Es verdad que Marco Aurelio presenta una conformidad tanto en el pesar como en la alegría muy difícil de cumplir, y una moral que carece de la frescura y alegría de Séneca. Quizá se deba a los distintos papeles que les tocó jugar en la vida. Parece que un Emperador debería tener una moral muy rígida, mientras que un filósofo puede darse el lujo de mirar la vida con algún tinte coloreado. Es una idea que se me ocurre. También puede ser simplemente que uno fuera un tristón de nacimiento y el otro tuviera un temperamento más optimista
Cometer
una injusticia es cometer una impiedad. La naturaleza universal ha
creado, en efecto, a todos los seres racionales para que se presten
mutuo apoyo en tanto que su dignidad se lo permita y para que no se
causen el menor perjuicio con ningún pretexto. Tal ha sido su
designio; aquel que lo desconociere faltará evidentemente al respeto
de la más antigua de las divinidades. Mentir es cometer también
otra impiedad con la misma diosa; porque la naturaleza universal es
la madre de todos los seres, y estos se hallan unidos entre sí por
estrecho parentesco. Además, a la naturaleza universal se la
denomina con razón la verdad, puesto que es el origen de todo lo
verdadero. El que miente intencionadamente comete una impiedad,
porque, al engañar, hace una injusticia; y el que miente sin querer
comete también otra, porque deshace la armonía establecida por la
naturaleza universal y perturba el orden, contrariando la naturaleza
del mundo. Se la contraría, en efecto, empleando falsedades aun en
contra de nuestro propio corazón, ya que este ha recibido de la
Naturaleza un sentimiento de aversión por lo falso, y que,
precisamente por no haberlo tenido en cuenta, no puede establecer
ahora la diferencia que existe entre lo verdadero y lo falso.
Es
un impío, asimismo, el que busca los placeres como si fueran
verdaderos bienes y huye de los dolores como de verdaderos males. Hay
quien critica a la común Naturaleza el haber repartido injustamente
los bienes entre los buenos y los malos, puesto que sucede muchas
veces que los malos gozan de todos los placeres y adquieren en
abundancia todo aquello que pueden procurárselos, en tanto que los
buenos se ven acosados por dolores y sometidos a los más duros
trances. En primer lugar, el que teme los dolores temerá también
todo lo que debe sucederle un día en este mundo, demostrando con
esto que es un impío, y en segundo, el que busca sin cesar los
placeres de los sentidos no se arredrará ante una injusticia, y esto
es la impiedad manifiesta.
Luego
es preciso que el que quiera conformarse al orden de la Naturaleza
tiene que mirar con indiferencia todas las cosas que ha hecho
igualmente esta; porque no las habría hecho así si no hubiesen sido
del todo iguales a su parecer. Por consiguiente, es un impío el
hombre que no considere con la misma indiferencia los placeres y los
dolores, la vida y la muerte, la gloria y el olvido, cosas estas que
la naturaleza universal envía indistintamente a los buenos y a los
malos. Cuando digo que la común naturaleza las envía sin
distinción, quiero decir que llegan indiferentemente según el orden
y la relación de todo lo que debe ocurrir, en virtud de cierto
movimiento primitivo que la Providencia imprimió cuando, en una
época determinada, estableció definitivamente este arreglo, después
de haber concebido por sí misma las combinaciones de todo lo que
debía existir y de haber sembrado por doquier los gérmenes y los
principios de los distintos seres, de sus transformaciones y de la
sucesión en el mundo en que vivimos.
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