Precioso este texto de Séneca que no sólo admira por la poesía que encierra, sino que nos da un indicio de la sabiduría que contiene. Además, quiero contradecir con pruebas palpables lo equivocado que estaba Francis Bacon cuando desprecia, con el orgullo de la ignorancia y la soberbia propia del inglés, toda la filosofía anterior a él, culpando del atasco de la ciencia al método aristotélico y dejando muy claro en sus escritos que no tenía ni idea de la historia ni la filosofía griegas y su influencia durante el Imperio Romano, que para él casi ni existió.
¡¡¡¡PUES NO, SR. BACON, NO FUERON LOS GRIEGOS LOS QUE TUVIERON ATASCADA LO QUE PARA VD. ES LA VERDADERA CIENCIA, FUÉ LA RELIGIÓN Y SU TEOLOGÍA, COMO DEBE RECONOCER POR SU RELIGIÓN CALVINISTA QUE VINO A SER TAN DOGMÁTICA COMO LA DE ROMA
Cuestiones
naturales
Lucio
Anneo Séneca
l
Libro primero
Prefacio
Tanto
como se diferencia la filosofía de las demás artes, óptimo
Lucilio, otra tanta diferencia encuentro yo en la filosofía misma,
entre la parte que se ocupa del hombre y la que se refiere a los
dioses. Más elevada y atrevida ésta, se ha permitido mucho: no
contentándose con lo que se ofrece a nuestra vista, sospechó que la
naturaleza había colocado más allá de lo que se ve algo más
grande y más bello. En una palabra; entre una y otra filosofía
media tanto como entre Dios y el hombre. Enseña la primera lo que
debe hacerse en la tierra; la segunda, lo que se hace en el cielo.
Una desvanece nuestros errores y trae la luz que ilumina los
engañosos caminos de la vida; la otra se eleva sobre esta densa
niebla en que nos agitamos, y sacándonos de la oscuridad, nos lleva
al manantial de la luz. Gracias doy en verdad a la naturaleza cuando,
no contento con su parte pública, penetro hasta en sus misterios más
secretos; cuando aprendo de qué elementos se compone el universo;
quién es el arquitecto o conservador; qué es Dios; si está absorto
en su propia contemplación, o si algunas veces inclina hasta
nosotros sus miradas; si crea diariamente, o ha creado una vez sola;
si forma parte del mundo o es el mundo mismo; si todavía hoy puede
dar nuevos decretos y modificar las leyes del destino, o si le es
imposible retocar su obra sin descender de su majestad y reconocer
que se ha engañado: necesario es sin duda que ame siempre las mismas
cosas aquel que solamente puede amar las perfectas, no siendo por
esto menos libre ni menos poderoso, porque él mismo es su necesidad.
Si no pudiese elevarme a todo esto, para nada habría nacido. ¿A qué
regocijarme en este caso por encontrarme en el número de los vivos?
¿por digerir comidas y bebidas? ¿por cuidar este débil y miserable
cuerpo que perece en cuanto ceso de rellenarlo? ¿por desempeñar
toda mi vida el cargo de enfermero, y temer la muerte para la cual
nacemos todos? Quítame este inestimable placer, y no vale la
existencia que me extenúe por ella entre fatigas y sudores. ¡Oh,
qué pequeño es el hombre mientras no se eleva por encima de las
cosas humanas! ¿Qué hacemos de admirable mientras luchamos con
nuestras pasiones? La misma victoria, si llegamos a conseguirla,
¿tiene algo de sobrenatural? ¿Debemos gloriarnos porque no nos
parecemos a los seres más depravados? No veo por qué razón haya de
admirarse nadie al encontrarse más robusto que un enfermo. Mucha
distancia hay de la robustez a la salud perfecta. Has escapado de los
vicios del alma; no finge tu frente; la voluntad ajena no te hace
sujetar la lengua, ni disimular tus sentimientos; huyes de la
avaricia, que lo arrebata todo a los demás para negárselo todo a sí
misma; el libertinaje, que prodiga vergonzosamente el dinero que gana
por caminos más vergonzosos todavía; la ambición, que no lleva a
las dignidades sino por indignas bajezas. Pero nada has hecho hasta
ahora; has escapado de muchos escollos, pero no has escapado de ti
mismo. La virtud a que aspiramos es magnífica, no porque sea
propiamente un bienestar exento de todo vicio, sino porque engrandece
el alma, la prepara al conocimiento de lo celestial y la hace digna
de asociarse al mismo Dios. La plenitud y consumación de la
felicidad para el hombre, consiste en hollar todo lo malo, elevarse y
penetrar en el seno de la naturaleza. ¡Cuánto agrada desde en medio
de esos astros entre los que vaga su pensamiento, mirar con desprecio
las grandezas de los ricos y la tierra entera con todo su oro, no
solamente aquel que ha arrojado de su seno y entregado a los cuños
de nuestra moneda, sino también el que guarda en sus entrañas para
la codicia de las edades venideras! Para desdeñar esos pórticos,
esos artesonados resplandecientes de marfil, esos bosques recortados,
esos ríos obligados a pasar por palacios, necesario es haber
abarcado todo el ámbito del mundo, y dejado caer desde lo alto una
mirada sobre este pequeño orbe terráqueo, cuya mayor parte cubren
los mares, y la que sobresale, helada o abrasada, ofrece espantosas
soledades. ¡He aquí, se dirá el sabio, el punto que tantos pueblos
se disputan con el hierro y el fuego! ¡Oh, qué ridículos son los
confines humanos! El Dacio no pasará el Ister; el Strymon limitará
la Tracia; el Eúfrates detendrá a los Parthos; el Danubio separará
la Sarmática del Imperio romano; el Rhin será el límite de la
Germanía; el Pirineo dividirá las Galias y las Españas; inmensos
desiertos de arena se extenderán entre el Egipto y la Etiopía! Si
se concediese a las hormigas la inteligencia del hombre, ¿no harían
como él muchas provincias del suelo de una granja? Cuando te hayas
elevado a las cosas verdaderamente grandes, siempre que veas marchar
ejércitos a banderas desplegadas, y, como si se tratase de algo
importante, correr jinetes a la descubierta o desplegarse sobre las
alas, te sentirás movido a decir: It nigrum campis agmen.....(1)( it
nigrum ampis agmen praedamque per herbas convectant calle angusto…
caminan por el campo en negra banda y por estrecha senda entre la
hierba… (Virgilio, La Eneida. Nota D.C.B.)
Evoluciones
son esas propias de hormigas que se agitan mucho en pequeño espacio.
¿Qué otra cosa las distingue de nosotros sino la pequeñez de su
cuerpo? Un punto es este en que navegáis, en que trabáis guerras,
en que distribuís imperios, exiguos, aunque no tengan otros límites
que los dos Océanos. Allá arriba existen espacios sin término, a
cuya posesión se admite nuestra alma, con tal de que solamente lleve
consigo la parte más pequeña posible de su envoltura material, y
que, purificada de toda mancha, libre de toda traba, sea bastante
ligera y bastante parca en sus deseos para volar hasta ellos. En
cuanto los toca, se alimenta de ellos y en ellos se desarrolla,
encontrándose como libre de sus cadenas y devuelta a su origen. El
alma reconoce su divinidad en el deleite que le producen las cosas
divinas, que no contempla como ajenas, sino como propias. Con
serenidad contempla allí la salida y ocaso de los astros, y las
diversas órbitas que recorren sin confusión. Observa desde dónde
comienza cada estrella a brillar para nosotros, su grado más alto de
elevación, la carrera que recorre y la línea hasta que desciende.
Espectadora curiosa, nada hay que no examine e investigue. ¿Por qué
no hacerlo? Sabe que todo esto le pertenece. ¡Cuánto desprecia
entonces la estrechez de su anterior domicilio! ¿Qué vale el
espacio que media entre las costas más apartadas de España y las
Indias? Navegación de poquísimos días si hincha las velas buen
viento. ¡Pero la región celestial abre carrera de treinta años al
astro más rápido de todos que, sin detenerse jamás, camina siempre
con igual velocidad! Allí aprende al fin el hombre lo que por tanto
tiempo ha buscado, allí aprende a conocer a Dios.
¿Qué
es Dios? El alma del universo. ¿Qué es Dios? Todo lo que ves y todo
lo que no ves. Si se le concede al fin toda su grandeza, que es mucho
mayor de cuanto puede imaginarse, si él solo es todo, toda su obra
está llena de él tanto en el interior como en el exterior. ¿Qué
diferencia existe, pues, entre la naturaleza de Dios y la nuestra?
Que nuestra parte mejor es el alma, y en Dios nada hay que no sea
alma. Dios todo es razón, y en los mortales, por el contrario, tal
es su ceguedad, que a sus ojos este universo tan bello, tan regular y
constante en sus leyes, solamente es obra y juguete del acaso, que
rueda entre los fragores del trueno, nubes, tempestades y demás
azotes que agitan la tierra y lo inmediato a la tierra. Y esta locura
no queda entre el vulgo, sino que se extiende a muchos que quieren
pasar por sabios. Hay quienes, reconociendo en sí mismos un
espíritu, y espíritu previsor, capaz de apreciar en sus detalles
más pequeños lo que les afecta, tanto a ellos como a los demás,
niegan a este universo, de que formamos parte, toda inteligencia,
suponiéndole arrastrado por fuerza ciega, o por naturaleza
inconsciente de lo que hace. ¿Y no consideras cuán útil es conocer
estas cosas y determinar con exactitud sus términos? ¿Hasta dónde
alcanza el poder de Dios? ¿Forma él la materia que necesita, o no
hace más que usarla? ¿Es anterior la idea a la materia o la materia
a la idea? ¿Hace Dios todo lo que quiere o en muchos casos falta
objeto a la ejecución, y en repetidas ocasiones salen de manos del
Supremo artífice obras defectuosas, no por falta de arte, sino
porque los elementos que emplea son contrarios al arte? -Admirar,
meditar, estudiar estas grandes cosas, ¿no es elevarse de la esfera
de la propia mortalidad y pasar a mundo mejor? Mas ¿para qué,
dirás, te servirán estos estudios? Si no para otra cosa, al menos
para saber que todo es limitado cuando haya medido a Dios. Pero de
esto hablaré después.
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