lunes, 18 de julio de 2016

RECORDEMOS A OTRO MAESTRO, E. FROMM

Siento no poder cumplir con el comentario de Schopenhauer, porque no tengo sus textos a mano y la interpretación del Copleston, que suele ser bastante objetiva, no presenta textos auténticos, sino la opinión del autor. Y me parece que, en esta página, sobran interpretaciones y faltan los argumentos y, lo que es más importante, los fundamentos.
Y me permito opinar que, por mucho que chilléis e insultéis, no necesariamente aumenta eso la verdad de lo que afirméis. Y que sólo la gente mezquina utiliza argumentos ad hominem o la ridiculización.

Así que he rescatado a Erich Fromm para que nos hable. Todo, absolutamente todo, sin mover una sola coma, lo dice el maestro. Mañana seguiremos informando.

Saludos desde algún perdido y solitario lugar de la Mancha.



PROFETAS Y SACERDOTES

Puede decirse sin exageración que nunca estuvo tan difundido por el mundo como en la actualidad el conocimiento de las grandes ideas producidas por la especie humana, y que nunca esas ideas fueron menos efectivas que hoy. Las ideas de Platón y Aristóteles, de los profetas de Cristo, de Spinoza y de Kant, son conocidas por las clases educadas del Europa y América. Se las enseña en miles de instituciones de enseñanza superior, y algunas de ellas son objeto de prédica en las iglesias de todos los cultos y en todas partes. Y todo esto en un mundo que sigue los principios del egotismo irrestrictivo, que alimenta un  nacionalismo histérico, y que se está preparando para una insensata masacre masiva. ¿Cómo explicar esta discrepancia?

Las ideas no influyen profundamente en el hombre cuando sólo se les enseña como ideas y pensamientos. Por lo común, cuando se las presenta de tal manera, hacen cambiar a otras ideas; nuevos pensamientos toman el lugar de los antiguos; nuevas palabras toman el lugar de las antiguas. Pero todo o que ocurre es un cambio en los conceptos y las palabras. ¿Por qué debería ser de otra manera?. Es extremadamente difícil que un hombre sea movido por ideas, y que capten una verdad. Para lograrlo, necesita superar resistencias de inercia profundamente arraigadas, vencer el miedo al error o apartarse del rebaño. El mero familiarizarse con otras ideas no es suficiente, aunque éstas sean correctas y sólidas en sí mismas. Pero las ideas producen en verdad un efecto sobre el hombre si son vividas por quien las enseña, si son personificadas, si aparecen encarnadas. Si un hombre expresa la idea de humildad, y es humilde,   quienes lo oyen comprenderán qué es la humildad. No sólo comprenderán, sino que creerán que ese hombre está hablando acerca de una realidad, y no meramente pronunciando palabras. Lo mismo vale respecto de todas las ideas que un hombre, un filósofo o un instructor religioso traten de transmitir.

A quienes anuncian ideas - y no necesariamente ideas nuevas- y, a la vez, las viven, podemos llamarlos profetas. Los profetas del Antiguo Testamento hicieron precisamente eso: anunciaron la idea de que el hombre tenía que hallar una respuesta a su existencia, y que esa respuesta era el desarrollo de su razón, de su amor, y enseñaron que la humildad y la justicia estaban indisolublemente vinculadas con el amor y la razón. Vivieron lo que predicaban. No buscaron el poder, sino que lo evitaron. Ni siquiera el poder de ser profeta. No les impresionaban los poderosos, y dijeron la verdad aunque esto les llevara a la cárcel, el ostracismo o la muerte. No eran hombres que se apartaran y esperaran para ver lo que sucedía. Respondieron a sus congéneres porque se sintieron responsables. Lo que les ocurría a otros, le ocurría a ellos. La humanidad no estaba fuera, sino dentro de ellos. Precisamente porque vieron la verdad, sintieron la responsabilidad de decirla; no amenazaron, sino que mostraron las alternativas con que se enfrentaba el hombre. No se trata de que un profeta desee serlo; en verdad,sólo los falsos profetas ambicionan a llegar a ser profetas. El hecho de que alguien llegue a profeta es bastante simple, porque también lo son las alternativas que él ve. El profeta Amós expresó esta idea muy sucintamente: "El león ha rugido, ¿quién no temerá?. Dios ha hablado, ¿quién no será profeta?". La frase "Dios ha hablado" significa aquí simplemente que la elección se ha vuelto inconfundiblemente clara. No puede haber más dudas. No puede haber más evasiones. Por ello el hombre que se siente responsable no tiene otra elección que volverse profeta, sea que antes haya sido pastor de ovejas, viticultor o pensador y expositor de ideas. Es función del profeta mostrar la realidad, señalar alternativas y protestar; es su función hablar en voz alta, despertar al hombre de su rutinario entresueño. Es la situación historica la que hace a los profetas, no el deseo de serlo de algunos hombres.

Muchas naciones han tenido sus profetas. Buda vivió sus enseñanzas; Cristo se encarnó; Sócrates murió de acuerdo a sus ideas. Spinoza las vivió. Y todos ellos dejaron honda huella en la especie humana, precisamente porque su idea se encarnó en cada uno de ellos.

Los profetas sólo aparecen a intervalos en la historia de la humanidad. Mueren y dejan su mensaje. Ese mensaje lo aceptan millones de personas, se les vuelve entrañable. Esta es precisamente la razón de que la idea resulte explotable para otros, que usufructúan para sus propios fines de dominio y control de adhesión de la gente a estas ideas. A las gentes que hacen uso de la idea anunciada por los profetas, los llamaremos sacerdotes. Los profetas viven sus ideas.Los sacerdotes las administran a la gente que se adhiere a la idea. La idea ha perdido su vitalidad. Se ha transformado en una fórmula. Los sacerdotes declaran que es muy importante la manera en que se formula la idea; naturalmente la formulación siempre se vuelve importante después que la experiencia ha muerto; ¿de qué otro modo podría uno controlar a la gente controlando sus pensamientos a menos que haya una formulación "correcta"?. Los sacerdotes utilizan la idea para organizar a los hombres, para controlarlos controlando la expresión exacta de la idea y  cuando les anestesiaron suficientemente, declaran que no son capaces de mantenerse despiertos y de dirigir su propia vida, y que ellos, los sacerdotes, obran por deber, o incluso por compasión, al cumplir la función de dirigir a los hombres que, si se los dejara librados a sí mismos, tendrían miedo de la libertad. Cierto es que no todos los sacerdotes han actuado de esta manera, pero la mayoría de ellos lo hicieron, especialmente los que manejaron el poder

Hay sacerdotes no sólo en religión. Hay sacerdotes en filosofía y sacerdotes en política. Toda escuela filosófica tiene sus sacerdotes. A menudo son muy eruditos; su tarea consiste en administrar la idea del pensador original, impartirla, transformarla en un objeto de deseo y así custodiarla. También hay los sacerdotes políticos, hemos visto bastantes en los últimos 150 años.
Han administrado la idea de libertad, para proteger los intereses económicos de su clase social. En el siglo XX los sacerdotes han asumido la administración de las ideas del socialismo. Aunque esta idea tendía a la liberación e independencia del hombre, los sacerdotes declararon de una u otra manera que el hombre no era capaz de ser libre o, por lo menos, que no lo sería por un largo tiempo. Hasta entonces, ellos estaban obligados a hacerse cargo, y a decidir cómo formular la idea, y quién era un creyente devoto y quién no lo era. Los sacerdotes confunden por lo común a ka gente porque se proclaman sucesores del profeta y afirman que viven lo que predican. Sin embargo, aunque un niño podría ver que viven precisamente en forma opuesta a lo que enseñan, la gran masa de personas ha sufrido un efectivo lavado de cerebro y llega eventualmente a creer que si los sacerdotes llevan una vida espléndida lo hacen como sacrificio, porque tienen que representar la gran idea; o que si matan sin piedad sólo lo hacen por fe revolucionaria.

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