Hay en el mundo dos tipos de tontos: los que prestan libros y los que los devuelven. Yo pertenezco al segundo grupo: si alguien me presta un libro, forro las cubiertas y lo devuelvo lo más limpio posible. En cambio, no me gusta `prestarlos. Y no digo nada de si me lo devuelven subrayado o con notas en los bordes: el enfado puede alcanzar categoría bíblica, la furia de Jahvé no es más que un gesto de disgusto comparada con la mía si alguien se atreve a violar la impecabilidad de mis libros.
Bueno, ¿y esto a qué viene ahora?, diréis vosotros, si es que alguien me está leyendo. Pues el sitio en que tendrían que estar los libros de Schopenhauer está vacío. Sólo hay una persona en el mundo que se atreva a hacer eso y el teléfono me lo confirma:
- ¿Por casualidad te llevaste algún libro en tu última visita?
- Jo.... mamá. Pensé que no te darías cuenta y pensaba devolvértelos pronto.
- Y ¿se puede saber de dónde te ha salido esa vena filosófica?
-.... uuuummmm, pues verás, no eran para mí..... eran para papá.
-..................
-¿mamá?
- ..................
- ¡¡¡¡¡ mamáaaaaaaaa!!!!!, huy! me ha colgado el teléfono.
- no creo (es la voz de Ana), estará digiriendo la noticia. Trae... hola suegra ¿te ha dado el yuyu?
- el yuyu le va a dar a mi hijo en cuanto le eche la vista encima. Que se vaya preparando.
- Tranquila, yo me ocupo de rescatarlos.
Moraleja: por falta de material, tendré que espolear mi memoria, ayudándome por el Copleston que, en sus últimos capítulos, deja mucho que desear y, a veces, tiende a lo escolástico más que Sto. Tomás. Pero es lo que hay:
Acerca de Shopenhauer:
Debió de ser más feo que Picio (frase utilizada de forma generalizada por lo que nadie sabe quién era Picio) y odiaba profunda y obsesivamente a las mujeres (ignoro si su mamá le pegaba de pequeño o no pudo conseguir a quien él quería, aunque Freud, a quien tampoco resistía, quizá le hubiera llamado complejo de Edipo. Claro que de Freud también podríamos hablar largo y tendido con la que lió elevando sus propios complejos a paradigmas universales), en realidad, odiaba a todo el mundo, por lo que no es de extrañar que tuviera pocos amigos, si es que tuvo alguno. Sobre toda la humanidad, destaca el encono, odio y repugnancia que le provocaba Hegel. durante los años que coincidieron en la misma universidad, entraba en shock cuando se cruzaban. Algo tendrá que ver el hecho de que para oír las lecciones de Hegel la multitud se agolpaba en los pasillos, mientras que en su aula se producía el eco de un espacio vacío.
Tuvo la mala suerte de que sus obras o pasaron desapercibidas en un principio o, simplemente fueron rechazadas. Lo que ocurrió es que su pensamiento implicaba una ruptura con los valores tradicionales que la humanidad y, en concreto, los alemanes ni entendían ni querían. No obstante, cuando obtuvo el reconocimiento y la honra que él siempre creyó merecer, le llegó de golpe, lo que, por lo menos, alegró sus últimos 10 años de su vida.
A propósito de su desprecio a la mujer, cuentan que los editores repasaban sus obras con sumo cuidado para atemperar un poco las palabras que nos dedicaba el angelito. Lo comentaremos cuando expongamos sus ideas, que esto es sólo una introducción para un sábado tranquilo. Tranquilo porque todo el pueblo está durmiendo, que anoche empezaron las fiestas.
Bueno, ¿y esto a qué viene ahora?, diréis vosotros, si es que alguien me está leyendo. Pues el sitio en que tendrían que estar los libros de Schopenhauer está vacío. Sólo hay una persona en el mundo que se atreva a hacer eso y el teléfono me lo confirma:
- ¿Por casualidad te llevaste algún libro en tu última visita?
- Jo.... mamá. Pensé que no te darías cuenta y pensaba devolvértelos pronto.
- Y ¿se puede saber de dónde te ha salido esa vena filosófica?
-.... uuuummmm, pues verás, no eran para mí..... eran para papá.
-..................
-¿mamá?
- ..................
- ¡¡¡¡¡ mamáaaaaaaaa!!!!!, huy! me ha colgado el teléfono.
- no creo (es la voz de Ana), estará digiriendo la noticia. Trae... hola suegra ¿te ha dado el yuyu?
- el yuyu le va a dar a mi hijo en cuanto le eche la vista encima. Que se vaya preparando.
- Tranquila, yo me ocupo de rescatarlos.
Moraleja: por falta de material, tendré que espolear mi memoria, ayudándome por el Copleston que, en sus últimos capítulos, deja mucho que desear y, a veces, tiende a lo escolástico más que Sto. Tomás. Pero es lo que hay:
Acerca de Shopenhauer:
Debió de ser más feo que Picio (frase utilizada de forma generalizada por lo que nadie sabe quién era Picio) y odiaba profunda y obsesivamente a las mujeres (ignoro si su mamá le pegaba de pequeño o no pudo conseguir a quien él quería, aunque Freud, a quien tampoco resistía, quizá le hubiera llamado complejo de Edipo. Claro que de Freud también podríamos hablar largo y tendido con la que lió elevando sus propios complejos a paradigmas universales), en realidad, odiaba a todo el mundo, por lo que no es de extrañar que tuviera pocos amigos, si es que tuvo alguno. Sobre toda la humanidad, destaca el encono, odio y repugnancia que le provocaba Hegel. durante los años que coincidieron en la misma universidad, entraba en shock cuando se cruzaban. Algo tendrá que ver el hecho de que para oír las lecciones de Hegel la multitud se agolpaba en los pasillos, mientras que en su aula se producía el eco de un espacio vacío.
Tuvo la mala suerte de que sus obras o pasaron desapercibidas en un principio o, simplemente fueron rechazadas. Lo que ocurrió es que su pensamiento implicaba una ruptura con los valores tradicionales que la humanidad y, en concreto, los alemanes ni entendían ni querían. No obstante, cuando obtuvo el reconocimiento y la honra que él siempre creyó merecer, le llegó de golpe, lo que, por lo menos, alegró sus últimos 10 años de su vida.
A propósito de su desprecio a la mujer, cuentan que los editores repasaban sus obras con sumo cuidado para atemperar un poco las palabras que nos dedicaba el angelito. Lo comentaremos cuando expongamos sus ideas, que esto es sólo una introducción para un sábado tranquilo. Tranquilo porque todo el pueblo está durmiendo, que anoche empezaron las fiestas.
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