Tampoco vayáis a pensar que mi vida ha sido, ni es, tumultuosa o frenética. Lo que pasa es que soy un poco D. Quijote (¿el nombre condiciona a la persona?, tendré que pensarlo), que no sólo peleo contra molinos de viento, sino que los veo aunque no existan. Que me cuelo en los entierros, incluso sin vela, que me tiro al mar a salvar al que estaba nadando tranquilamente y además de sacarlo a la fuerza, le hago la respiración artificial. Que se me olvida cerrar mi puerta para que no pasen los problemas y me admiro de que hayan robado al vecino, que tiene veinte cerrojos en la suya. En fin, como me decía mi madre: "hija, si es que tú sufres porque al vecino le viene la chaqueta grande", "tú serás muy lista, pero eres muy tonta", "las habrá eh?, no digo que no, pero yo no he conocido a nadie más tonta que tú"
Y, es cierto que, a pesar de todas las teorías que has tenido que leer o aprender, aunque seas premio Nobel en Psicología, no te libras de la realidad y, en cualquier momento, puedes tener
un "brote psicótico". El saber la teoría, no te salva de caer. Aunque tengas muy claro lo que tiene que hacer el amigo que te consulta, tú harás lo contrario si las circunstancias te igualan a tu amigo.
Porque:
En una alforja al hombro
llevo los vicio.
Delante, los ajenos.
Detrás, los míos.
Bien, una vez aceptado, con todos estos contundentes razonamientos, que soy tonta y que llevo la tontería en mi escudo nobiliario, creo que las verdadera raíces de mi "ser de tonta" o bien nadie se ha parado a pensarlas (que pensar cuesta ), o bien está tan oculta que sólo yo, la más tonta de todos, las he descubierto. Pues, como los mandamientos de Moisés, se reducen a dos: una astronómica necesidad de cariño y un gran complejo de culpabilidad. La primera tiene profundas raíces genética; la segunda fue marcada a sangre y fuego en mi alma.
Después de deambular por casi todos los "hogares" del régimen (y fueron unos cuantos) dónde me convertí al estoicismo sin conocerlo bajo el régimen cuasimilitar de la Sección Femenina, fui a dar con mis huesos a uno, dónde se me "ordenó" estudiar, con la misma contundencia que antes se me había ordenado marcar el paso. La diferencia, la gran diferencia era que ahora las que mandaban iban vestidas de monjas.
Pocas de nosotras estaban preparadan para que fructificara la doctrina que se nos predicaba. Nos amoldamos como pudimos a misas, rosarios, novenas, triduos, etc. que para nosotras era un mundo desconocido y por explorar. A mí me resbalaba un poco toda aquella parafernalia pero había un detalle que me entristecía enormemente: la maldita banda roja.
Las visitas (y en esto mejoramos) eran ahora semanales. Todos los domingos, muchísimo antes de que viniera algún familiar, la jefe de estudios, sobre la tarima de la gran sala, nos iba nombrando y diciendo en voz en modo alguno monótono, la calificación de la semana en el campo de : conducta, estudio, orden y urbanidad. El ideal era que en estas materias, tan necesarias para la vida práctica (que ellas llamaban práctica) todas fuéramos calificadas con un rotundo 10. Si así era, se te imponía una preciosa banda roja con la que salir, contentas y sonrientes, al encuentro de nuestros familiares. Un 9 te impedía obtener semejante privilegio. Y, por razones que nunca adiviné y ellas nunca me explicaron ("Vd. ya sabe bien por qué" me contestaban si alguna vez se me ocurría preguntar) nunca tuve un 10 en conducta. Y, durante todo el largo y arduo bachillerato, nunca tuve ocasión de alegrar a mi madre con la dichosa y malhadada banda roja. Y, aún hoy, las razones de mi 9 en conducta permanecen en algún rincón insondable del universo mundo. Cuando me reintegre al Todo del que salimos, lo primero que preguntaré será: "¿Por qué coño nunca me pusieron la banda roja?". Tendré que pulir un poco la pregunta o S. Pedro me pondrá un 9 en conducta y seguirá siendo para mí un misterio irresoluble durante toda la eternidad. Me tengo que acordar de no decir "coño"
Y así se puede llevar a alguien a una depresión que se convierte con el tiempo en endógena, aunque no figure en el ADN.
Y, como sé que alguna de mis hermanas de hogar me lee, te pregunto a ti, compañera del alma: ¿Sabes, por casualidad, por qué no me pusieron nunca la banda roja?
Y, por eso y otros muchos detalles de similar importancia que no repasaré porque esto no es una novela: A MI ME DUELE EL MUNDO, PERO NO CUALQUIER MUNDO. ME DUELE EL MUNDO QUE SUFRE.
Y ya está............
P.D. Hoy no ha habido mensaje. A las 3 de la madrugada todavía no había empezado a dormir. Y ahora, mis ojos quieren cerrarse
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