lunes, 19 de junio de 2017

HISTORIAS IMPERTINENTES I

Historias impertinentes


1,-Pues verás, Pedro. Yo lo veo así: Todo lo que se ha escrito hasta ahora del famoso arché (léase arjé), son tonterías. La verdad es que había una vez un comerciante que se dedicaba, como buen comerciante a llevar y traer materias de unas tierras a otras y surcaba el Mediterráneo, de aquí para allá y de allá para aquí, mirando la línea de la costas e imaginando, pensando, en las largas noches sobre cubierta que, igual que su barco flotaba sobre el agua, debía hacerlo la tierra. Si el hombre no notaba el movimiento era porque la tierra es más grande que un barco y el meneíllo apenas se notaba. Él comerciaba con toda clase de mercaderías de "grecia traía velos y de Cachemira, chales"; así que como en números no estaban muy impuestos en aquella época, tuvo tiempo de pensar un método para no engañar demasiado a sus clientes y se le ocurrió eso que ha pasado a la historia como Teorema de Tales, que es una forma de hallar relaciones exclusivamente geométrica, que se podía pintar en el suelo, llegado el caso. Una noche, insomne y sin preocupaciones, miró al cielo y se dió cuenta de dos cosas: primero, que cuando iba de Grecia hacia allá, por las noches, una determinada estrella quedaba siempre a su izquierda; mientras que, cuando volvía de allá para Grecia, la mismita estrella le quedaba a la derecha. Así que, para saber si estaba en el rumbo correcto, decidió guiarse por aquel punto en el cielo. Más tarde, a esa estrella se le llamó Polar, pero para eso era necesario que se supiera que había Polos, cosa que Tales no sabía y tampoco le importaba mucho. Como era muy observador y tenía que estar atento a los cambios en el agua para una travesía placentera, aprendió a ver las señales de bonanza o turbulencia antes de hacerse a la mar y sus observaciones le valían para predecir tiempos de abundancia o escasez en la tierra. Así que cuentan que, anticipando una época de vacas flacas, compró todo el grano que pudo, lo acumuló en sus silos y esperó. Cuando las cosechas empezaron a fallar, cuentan que hizo un gran negocio. Siendo comerciante, no podemos pensar que lo regalara.
Andando el tiempo, cuando ya Tales era de "los tiempos de Mari Castaña", Aristóteles, que le gustaba dejar todo atado y bien atado, le nombró como el primer filósofo e hizo una interpretación personal de las razones que tendría para decir que "todo es agua", las dió muy filosóficas, porque decir simplemente que a un marino le importa más el agua y su estado que cualquier otra cosa, al Maestro le sonaba muy prosaico. Desde entonces, dada la tendencia de los filósofos a copiarse unos a otros, en manuales, tesis, escritos pretendidamente originales, ensayos y otras zarandajas, se fué pasando de unos a otros, de generación en generación y como verdaderas razones, la interpretación aristotélica. Pero si te fijas bien, esa interpretación es propia de un urbanita que se pasa la vida paseando (o sea, peripateticando) por un pórtico, dando lecciones magistrales con el dedo en alto y que podía haberse acercado al Pireo y meditar mirando al agua, pues no se le ocurrió.
Y esta es mi visión de Tales o Thales, que nació en Mileto y murió sin ver las naves que invadirían su ciudad y otras más, que también es mala pata...... Perdona la lección, pero no quiero que te engañen los filosofillos al uso. Ninguno sabe nada de este señor. Yo sí, porque en una de mis vidas pasadas, según un test que he hecho en internet, he sido una guerrera de una tribu salvaje y chamán de otra tribu, que tampoco debía ser muy civilizda. Por eso mis hermanos, en cuanto empecé a hablar, supieron que iba a ser totalmente contestataria.
Un saludo y que tengas un buen día.


2.-Me baso en tu dibujo, que es bonito y yo no sé hacer cosas así: Tú eres Azareas. de la Isla de Santorini, que repartes, de puerto en puerto, preciosas telas con las que, tanto mujeres como hombres, gustan de adornarse.
Pon una A en el vértice marrón de más o menos 45º. Pon una B en el segmento que, hacia arriba, se convierte en rojo. Acorta el lado que, en la figura sirve de base a tu triángulo marrón. Esa base es una línea que representa el oro que yo tengo para pagarte. ¿cuánta tela me puedes vender?, ¿Y si me la partes y sólo quiero un trozo, cuánto oro te daré? Tales, pintaría en el suelo parte de tu dibujo y establecería una relación geométrica entre el trozo que tú me das de la tela y el oro que quieres recibir. Relaciones, sólo relaciones. Los segmentos iguales en la línea de arriba, son directamente proporcionales a los segmentos de la linea de abajo. ¿Cómo hacemos los segmentos iguales en la línea de abajo? Trazando paralelas a la línea que une sus dos extremos.
Este es el teorema de Tales, tal como Tales lo utilizaba. No te fíes de imitaciones modernas, que van más allá de Tales. Los sabios, a veces, resuelven lo problemas que necesitan resolver sin más complicaciones. Buenos días.


3.-Mucho antes de que Minos arribara a Creta y la tomara como refugio y nuevo hogar, el lugar era mucho más grande de lo que hoy nos queda. Lo suficientemente grande como para permitir que la población se multiplicara, se dedicara al comercio, puesto que el mar la rodeaba por todas partes. Establecieron relaciones con los mismos fenicios que seguían su viaje hacia Tarsis, donde cambiaban unos objetos por otros. En aquellos tiempos no se utilizaba todavía el dinero y la economía se basaba en el cambio. Los fenicios nos enseñaron a contar pero nadie aprendió su lengua ni su escritura. Los iberos, tribus que se unían por familias y clanes, conservaban la línea matriarcal en sus derechos de sucesión (la línea mitocondrial). Y todos escondían un secreto, Pedro, habían llegado a las tierras que ahora llamamos costas cuando los dioses decidieron la última guerra a vida o muerte en una trifulca que ni siquiera había empezado en este planeta.
Ya sé, Pedro, que eres reacio a las historias que no estén basadas en la humana razón o en los textos de esos griegos a los que estás dedicando tantas neuronas, que, mucho me temo, no te van a quedar para saltar conmigo en el tiempo. Quisiera decirte que la Humanidad ha evolucionado para bien y que cada vez lo haremos mejor. Pero te mentiría, amigo. La Humanidad fué dejada aquí, por aquellos que nos hicieron a su imagen y semejanza, para que siguiéramos una lucha que no era la nuestra. Esta lucha no ha terminado, la humanidad tiene muchos cachivaches, muchos juguetitos electrónicos, y muchas máquinas de fotos adelantadísimas que, de vez en cuando, nos dejan entrever lo que puede haber más allá de nuestro horizonte astronómico, pero nunca nos dejarán bajar a ninguno de esos sitios maravillosos, ni nos dejarán volver a la luna, ni nos estableceremos en Marte. Y, tajantemente prohibido poner los pies en Europa, el satélite de Júpiter. Nunca iremos más allá del Cinturón Repujado. No en persona. La humanidad se está gestando, Pedro, no tiene edad, no ha nacido, no somos más que un experimento que, hasta para nuestros creadores, va demasiado lento. Y, además, como ocurre con todo experimento de laboratorio, cuando se quiere usurpar el lugar del creador, estamos llenos de genes atávicos que nos llevan a la locura. La locura se manifiesta de muchas formas, hasta inventando explosivos que no podemos manejar y destruir el Planeta sólo para probarlos, alarmando así, no ya a los manipuladores, sino a seres de todo el Universo que les exigen que arreglen este desaguisao. Pero, con todo su saber, con todo su poder, no saben cómo atajar nuestra locura. No estaba en sus Planes. Se les hemos ido de las manos. Hace mucho tiempo que nos construyen juguetes inofensivos, cámaras, cápsulas, como el sonajero que nosotros damos a los niños cuando están inquietos.
Pero, yo te voy a decir, el secreto de todos los secretos, amigo: nos dejaron mucho más de lo que estamos dispuestos a admitir. Nos dejaron su historia escrita en las piedras, en el oro, en metales duraderos, en sus pinturas. Nos dejaron nuestra historia, mezclada con la suya y nos dejaron su palabra y su pena por abandonarnos. Y nos dejaron en Edad de Piedra, en el nivel evolutivo en que nos encontraron, pero con un cerebro manipulado y loco.
No te hablaré de ellos, Pedro. No todavía. Antes quiero relatarte qué pasó con Minos, descendiente directo de Vulcano, con quien nunca se llevó bien, como debe de ser. Antes de que lo vuelva a perder, pondremos aquí punto a este capítulo.


4.-
¿Tú sabías, amigo, que hubo dos creaciones? Y existieron unos hombres (homines boni ) que, desde la mas remota antigüedad, por vía oral, de unos a otros, se comunicaron unos misterios peligrosos que, todas las fuerzas del mal han tratado de borrar y no lo han conseguido. En todas partes del Planeta, en las frondosas selvas, en las elevadas, planicies, en los deslumbrantes glaciares, en los abrasadores desiertos, casi siempre solos o con grupos pequeños han recorrido el mundo de parte a parte. Nosotros les hemos llamado “druidas”, pero ellos no se llamaban nada; eran artesanos, comerciantes, monjes, caballeros con una misión: guardar los ancestrales secretos y comunicarlos uno a uno a hombres por ellos elegidos, cuando consideraran que la Humanidad podía comprenderlos. Tenían poderes especiales, como el viajar con el viento, hablar con los pájaros, saludar al olmo más viejo del bosque (entre los olmos hay una jerarquía, ¿sabes? Y es de muy mala educación dirigirse a un joven sin pedirle permiso al jefe, que se supone el padre de todos los demás.) Tienen el don de hacerse invisibles y acompañan a los moribundos, cuando se encuentran solos en sus afiebradas noches, avisan a los animales de la cercanía del hombre, no comen carne ni pescado porque lo consideran comerse un cadáver; sólo se alimentan de los productos que en sus caminos les van ofreciendo los árboles. Son entendidos en remedios y hechizos, saben de bebedizos de amor y odio; pueden tomar la apariencia de los unicornios blancos (siempre blancos). Visten túnicas blancas y, para el invierno tienen capas con caperuzas que les tejen las mujeres de ovejas níveas. Si te los encuentres, cédeles el paso que llevan dentro un peso divino; no les hables, pero si te dirigen la palabra, escúchalos atentamente: nunca hablan en vano. Quizá quieran que te unas a sus grupos para, poco a poco, hacerte memorizar sus maravillosos conocimientos. Y seguro, seguro que te hablan del arjé, primigenio, indeterminado, innombrable, eterno, espíritu que pasa a material. Yo, mañana te hablaré de él.
Hoy sólo te diré acerca de Minos que aquel Minotauro del que habla la leyenda griega (los griegos fueron utilizados por los dioses para decir medias verdades o disfrazar la realidad. Homero era un enviado de los dioses, una Némesis a la viceversa) aquel minotauro nunca existió y en el Laberinto se escondía algo mucho más valioso. Te daré una pista: Cuando Enlil (que reinaba sobre “los dioses que bajaron del cielo”) estaba en la Tierra, ésta se encontraba en la Era de Taurus a punto de entrar en la de Leo (o, al revés, el orden no altera la historia) y, siguiendo una costumbre de los tiempos pasados, el animal que representaba a Enlil era el Toro. Y, por aquellas fechas, como ocurre cuando nuestro Planeta abandona un signo para entrar en otro, pasaron muchas cosas al mismo tiempo y no todas buenas. Ni para la tierra, ni para la humanidad. Vale, Pedro. Te he dicho mi verdad. Casi todas las cosas las vi y muchas las viví. Mi memoria, después de tanto tiempo no diferencia bien lo visto de lo vivido. Eran tiempos tempetuosos.


5.-
No te extrañes de la suerte de Europa, Pedro, porque esta mujer desde muy joven dió muestras de casquivanidad, a juzgar por los dimes y diretes que provocó entre los mismo dioses. Y no es que ellos fueran muy virtuosos, así que hemos de pensar cómo sería la señora para escandalizar a todo el Atlas. Europa ya en su ciudad era bastante conocida, cuando le comunicó a sus padres su primer embarazo, del que (como era costumbre en la época entre las jóvenes poco virtuosas) echó la culpa a Zeus, a quien no le importaba la fama de mujeriego que le iban poniendo. Antes eso que descubrir uno solo de los secretos mortales. Además, Zeus nunca sabía si las hijas de los hombres decían la verdad cuando le adjudicaban un hijo. Pero esta pernocta en concreto se había producido con Apis, o con cualquiera de los cuatro toros divinos que le llevaban las noticias al “de amable faz”. Y, el niño salió humano por fuera pero dentro agresivo, feroz en las batallas, tanto familiares como externas y, la verdad sea dicha, no tenía muchas luces, sólo la fuerza del padre. Minos siempre llevó muy a mal ser hijo de un toro y, cuando salió de su ciudad para Creta, se hizo acompañar por su madre y un novillo recién nacido, cuya procedencia nunca quiso preguntar. Lo primero que hizo, cuando se hubo apropiado de toda la Isla, fué llamar a Dédalo de quien le habían dicho que era el mejor arquitecto de la época y mandarle las obras de un Laberinto subterráneo. Acabado éste, encerró allí a su madre, al novillo, al constructor y a su hijo (que era inocente, pero a Minos, cuando se le cruzaban los cables, embestía al bulto).

Con el pasar de los tiempos y el cambio de las costumbres no se consideró decente que una mujer tuviera tratos con un toro, por muy divino que fuera, y le cargaron el muerto a la pobre Pasifae, que nunca amó más que a su bruto marido.

Y eso es, amigo, lo que había en el Laberinto de Minos. La abuela ya hacía tiempo que había muerto y sólo quedaba el novillo, que ya era un toro como Dios manda. Dédalo sintió piedad por la vieja y, bajo la vobina mirada del novillo, la cuidó durante mucho tiempo. Luego, muerta la pobre mujer, con muerte dulce por cierto. (Nada, cerró los ojos y ya no quiso abrirlos más), dicen que pasó la laguna Estigia sin problemas, porque hasta Cancerbero se apiadó de ella. Dédalo dió que hablar a la posteridad por las alas que le confeccionó a su hijo para escapar desde un ventanuco al que el torito les ayudó a subir. En realidad, la idea era buena, pero hay que comprender a Ïcaro, viviendo entre tinieblas toda su vida, cuando vió la luz del sol. Y, lo demás es historia. Falsa, como toda ella, pero historia.

6.-
Cuando el Sol desapareció, llevándose con él a La Luna, planetas y estrellas, ya hacía muchos días que los hombres de blanco los habían repartido por las distintas cuevas, lejos del alcance de lo que estaba por venir. Algunos habían bajado a las profundidades y pudieron hacerse con ciertas planchas en las que se narraba la historia tal como había sido, aunque sabían que pasarían muchos siglos hasta que los cabezas negras, si alguno conseguía sobrevivir, pudieran leerlas y comprenderlas. También dibujos geométricos en los que se daban instrucciones para la construcción de algunos utensilios que se irían necesitando a lo largo de los años, si es que la Tierra volvía a ser la Tierra.

Muchas horas habían pasado desde que vieran el “gran resplandor” a Occidente, al que respondió el “gran resplandor” de Oriente. Fue la última luz que brilló sobre el Planeta. El día se hizo noche al unirse las ondas expansivas y un fuego sin llama arrasó todo a su paso.

Dejaron pasar muchas más horas en actitud recogida, impasibles: el Destino se estaba cumpliendo y ellos debían terminar su tarea. Se les veía mover los labios recitando palabras en idiomas desconocidos. Los cabezas negras se afanaban en acondicionar y repartir los distintos rincones de las cuevas, intentando contentar a todos y atajando los conatos de pelea que pudieran surgir. Se habían agrupado por estirpes. En círculos, delimitados con los dedos en el fondo arenoso, se reunía la madre y el padre de más edad. Aunque pocos sabían qué era la edad, sí sabían quienes habían nacido antes y las mujeres llevaban grabadas en su memoria los hijos que habían llevado en sus vientres. Y así, con los mayores en la parte más cercana a los muros, se iban colocando por parentesco, por afinidad, por uniones. Vistos desde la Piedra de hablar, un Alto sin capa, el único que era cabeza negra, ni joven ni viejo, que no tenía ni clan ni familia, vigilaba la distribución. Unos círculos eran tangentes a otros, con un sólo miembro común; otros se fundían, con algún elemento suelto que, a su vez, se unía a otro círculo más grandes.

Los altos hombres de capas blancas le dejaban atrás, porque él nunca abandonaría a los cabezas negras, alguien tenía que hacerse cargo de ellos. Eran como recién nacidos y estaban todos muy asustados e inquietos. No sólo no sabían, es que no entendían, ni entenderían nunca por qué les habían agrupado en aquellas cuevas. Quizá los altos ya no los necesitaban y los iban a enterrar para que murieran. Pero habían visto aquel enorme pozo lleno de agua negra y las puertas, muchas, allá en el fondo, que alguien dijo que eran más cuevas con mucha comida. Mucha tierra blanca que los altos traían en sus carros voladores de algún sitio entre las estrellas y que llamaban farana. Y, lo que llamaban fratas, cubiertas con algo pegajoso que impedía que se estropearan, y, algunos, que habían ido hasta el final, habían visto una tierra muy grande dónde estaban creciendo cosas verdes. Había luces en el techo, pero no era el cielo y, en la puerta, una palabra que alguien pudo leer: Huerto. Era tierra para cultivar y ya había, al fondo, dónde la cueva acababa, unos árboles muy pequeños, tan pequeños que no servían para nada. Pero El Alto les diría qué había que hacer. Al Alto lo conocían todos. Era el que aparecía cuando alguien estaba enfermo, el que hacía lo justo, el que les enseñó a hacer vestidos, el que les enseñó a encender y conservar el fuego de sus chozas, el que apagaba los incendios, cuando el Amo se enfadaba y les disparaba aquellas luces como culebras. El Alto traía su carro lleno de agua y restablecía la calma. Todos decían que era su Padre, el de todos y cuando estaba presente, sentían que nada malo podía pasarle. Arriba, en la Montaña, según algunos, todos le llamaban Enki. Ellos, primero uno y luego todos le llamaban simplemente “Padre” y él sonreía y acariciaba la cabeza de los pequeños que le seguían a todas partes, aunque procuraban no molestarle. Las madres se lo decían: “dejad en paz a los padres, pero, sobre todo, no molestéis al Padre con tonterías”. Un día, el Padre volvió la cara sonriente y dijo: “deja que los niños me acompañen. Dónde yo voy, puede venir cualquier niño”. Con el tiempo, los traidores, cambiaron la frase y dijeron que lo había dicho otro. Puede ser verdad, puede ser falso, como la historia que te estoy contando.


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