Y
SE MARCHÓ
El
reloj suena a las cinco
con
el repiqueteo odioso
para
la que sale del sueño
que
apenas se ha dormido.
Él
se revuelve un poco,
pegando
un gran ronquido
que,
no por conocido,
deja
de despertar
despertares
lejanos,
pero
tan alejados
que
es mejor espantar.
Y
los gestos de siempre,
la
bata, los zapatos, el baño
sin
mirar al espejo. Ya sabe sin mirar
esa
mirada extraña que ya apenas conoce,
esa
mujer ajena que mira de reojo
sin
poderlo evitar
La
cafetera, el pan, el zumo para uno,
la
leche para dos,
otra
no quiere líquidos
que
la hagan engordar.
El
pequeño papilla, para acabar los dos
pegajosos,
pringosos y en la mañana gritos
que
rompen el silencio y un instante fugaz
en
el que se siente a gusto. Antes que los demás
empiecen
a pedir como pollos hambrientos,
como
seres sin pies, manos, desconociendo
dónde
está cada cosa para ir a cogerlo.
Ella
no ha dicho nada, todo lo va entregando
con
la necesidad de que marchen ya todos
y
la dejan ya sola, esa mañana al menos.
Él
ya sale vestido con la misma camisa
que
delata con manchas dónde acabó la noche.
Sin
mirarse se beben cada uno lo suyo
oyéndose
tan sólo el lento masticar
y
el ruido del sorbo con mirada severa
del
padre que no tiene ni siquiera que hablar.
Y
cuando todo acaba, todo por acabar,
recoge
ella la mesa, los platos, los cubiertos,
y
las migas del pan, que coloca en un cuenco
por
si viene su amigo, un bonito jilguero
que
siempre ve llegar, picoteando el plato
y,
antes de marchar, le canta con sus píos
sus
gracias y se va.
Y
en la nota dejó la razón de su marcha:
“Me
voy al mismo cielo y me han de recibir
porque
no tengo razones para seguir aquí,
si
alguien no me dice qué falta ya os hago.
Os
he criado a todos, a todos he cuidado
dejando
día a día una vida olvidada
y
viendo que mi cuerpo se vuelve trasparente
porque
ni sombra tengo, de tanto como dí
Yo
esperaré ese tren que cada día pasa,
dicen
que sin letrero de salida o llegada.
Me
voy a ver a Dios y me ha de recibir”.
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