer a su causa a los asombrados seres humanos.

Los grandes taumaturgos (y por supuesto los grandes avataras como Cristo, Krishna, Buda, Quetzalcóatl, Viracoha, Sai Baba en la actualidad, etc.) de todas las religiones, son ejemplos de esto último.
 


«Inspiraciones» y «ayudas» a individuos

Comenzamos el capítulo diciendo que los Dioses tenían maneras diferentes de manifestarse y las dividimos primeramente en manifestaciones públicas y privadas.

Hasta ahora hemos estado analizando dos maneras privadas y directas de manifestarse: las apariciones —de las que hablamos poco porque ya he tratado este fenómeno en otro libro—, y las iluminaciones. Todavía nos queda otra manera privada, aunque más discreta e indirecta, de manifestarse los Dioses a los mortales.

Esta otra manera es una especie de iluminación, pero con sordina. Podría denominarse «inspiración» o «sugestión», y no tiene características de fenómeno extraordinario en la vida del hombre que recibe la inspiración o la sugestión.

Los Dioses, en este caso, utilizan medios mucho más normales y menos violentos para la mente del humano; en realidad, usan los mismos medios que un hombre usaría para tratar de que otro hombre actuase de determinada manera; aunque como es natural, lo hacen de una manera más perfecta y convincente, sin descartar que en ocasiones usen procedimientos subliminales, de los que el hombre no es capaz.

El caso es que escogen a determinados hombres o mujeres (por supuesto sin que ellos se den cuenta, y aquí radica la diferencia fundamental con la iluminación) a los que insuflan o inspiran, a veces de una manera discreta pero constante, y a veces de una manera más vivida, alguna idea, sistema o reforma para que ellos desde sus puestos en la sociedad, la pongan en práctica. A veces los hombres elegidos no tienen aún esos puestos privilegiados en la sociedad, y entonces los mismos Dioses, también de una manera discreta y muy «naturalmente», les van abriendo camino para que los logren.

Tal es el caso de muchos políticos, militares, reformadores escritores, etc., aunque estoy muy lejos de pensar que todos aquellos líderes que la sociedad ha tenido y sigue teniendo, deban sus ideas y sus actuaciones en la vida de sus pueblos, a «sugerencias» de los Dioses. Estoy seguro de que muchos de ellos han llegado a sus ideas y a sus puestos, debido únicamente a procesos perfecta mente naturales y humanos sin intervención ninguna extrahumana.

Sin embargo yo no estoy tan seguro de que la historia', humana sea tan humana como nosotros creemos, y más ante hechos tan extraños como los que en estos mismos días nos está ofreciendo Israel y los no menos extraños que el pueblo judío nos ha ofrecido en toda su larga historia.

Cada vez se arraiga en mí más la convicción de que la disparatada historia humana no es tan humana como creemos, y de que se le puede aplicar la bíblica frase que Paulo IV dijo ante la constitución de la orden jesuítica que le presentaba San Ignacio de Loyola:
«Dígitus Dei est hic»; «Aquí está el dedo de Dios».
Pero en el caso de la historia humana, un Dios con minúscula y en plural. Y con un dedo muy retorcido.
 


Manifestaciones públicas

Dijimos al principio del capítulo, que los Dioses manifiestan maneras privadas de manifestarse, aunque algunas fuesen indirectas. Analicemos ahora sus maneras públicas de presentarse, y para ello tendremos que recordar lo que sobre esto dijimos en el capítulo primero, cuando hablamos del fenómeno ovni.

Porque la verdad es que el fenómeno ovni, considerado en toda su profundidad y no con la infantilidad con que en la mayoría de las veces suele ser considerado, es la manifestación pública más patente y la prueba más concreta de la presencia de losDioses entre nosotros; ahora y en siglos pasados.

El que piense que todo lo que se refiere a los ovnis es una alucinación, etc., etc., está completamente equivocado y, a estas alturas, cuando el fenómeno ha sido investigado a fondo y aireado por todos los medios de comunicación y cuando se han publicado sobre él cientos de libros, los que todavía siguen pidiendo pruebas demuestran tener una cabeza bastante pequeña y bastante cerrada, por muchos títulos académicos que posean.

Otro caso muy diferente, es el de los que se niegan a aceptar las explicaciones que se le suelen dar a todo el fenómeno; hablando de una manera general, tienen razón para no aceptarlas.

Estas maneras públicas de manifestarse los Dioses, son diversas. A veces tienen una apariencia religiosa y en el fondo son lo mismo que las apariciones de las que ya hablamos, aunque ahora nos referimos de una manera especial a aquellas manifestaciones religiosas masivas y públicas, tal como las apariciones de Fátima, con su famoso «milagro del sol», presenciado por más de cien mil espectadores, y las abundantísimas apariciones de santos, ángeles vírgenes, y toda suerte de personajes sagrados en todas las religiones, que han tenido y siguen teniendo lugar ante miles de espectadores.

Aunque en cada una de las religiones respectivas, sus fieles crean que se trata de los personajes que en ellas se presentan, nosotros tenemos sobradas razones para sospechar que no se trata de los personajes que en apariencia se manifiestan, sino de los seres de los que venimos hablando y a los que llamamos Dioses, que son las mismas inteligencias que están detrás del «fenómeno ovni», que adoptan la forma y la apariencia de las personas santas veneradas en aquella religión o región.

A lo largo del libro, el lector irá viendo las razones que nos asisten para pensar así.

En otras ocasiones, las apariciones públicas de los Dioses son sólo manifestaciones indirectas, aunque de gran envergadura, tienen más bien apariencia de fenómenos atmosféricos o meteoros debidos a causas naturales, por ejemplo, enormes explosiones en espacio (para las que ni las autoridades competentes —Fuerzas Aéreas, etc.— ni la ciencia, tienen explicación alguna), grandes incendios, temblores de tierra muy localizados, etc. Se ha llegado esta certeza porque en no pocas ocasiones se ha podido comprobar, sin lugar a dudas, la relación que había entre estos fenómenos y los objetos volantes no identificados.

Otra manera pública de manifestarse los Dioses es en forma de viajeros extraterrestres que nos visitan, procedentes de otros lugares del Cosmos, a bordo de unas velocísimas naves de forma ordinariamente discoidal y que el pueblo conoce por el nombre de «platillos voladores». Esta es la forma pública más común que tienen de manifestarse en los tiempos modernos y la más aceptada entre los interesados en el fenómeno ovni.

Como ya hemos dicho, aunque en las apariencias y según lo que ellos mismos nos dicen, se trate de meros visitantes extraterrestres, hemos llegado a la conclusión de que en realidad estos seres —procedan de donde procedan— son los mismos que en la antigüedad se presentaban a todos los pueblos y les decían que ellos eran Dioses, exigiéndoles adoración y obediencia.

Por último, también se presentan de una manera pública, haciéndose visibles a un mayor o menor número de personas, bajo la forma de diversos personajes exóticos, tanto bajo apariencias más o menos humanas como en forma animalesca. El folklore de todos los pueblos y de todos los tiempos, está lleno de estos personajes pintorescos y misteriosos.

Y aquí tengo que confesarle al lector, que yo por mucho tiempo rechacé por completo y no admití la existencia real de estos personajes de leyenda, pero hoy estoy totalmente seguro de su realidad; aunque tengamos que añadir que ésta no es exactamente igual a la nuestra, sin que por ello digamos que se trata sólo de seres producto de nuestra imaginación. Son seres que tienen una realidad física, aunque las leyes físicas por las que tanto sus cuerpos como sus acciones se rigen, sean en buena parte desconocidas por nosotros.

Igualmente tenemos que decir que relacionamos directamente y sin ningún género de dudas, a muchos de estos personajes con el fenómeno ovni, porque en muchas ocasiones se los ha visto surgir o de alguna manera proceder de los objetos volantes no identificados.
 


Ayuda a «causas»

Cuando digo «causas» me refiero a causas religiosas, patrióticas, etc. En el libro de Faber Kaiser «Las nubes del engaño» se habla repetidamente de visiones en las que se contemplaban ejércitos y jinetes en caballos blancos, etc., guerrear en las alturas. Y esto en todas las épocas y en toda la geografía del planeta.

La pregunta reiterada y casi malhumorada que Faber Kaiser se hace es:
« ¿Por qué demonios...?».
Mi contestación a esta pregunta ya la he dado varias veces en este libro: Nuestra historia no es tan nuestra como pensamos. A los Dioses les gusta inmiscuirse en ella y lo han hecho en infinidad de ocasiones para que las cosas saliesen como ellos querían.

En determinado momento de la historia prefieren una «causa» sobre otra y con mayor o menor disimulo la ayudan. A veces se inclinan por la continuación del «status quo» —religioso o patriótico— y a veces prefieren las revoluciones, teniendo siempre y únicamente en cuenta sus propios intereses. Sin que nos olvidemos de que entre ellos hay grandes rivalidades, lo cual hace que las «reformas» o los «reformadores» que algunos de ellos lanzan, a veces sean despiadadamente aplastados por los humanos que siguen inconscientemente las directrices de otros Dioses.

¿Ejemplos de esto?

En la Biblia tenemos cantidad de ocasiones en que Yahvé con rayos o truenos y hasta a pedradas (Josué 10,6-13) derrotaba a los enemigos de Israel. Los guerreros alados de que repetidamente nos habla Faber Kaiser, son otro ejemplo. acompañaban hacían increíbles malabarismos místicos. Para los devotos fatimitas aquello era una «prueba» irrefutable de que Dios estaba con ellos. Pero lo que ellos no saben es que ciertas extrañas palomas, salidas de no se sabe dónde, suelen hacer su aparición en momentos críticos de la historia para dar credibilidad a alguna «causa» que en aquel momento se debate (y que por supuesto es la favorecida por los Dioses o por algún Dios en particular).

Cuando Fidel Castro bajó de la sierra, una revolucionaria paloma se empecinó en posar sobre su hombro, dándole visos de cruzada a su alzamiento político y convirtiéndolo a él en una especie de Juan de Arco criollo. La revolución triunfó... y a los pocos días empezaron los fusilamientos.

No hace mucho «estalló» el asunto del milagro de los ojos de la Virgen de Guadalupe. Resulta que según los métodos más sofisticados, exclusivos de la NASA, en ambas pupilas de la imagen de la Virgen de Guadalupe está reproducida (a una escala infinitesimal) la escena de la presentación del indio Juan Diego ante el Arzobispo de México Fray Juan de Zumárraga es decir, lo mismo que los ojos de la Virgen hubiesen contemplado de haber estado presente en aquella escena.

Según los científicos que han estudiado el asunto, la cosa es «imposible» y por lo tanto absolutamente inexplicable. Pero el hecho está ahí, atestiguado por ellos mismos. La ciencia no tiene explicación, mientras los guadalupanos se derriten de gusto ante la irrefutabilidad del milagro. Pero no deberían estar tan seguros.

Para mí el «milagro» no es sino otra ayudita más de los Dioses, interesados en que las multitudes sigan apiñándose enfervorizadas en torno a la imagen. Siglos atrás, allí mismo se veneraba a la Madre Tonantzin; hoy la política humana la ha cambiado por la Virgen de Guadalupe. A los Dioses les da lo mismo una que otra; lo único que les interesa es la multitud apiñada y enfervorizada, como más tarde veremos.

Sobre este tema se podría escribir mucho más, y puede que un día lo hagamos.

Hasta aquí hemos analizado las diversas maneras de manifestarse los Dioses entre nosotros. Dada su gran inteligencia y su capacidad para manejar tanto la materia como las mentes de los humanos, y dado su positivo deseo de pasar desapercibidos por nosotros, es completamente natural que sus manifestaciones, no sólo sean muy variadas, sino que además sean muy disimuladas, pasando la mayor parte de ellas inadvertidas para los humanos.

En realidad, han logrado hacernos creer —y en estos tiempos todavía más que en los tiempos antiguos— que nosotros somos los únicos dueños y señores de este planeta.

Veamos ahora con qué intenciones se nos manifiestan.
 


(Según fuentes fidedignas Franco vio también en el cielo a Santiago Matamoros durante la guerra civil, lo cual fortaleció grandemente su complejo mesiánico de cruzado, aunque a él no gustaba hablar del incidente y sólo lo comentó con sus íntimos.
Hace años, cuando la imagen de la Virgen de Fátima recorrió España, las misteriosas palomas que la acompañaban hacían increíbles malabarismos místicos. Para los devotos fatimitas aquello era una «prueba» irrefutable de que Dios estaba con ellos. Pero lo que ellos no saben es que ciertas extrañas palomas, salidas de no se sabe dónde, suelen hacer su aparición en momentos críticos de la historia para dar credibilidad a alguna «causa» que en aquel momento se debate (y que por supuesto es la favorecida por los Dioses o por algún Dios en particular).

Cuando Fidel Castro bajó de la sierra, una revolucionaria paloma se empecinó en posar sobre su hombro, dándole visos de cruzada a su alzamiento político y convirtiéndolo a él en una especie de Juan de Arco criollo. La revolución triunfó... y a los pocos días empezaron los fusilamientos.

No hace mucho «estalló» el asunto del milagro de los ojos de la Virgen de Guadalupe. Resulta que según los métodos más sofisticados, exclusivos de la NASA, en ambas pupilas de la imagen de la Virgen de Guadalupe está reproducida (a una escala infinitesimal) la escena de la presentación del indio Juan Diego ante el Arzobispo de México Fray Juan de Zumárraga es decir, lo mismo que los ojos de la Virgen hubiesen contemplado de haber estado presente en aquella escena.

Según los científicos que han estudiado el asunto, la cosa es «imposible» y por lo tanto absolutamente inexplicable. Pero el hecho está ahí, atestiguado por ellos mismos. La ciencia no tiene explicación, mientras los guadalupanos se derriten de gusto ante la irrefutabilidad del milagro. Pero no deberían estar tan seguros.

Para mí el «milagro» no es sino otra ayudita más de los Dioses, interesados en que las multitudes sigan apiñándose enfervorizadas en torno a la imagen. Siglos atrás, allí mismo se veneraba a la Madre Tonantzin; hoy la política humana la ha cambiado por la Virgen de Guadalupe. A los Dioses les da lo mismo una que otra; lo único que les interesa es la multitud apiñada y enfervorizada, como más tarde veremos.

Sobre este tema se podría escribir mucho más, y puede que un día lo hagamos.

Hasta aquí hemos analizado las diversas maneras de manifestarse los Dioses entre nosotros. Dada su gran inteligencia y su capacidad para manejar tanto la materia como las mentes de los humanos, y dado su positivo deseo de pasar desapercibidos por nosotros, es completamente natural que sus manifestaciones, no sólo sean muy variadas, sino que además sean muy disimuladas, pasando la mayor parte de ellas inadvertidas para los
humanos.

En realidad, han logrado hacernos creer —y en estos tiempos todavía más que en los tiempos antiguos— que nosotros somos los únicos dueños y señores de este planeta.

Veamos ahora con qué intenciones se nos manifiestan.
 

viernes, 13 de noviembre de 2015

DEFENDÁMONOS DE LOS DIOSES (CAP. II )






2  Las escaleras cósmicas
El hombre y el cosmos
Diferentes peldaños y escaleras
Seres extrahumanos
¿Superiores en sus valores morales?
Resumen de sus cualidades
Leyes del Cosmos

El hombre y el cosmos

El Cosmos es muchísimo más complejo de lo que a primera vista se nos muestra. Y aunque parezca una paradoja, muchos de los que se llaman a sí mismos científicos, son los que menos se percatan de esta gran verdad, pues tienen la mente demasiado tecnificada y creen que sólo lo que ellos pueden comprobar con sus aparatos o con sus cálculos, es lo que es «real» o posible. Pero no es así.

Del Cosmos apenas si conocemos una infinitésima parte, debido fundamentalmente a que el instrumento con el que contamos para conocerlo —nuestro cerebro— a pesar de ser un formidable instrumento en relación con su tamaño, es en fin de cuentas muy limitado, sobre todo comparado con la vastedad y la complejidad del Cosmos.

Los hombres, infantilmente y ayudados o engañados en esto por las religiones —por los Dioses—, pensamos que somos el centro del Universo. Así nos lo han hecho creer y así lo hemos venido repitiendo por los siglos.
«Todas las criaturas fueron hechas para el hombre» leemos en la Biblia.
Pero esto es solamente una falsedad más, para tener tranquilas nuestras mentes.

El hombre es sólo otro de los infinitos seres inteligentes, semi-inteligentes y carentes de inteligencia, que pueblan el inconmensurable Universo. Nuestra infantilidad al enfrentarnos y al enjuiciar las otras realidades del Cosmos es patente y además lastimosa. Somos unos auténticos niños en cuanto nos ponemos a enjuiciar las cosas que no podemos percibir clara y directamente por nuestros sentidos.

Hablamos de nuestra realidad como si fuese la única realidad existente; dividimos los seres en inteligentes y no inteligentes juzgando únicamente de acuerdo a las coordenadas de nuestras mentes y a los mecanismos que nuestros cerebros tienen para aprehender lo que nosotros llamamos «la realidad»; y hasta nos atrevemos a dictaminar que algo no existe o no puede existir porque «repugna» a nuestros engramas cerebrales. Somos unos perfectos niños pueblerinos aseverando muy seriamente que «la fuente de nuestro pueblo es la fuente más grande del mundo»; sencillamente porque echa mucha agua.

Sólo en relación con el término «inteligente» podríamos llenar muchas páginas analizando nuestra infantilidad y superficialidad al aplicar este término. Decimos que los animales no son inteligentes y sin embargo, debido a procesos cerebrales, muchos de ellos son capaces de hacer cosas que los hombres no somos capaces de hacer. No sólo eso sino que existen muchas colonias de animales que —debido siempre a procesos cerebrales— logran unirse, organizar su trabajo y vivir, mucho más armónica y «civilizadamente» de lo que lo hacemos los hombres.

Y no es que los hombres pensemos que esta manera gregaria de vivir ya ha sido superada por nosotros; la verdad es que los hombres quisiéramos poder lograr el orden y la armonía que las termitas tienen en sus colonias, pero no somos capaces de lograrlo y a lo más que llegamos es a organizarnos «democráticamente» a través de eso que se llama partidos políticos, en donde muchos buscones acomplejados hacen su caldo gordo jugando con el bienestar de millones de conciudadanos y dándonos como resultado final estas tambaleantes sociedades de hormigas locas amontonadas y robotizadas. (Y no digamos nada de los regímenes totalitarios, fruto de la mente primitiva de algún militar o de la paranoia comunista).

Al entrar a enjuiciar el Cosmos, tenemos que ser mucho más prudentes de lo que somos al juzgar las cosas que nos rodean, de las que más o menos tenemos datos precisos y muchísimo más inmediatos de los que tenemos acerca de las enormes realidades del Universo. Los hombres, en cuanto dejamos de ver, de oír y de palpar, entramos ya en el mundo de sombras del que nos habla Platón en sus diálogos. Y ni siquiera podemos estar muy seguros de los datos que los sentidos nos proporcionan, ni de la manera cómo éstos son computados por nuestro cerebro.

Nuestra inteligencia abstracta tiene que corregir en muchísimas ocasiones a nuestras sensaciones, aunque en la práctica sigamos comportándonos como si éstas fuesen verdaderas. Cuando pasamos las yemas de los dedos, por ejemplo, por un cristal o por una mesa de mármol, nuestros sentidos nos dicen que aquella es una superficie completamente tersa; y sin embargo nuestra inteligencia sabe perfectamente que aquella superficie, analizada al microscopio, de ninguna manera es tersa sino que es, más bien, como una esponja, en la que abundan muchísimo más los huecos que los espacios macizos.

Y no digamos nada, si la contemplamos con ojos electrónicos, porque entonces cambia todo el panorama y todo se convierte en huecos hasta caer en las simas o vacíos intraatómicos en los que desaparece totalmente lo que llamábamos «materia sólida».

Las grandes realidades del Universo y las leyes que las rigen, escapan en gran manera a la comprensión de nuestro cerebro, por más que a veces algunas de estas realidades las tengamos constantemente a la vista y hasta sepamos utilizarlas en nuestras vidas diarias; pero desconocemos casi completamente su esencia. Tenemos como ejemplo la luz y la gravedad, dos realidades omnipresentes en nuestras vidas, que por otra parte son dos misterios que la ciencia apenas si ha comenzado a desentrañar.

Y si no es cierto que «todas las criaturas han sido hechas para el hombre», es aún menos cierto que nosotros seamos el centro del Universo.

Las matemáticas, con un elemental cálculo de probabilidad, están contra este aserto, y si por alguna razón desconocida, fuese cierto, la sabiduría de Dios quedaría muy mal parada, ya que este planeta nuestro, junto con sus habitantes, no es precisamente un modelo de perfección.

El Universo es como una infinita escalera que asciende de seres menos perfectos a seres más perfectos; y el hombre habitante de este planeta no es más que uno de los innumerables peldaños de esa escalera. Los miles de especies de plantas y los cientos de miles de especies de animales no son sino otros peldaños de esa mismas escalera. Una inmensa escalera cuya base está formada por eso que medio despectivamente llamamos materia, y cuya cima está formada por lo que, sin comprenderlo bien, llamamos «el reino: del espíritu».

Y todavía por encima de ese reino del espíritu, sin pertenecer a nada ni ser abarcado por nada, ni ser entendido por nada ni por nadie, estaría eso que los hombres infantilmente llamamos «Dios».

Por haberlo ya tratado en mi libro «Por qué agoniza el cristianismo», dejo aquí de lado el gran error que comete la humanidad cuando se enfrenta con el problema de Dios y no sólo lo humaniza y hasta lo mata, sino que comete la audacia de definirlo, explicarlo y diseccionarlo. El Dios del cristianismo es una cosa más; una cosa inteligente, grande y poderosa, pero una cosa más. El pecado fundamental de la teología cristiana es el haber «cosificado» a Dios.

Dios no es ni puede ser nada de eso. Dios es algo diferente de todo lo que la mente humana pueda concebir o imaginar. Dios es para la mente humana lo que la teoría de la relatividad es para un mosquito.

Si no fuese así y la esencia de Dios fuese comprensible por la mente humana, Dios no valdría gran cosa.
 


Diferentes peldaños y escaleras

Pero dejémonos de hablar del «Incomprensible» y del único que en realidad «ES», y fijémonos en algunos de los peldaños de esa infinita escalera que constituye el Universo.

Como acabamos de decir, el hombre no es más que uno de los infinitos peldaños de esa escalera, y de ninguna manera es el más alto o el centro del Universo, por mucho que se empeñe en pensar que «el Hijo de Dios se ha encarnado en nuestro planeta y se ha hecho como uno de nosotros».

Pero al hablar de una escalera estamos dando pie a que el lector se haga una idea falsa. Porque en realidad no se trata de una única escalera sino de muchas escaleras. El hombre es un peldaño de una de esas escaleras y los Dioses son un peldaño superior que muy probablemente pertenece a otra escalera diferente.

Es decir, que los hombres, por mucho que evolucionen (o por mucho que reencarnen en éste o en otros planetas, según las creencias de muchos) nunca llegarán a ser Dioses de la misma especie que éstos a los que nos estamos refiriendo. Llegarán si a ser unos seres superevolucionados y espiritualizados, posiblemente superiores en cualidades y en sabiduría a los Dioses, pero no precisamente unos seres como éstos que en la actualidad y todo a lo largo de la historia vemos interfiriendo en la vida de los seres humanos.

Poniéndolo en una comparación más inteligible, un cabo de la Guardia Civil, por mucho que ascienda, nunca llegará a ser general del Ejército del Aire, porque son dos cuerpos diferentes aunque en los dos haya escalafones y aunque los dos pertenezcan a las fuerzas armadas del Estado.

Naturalmente al hablar así no podemos presentar pruebas de las que les gustan a los científicos y ni siquiera podemos apoyarnos en textos incuestionables (de la misma manera que tampoco nos harán mella los «textos sagrados» que se nos presenten en contra). Hablamos así por pura deducción lógica ante hechos que no podemos negar; hechos que por otra parte son desconocidos por la mayoría de los humanos debido a sus prejuicios y a la tenacidad con que han sido ocultados por la religión y por la ciencia.

Y hablamos así, porque así han hablado también muchos grandes pensadores de la antigüedad y contemporáneos, cuyas voces en su mayor parte han sido silenciadas o ridiculizadas por los intereses creados de los poderes constituidos.

En cuanto a los otros peldaños que componen la escalera en la que está colocado el hombre, si reflexionamos un poco sobre la naturaleza y sus diversos reinos (mineral, vegetal, animal, humano, orgánico, inorgánico, etc.) veremos que entre ellos hay una gradación nada abrupta, de modo que nos encontramos con muchas criaturas que dan la impresión de pertenecer a dos reinos o de ser una especie de puente entre ellos. Tal sucede por ejemplo con los aminoácidos, ciertos hongos, los corales, las proteínas, etc.

Y bastará asimismo que analicemos la composición física de. cuerpo humano, que no es sino un compendio de todo lo que compone la naturaleza; desde los elementos simples que estudian la física y la química, hasta las profundidades psicológicas que investiga la psicología o las alturas místicas de que nos hablan las religiones.

Aunque a algún lector le pueda parecer extraño, hay muchas escuelas de pensamiento —algunas de ellas anteriores al cristianismo— que sostienen que el alma de los animales, tras mil evoluciones, llega a convertirse en el alma de un ser racional. Y en un nivel inferior, podemos ver cómo los minerales son absorbidos por los vegetales y cómo a su vez éstos son absorbidos por los animales, formando todos ellos, junto con el hombre una escala ininterrumpida de vida atómica, molecular, celular, psíquica y espiritual.

Cuál puede ser el próximo peldaño para el hombre tras su vida en este planeta, no podemos decirlo con seguridad. Los defensores de la reencarnación nos aseguran que volveremos a aparecer en la Tierra en épocas futuras y en otras circunstancias; y los que no aceptan estas doctrinas nos dicen que nuestra alma, despojada del cuerpo, pasa a un estado ulterior en el que gozará y padecerá las consecuencias de sus actos en esta vida.

Sea lo que sea, casi toda la humanidad está segura de que a la hora de la muerte, lo único que se interrumpe es la vida protoplásmica, pero la esencia de nuestro ser —nuestro espíritu inteligente— pasa a otro nivel de existencia o a otra dimensión en la que seguiremos viviendo de una manera más consciente.
 


Seres extrahumanos

Pero volvamos a lo que nos interesa especialmente en este capítulo, que es la descripción de las cualidades de estos seres a los que llamamos «los Dioses». Si apenas podemos saber nada de los otros peldaños que constituyen la escalera cósmica a la que nosotros pertenecemos, menos podemos saber aún de los peldaños de aquélla a la que pertenecen los Dioses.

Sin embargo, algo podemos columbrar si mantenemos abierta nuestra inteligencia y no nos dejamos convencer por lo que nos dicen las enseñanzas dogmáticas de la ciencia o de la religión. Y aquí entraremos, aunque sólo sea de pasada, en un terreno que si bien para algunos resultará totalmente irreal, para una mente despierta y que analice profundamente los hechos, resultará, por el contrario, tremendamente interesante y clave para entender muchas cosas ignoradas del Universo.

Nos referimos a la existencia de otras criaturas no humanas, inferiores en rango y en poderes a los Dioses de los que venimos hablando. Nos referimos a la existencia de «elementales» duendes, gnomos, elfos, «espíritus» y toda suerte de entidades legendarias que tanto hace sonreír a los científicos y que tanto incomoda a los religiosos: a los primeros, porque tales entidades no quieren someterse a sus pruebas de laboratorio y actúan de una manera completamente independiente de las leyes que ellos han estatuido para la naturaleza (!), y a los segundos porque les rompe todo su tinglado dogmático, dejando un poco en paños menores algunas de sus creencias fundamentales.

(No incluimos entre estos seres a las clásicas hadas, porque ésta ha sido en muchísimas ocasiones, la apariencia que los Dioses han adoptado para manifestarse. Los miles de «apariciones marianas» —sin excepción— no han sido otra cosa quemanifestaciones de hadas, pero en un contexto cristiano).

Lo cierto es que, gústenos o no, la humanidad ha creído siempre —y sigue creyendo— que existen ciertos seres misteriosos, con un cierto grado de inteligencia y con muy diversas apariencias y actuaciones, que en determinadas circunstancias se manifiestan a los hombres.

Una prueba circunstancial de la existencia (aunque sólo sea temporal) de estas misteriosas entidades, es el indiscutible hecho de que en todas las razas, en todas las culturas, en todas las épocas, en el seno de todas las religiones y en todos los continentes, los hombres han acuñado siempre una variadísima cantidad de nombres para designar las diversas clases de entidades con las que sus asombrados ojos se encontraban en las espesuras de los bosques, en las revueltas de los caminos, en lo alto de algún arbusto, junto a una fuente, en medio del mar o invadiendo la intimidad de sus hogares.

Muchos idiomas de tribus primitivas carecen casi por completo de nombres y verbos abstractos, pero sin excepción, son ricos en términos para designar a los diversos tipos de estas entidades con las que tienen más facilidad de encontrarse debido al primitivo sistema de vida y a los apartados lugares en los que de ordinario habitan.

Es sumamente extraño que todos los pueble por igual tengan tantas maneras de designar algo que no existe. Estas entidades procedentes de otras dimensiones o planos de existencia pertenecen también a otras escalas cósmicas diferentes de la humana; es decir su evolución y ascensión hacia mayores grados de inteligencia se hace por caminos diferentes, aunque en cierta manera paralelos a los de los hombres. Y ésta es posiblemente la razón de por qué en algunas ocasiones hay una cierta tangencia de sus vidas con nuestro mundo y de las nuestras con el suyo.

Los recuentos y las visiones de Mme. Blavatski pueden muy bien ser —entre muchísimas otras— un ejemplo de esto último. Podríamos llenar muchas páginas acerca de la existencia de estos misteriosos seres, pero esto nos llevaría muy lejos. Únicamente queremos dejar en la mente del lector la idea de que todo este tema es mucho más profundo de lo que la gente piensa, y por supuesto, mucho más real de lo que la ciencia cree.

(Tengo en mi poder grabaciones hechas por mí mismo en el sureste de la República Mexicana —en donde abundan enormemente este tipo de entidades a las que allí se les suele llamar «chaneques» y «aluches»— en las que tímidas niñas campesinas me narran con toda ingenuidad, cómo podían ver todas las noches a seres de no más de un palmo de altura, divertirse enormemente en el pilón situado en la parte trasera del solar de su casa.

Su gran diversión consistía en jugar y hacer ruido con la vajilla de la casa que allí estaba para ser lavada por una de las niñas. Las criaturas aparecían y desaparecían por la atarjea por donde se sumían las aguas del pilón. Y tengo que confesarle al lector que en alguna ocasión mi vida estuvo en peligro debido a otras investigaciones y excursiones que hice en esta misma región, con la intención de observar de cerca a estos escurridizos personajes).
 


¿Superiores en sus valores morales?

Volvamos a nuestros Dioses. Cuando en páginas anteriores decíamos que eran unos seres que estaban (dentro de su escala evolutiva) en peldaños superiores o más elevados que los que los hombres ocupamos en nuestra escala, no queríamos decir precisamente que sean absolutamente superiores en todo a nosotros. Indudablemente lo son en algunas manifestaciones de inteligencia y de fuerza o de poder; pero los valores en los seres vivos son muchos y muy diversos, aparte de que muy probablemente varían mucho de una escala cósmica a otra, habiendo valores que sólo existen o sólo son aplicables dentro de una determinada escala, siendo totalmente desconocidos y hasta absolutamente incomprensibles dentro de otras.

Para comprender esto mejor, podemos fijarnos en algo que tenemos constantemente delante de nosotros. Muchos de nuestros valores morales, a los que muy frecuentemente les atribuimos una absoluta universalidad, no la tienen, y de hecho nosotros mismos nos encargamos de no aplicarlos en nuestras relaciones con los animales.

Esos valores o normas morales tienen sólo validez a nivel humano y no tenemos inconveniente alguno en prescindir de ellos en cuanto se trata de criaturas o seres que no están a nuestro mismo nivel. Cuando nace un becerro lo castramos, lo ponemos a tirar toda la vida de un arado y luego en premio lo matamos y nos lo comemos. Todas estas acciones serían horribles si se las hiciésemos a un ser humano; pero las vemos como algo completamente natural porque se trata de un animal.

El hecho de que «se trata de un animal» nos aquieta por completo en cuanto a algún remordimiento que pudiésemos tener. Y eso que se trata de un ser cuya vida es tan parecida a la nuestra, incluso en los «sentimientos» que la vaca madre demuestra tener hacia su recién nacido.

(Sin embargo, hay que notar que no todas las religiones son tan desaprensivas hacia la vida no humana como lo es la religión cristiana. En algunas de ellas —como por ejemplo en el jainismo de la India— el respeto hacia todo lo que vive es uno de los mandamientos fundamentales).

Si nosotros claramente no aplicamos algunos de nuestros principios morales y jurídicos a aquellos seres que no son de nuestro mismo rango humano, no tendremos que extrañarnos de que otros seres no humanos, y que por añadidura aparentan ser más fuertes y más avanzados que nosotros, no apliquen en su trato con nosotros ciertos principios que muy probablemente usan entre ellos.

Y no valdrá decir que entre nosotros y los animales hay una diferencia esencial que no existe entre estos seres «superiores» y nosotros; es decir los animales no pertenecen al mundo de los seres inteligentes mientras que nosotros sí. Ya dijimos antes que los animales, si no tienen una inteligencia igual que la nuestra, tienen, por su parte, algún tipo de inteligencia con la que en muchos casos hacen cosas que nosotros no podemos hacer, aunque lo intentemos. Y muy bien puede ser que en determinados casos sea mayor la diferencia que hay entre nuestra inteligencia y la de los Dioses que entre la nuestra y la de los animales.

Y por otro lado, vemos que la fiereza y el valor con que una hembra animal defiende a sus crías, es en todo semejante a la que puede mostrar en determinados momentos una mujer, demostrándonos con ello que sus sentimientos hacia su prole se parecen muchísimo a los nuestros. Y a pesar de ello no tenemos ningún inconveniente en separar a la cría de su madre, y aun matarla si nos conviene.

Todo esto ha sido traído a colación a propósito de nuestra afirmación en páginas anteriores, de que los Dioses eran «superiores» a nosotros. Naturalmente el que conozca bien la manera de actuar de los Dioses, se quedaría asombrado ante esta afirmación de su superioridad, ya que como veremos enseguida, los Dioses, en muchísimas ocasiones —por no decir en todas— no se portan nada bien con nosotros y hasta se puede decir que cometen tremendas injusticias.

La palabra «superior», por lo tanto, no hay que entenderla de una manera absoluta sino de una manera relativa. Superiores en conocimientos, en poderes físicos y psicológicos, etc., pero no precisamente en bondad o en otros valores morales vigentes entre los hombres. Indudablemente ellos tienen también patrones y criterios de bondad y maldad, de belleza y fealdad, etc., pero no son precisamente iguales a los que rigen entre nosotros.

Y aparte de esto, seguramente que también entre ellos hay quienes se atienen a tales principios y quienes no se atienen y los violan, demostrándonos con esto que no son tan absolutamente «superiores» a nosotros como a primera vista pudiera parecer, y que fundamentalmente son, como nosotros, unas criaturas en evolución y consecuentemente muy lejos de haber logrado la absoluta perfección.
 


Resumen de sus cualidades

Antes de entrar en el tema de cuáles pueden ser estas leyes de la evolución que nos obligan tanto a los Dioses como a los humanos, y que tanto ellos como nosotros podemos cumplir o violar, resumamos las cualidades y defectos más importantes de estas escurridizas criaturas que desde los más remotos tiempos dan la impresión de estar jugando al escondite con la humanidad:
  • Son inteligentes, a juzgar por muchas de sus actuaciones; es decir, se dan cuenta del mundo que los rodea y reaccionan a él conforme a las diversas circunstancias. Sin embargo en muchas ocasiones no reaccionan como nosotros reaccionaríamos, diciéndonos con esto que su inteligencia debe ser en algún aspecto diferente a la nuestra. Nos damos cuenta de que la mera palabra «inteligencia» encierra en sí todo un mundo de aspectos, variantes y posibles explicaciones que hacen todavía más difícil el calibrar hasta qué punto la inteligencia de los Dioses es parecida a la nuestra y hasta qué punto ellos son «inteligentes».

  • Si hemos de juzgar por nuestros patrones, en muchas ocasiones la inteligencia de estos seres aparenta ser mucho más avanzada que la nuestra. Sin ir más lejos, los aparatos en que a veces se dejan ver, realizan unas maniobras y tienen unos sistemas de propulsión, que superan totalmente los que nuestra más avanzada técnica ha logrado.

  • Conocen y usan mucho mejor que nosotros las leyes de la naturaleza; no sólo las que nosotros conocemos, sino otras que desconocemos, y por eso sus acciones a veces nos parecen milagros y en la antigüedad eran lógicamente atribuidas a «los Dioses».

  • Entre las leyes físicas que ellos conocen están algunas que los capacitan para hacerse visibles o invisibles a nuestros ojos y, más generalmente, perceptibles o imperceptibles a nuestros sentidos y aun a los aparatos con los que potenciamos nuestros sentidos.
     
  • Son enormemente psíquicos, teniendo una gran facilidad para interferir en los procesos fisiológicos y eléctricos de nuestro cerebro, logrando de esta manera distorsionar a su voluntad nuestras ideas y sentimientos.
     
  • No están aprisionados en la materia como nosotros o más específicamente, en una materia como la nuestra; en ellos lo psíquico y lo espiritual (que no hay que confundir con lo «moralmente bueno») tiene una gran primacía sobre lo material que también constituye su ser.
Acerca de su origen es una infantilidad humana el ponerse a decir que «son de aquí» o «son de allá»; no son de ningún sitio y son de todas partes. Lo primero que tendríamos que hacer es una gran distinción entre ellos mismos, ya que entre ellos hay muchas más distinciones de las que podemos encontrar entre los humanos.

Algunos parece ser que desarrollan sus actividades permanentemente en nuestro planeta y hasta que no salen nunca de él, considerando a éste como su planeta y considerándose como los principales habitantes de él, al igual que lo hacemos los hombres. (Con la gran diferencia de que ellos saben de nuestra existencia y nosotros no sabemos de la de ellos).

Otros parece que tienen facilidad para moverse por el espacio exterior y no sería raro que desarrollasen también sus misteriosas actividades en otros planetas o lugares del Cosmos. Acerca de esto es muy difícil saber nada con certeza, aunque ya vamos estando seguros de que las informaciones que en este sentido han ellos mismo proporcionado en muchas ocasiones a diversos mortales, no son nada de fiar.

Más adelante veremos por qué mienten o por qué no entendemos lo que nos dicen.

Como apunté en el párrafo anterior, hay grandes diferencias entre ellos en todos los aspectos: en cuanto a su posible origen, en cuanto a sus poderes o capacidades, en cuanto a su «bondad» o «maldad» en relación a nosotros, etc., etc. Creo que podemos llegar a la conclusión de que, al igual que entre los hombres, hay entre ellos grandes enemistades y también grupos afines3.

3 Algo que podrá corroborar lo que estamos diciendo, fue el suceso ocurrido en 1978 en las afueras de Bogotá y del que fueron testigos los miembros de una familia que regresaban a la capital. Según la persona que me narró los hechos, dos ovnis estuvieron enfrascados en una feroz batalla contra un tercero durante unos cinco minutos. Los dos atacantes perseguían al otro a una velocidad vertiginosa, dando unos inverosímiles quiebros en el aire, de la misma manera que dos moscas se persiguen, haciendo unas maniobras totalmente imposibles para nuestros aparatos más modernos. Además se veía claramente que de los dos aparatos salían una especie de balas luminosas hacia el otro ovni, muy parecidas a las que vemos en los juegos electrónicos hoy tan en boga. (Sin embargo es imposible que todo el suceso no haya sido más que un espectáculo de puro teatro para hacernos creer que estaban Peleando).

Pero esta «bondad» o «maldad» y esta aparente enemistad o afecto que con frecuencia algunos de ellos demuestran hacia los hombres, es muy probablemente algo completamente relativo, pudiendo variar de acuerdo a muy diversas circunstancias. (Un ser humano puede también ser bueno con unas personas y malo con otras, y puede ser bueno con una persona por la mañana y ser malo con la misma persona por la tarde).

Aparentemente hay entre «su mundo» y nuestro mundo, o dicho de otra manera, entre su dimensión y nuestra dimensión, o entre su nivel de existencia y el nuestro, ciertas diferencias y cierta barreras de tipo físico que aunque ellos logran salvar, sin embargo no les permiten estar en nuestro medio y desarrollar sus actividades con facilidad o con la naturalidad con que lo haría un ser humano, siendo esto también causa de que en muchas ocasiones su actuar sea extraño e incomprensible para nosotros.

Una de estas barreras es nuestro tiempo, al que parece les es difícil acomodarse, y hasta comprender. En ocasiones cuando han tenido que acomodarse estrictamente a nuestro horario, su puntualidad o su conducta han sido completamente erráticas.

No son inmortales (aunque los griegos y romanos gustaban de llamarles así) en el sentido que nosotros solemos darle a esta palabra. Juzgando por nuestros patrones de tiempo, parece que su permanencia en su nivel de existencia es mucho más extensa que la nuestra en esta etapa terráquea. Pero parece que llegado un momento, «mueren» o abandonan el estado de «Dioses» por mucho que en él hayan permanecido. Esto es posiblemente debido a una ley general del cosmos de la que hablaremos más adelante.

Algunos de ellos, tienen tendencia a escoger individuos humanos para protegerlos y ayudarlos de muy diversas maneras o también para ensañarse en ellos haciéndoles la vida imposible, no parando muchas veces hasta que los aniquilan. De la misma manera, grupos de ellos —comandados por un jefe— suelen escoger a grupos de humanos (tribus, razas, naciones) «protegiéndolos» de muchas maneras; aunque esa protección, como más adelante veremos, se nos haga muy sospechosa; porque más que protección se trata de un uso que ellos hacen del ser humano.

A veces un mejor uso, conlleva una real protección o ayuda, mientras que en otras ocasiones sólo destruyendo o perjudicando al individuo o pueblo se puede conseguir lo que de él se quiere, y en ese caso no tienen inconveniente en hacerlo. Obran exactamente igual que nosotros con los animales: sea que los ayudemos o que los destruyamos, es siempre para usarlos en una u otra forma. (El que tiene un perro en su casa, no lo tiene primordialmente por amor al perro, sino por amor a sí mismo; porque le gusta a él o a alguien de su familia, tener un perro).

Hasta aquí algunas de las cualidades que echamos de ver en los Dioses. Indudablemente su personalidad y su íntimo psiquismo tiene que tener muchos otros aspectos y profundidades que escapan por completo a nuestra mirada y que son totalmente ininteligibles por nuestra mente.

Lo mismo que las profundidades del alma humana escapan por completo a la rudimentaria inteligencia de los animales, por más que éstos sean capaces en algunas circunstancias de comprender nuestros deseos y hasta de adivinarlos.
 


Leyes del Cosmos

Veamos ahora algunas de las leyes generales del Cosmos a las que tanto nosotros como los Dioses —y por supuesto las criaturas inferiores a nosotros— estamos sometidos:

Hay un perpetuo movimiento y cambio; nada en el Cosmos está quieto. En el pedrusco «muerto» y aparentemente inerte, todo está en movimiento; un movimiento vertiginoso de trillones de partículas con un orden pasmoso. Y lo mismo que el electrón se mueve incansable alrededor de su núcleo en la entraña de la piedra, y que las galaxias desmelenan en los abismos siderales sus espirales como ingentes cabelleras, las ideas y los «sentimientos» del reino del espíritu también cambian sin cesar, con un movimiento que no necesita espacio ni tiempo.

En el Cosmos todo se renueva constantemente.

Este movimiento, considerado en conjunto, tiene una tendencia ascendente, aunque no precisamente en un sentido geográfico o geométrico. Es una tendencia de lo que infantilmente llamamos material, hacia lo que, también infantilmente, llamamos espiritual; de lo menos inteligente hacia lo más inteligente; de lo pequeño, imperfecto y débil, a lo grande, perfecto y fuerte.

Cuando el ser ha llegado en su evolución a la etapa consciente o inteligente, parece que esta ascensión tiene que ser voluntaria, y el no hacerla, supone algún retraso o acaso conlleve alguna clase de sanción.

Este movimiento, no es siempre uniforme o de una ascensión constante, sino que más bien parece realizarse —por lo menos en muchas ocasiones— en escalas, por etapas o por impulsos, considerado desde otro punto de vista, se podría decir que es un movimiento ondulante o en espiral, en el que a períodos de máximo avance se siguen períodos de calma y hasta de aparente retroceso.

Esta podría ser la explicación de la muerte de todo aquello que vive. Considerada por el individuo desde dentro de la etapa vital que esté viviendo, la muerte le parece algo malo; pero considerada desde fuera, la muerte no es más que el fin de una etapa en la existencia de ese individuo, y el paso a una etapa superior (en caso de que ese individuo haya cumplido con la ley enunciada anteriormente de ascensión o evolución). Considerada en el conjunto de todo el Cosmos, la muerte es sólo un síntoma del constante latir de la vida en todo el Universo.

Digamos por fin, que entre las diversas escalas y entre las diversas etapas de una misma escala, hay unas fronteras bien definidas. Por lo general parece que existe una prohibición de transgredir esas fronteras, sobre todo entre criaturas pertenecientes a escalas diferentes. Entre las criaturas pertenecientes a niveles o peldaños diferentes (pero dentro de una misma escala), parece que esa prohibición se limita sólo a ciertos actos de destrucción abuso irracional.

Esta prohibición de transgredir fronteras, podría ser la causa de lo mal visto que es en casi todas las religiones y en escuelas de pensamiento que no se consideran religiones (como son el espiritismo y la teosofía), el suicidio, ya que éste es una salida violenta y antinatural de la etapa que en ese momento de la existencia le ha sido asignada a uno por la inteligencia que rige el orden del Universo.

 



Para que el lector vea que estas ideas no son tan extrañas ni del todo ajenas a otros investigadores del «más allá», le aportaré el testimonio de un autor —John Baines— al que más tarde volveré a citar, ya que, después de escrito mi libro, me he encontrado con que el suyo, titulado «Los brujos hablan» —2a. parte—  tiene unas ideas completamente paralelas a las mías, aunque él haya llegado a las mismas conclusiones partiendo de puntos completamente diferentes:
«...ciertos seres que se encuentran en una escala evolutiva mucho más alta que el ser humano, verdaderos Dioses del espacio, que se aprovechan del esfuerzo humano, pero que a la vez, cumplen ciertas funciones cósmicas, es decir, ocupan un importante puesto en la economía universal. Ya los hemos mencionado anteriormente llamándolos los Arcontes del destino. También podríamos referirnos a ellos como los Dioses del Zodíaco ya que son los que dirigen y regulan la existencia humana en este planeta»...

«Los Arcontes del destino son seres temibles, no porque sean malos, sino por su severidad fría e inexorable en la manipulación del sapiens (hombre)...».

«Estos jueces ocultos provocan, por ejemplo, sin piedad alguna en sus corazones, una guerra mundial en la cual mueren millones de personas. Para ellos estos difuntos no tienen más valor que el asignado por el sapiens a los miles de animales que sacrifica diariamente para alimentarse».
Más tarde volveremos a encontrarnos con estos inquietantes Arcontes, señores del misterioso mundo que nos describe John Baines, y veremos que no discrepan casi nada de nuestros Dioses.