sábado, 1 de octubre de 2016

Y SE MARCHÓ

Y SE MARCHÓ




El reloj suena a las cinco
con el repiqueteo odioso
para la que sale del sueño
que apenas se ha dormido.

Él se revuelve un poco,
pegando un gran ronquido
que, no por conocido,
deja de despertar
despertares lejanos,
pero tan alejados
que es mejor espantar.

Y los gestos de siempre,
la bata, los zapatos, el baño
sin mirar al espejo. Ya sabe sin mirar
esa mirada extraña que ya apenas conoce,
esa mujer ajena que mira de reojo
sin poderlo evitar

La cafetera, el pan, el zumo para uno,
la leche para dos,
otra no quiere líquidos
que la hagan engordar.
El pequeño papilla, para acabar los dos
pegajosos, pringosos y en la mañana gritos
que rompen el silencio y un instante fugaz
en el que se siente a gusto. Antes que los demás
empiecen a pedir como pollos hambrientos,
como seres sin pies, manos, desconociendo
dónde está cada cosa para ir a cogerlo.

Ella no ha dicho nada, todo lo va entregando
con la necesidad de que marchen ya todos
y la dejan ya sola, esa mañana al menos.
Él ya sale vestido con la misma camisa
que delata con manchas dónde acabó la noche.
Sin mirarse se beben cada uno lo suyo
oyéndose tan sólo el lento masticar
y el ruido del sorbo con mirada severa
del padre que no tiene ni siquiera que hablar.
Y cuando todo acaba, todo por acabar,
recoge ella la mesa, los platos, los cubiertos,
y las migas del pan, que coloca en un cuenco
por si viene su amigo, un bonito jilguero
que siempre ve llegar, picoteando el plato
y, antes de marchar, le canta con sus píos
sus gracias y se va.

Y en la nota dejó la razón de su marcha:
Me voy al mismo cielo y me han de recibir
porque no tengo razones para seguir aquí,
si alguien no me dice qué falta ya os hago.
Os he criado a todos, a todos he cuidado
dejando día a día una vida olvidada
y viendo que mi cuerpo se vuelve trasparente
porque ni sombra tengo, de tanto como dí
Yo esperaré ese tren que cada día pasa,
dicen que sin letrero de salida o llegada.

Me voy a ver a Dios y me ha de recibir”.

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