lunes, 27 de febrero de 2017

PERO ¿HUBO ALGUNA VEZ UNA DEMOCRACIA?


PERO ¿HUBO ALGUNA VEZ UNA DEMOCRACIA?


¿De verdad creemos que la democracia nació en Grecia?, es más ¿Ha existido alguna vez un sistema de gobierno parecido al que nos gusta llamar democracia?, ¿No será la democracia uno de esos “desiderata”, con el que hemos soñado a lo largo de nuestra historia?. Y, si podemos encontrar un ejemplo, ¿ha durado mucho la democracia en los países en los que se ha implantado?

Cualquier cosa, por absurda que sea, se convierte en una verdad incontrovertible si se repite incansablemente a lo largo de mucho tiempo. Esta debe ser la razón de que contínuamente repitamos que la democracia nació en Grecia y utilizo el verbo nacer, porque forma parte de la expresión que se repite constantemente (“la democracia nació en Grecia).

Si escarbamos un poco en la historia, esta opinión se tambalea bastante. Para empezar, deberíamos concretar en qué sitio o región de Grecia surgió, como por arte de magia, la “democracia”. Porque hablar de Grecia refiriéndonos a aquella parte geográfica que estaba habitada por los griegos, es muy arriesgado. Sin ánimo de dar lecciones, hay hay que recordar que los griegos se distribuían por grupos a lo que dimos en llamar “ciudades-estado”, casi todas amuralladas (excepto Esparta, que, por su ubicación resultaba casi inexpugnable) y que en absoluto compartían tipo de gobierno, ni educación y ni siquiera la consideración de “ciudadano”.

Y, es que no era fácil adquirir el status de “ciudadano en Grecia”. Vamos a tomar como ejemplo el caso de Atenas, que es al que todo el mundo se refiere como ejemplo de “democracia”. Plutarco, de quien recibimos muchas noticias de la historia anterior a él, nos cuenta que Teseo dividió a la población libre del Atica en tres grupos: geomoros, demiurgos y eupátridas. A estos hay que añadir, los metecos, esclavos y mujeres. Con algunas cifras podemos hacernos una ligera idea de hasta dónde se extendía la nominación de “ciudadano” , indispensable para participar en la vida de la “polis”.

Durante el siglo IV a.C., en Atenas se puede considerar aceptable la cifra de 250.000 a 300.000, para el número de habitantes. De ellos, ciudadanos de pleno derecho, podrían haber sido unas 100.000 personas y unos 30.000 los que tendrían derecho a voto por ser hombres y adultos, aparte de pertenecer a las familias nobles.

Durante las Guerras del Peloponeso, estas cifras se reducen drásticamente al restringir la definición de ciudadano. Y, esto en Atenas, que era una de las mayores ciudades. Las restantes, como Esparta, Mileto, etc. no llegaban a 1.500 o 2.000 habitantes con derecho a intervenir en las votaciones.

Solamente los varones adultos, que fuesen ciudadanos y atenienses y que hubieran acabado el período de instrucción, tenían derecho a participar en la Asamblea. Luego, podemos inferir que la mayoría de sus habitantes estaban privados de intervenir en los asuntos de la ciudad: ni mujeres, ni metecos, ni esclavos, ni jóvenes imberbes.

Platón en su obra la República no muestra mucho entusiasmo por este régimen de gobierno, no sólo porque fue la democracia la que condenó a morir a Sócrates, su maestro, sino porque veía una serie de peligros y vaticinaba la posibilidad de que en un momento dado, un sólo hombre se hiciera con las riendas del gobierno, mediante sobornos y promesas y el régimen, una vez corrupto, se convirtiera en patrimonio de una camarilla o de un sólo hombre que condujera a la ciudad a su perdición. Es cierto que Platón era aristócrata, pero no dejaba de tener razón.

La historia de Grecia nos ofrece otros ejemplos más edificantes que el hecho de haber inventado una “palabra” que nunca se llevó a la práctica. Hoy en día, la palabra tirano se utiliza con connotaciones peyorativas. Pero no ha sido así siempre. Aquel que detentaba el poder él mismo o concentraba en sí todos los poderes, era llamado tyrano, con el mismo sentido que si le hubieran llamado “rey”. Hubo malos tiranos, que hubieran sido malos en cualquier situación; pero también los hubo muy buenos, cuyo interés se centró en engrandecer sus ciudades y adornarlas y mantener a los habitantes en un nivel aceptable de confort, redactaron constituciones justas para sus habitantes, prohibieron la crueldad contra los esclavos, etc. El ejemplo de este tipo de gobernantes fue Pericles. Y una característica de estos dirigentes, que naturalmente eran elegidos por las Asambleas, era la honradez con los dineros públicos, habiéndose dado casos en que algunos emplearon su fortuna personal y se empobrecieron por el bien de todos.

Volviendo por un momento al pensamiento de Platón, la democracia griega, en los casos en que fue beneficiosa, se debió al hecho precisamente de que las ciudades eran pequeñas. Esto pasó también en Roma, mientras el Senado estuvo formado por personas honorables. Y, la historia nos enseña muchos otros ejemplos (muchísimos, diría yo) en los que Platón tenía razón en cuanto a que la democracia es presa fácil para los espíritus ávidos de poder o riqueza. Todos los imperios han caído por lo mismo, todas las revoluciones han sido inmediatamente usurpadas por aquellos que las fomentaron y que pasan su factura.

En fin, si alguien quiere saber cuál es la mejor forma de gobierno, a mí que no me mire. No lo sé. Porque creo que el buen gobierno no está en la palabra que lo defina, sino en la virtud y grandeza de espíritu de aquellos a los que se les recomienda. Así, es tontería que en el mundo imperfecto de los hombres, haya un gobierno justo. Pero esto no quiere decir tampoco que haya que permitirlos. Los ciudadanos son los que ponen o quitan a los gobernantes. Haría falta también unos ciudadanos virtuosos, cultos, libres de ataduras morales e informados contínuamente de lo que se cuece en su gobierno correspondiente. Esas personas que presumen de “no entender de política” no tendrían cabida en la tan cacareada democracia griega.



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