jueves, 21 de julio de 2016

BREVE NOVELA RIO (GIORGIO MANGLANELLI)

El señor vestido de oscuro, de paso atento y reflexivo, sabe que le siguen. Nadie se lo ha dicho, no existe ninguna prueba de que las cosas sean así, pero él sabe, con absoluta certeza, que alguien le sigue. No sabe nada del perseguidor, pero sabe que la persecución ha comenzado hace tiempo, que tiene un motivo, aunque nadie, a excepción del perseguidor, lo conozca, y que es perseguido de manera cuidadosa y tenaz. Sabe pocas cosas de esta persecución: en primer lugar, es menos perseguido cuando está al aire libre, entre la multitud, que cuando se encuentra en casa; no pretendo decir que la persecución disminuya, que el perseguidor se sienta estorbado por la multitud, sino que la persecución experimenta una especie de disminución, como si se alterase el espacio en el que opera; sabe que la persecución es velocísima, y que, dado que el paso del señor es lento, es inevitable que le alcancen, mejor dicho, ya debiera haber sido alcanzado, y tendría que haber ocurrido lo que forzosamente debe ocurrir cuando alguien es alcanzado -si bien ignora lo que es- , pero sabe también que el perseguidor no le alcanzará jamás, aunque él se detenga en un banco, fingiendo leer el periódico, en total, abierta e indefensa espera. El perseguidor sabe que, al alcanzarle, dejaría de ser el perseguidor, y cabe pensar que, en el esquema de la creación, sólo exista lugar para él en tanto que perseguidor. Cuando el señor está en casa, el  fragor de la persecución, el acoso, el sonido de las innumerables pies, le ensordece, no oye el rumor de las hojas, habla en voz alta para poderse oír a sí mismo. En realidad, en esta rigurosa y acaso arcaica división de papeles, el perseguido, aunque se sepa inalcanzable, no puede librarse del conocimiento de ser la presa. Sabe que a su espalda se deforma el espacio, hasta el punto de frustrar cualquier esperanza de alcanzarle, pero sabe asimismo que el tiempo no le es propicio, su deformidad tiende únicamente a proteger la función de la presa. La presa se pregunta si el perseguidor es desgraciado, ya que el horror de la condición de ambos reside en una tarea irrealizable. Piensa si habrá un momento en el que pueda volverse de golpe, y comenzar a perseguir al perseguidor.

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Más corto no puede ser el cuento. Pero el problema que plantea no es moco de pavo.

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Aprovecho que hoy lo contado es corto para decir por qué no me gusta Descartes. No es porque sea francés, que eso, si acaso, sería un punto en su contra. Mi desprecio tampoco se dirige a su obra y aportación a las ciencias. Sólo me repatea el "Discurso del método", porque es copia literal y descarada de un autor español, que no todo el mundo conoce, cuya obra "Antoniana Margarita" fue publicada con 50 años de antelación con respecto a D. René. El autor es Gómez Pereira y el estrafalario título que le dió a su obra, fué un testimonio de respeto y gratitud a sus padres (Antonia y Margarita)
Bueno, una vez sacada la espina. Saludos a todos 



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