NOVUM ORGANUM. FRANCIS BACON (II)
25.
Los principios hoy imperantes tienen origen en una experiencia
superficial y vulgar, y en el reducido número de hechos que por sí
mismos se presentan a la vista; no tienen otra profundidad ni
extensión más que la de la experiencia; no siendo, pues, de
extrañar que carezcan de virtud creadora. Si por casualidad se
presenta un hecho que aún no haya sido observado ni conocido, se
salva el principio por alguna distinción frívola, cuando sería más
conforme a la verdad modificarlo.
26.
Para hacer comprender bien nuestro pensamiento, damos a esas nociones
racionales que se transportan al estudio de la naturaleza, el nombre
de Prenociones de la naturaleza (porque son modos de entender
temerarios y prematuros), y a la ciencia que deriva de la experiencia
por legítima vía, el nombre de Interpretación de la naturaleza.
27.
Las prenociones tienen potencia suficiente para determinar nuestro
asentimiento; ¿no es cierto que si todos los hombres tuviesen una
misma y uniforme locura, podrían entenderse todos con bastante
facilidad?
28.
Más aún, las prenociones subyugan nuestro asentimiento con más
imperio que las interpretaciones, porque recogidas sobre un reducido
número de hechos, y sobre aquellos que más familiares nos son,
hieren in continenti el espíritu y llenan la imaginación, mientras
que las interpretaciones, recogidas aquí y allí sobre hechos muy
variados y diseminados, no pueden impresionar súbitamente el
espíritu, y deben sucesivamente parecernos muy penosas y extrañas
de recibir, casi tanto como los misterios de la fe.
29.
En las ciencias, en que sólo las opiniones y las máximas están en
juego, las prenociones y la dialéctica son de gran uso, porque es
del espíritu del que se ha de triunfar, y no de la naturaleza.
30.
Aun cuando todas las inteligencias de todas las edades aunasen sus
esfuerzos e hicieran concurrir todos sus trabajos en el transcurso
del tiempo, poco podrían avanzar las ciencias con la ayuda de las
prenociones, porque los ejercicios mejores y la excelencia de los
remedios empleados, no pueden destruir errores radicales, y que han
tomado carta de naturaleza en la constitución misma del espíritu.
31.
Es en vano esperar gran provecho en las ciencias, injertando siempre
sobre el antiguo tronco; antes al contrario, es preciso renovarlo
todo, hasta las raíces más profundas, a menos que no se quiera dar
siempre vueltas en el mismo círculo y con un progreso sin
importancia y casi digno de desprecio.
32.
No combatimos en modo alguno la gloria de los autores antiguos,
dejámosles todo su mérito; no comparamos ni la inteligencia ni el
talento, sino los métodos; nuestra misión no es la del juez, sino
la del guía.
33.
Preciso es decirlo con franqueza: no se puede emitir juicio acerca de
nuestro método, ni acerca de los descubrimientos por él realizados,
en nombre de las prenociones (es decir, de la razón, tal corno
actualmente se la entiende), pues no puede pretenderse que se
reconozca como autoridad aquello mismo que se quiere juzgar.
34.
Explicar y hacer comprender lo que pretendemos, no es cosa fácil,
pues jamás se comprende lo que es nuevo, sino por analogía, con lo
que es viejo.
35.
Borgia dijo de la expedición de los franceses a Italia que habían
ido hierro en mano para marcar las posadas y no con armas para
forzarlas; de esta suerte quiero yo dejar penetrar mi doctrina en los
espíritus dispuestos y propicios a recibirla; no conviene intentar
conversar cuando hay disentimiento sobre los
principios, las nociones fundamentales y las formas de la
demostración.
(no conviene hablar conmigo, por
ejemplo, del utilitarismo ni de la nueva tendencia psicolingüística
que le sirve de base porque no es que no me guste, es que se me
alborota la esencia de todos mis Yoes) (un cuadro se me presentó a
la imaginación mientras meditaba precisamente en el límite que le
quieren poner los nuevos filósofos al alcance de mi conocimiento: Ví
una señora, gordita ella, con una nevera grande de la que iba
sacando provisiones que repartía entre un grupo de niños. La señora
llamó al más pequeño y le dijo: “Ven cariño, que te voy a poner
crema, que los rayos uva son muy malos”. Y me pregunté ¿es amplio
el conocimiento de esta señora porque sabe decir “rayos uva” y
saben que son malos? ¿sabrá que vienen junto con la luz visible?
¿sabrá qué
rayos emite el microondas? ¿sabrá que nuestra visión sólo
distingue del rojo al violeta? ¿sabrá
siquiera lo que es la luz?. En cambio, la gente utiliza este lenguaje
¿hemos de deducir de ello que tienen conocimiento amplio del
significado? Pues no, me dije a mí misma, su conocimiento es mucho
menor que su lenguaje. A no ser que la teoría sólo se haya
formulado para la élite que ya de por sí tienen los conocimientos
que le permite utilizar dicho lenguaje con propiedad. O sea, y, creo,
que me dormí.
36.
El único medio de que disponemos para hacer apreciar nuestros
pensamientos, es el de dirigir las inteligencias hacia el estudio de
los hechos, de sus series y de sus órdenes, y obtener de ellas que
por algún tiempo renuncien al uso de las nociones y empiecen a
practicar la realidad.
37.
En su comienzo, tiene nuestro método gran analogía con los
procedimientos de los que defendían la acatalepsia (imposibilidad
de conocer algo); pero, en fin de cuentas, hay entre ellos y
nosotros diferencia inmensa y verdadera oposición. Afirman ellos
sencillamente que nada puede saberse; afirmamos nosotros que no puede
saberse mucho de lo que a la naturaleza concierne, con el método
actualmente en uso; pero por ello quitan los partidarios de la
acatalepsia toda autoridad a la inteligencia y a los sentidos; y
nosotros, al contrario, procuramos y damos auxiliares a una y a
otros.
38.
Los ídolos1 y las nociones falsas que han invadido ya la humana
inteligencia, echando en ella hondas raíces, ocupan la inteligencia
de tal suerte, que la verdad sólo puede encontrar a ella difícil
acceso; y no sólo esto: sino que, obtenido el acceso, esas falsas
nociones, concurrirán a la restauración de las ciencias, y
suscitarán a dicha obra obstáculos mil, a menos que, prevenidos los
hombres, se pongan en guardia contra ellos, en los límites de lo
posible.
39.
Hay cuatro especies de ídolos que llenan el
espíritu humano. Para hacernos inteligibles, los designamos con los
siguientes nombres: la primera especie de ídolos, es la de los de la
tribu; la segunda, los ídolos de la caverna; la tercera, los ídolos
del foro; la cuarta, los ídolos del teatro.
40.
La formación de nociones y principios mediante una legítima
inducción, es ciertamente el verdadero remedio para destruir y
disipar los ídolos; pero sería con todo muy conveniente dar a
conocer los ídolos mismos. Existe la misma relación entre un
tratado de los ídolos y la interpretación de la naturaleza, que
entre el tratado de los sofismas y la dialéctica vulgar.
41.
Los ídolos de la tribu tienen su fundamento en la misma naturaleza
del hombre, y en la tribu o el género humano. Se afirma erróneamente
que el sentido humano es la medida de las cosas; muy al contrario,
todas las percepciones, tanto de los sentidos como del espíritu,
tienen más relación con nosotros que con la naturaleza. El
entendimiento humano es con respecto a las cosas, como un espejo
infiel, que, recibiendo sus rayos, mezcla su propia naturaleza a la
de ellos, y de esta suerte los desvía y corrompe.
42.
Los ídolos de la caverna tienen su fundamento en la naturaleza
individual de cada uno; pues todo hombre independientemente de los
errores comunes a todo el género humano, lleva en sí cierta caverna
en que la luz de la naturaleza se quiebra y es corrompida, sea a
causa de disposiciones naturales particulares de cada uno, sea en
virtud de la educación y del comercio con los otros hombres, sea a
consecuencia de las lecturas y de la autoridad de aquellos a quienes
cada uno reverencia y admira, ya sea en razón de la diferencia de
las impresiones, según que hieran un espíritu prevenido y agitado,
o un espíritu apacible y tranquilo y en otras circunstancias; de
suerte que el espíritu humano, tal como está dispuesto en cada uno
de los hombres, es cosa en extremo variable, llena de agitaciones y
casi gobernada por el azar. De ahí esta frase tan exacta de
Heráclito: que los hombres buscan la ciencia
en sus particulares y pequeñas esferas, y no en la gran esfera
universal, (pero me parece a mí que
Heráclito en la segunda parte de su frase, no está precisamente
aludiendo a los datos directos de los sentidos. No sé si Bacon
escogió bien el ejemplo)
43.
Existen también ídolos que provienen de la reunión y de la
sociedad de los hombres, a los que designamos con el nombre de ídolos
del foro, para significar el comercio y la comunidad de los hombres
de que tienen origen. Los hombres se comunican entre sí por el
lenguaje; pero el sentido de las palabras se regula por el concepto
del vulgo. He aquí por qué la inteligencia, a la que
deplorablemente se impone una lengua mal constituida, se siente
importunada de extraña manera. Las definiciones y explicaciones de
que los sabios acostumbran proveerse y armarse anticipadamente en
muchos asuntos, no les libertan por ello de esta tiranía. Pero las
palabras hacen violencia al espíritu y lo turban todo,
y los hombres se ven lanzados por las palabras a controversias e
imaginaciones innumerables y vanas.
44.
Hay, finalmente, ídolos introducidos en el espíritu por los
diversos sistemas de los filósofos y los malos métodos de
demostración; llamarémosles ídolos del teatro, porque cuantas
filosofías hay hasta la fecha inventadas y acreditadas, son, según
nosotros, otras tantas piezas creadas y representadas cada una de las
cuales contiene un mundo imaginario y teatral. No hablamos sólo de
los sistemas actualmente extendidos, y de las antiguas sectas de
filosofía; pues se puede imaginar y componer muchas otras piezas de
ese género, y errores completamente diferentes tienen causas casi
semejantes. Tampoco queremos hablar aquí sólo de los sistemas de
filosofía universal, sí que también de los principios y de los
axiomas2 de las diversas ciencias, a los que la tradición, una fe
ciega y la irreflexión, han dado toda la autoridad. Pero es preciso
hablar más extensa y explícitamente de cada una de esas especies de
ídolos, para que el espíritu humano pueda preservarse de ellos.
45.
El espíritu humano se siente inclinado naturalmente a suponer en las
cosas más orden y semejanza del que en ellas encuentra; y mientras
que la naturaleza está llena de excepciones y de diferencias, el
espíritu ve por doquier armonía, acuerdo y similitud. De ahí la
ficción de que todos los cuerpos celestes describen al moverse
círculos perfectos; de las líneas espirales y tortuosas, sólo se
admite el nombre. De ahí la introducción del elemento del fuego y
de su órbita, para completar la simetría con los otros tres que
descubre la experiencia. De ahí también la suposición de que son
los elementos, siguiendo una escala de progresión ascendente, diez
veces más ligeros unos que otros; y de ahí, finalmente, tantos
otros sueños de este género. Y no son sólo los principios los que
se puede encontrar quiméricos, sí que también las mismas nociones.
46.
El espíritu humano, una vez que lo han reducido ciertas ideas, ya
sea por su encanto, ya por el imperio de la tradición y de la fe que
se les presta, vese obligado a cedera esas ideas poniéndose de
acuerdo con ellas; y aunque las pruebas que desmienten esas ideas
sean muy numerosas y concluyentes, el espíritu o las olvida, o las
desprecia, o por una distinción las aparta y rechaza, no sin grave
daño; pero preciso le es conservar incólume toda la autoridad de
sus queridos prejuicios. Me agrada mucho la respuesta de aquel a
quien enseñándole colgados en la pared de un templo los cuadros
votivos de los que habían escapado del peligro de naufragar, como se
le apremiara a declarar en presenciade tales testimonios si reconocía
la providencia de los dioses, contestó: «¿Pero dónde se han
pintado los que, a pesar de sus oraciones, perecieron?» Así es como
procede toda superstición, astrología, interpretación de los
ensueños, adivinación, presagios; los hombres, maravillados de esas
especies de quimeras, toman nota de las predicciones realizadas; pero
de las otras, más numerosas, en que el hecho no se realiza,
prescinden por completo. Es éste un azote que penetra más
sutilmente aún la filosofía y las ciencias; desde el punto en que
un dogma es recibido en ellos, desnaturaliza cuanto le es contrario,
sean los que fuesen la fuerza y la razón que se les opongan, y las
someten a su antojo. Y aun cuando el espíritu no tuviere ni
ligereza, ni debilidad, conserva siempre una peligrosa propensión a
ser más vivamente impresionado por un hecho positivo, que por un
experimento negativo, mientras que regularmente debería prestar
tanto crédito a uno como a otro, y que por lo contrario, es
principalmente en la experiencia negativa donde se encuentra el
fundamento de los verdaderos principios.
2
La palabra está empleada aquí por Bacon como sinónimo de
principio, hipótesis, opinión, lo cual, como observa muy
juiciosamente el profesor Lorquet, traductor francés de esta obra, a
quien seguimos, es un inútil abuso de lenguaje.
47.
Maravíllase el espíritu humano sobre todo de los hechos que se le
presentan juntos e instantáneamente, y de que de ordinario está
llena la imaginación; una tendencia cierta, pero imperceptible, le
inclina a suponer y a creer que todo lo demás se asemeja a aquellos
hechos que le asedian; por naturaleza es poco afecto a abordar
aquellos experimentos desusados y que se apartan de las sendas
trazadas en que los principios vienen a probarse como al fuego; es
además poco hábil para tratarlos a menos que reglas de hierro, y
una autoridad inexorable no le obliguen a ello.
48.
El espíritu humano se escapa sin cesar y jamás puede encontrar ni
descanso ni límites; siempre busca más allá, pero en vano. Por eso
es por lo que no puede comprenderse que el mundo termine en alguna
parte, e imaginar límites sin concebir alguna cosa hacia el otro
lado. Por eso es también por lo que no se puede comprender cómo
haya transcurrido una eternidad hasta el día, pues la distinción
que habitualmente se emplea de el infinito anterior y el infinito
posterior (infinitum a parte ante y a parte post) es de todo punto
insostenible, pues se deduciría de ello que hay un infinito mayor
que otro infinito, que lo infinito tiene término y se convierte así
en finito. La divisibilidad hasta lo infinito de la línea nos lleva
a una confusión semejante que proviene del movimiento sin término
del pensamiento. Pero donde esa impotencia para detenerse origina los
mayores inconvenientes es en la investigación de las causas; pues
mientras que las leyes más generales de la naturaleza deban ser
hechos primitivos (como lo son en efecto), y cuya causa no existe,
realmente el espíritu humano, que no puede detenerse en parte
alguna, busca todavía algo más claro que esos hechos. Pero sucede
entonces que queriendo remontarse más en la naturaleza, desciende
hacia el hombre, al dirigirse a las causas finales, causas que
existen más en nuestra mente que en la realidad, y cuyo estudio ha
corrompido de rara manera la filosofía. Hay tanta impericia y
ligereza en investigar la causa de los hechos más generales, como en
no investigar la de los hechos que tienen el carácter de secundarios
y derivados.
49.
El espíritu humano no recibe con sinceridad la luz de las cosas,
sino que mezcla a ella su voluntad y sus pasiones; así es como se
hace una ciencia a su gusto, pues la verdad que más fácilmente
admite el hombre, es la que desea. Rechaza las verdades difíciles de
alcanzar, a causa de su impaciencia por llegar al resultado; los
principios que le restringen porque ponen límites a su esperanza;
las más altas leyes de la naturaleza, porque contrarían sus
supersticiones; la luz de la experiencia, por soberbia, arrogancia,
porque no aparezca su inteligencia ocupándose en objetos
despreciables y fugitivos; las ideas extraordinarias, porque hieren
las opiniones vulgares; en fin, innumerables y secretas pasiones
llegan al espíritu por todas partes y corrompen el juicio.
50.
Pero la fuente más grande de errores y dificultades para el espíritu
humano se encuentra en la grosería, la imbecilidad y las
aberraciones de los sentidos, que dan a las cosas que les llama la
atención más importancia que a aquellas que no se la llaman
inmediatamente, aunque las últimas la tengan en realidad mayor que
las otras. No va más allá el espíritu que el ojo; también la
observación de lo que es invisible es completamente nula o poco
menos.
3
En el original latín: Omnis operatio spirituum in corporibus
tangibilibus. Bacon distinguía en todos los cuerpos una parte
grosera y tangible, y una parte volátil e impalpable que eran los
espíritus de la escuela.
Por
esto todas las operaciones de los espíritus3 en los cuerpos
tangibles nos escapan y quedan ignoradas. No advertimos
tampoco en las cosas visibles los cambios insensibles de estado, que
de ordinario llamamos alteraciones, y que son en efecto un transporte
de las partes más tenues. Y sin embargo, si no se conoce y saca a
luz esas operaciones y esos cambios, nada grande puede producirse en
la naturaleza en materia de industria. Por otra parte, la naturaleza
del aire y de todos los cuerpos más ligeros que el aire (y hay
muchos) nos es casi por completo desconocida. Los sentidos por sí
mismos son muy limitados y con frecuencia nos engañan, y los
instrumentos no pueden darles mucho alcance y finura; pero toda
verdadera interpretación de la naturaleza descansa sobre el examen
de los hechos y sobre las experiencias preparadas y concluyentes; en
este método, los sentidos juzgan de la experiencia solamente, y la
experiencia de la naturaleza y del objeto por conocer.
51.
El espíritu humano por naturaleza, es inclinado a las abstracciones
y considera como estable lo que está en continuo cambio. Es
preferible fraccionar la naturaleza que abstraerla; esto es lo que
hace la escuela de Demócrito, que ha penetrado mejor que cualquiera
otra en la naturaleza. Lo que hay que considerar es la materia, sus
estados y sus cambios de estado, sus operaciones fundamentales, y las
leyes de la operación o del movimiento; en cuanto a las formas, son
invenciones del espíritu humano, a menos que se quiera dar el nombre
de formas a esas leyes de las operaciones corporales.
52.
He ahí los ídolos que nosotros llamamos de la tribu, que tienen su
origen o en la regularidad inherente a la esencia del humano
espíritu, en sus prejuicios, en su limitado alcance, en su continua
inestabilidad, en su comercio con las pasiones, en la imbecilidad de
los sentidos, o en el modo de impresión que recibimos de las cosas.
53.
Los ídolos de la caverna provienen de la constitución de espíritu
y de cuerpo particular a cada uno, y también de la educación de la
costumbre, de las circunstancias. Esta especie de errores es muy
numerosa y variada; indicaremos, sin embargo, aquellos contra los que
es más preciso precaverse, y que más perniciosa influencia tienen
sobre el espíritu, al cual corrompen.
54.
Gustan los hombres de las ciencias y los estudios especiales, bien
porque se crean sus autores o inventores, o bien porque les hayan
consagrado muchos esfuerzos y se hayan familiarizado particularmente
con ellos. Cuando los hombres de esta clase se inclinan hacia la
filosofía y las teorías generales, las corrompen y alteran a
consecuencia de sus estudios favoritos; obsérvase esto claramente en
Aristóteles, que esclavizó de tal suerte la filosofía natural a su
lógica, que hizo de la primera una ciencia poco menos que vana y un
campo de discusiones. Los químicos, con algunos ensayos en el
hornillo, han construido una filosofía imaginaria y de limitado
alcance; aún más, Gilberto4, después de haber observado las
propiedades del imán con atención exquisita, se hizo in continenti
una filosofía en armonía perfecta con el objeto de que su espíritu
estaba poseído.
55.
La distinción más grave, y en cierto modo fundamental, que se
observa en las inteligencias, relativa a la filosofía y a las
ciencias, es que unos tienen mayor actitud y habilidad para apreciar
las diferencias de las cosas, y otros para apreciar las semejanzas.
Insiste a menudo acerca de esos espíritus y de sus operaciones, que
describe en el libro II. (Nota de Lorquet
en
la traducción francesa.)
4
Médico y físico inglés, cuya especialidad eran los estudios acerca
del magnetismo. Florecía en el siglo XVI y falleció en el año
1603.
Los
espíritus fuertes y penetrantes pueden fijar y concentrar su
atención sobre las diferencias aun las más sutiles; los espíritus
elevados y que razonan, distinguen y reúnen las semejanzas más
insignificantes y generales de los seres: una y otra clase de
inteligencia cae fácilmente en el exceso, percibiendo o puntos o
sombras.
56.
Hay espíritus llenos de admiración por todo lo antiguo, otros de
pasión y arrastrados por la novedad; pocos hay de tal suerte
constituidos que puedan mantenerse en un justo medio y que no vayan a
batir en brecha lo que los antiguos fundaron de bueno y se abstengan
de despreciar lo que de razonable aportan a su vez los modernos. No
sin gran perjuicio para la filosofía y las ciencias, se hacen los
espíritus más bien partidarios que jueces de lo antiguo y de lo
nuevo; no es a la afortunada condición de uno u otro siglo, cosa
mudable y perecedera, a lo que conviene pedir la verdad, sino a la
luz de la experiencia y de la naturaleza, que es eterna. Preciso es,
pues, renunciar a esos entusiasmos y procurar que la inteligencia no
reciba de ellos sus convicciones.
57.
El estudio exclusivo de la naturaleza y de los cuerpos en sus
elementos, fracciona en pedazos, en cierto modo, la inteligencia; el
estudio exclusivo de la naturaleza y de los cuerpos en su composición
y en su disposición general, sume al espíritu en una admiración
que le enerva. Esto se ve bien claro comparando la escuela de Leucipo
y Demócrito con las otras sectas filosóficas: aquélla se preocupa
de modo tal de los elementos de las cosas, que olvida los compuestos;
las otras, tan extasiadas se quedan ante los compuestos, que no
pueden llegar a los elementos. Conviene, pues, que estos estudios
sucedan unos a otros y cultivarlos alternativamente, para que la
inteligencia sea a la vez vasta y penetrante, y se pueda evitar los
inconvenientes que hemos indicado y los ídolos que de ellos
provienen.
58.
He aquí las precauciones que es necesario tomar para alejar y
disipar los ídolos de la caverna, que provienen ante todo del
predominio de ciertos gustos, de la observación excesiva de las
desemejanzas o de las semejanzas, de la excesiva admiración a
ciertas épocas; en fin, de considerar demasiado estrechamente, o de
un modo con exceso parcial las cosas. En general, toda inteligencia,
al estudiar la naturaleza, debe desconfiar de sus tendencias y de sus
predilecciones, y poner en cuanto a ellas se refiera, extrema
reserva, para conservar a la inteligencia toda su sinceridad y
pureza.
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