sábado, 30 de julio de 2016

LOS VERSOS MAS TRISTES DE LA NOCHE

Puedo escribir los versos más tristes este día, la memoria me remite a tiempos lejanos, en los que mi risa inundaba mi casa y conmigo se reía mi madre, mis hermanos y tanta gente que el tiempo se ha llevado, haciéndome invisible para todo el que pasa. 

Sólo mis compañeras inundan mi correo, con el amor eterno que viene de desgracias, ese hilo invisible que ata nuestras almas y cuyo origen viene de tiempos no olvidados, de tiempos que entre estudios, silencios y alegrías, entre sonrisas cálidas en los momentos tristes, no existía tristeza que no se compartiera, ni pena en solitario, ni nadie que no diera su mano acogedora, que te curaba el alma, te devolvía la vida, te trasmitía un "te quiero" sin tener que decirlo, con risas, esas risas que se reían por nada, sólo porque se quiere, porque nos da la gana, porque la sangre joven que corre por tus venas necesita la vida, una caricia al viento, tu nombre pronunciado por varias voces altas, que te bajen de golpe de la nube traidora que te ocupaba el alma. Estos amores nacen y nunca dicen "basta" y donde  quiera  vayas, te los llevas contigo y siempre te acompañan. Ni la vida que, luego, a cada una aguarda, puede romper el hilo que de esta forma ata. Y yo sé, por vosotras, que cuando todo acabe, cuando quieran pesar nuestra vida pasada, no podrán apartar una de la otra y el fiel de la balanza se inclinará de golpe hacia donde podamos volver a vernos juntas, y a la voz que se oye: "por siempre, siempre, siempre" la dejaremos sola con su triste tonada, mientras con nuestras manos formaremos un corro y empezaremos todas, uniendo nuestras voces, a cantar como siempre: "al corro la patata".

Mi hijo, entre maletas y bultos, hace un alto. Hoy ha tardado mucho más que otras veces, porque se marcha lejos y se nos rompe el alma cada vez que sobemos que el otro traga lágrimas. El sabe que su marcha, me produce tristeza, una tristeza honda y que no basta el alma para sentirla porque sale de todo el ser y que, como madre, fui primera en sentirlo y primera en hablarle y primera en quererle. Y hemos reído juntos y con él he llorado en los momentos tristes, esas lágrimas tontas que aclaran la cabeza y que, una vez lloradas. ya casi ni te acuerdas de su razón ni causa. Pero no se va solo. Parte con su familia, con el amor que su alma supo seleccionar, y con esos tres frutos que van a madurar. Y van a trabajar en un país lejano porque en este nuestro, no hay dinero para sabios. Porque resuena el eco de aquella bestia parda que con su divisa de callar las palabras nos enseñó el futuro de ¡¡¡ aquí hablan las armas" y exterminó por siempre y para siempre el Alma

Pero nadie, nadie, absolutamente nadie, en el mundo virtual que siempre visito, ha sido capaz de darle a una tecla y decirme que existo. Y hasta yo diría y esto ya es de más, que alguno se alegra de ver que mi nombre no despierta al menos una simpatía. Y si dijera que no me importa, mentiría, mas mirándolo bien, nadie entra ahí para evitar  las penas. Todos son muy sabios, todos saben mucho,"¿qué importancia tiene la pena de nadie, si yo sé de cierto  quién vale o no vale". "Si a mí, en directo, viniendo de arriba, se me ha revelado la Sabiduría","Yo sé del amor que todos ignoran, el Amor divino, que no se regala y pocos alcanzan" "¿qué me importa a mí que esa mujer loca, que pretende hablar de lo que ella ignora, necesite hoy un alma, una sola"

                                                           Prestad atención:

                                                           un corazón solitario

                                                           no es un corazón

Aunque juntéis todos los tesoros del mundo; aunque acumuléis todos los conocimientos del mundo, si no tenéis caridad (amor a los demás), no tendréis nada. ¡¡¡¡ virtuales, al fin y al cabo!!!
Con un solo dedo, el que yo prefiera, os puedo dar vida y dejaros entrar. Y con ese mismo, si a mi se me antoja, os mando a la nada y no mira atrás.

Así ha sido mi cumpleaños.


viernes, 29 de julio de 2016

PRIMERO UN HABITACIÓN, DESPUÉS LA SOLEDAD

Para ver de qué manera, tranquila y reposada, la mujer empieza su liberación como ser autónomo, no para parecerse al hombre, cuyo papel no es muy envidiable, sino para poder ser ella misma, se pueden leer todos los libros de Virginia Woolf. Yo he preferido la prosa de Umbral, que trata a la mujer en los términos que, según él, se merece. He elegido las siguientes líneas como un acercamiento al tema, si es que interesa. Y si no interesa, pues mañana a otra cosa.



La mujer, cuando empieza a pedir y disfrutar una habitación propia, en los años veinte del siglo XX, más o menos, cree quizá que con eso se está asimilando al hombre (posiblemente al hermano), pero lo que está haciendo es asimilarse a sí misma: ser por fin una mujer sola, una mujer a solas e incluso puede que una mujer solitaria.

De una manera inadvertida, nuestro siglo hace la experiencia casi científica de aislar a la mujer en un compartimento cerrado. Este ser había vivido siempre agrupado en grumos de la familia: madres, hijos, parientes, criadas, criados. La mujer no tenía derecho, casi, a su soledad, porque de alguna manera estaba convenido que la soledad era una cosa masculina. La mujer, digamos, no estaba madura para la soledad.

Habla Heidegger, a otros efectos, de llegar a la individuación. Parece que esto estaba descartado para la mujer ¿Como iban a llegar ellas a la individuación? De ese proceso de individuación (largo, filosófico y sabio) puede salir un hombre con barba, si es que sale algo. Suele salir a su vez un filósofo,, un santo o un líder. Pero una mujer sola ha sido, cuando mucho, una mujer que borda. No se las concebía más allá del bordado. A la mujer sola se la ha perseguido por la calle, se la ha abordado, y en este hecho costumbrista y galante hay algo más que cinegética sexual. Hay la convicción social de que una mujer sola no es cosa buena. Todavía se mira con recelo, codicia o condena a la mujer sola, según en qué lugares, climas sociales, circunstancias y horas. Se da por supuesto desde siglos que la mujer debe ir acompañada. Ha de estar acompañada. Y no sólo por los peligros que puede correr.

No, no es un peligro concreto. No son los peligros que puedan rodear su soledad, sino la soledad misma. La soledad es un peligro. El  peligro no está fuera, sino dentro de la mujer. Esto es lo que se pensaba socialmente, con el subconsciente colectivo. Puede que hay algunos peligros reales, externos, para la mujer que va sola, pero son los mismos  que para el hombre: ladrones, locos, viciosos, asesinos, alimañas. Sin embargo, nadie ve con malos ojos que un hombre vaya solo. En circunstancias extremadas, al hombre solo se le llama temerario. A una mujer, aunque las circunstancias no sean extremas, se la llama otra cosa. El juicio sobre el hombre es meramente estratégico. El juicio sobre la mujer es un juicio moral.

Así que la mayor conquista de la mujer moderna es la soledad. Y no ya la soledad por la calle, el derecho a ir sola, sino la dimensión profunda de esa soledad, la soledad consigo misma, a quedarse a solas. No era bien mirada la que andaba mucho a solas consigo misma. Andaba para santa o perdida.

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Dice alguien, glosando a Sartre, que el hombre es un animal hecho de soledad. Eso, la soledad del cuerpo, la soledad de su cuerpo, es lo que no ha soportado nunca la mujer tradicional y ha pasado de la condena del cuerpo, a la ignorancia del cuerpo, la levitación. En el desnudo colectivo de la playa pierde obscenidad porque pierde soledad. NUESTRO CUERPO ES EL MONUMENTO A LA SOLEDAD DE NUESTRA ALMA.

Sacado de: Tratado de perversiones
                    Francisco Umbral
                    Ed. Bruguera, 1978









domingo, 24 de julio de 2016

AQUELLOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

Después de deambular desde antes de mi nacimiento, por toda clases de colegios e instituciones que el Gobierno había creado para que no anduviéramos por las calles, mientras nuestras madres se dejaban la vida en trabajos abusivos,absorbentes, deslomantes y mal remunerados, vine a dar con mis huesos, así, como por inercia, a una especie de palacio, supongo desahuciado o donado por alguna familia colaboradora (que seguramente supo sacar buen provecho de su donación). Ya por entonces yo sabía que "nadie da duros a pesetas". 

El caso es que por fin mis huesos iban a tener un poco de tranquilidad, puesto que yo siempre hacía lo que me mandaban, sin prisas, tranquilamente y como si mi cuerpo se moviera en la dirección indicada y mi cabeza estuviera en algún mundo imaginativo. Estoica, ya os dije que soy estoica de nacimiento. Allí se me mandó estudiar y yo estudié y mi cabeza poco a poco fue aterrizando hasta que descubrí que me gustaba el asunto. Aquello de estudiar tenía su punto y, aunque sólo fuera por la alegría en la cara de mis hermanos y mi madre, daba yo por bienvenida la orden. Mi mente se abrió de par en par y era como una máquina de absorber a pleno rendimiento. Grababa en mi memoria todo lo que leía y siempre me sobraba algo de tiempo de estudio (cuando ya estábamos en segundo o tercero) para inventar cualquier cosa que pudiéramos hacer durante el recreo. Allí fue donde nunca me pusieron "la maldita banda roja" de la que os hablé hace unos días.

Mucho cambiaron nuestras vidas...... bueno mucho nos las quisieron cambiar. Y mira que luchaban aquellas monjas por hacernos entender una serie de patrones de conducta, tan distintos de los que habíamos llevado hasta entonces, que, más que de colegio, parecía que habíamos cambiado de Planeta.

Todos los años, durante una semana, se nos hacía meditar sobre todo en la maldad intrínseca de nuestras almas y la redención mediante la oración y la providencia. Era terrible. Una semana de silencio absoluto, deambulando como fantasma por cualquier sitio, refugiándote en la capilla porque había bancos, con el devocionario en la mano, el paso tranquilo y callado como corresponde a un cuerpo que un poco más y levitaba. Era terrible. Yo miraba a mis compañeras y ellas apartaban la mirada rápidamente, digo yo que para acallar la carcajada. Pero algunas lo hacían en serio: iban transpuestas, más allá de las miserias del mundo, dando vueltas al rosario y murmurando bajito, pero subiendo el bisbiseo cuando se acercaban hacia la monja. Porque la presencia de las monjas se convirtió en parte del paisaje normal, a veces ni las mirábamos porque no las veíamos. En los confesonarios se agolpaban esperando turno las mismas que lo habían hecho el día anterior y lo harían al siguiente, que yo pensaba: "pero¿cómo se las apañan para pecar tanto? Si no hay tiempo". Recuerdo a C.., que era la reina de la devoción y que yo no perdía de ojo, por que, como ya nos habían contado de Sta. Teresa, estaba convencida de que acabaríamos viéndola volar. Era terrible. Era un tormento inventado por algún sádico de la Inquisición. Tenerme una semana sin poder decir ni "buenos días" era superior a mí. Pedía permiso para coger un libro de texto, el que fuera, la "historia de la Iglesia" mismamente, pero no, durante los Ejercicios Espirituales no se estudiaba. Sólo se meditaba. A veces, me sentaba en el suelo, actitud que en otras circunstancias no se nos hubiera permitido, y me entretenía traduciendo la misa del latín y lograba aislarme de tanto teatro y falsa beatería que se desarrollaba a mi alrededor. No era yo sólo la que me aburría, éramos unas cuantas, pero, precisamente por eso, procurábamos no cruzarnos mucho, porque la más ligera sonrisa de comprensión nos podía acarrear un castigo. Aunque bastante castigo estábamos sufriendo con aquel silencio de muertos en vida. Como esos hospitales abandonados, que tanto les gustan a los americanos, llenos de fantasmas de los muertos, todos feos, desgreñados y con costra (¡¡mira que son guarros los "born for kill"!!). Y los sermones que teníamos que oír y las pláticas (charlas más o menos informales con ell cura de turno), y los rosarios todas juntas, y las distintas oraciones a los Santos, a los Beatos, al Fundador. Terrible, lo que yo os diga, aquello era terrible.

Cuando estábamos ya en Preu(niversitario), lo que hasta ahora se llamaba COU y ahora no se llama nada, hicimos unos Ejercicios Espirituales un poco anómalos. Nos llevaron a un hotelito, primorosamene cuidado por las monjitas y que se enclavaba en el centro de un gran pinar repleto de piñas, todavía verdes. El plan era el mismo: silencio, meditación, charlas con el cura que, no sé si es que estábamos ya en edad de percibirlo, nos parecía guapísimo. Ni que decir tiene que el "pater" no tenía tiempo ni pa´mear de ocupado que le tenían. Y digo le tenían porque a mí y a L.. que siempre éramos compinche en cualquier cosa que rompiera la monotonía, no nos pareció lo suficientemente guapo como para evitar que disfrutáramos de la libertad que te daba correr entre los pinos Y subirnos, gateábamos por los ásperos troncos, como las ardillas. A veces me pregunto qué haría ahora si mi vida dependiera de subirme a un pino....... imposible, me moriría, pero por aquel entonces parecía que no tenías esqueletos. Una vez arriba, nos dedicábamos a desprender las piñas verdes y se las llevábamos a la monja que estuviera al cargo de la cocina, que las metía en el horno

Aquella semana sí que nos lo pasamos bien. Mientras las demás se dedicaban a alcanzar la santidad, nosotras dos a lo nuestro: a gatear árboles. Por supuesto nuestra cara cogió un bonito tono bronceado y nuestras piernas y muslos enormes arañazos. El último día, el "pater" ya había tenido una charla con todas y cada una, excepto con L. y conmigo. A voces nos buscaron y L. tuvo que ir a verle, que la estaba demandando. Me puse algo nerviosa y pensé que íbamos a pagar cara nuestra libertad. Y esperé con el firme propósito de no soltar prenda, no sé de qué, de lo que fuera, a mí ese cura no me iba a asustar. Mi nerviosismo aumentaba cuando pasaba el tiempo y L, no volvía para darme una idea de por dónde iba la cosa. Las demás me tranquilizaban y, que no te va a preguntar nada, que sólo te va a dar consejos, que no te va a reñir por no haber ido a los Oficios (prácticas programadas y que daban por obligatorias).

Y tuvieron razón, aquel cura no me dijo nada, no me preguntó nada, no me aconsejó nada, porque nunca me llamó.

Siendo ya señoritas universitarias, quedamos todas para ir a ver al Padre X (no recuerdo ni su nombre) que paraba unos días en Madrid de camino a no sé dónde. Yo fui, un poco expectante y cohibida, pero fui. Nos recibió con alegría y mantuvimos una alegre y cordial charla, supongo que acerca de muchas cosas. Yo notaba que, no de forma descarada, apartaba su mirada de mí cuando yo intervenía. Al despedirnos, tuvo unas palabras cariñosas para cada una y para mí, la sentencia más hermética que nunca me han dado. posó su mano en mi cabeza como si me fuera a bendecir y dijo:

"Ay, Ay, D., vas a sufrir mucho en la vida"

Ni siquiera pregunté, quizá debería haberlo hecho, porque es una frase que se me clavó tan dentro
que, a veces pienso que no era una bendición, sino una maldición lo que aquel sacerdote me echó

                               
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Post Data: Con respecto a la banda roja que nunca me gané, al día siguiente de haberlo escrito, recibí un e-mail de L. que más o menos decía:

"La banda roja era una gilipollez. Olvídalo. Y nunca nos calificaron por el estudio (se suponía que todas éramos buenas en eso). Era Atención lo que se calificaba y también de vez en cuando te ponían un 9 ¿Y preguntas por qué?"