PERO
¿HUBO ALGUNA VEZ UNA DEMOCRACIA?
¿De
verdad creemos que la democracia nació en Grecia?, es más ¿Ha
existido alguna vez un sistema de gobierno parecido al que nos gusta
llamar democracia?, ¿No será la democracia uno de esos
“desiderata”, con el que hemos soñado a lo largo de nuestra
historia?. Y, si podemos encontrar un ejemplo, ¿ha durado mucho la
democracia en los países en los que se ha implantado?
Cualquier
cosa, por absurda que sea, se convierte en una verdad
incontrovertible si se repite incansablemente a lo largo de mucho
tiempo. Esta debe ser la razón de que contínuamente repitamos que
la democracia nació en Grecia y utilizo el verbo nacer, porque forma
parte de la expresión que se repite constantemente (“la democracia
nació en Grecia).
Si
escarbamos un poco en la historia, esta opinión se tambalea
bastante. Para empezar, deberíamos concretar en qué sitio o región
de Grecia surgió, como por arte de magia, la “democracia”.
Porque hablar de Grecia refiriéndonos a aquella parte geográfica
que estaba habitada por los griegos, es muy arriesgado. Sin ánimo de
dar lecciones, hay hay que recordar que los griegos se distribuían
por grupos a lo que dimos en llamar “ciudades-estado”, casi todas
amuralladas (excepto Esparta, que, por su ubicación resultaba casi
inexpugnable) y que en absoluto compartían tipo de gobierno, ni
educación y ni siquiera la consideración de “ciudadano”.
Y,
es que no era fácil adquirir el status de “ciudadano en Grecia”.
Vamos a tomar como ejemplo el caso de Atenas, que es al que todo el
mundo se refiere como ejemplo de “democracia”. Plutarco, de quien
recibimos muchas noticias de la historia anterior a él, nos cuenta
que Teseo dividió a la población libre del
Atica en tres grupos: geomoros, demiurgos y eupátridas.
A estos hay que añadir, los metecos, esclavos y mujeres. Con algunas
cifras podemos hacernos una ligera idea de hasta dónde se extendía
la nominación de “ciudadano” , indispensable para participar en
la vida de la “polis”.
Durante
el siglo IV a.C., en Atenas se puede considerar aceptable la cifra de
250.000 a 300.000, para el número de habitantes. De ellos,
ciudadanos de pleno derecho, podrían haber sido unas 100.000
personas y unos 30.000 los que tendrían derecho a voto por ser
hombres y adultos, aparte de pertenecer a las familias nobles.
Durante
las Guerras del Peloponeso, estas cifras se reducen drásticamente al
restringir la definición de ciudadano. Y, esto en Atenas, que era
una de las mayores ciudades. Las restantes, como Esparta, Mileto,
etc. no llegaban a 1.500 o 2.000 habitantes con derecho a intervenir
en las votaciones.
Solamente
los varones adultos, que fuesen
ciudadanos y atenienses y que hubieran acabado el período de
instrucción, tenían derecho a participar en la Asamblea. Luego,
podemos inferir que la mayoría de sus habitantes estaban privados de
intervenir en los asuntos de la ciudad: ni mujeres, ni metecos, ni
esclavos, ni jóvenes imberbes.
Platón
en su obra la República no muestra mucho entusiasmo por este régimen
de gobierno, no
sólo porque fue
la democracia la que condenó a morir a Sócrates, su maestro, sino
porque veía una serie de peligros y vaticinaba la posibilidad de que
en un momento dado, un sólo hombre se hiciera con las riendas del
gobierno, mediante sobornos y promesas y el régimen, una vez
corrupto, se convirtiera en patrimonio de una camarilla o de un sólo
hombre que condujera a la ciudad a su perdición. Es cierto que
Platón era aristócrata, pero no dejaba de tener razón.
La
historia de Grecia nos ofrece otros ejemplos más edificantes que el
hecho de haber inventado una “palabra” que nunca se llevó a la
práctica. Hoy en día, la palabra tirano se
utiliza con connotaciones peyorativas. Pero no ha sido así siempre.
Aquel que detentaba el poder él mismo o concentraba en sí todos los
poderes, era llamado tyrano, con el mismo sentido que si le hubieran
llamado “rey”. Hubo malos tiranos, que hubieran sido malos en
cualquier situación; pero también los hubo muy buenos, cuyo interés
se centró
en engrandecer sus ciudades y adornarlas y mantener a los habitantes
en un nivel aceptable de confort, redactaron constituciones justas
para sus habitantes, prohibieron la crueldad contra los esclavos,
etc. El ejemplo de este tipo de gobernantes fue
Pericles. Y una característica de estos dirigentes, que naturalmente
eran elegidos por las Asambleas, era la honradez con los dineros
públicos, habiéndose dado casos en que
algunos emplearon su fortuna personal y se empobrecieron por el bien
de todos.
Volviendo
por un momento al pensamiento de Platón, la democracia griega, en
los casos en que fue
beneficiosa, se debió al hecho precisamente de que las ciudades eran
pequeñas. Esto pasó también en Roma, mientras el Senado estuvo
formado por personas honorables. Y, la historia nos enseña muchos
otros ejemplos (muchísimos, diría yo) en los
que Platón tenía razón en cuanto a que la democracia es presa
fácil para los espíritus ávidos de poder o riqueza. Todos los
imperios han caído por lo mismo, todas las revoluciones han sido
inmediatamente usurpadas por aquellos que las fomentaron y que pasan
su factura.
En
fin, si alguien quiere saber cuál es la mejor forma de gobierno, a
mí que no me mire. No lo sé. Porque creo que el buen gobierno no
está en la palabra que lo defina, sino en la virtud y grandeza de
espíritu de aquellos a los que se les
recomienda. Así, es tontería que en el
mundo imperfecto de los hombres, haya un gobierno justo. Pero esto no
quiere decir tampoco que haya que permitirlos. Los ciudadanos son los
que ponen o quitan a los gobernantes. Haría falta también unos
ciudadanos virtuosos, cultos, libres de ataduras morales e informados
contínuamente de lo que se cuece en su gobierno correspondiente.
Esas personas que presumen de “no entender de política” no
tendrían cabida en la tan cacareada democracia griega.
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