Es verdad que tengo una voz que me habla, sobre todo por teléfono. Nunca he oído voces, para rabia de mi amigo Andrés, que se empeña en presentarme como una iluminada. Mi voz telefónica me ha dicho hoy que quizá convendría que incluyera alguna explicación en el Tratado de los Siete Rayos con el que estamos trabajando (el estamos, a lo mejor, es un plural mayestático). A mí, cuando me prestan un libro, no me gusta que esté subrayado. El subrayado significa que aquello, para alguien, es importante; pero puede ser que no lo sea para mí. Con los libros que voy transcribiendo me pasa lo mismo. No me gusta intercalar mis comentarios porque no quiero influir en el libre pensamiento de cada uno. Son libros más bien individuales. Aunque en el presente se recomienda trabajar en grupo, no es lo mismo que trabajar bajo la interpretación de alguien. En un grupo se comenta, se compara, se aportan ideas y todo se queda en "esa nube" donde las ideas giran y cada cual puede utilizar la que mejor le venga. A veces, esta noción de nube, se me parece mucho al Inconsciente colectivo de Jung, heredado y enriquecido de generación en generación. He escogido este texto de Bacon para hacer una prueba: los paréntesis resaltados en rojo son mis intervenciones.Esperaré a la voz de mi conciencia, la que me llega por el teléfono a ver qué le parece
Francis
Bacon
NOVUM
ORGANUM
Aforismos
sobre la interpretación de la naturaleza y el reino del hombre
PREFACIO
DEL AUTOR
I.
Aquellos que se han atrevido a hablar dogmáticamente de la
naturaleza como de un sujeto explorado, sea que les haya inspirado
esta audacia su espíritu excesivamente confiado o su vanidad y el
hábito de hablar magistralmente, han ocasionado un perjuicio muy
grande a la filosofía y a las ciencias. Mandando la fe con
autoridad, supieron, con no menos poderío, oponerse e impedir toda
investigación, y por sus talentos más comprometieron la causa que
prestaron servicio a la verdad, ahogando y corrompiendo
anticipadamente el genio de los otros. Los que siguieron el camino
opuesto y afirmaron que el hombre absolutamente nada puede saber, ya
sea que hayan admitido esta opinión en odio a los antiguos sofistas,
ya en consecuencia de las incertidumbres de su espíritu, o bien en
virtud de alguna doctrina, han presentado en apoyo de su opinión,
razones que no eran en modo alguno despreciables; pero, sin embargo,
no las habían tomado de las verdaderas fuentes, y arrastrados por su
celo y cierta especie de afectación, cayeron en una exageración
completa. Pero los primeros filósofos griegos (cuyos escritos han
perecido) se mantuvieron prudentemente entre la arrogancia del
dogmatismo y la desesperación de la catalepsia, y extendiéndose
frecuentemente en amargas quejas sobre las dificultades de las
investigaciones y la oscuridad de las cosas, y como tascando su
freno, no por ello dejaron de proseguir su empresa, ni renunciaron
tampoco al comercio que con la naturaleza habían establecido.
Pensaban sin duda que para saber si el hombre puede llegar o no a
conocer la verdad, es más razonable hacer la prueba que discutir
acerca de ello; y, sin embargo, estos mismos, abandonándose a los
movimientos de su pensamiento, no se impusieron regla alguna y lo
basaron todo sobre la profundidad de sus meditaciones, la agitación
y las evoluciones de su espíritu.
II.
En cuanto a nuestro método, es tan fácil de indicar como difícil
de practicar. Consiste en establecer distintos
grados de certeza; en socorrer
los sentidos limitándolos; en proscribir las más de las veces el
trabajo del pensamiento que sigue la experiencia sensible; en fin, en
abrir y garantir al espíritu un camino nuevo y
cierto, que tenga su punto de partida en esta experiencia
misma. Sin duda alguna estas ideas habían impresionado a los que tan
importante papel hicieron representar a la dialéctica; probaban por
ello que buscaban ayuda para la inteligencia y que desconfiaban del
movimiento natural y espontáneo del pensamiento. Pero es ése un
remedio tardío a un mal desesperado,
cuando el espíritu ha sido corrompido por los usos de la vida común,
la conversación de los hombres y las doctrinas falsas y sitiado por
los ídolos (idola tribu, idola fori,idola spectru, idols theatri…….
Nota mía) más quiméricos.
He
aquí por qué el arte de la dialéctica, aportando —como hemos
dicho— un tardío socorro a la
inteligencia, sin mejorar su estado, más sirvió para crear nuevos
errores que para descubrir la verdad. El solo camino de salvación
que nos queda es volver a comenzar enteramente todo el trabajo de la
inteligencia; impedir desde el principio que el espíritu quede
abandonado a sí mismo, regularle perpetuamente, y realizar, en fin,
como con máquina, toda la obra del conocimiento. Ciertamente que si
los hombres hubiesen aplicado a los trabajos mecánicos el solo
esfuerzo de sus brazos, sin utilizar la ayuda y la fuerza de los
instrumentos, así como no temen abordar las obras del espíritu casi
con las solas fuerzas de su inteligencia, el número de cosas que
hubieran podido mover o transformar, sería infinitamente reducido,
aun cuando hubiesen reunido y desplegado los mayores esfuerzos.
Detengámonos en esta consideración, y como en un espejo, fijemos la
vista en este ejemplo: supongamos que se trate de transportar un
obelisco de imponente magnitud para el adorno de una apoteosis o de
alguna otra ceremonia magnífica, y que los hombres emprenden la
operación del transporte sin instrumentos; un espectador de buen
sentido, ¿no lo juzgará como un acto de locura? Que se aumente el
número de brazos, esperando así vencer la dificultad, ¿no seguirá
considerándolo como locura?
Pero
si se quiere hacer una elección, utilizando sólo a los fuertes y
separando a los débiles, y se vanaglorian por ello del éxito, ¿no
dirá que es un acrecentamiento de delirio? Pero si poco satisfechos
de esas primeras tentativas se recurre al arte de los atletas, y sólo
se quieren emplear brazos y músculos untados y preparados según los
preceptos, ¿nuestro hombre de buen sentido, no exclamará que se
hacen muchos esfuerzos para aparecer loco en toda regla?
Y
sin embargo, con un arrebato tan poco razonable y un concierto tan
inútil, es como los hombres se han consagrado a los trabajos del
espíritu, ya esperando mucho de la multitud y del concurso, o de la
excelencia y penetración de las inteligencias, ya fortificando los
músculos del espíritu por la dialéctica (que se puede considerar
como cierto arte atlético), no cesando, bien considerada, no
obstante, tanto celo y esfuerzos, de emplear las fuerzas de la
inteligencia desnudas y solas. Bien claro está que en todas las
grandes obras manuales del hombre, ejecutadas sin instrumentos y sin
máquinas, ni podrían jugar las fuerzas individuales, ni las de
todos concertarse.
III.
He aquí por qué en consecuencia de lo que acabamos de decir,
declaramos que hay dos cosas de las que queremos que los hombres
estén bien informados, para que no las pierdan de vista jamás. Es
la primera que, acontece felizmente para nuestros sentidos, para
extinguir y repeler toda contradicción y rivalidad de espíritu, que
los antiguos puedan conservar intacta y sin menoscabo toda su gloria
y su grandeza, y que no obstante, nosotros podamos seguir nuestros
propósitos y recoger el fruto de nuestra modestia.
Porque
si declaramos que hemos obtenido mejores resultados que los antiguos,
perseverando en sus mismos métodos, nos sería imposible, por más
que pusiéramos en juego todo el artificio imaginable, impedir la
comparación y la rivalidad de su talento y de su mérito con los
nuestros —no ya una rivalidad nueva y reprensible, sino una justa y
legítima emulación— (¿pues por qué no podríamos nosotros, en
uso de nuestro derecho, que es al propio tiempo el derecho de todo el
mundo, poner de manifiesto y criticar en ellos lo que ha sido
falsamente sentado o establecido?). Esto, no obstante, este combate
pudiera ser desigual a causa de la medianía de nuestras fuerzas.
Pero como todos nuestros esfuerzos se encaminan a abrir a la
inteligencia nuevo camino que ellos no intentaron ni conocieron,
estamos en posición muy diferente; no hay aquí ni rivalidad ni
lucha; nuestro papel se limita al de un guía, y nada de soberbia hay
en ello, y más bien lo debemos a la fortuna que al mérito y al
genio. Esta primera advertencia atañe a las personas, la segunda a
las cosas mismas.
IV.
No abrigamos en modo alguno el designio (
intención) de derribar la
filosofía hoy floreciente, ni cualquiera otra doctrina presente o
futura, que fuere más rica y exacta que ésta. No nos oponemos de
ninguna suerte a que la filosofía reinante, y cualquiera otra del
mismo género, sostengan las discusiones, sirvan de ornamento a los
discursos, sean enseñadas en las cátedras, y presten a la vida
civil la brevedad y comodidad de su turno. Más aún, declaramos
categóricamente que la filosofía que queremos introducir, no se
prestará mucho a esos diversos usos. No está nuestra filosofía al
alcance de la mano, no se la puede coger al paso; no se apoya en las
prenociones que halagan el espíritu; finalmente, no se la podrá
poner al alcance del vulgo, a no ser por sus efectos y sus prácticas
consecuencias.
V.
Que haya, pues, dos fuentes y como dos corrientes de ciencia (lo que,
así lo esperamos, será de favorable augurio para los dos partidos);
que haya también dos tribus y dos familias de sabios y de filósofos,
y que esas familias, muy lejos de hostilizarse, estén aliadas y se
presten mutuo socorro; en una palabra, que haya un método para
cultivar las ciencias, y otro para crearlas. En cuanto a los que
prefieren el cultivo a la invención, sea por ganar tiempo, sea
atentos a la aplicación práctica, o ya porque la debilidad de su
inteligencia no les permite pensar en la invención y consagrarse a
ella (lo que necesariamente debe ocurrir a muy gran número),
deseámosles que el éxito corone sus deseos, y que alcancen el
objeto de sus esfuerzos. Pero si hay en el mundo hombres que tomen a
pecho no atenerse a los descubrimientos antiguos y servirse de ellos,
sino ir más allá; no triunfar de un adversario por la dialéctica,
sino de la Naturaleza por la industria; no, en fin, tener opiniones
hermosas y verosímiles, sino conocimientos ciertos y fecundos, que
tales hombres, como verdaderos hijos de la ciencia se unan a
nosotros, si quieren, y abandonen el vestíbulo de la naturaleza en
el que sólo se ven senderos mil veces practicados, para penetrar
finalmente en el interior y el santuario. A fin de ser comprendidos
mejor y para que nuestras ideas se presenten más familiarmente al
espíritu por medio de nombres que las recuerdan, llamamos de
ordinario al primero de estos métodos, Anticipación
de la inteligencia, y al segundo, Interpretación
de la naturaleza.
VI.
Tenemos también que hacer una advertencia. Hemos tenido en verdad la
idea, y puesto en realizarla sumo cuidado, de nada proponer que no
tan sólo no fuese verdadero,sino que también nada tuviese de
desagradable y de repugnante para el espíritu de los hombres, aun
estando, como está, tan cohibido y asediado. Sin embargo, es justo
que obtengamos de los hombres, cuando se trata de una tan gran
reforma de las doctrinas y de las ciencias, que aquellos que quieran
juzgar nuestra empresa, ya sea por su propio criterio, ya sea en
nombre de las autoridades admitidas, ya por las formas de las
demostraciones (que han adquirido a la fecha todo el imperio de leyes
civiles y criminales), no esperen poderlo hacer de pasada a la
ligera, sino que se entreguen a un examen serio, que ensayen el
método que describimos, y esta nueva vía que consolidamos con tanto
cuidado; que se inicien en la sutilidad de la naturaleza que tan
manifiestamente aparece en la experiencia; que corrijan en fin, con
la conveniente madurez los malos hábitos de la inteligencia, que
tienen tan hondas raíces, y entonces, cuando sean dueños de su
espíritu, que usen, si lo desean, de su juicio purificado.
AFORISMOS
SOBRE LA INTERPRETACIÓN DE LA NATURALEZA Y EL REINO DEL HOMBRE
LIBRO
PRIMERO
1.
El hombre, servidor e intérprete de la naturaleza, ni obra ni
comprende más que en proporción de sus descubrimientos
experimentales y racionales sobre las leyes de esta naturaleza; fuera
de ahí, nada sabe ni nada puede.
2.
Ni la mano sola ni el espíritu abandonado a sí mismo tienen gran
potencia; para realizar la obra se requieren instrumentos y auxilios
que tan necesarios son a la inteligencia como a la mano. Y de la
misma suerte que los instrumentos físicos aceleran y regulan el
movimiento de la mano, los instrumentos intelectuales facilitan o
disciplinan el curso del espíritu.
3.
La ciencia del hombre es la medida de su potencia, porque ignorar la
causa es no poder producir el efecto. No se triunfa de la naturaleza
sino obedeciéndola, y lo que en la especulación lleva el nombre de
causa conviértese en regla en la práctica.
4.
Toda la industria del hombre estriba en aproximar las sustancias
naturales unas a otras o en separarlas; el resto es una operación
secreta de la naturaleza. (este
subrayado es mío Y, si descubrimos que
la naturaleza tiene un secretos ¿qué hacemos? ¿Nos retiramos?
¿Intentamos encontrar un método que, utilizando los mismos
descubrimientos científicos nos permita penetrar ese secreto? Mi
respuesta es sí, por eso lo intento)
5.
Los que habitualmente se ocupan en operaciones naturales, son: el
mecánico, el médico, el matemático, el alquimista y el mago; pero
todos (en el estado actual de las cosas) lo hacen con insignificante
esfuerzo y mediano éxito.
6.
Sería disparatada creencia, que se destruiría por sí misma,
esperar que lo que jamásse ha hecho pueda hacerse, a no ser por
medios nunca hasta aquí empleados.
7.
La industria manual y la de la inteligencia humana parecen muy
variadas, a juzgar por los oficios y los libros. Pero toda esa
variedad reposa sobre una sutilidad extrema y la explotación de un
reducido número de experiencias que han llamado la atención, y no
sobre una abundancia suficiente de principios generales.
8.
Hasta aquí todos nuestros descubrimientos se deben más bien a la
casualidad y a las enseñanzas de la práctica que a las ciencias;
pues las ciencias que hoy poseemos no son otra cosa que cierto
arreglo de descubrimientos realizados. Las ciencias hoy no nos
enseñan ni a hacer nuevas conquistas ni a extender nuestra
industria.
9.
El principio único y la raíz de casi todas las imperfecciones de
las ciencias es que, mientras tanto que admiramos y exaltamos
falsamente las fuerzas del humano espíritu, no buscamos en modo
alguno los verdaderos auxiliares.
10.
La naturaleza es diferentemente sutil que nuestros sentidos y nuestro
espíritu; de suerte que todas nuestras bellas meditaciones y
especulaciones, todas las teorías por el hombre imaginadas, son
cosas peligrosas, a menos, sin embargo, que estemos sobre aviso.
11.
De la propia suerte que las ciencias en su estado actual no pueden
servir para el progreso de la industria, la lógica que hoy tenemos
no puede servir para el adelanto de la ciencia.(Se
refiere a la lógica aristotélica utilizada por los teólogos como
fundamento de religión y, por lo tanto, casi divina)
12.
La lógica en uso es más propia para conservar y perpetuar los
errores que se dan en las nociones vulgares que para descubrir la
verdad; de modo que es más perjudicial que útil.
13.
No se pide al silogismo los principios de la ciencia; en vano se le
pide las leyes intermedias, porque es incapaz de abarcar la
naturaleza en su sutilidad; liga el espíritu,
pero no las cosas.
14.
El silogismo se compone de proposiciones, las proposiciones de
términos; los términos no tienen otro valor que el de las nociones.
He aquí por qué si las nociones (y éste es punto fundamental) son
confusas debido a una abstracción precipitada, lo que sobre ellas se
edifica carece de solidez; no tenemos, pues, confianza más que en
una legítima inducción.
15.
Nuestras nociones generales, sea en física, sea en lógica, nada
tienen de exactas; las que tenemos de la sustancia, de la calidad, de
la acción, la pasión, del ser mismo, no están bien fundadas; menos
lo están aún las que expresan los términos: lo grave, lo ligero,
lo denso, lo raro, lo húmedo, lo seco, generación, corrupción,
atraer, repeler, elemento, materia, forma, y otros de igual
naturaleza, todas estas ideas provienen de la imaginación y están
mal definidas.(observamos que es el primero en
contradecir la dialéctica de Platón como método válido de
conocimiento, junto con Aristóteles)
16.
Las nociones de las especies últimas, como las de hombre, perro,
paloma, y las de las percepciones inmediatas de los sentidos, como el
frío, el calor, lo blanco, lo negro, no pueden inducirnos a gran
error; y sin embargo, la movilidad de la materia y la mezcla de las
cosas las encuentran a veces defectuosas. Todas las otras nociones
que hasta aquí ha puesto en juego el espíritu humano, son
verdaderas aberraciones y no han sido deducidas de la realidad por
una abstracción y procedimientos legítimos.
17.
Las leyes generales no han sido establecidas con más método y
precisión que las nociones; esto es cierto aun para los primeros
principios que da la inducción vulgar. Este defecto es, sobre todo,
apreciable en los principios y en las leyes secundarias deducidos por
el silogismo.
18.
Hasta aquí, los descubrimientos de la ciencia afectan casi todos el
carácter de depender de las nociones vulgares; para penetrar en los
secretos y en las entrañas de la naturaleza, es preciso que, tanto
las nociones como los principios, sean arrancados de la realidad por
un método más cierto y más seguro, y que el espíritu emplee en
todo mejores procedimientos.
19.
Ni hay ni pueden haber más que dos vías para
la investigación y descubrimiento de la verdad: una que,
partiendo de la experiencia y de los hechos, se remonta en seguida a
los principios más generales, y en virtud de esos principios que
adquieren una autoridad incontestable, juzga y establece las leyes
secundarias (cuya vía es la que ahora se sigue), y otra, que de la
experiencia y de los hechos deduce las leyes, elevándose
progresivamente y sin sacudidas hasta los principios más generales
que alcanza en último término. Ésta es la verdadera vía; pero
jamás se la ha puesto en práctica.
20.
La inteligencia, abandonada a sí misma sigue la primera de dichas
vías, que es también el camino trazado por la dialéctica; el
espíritu, en efecto, arde en deseos de llegar a los primeros
principios para descansar; apenas ha
gustado la experiencia cuando la desdeña; pero la dialéctica ha
desenvuelto singularmente todas esas malas tendencias para dar más
brillo a la argumentación.
21.
La inteligencia, abandonada a sí misma en un espíritu prudente,
paciente y reflexivo, sobre todo cuando no está
cohibido por las doctrinas recibidas,
intenta también tomar el otro camino, que es el cierto; pero con
poco éxito, pues el espíritu sin regla ni apoyo es muy desigual y
completamente incapaz de penetrar las sombras de la naturaleza.
22.
Uno y otro método parten de la experiencia y de los hechos, y se
apoyan en los primeros principios; pero existe entre ellos una
diferencia inmensa, puesto que el uno sólo desflora de prisa y
corriendo la experiencia y los hechos, mientras que el otro hace de
ellos un estudio metódico y profundo; el uno de los métodos, desde
el comienzo, establece ciertos principios generales, abstractos e
inútiles, mientras que el otro se eleva gradualmente a las leyes que
en realidad son más familiares a la naturaleza.
23.
Existe gran diferencia entre los ídolos del espíritu humano y las
ideas de la inteligencia divina, es
decir, entre ciertas vanas imaginaciones, y las verdaderas
marcas y sellos impresos en las criaturas, tal como se les
puede descubrir.(Parece que no se niega la
posibilidad de desentrañar las marcas y sellos divinos impresos en
la Naturaleza. Hay que recordar que recomienda un nuevo método de
investigación, no búsqueda de nuevas cosas)
24.
Es absolutamente imposible que los principios establecidos por la
argumentación puedan extender el campo de nuestra industria, porque
la sutilidad de la naturaleza sobrepuja de mil maneras a la sutilidad
de nuestros razonamientos. Pero los principios deducidos de los
hechos legítimamente y con mesura, revelan e indican fácilmente a
su vez hechos nuevos, haciendo fecundas las ciencias.
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