viernes, 18 de octubre de 2019

EL EXILIO EN BABILONIA. ACLARANDO LA HISTORIA



Quizá alguno se ha preguntado alguna vez, de dónde sacaron los judíos los fundamentos de su historia. Pues aquí tenemos una posible fuente.

El exilio en Babilonia
El reino del norte de Israel había luchado de principio a fin y acabó por venirse abajo en 721 a.C. cuando fue invadido por los asirios. Judá perduró un siglo y medio más. El 15 y 16 de marzo de 597 a.C. el gran rey babilonio Nabucodonosor tomó Jerusalén, capturó al rey y nombró a un nuevo rey títere llamado Zedekiah. El verdadero rey, Jehoiachin, fue enviado al exilio junto con su corte y con los intelectuales del país, con el propósito de impedir que los que se quedaban pensaran siquiera en rebelarse contra sus nuevos gobernantes.

Aunque la Biblia nos proporciona varias cifras, es muy probable que más de tres mil personas fueran llevadas a Babilonia; en unas tablillas cuneiformes con listas de pagos halladas en Babilonia relativas a raciones de aceite y grano para los cautivos, se nombra específicamente al rey Jehoiachin y a sus cinco hijos como los destinatarios.

El hecho de que Jehoaichin no haya sido ejecutado hizo creer a muchos judíos que algún día le permitirían regresar a su país, y existen pruebas que indican la probabilidad de que las intenciones originales de Nabucodonosor eran ésas precisamente. El nuevo rey títere no fue tan dócil como los babilonios pensaron y estuvo tentado a ponerse de parte de los enemigos de Babilonia, los egipcios, para así liberar a Judá. Al principio siguió los consejos que le daban los vencedores y no les causó dificultades. Por desgracia, las presiones en su corte a favor de los egipcios forzaron una rebelión en 589 a.C, lo que obligó a Nabucodonosor a atacar las ciudades de Judá, iniciando el sitio de Jerusalén el siguiente mes de enero. Zedekiah sabía que en esa ocasión no habría misericordia y se defendió durante dos años y medio, pero, a pesar de un intento de las fuerzas egipcias de alejar a los babilonios, la ciudad fue tomada en julio de 586 a.C. Jerusalén y su templo fueron devastados.

Zedekiah fue llevado ante Nabucodonosor a Riblah, en Babilonia, donde se le obligó a presenciar la muerte de sus hijos, y mientras miraba aterrorizado le arrancaron los ojos. Con esta última terrible visión cauterizada en su mente, se le condujo encadenado, a Babilonia. De acuerdo con Jeremías (52.29), unas ochocientas treinta y dos personas más fueron condenadas al exilio por ese entonces.

Los exiliados de Judá sentirían admiración por Babilonia como un lugar maravilloso. Era una ciudad cosmopolita y espléndida, que abarcaba ambas riberas del Eufrates en forma de cuadro y medía, según se cuenta, veinticuatro kilómetros cuadrados. El historiador griego Herodoto visitó la ciudad en el siglo V a.C y describió su grandeza, con cuadrículas de calles perfectamente alineadas y edificios que tenían tres o cuatro pisos de altura Nuestra primera reacción ante tal descripción hizo suponer que el griego exageraba, pero después descubrimos que su afirmación de que las murallas de la ciudad eran tan anchas que permitían el paso de un carruaje jalado por cuatro caballos fue comprobada por excavaciones recientes.

Este apoyo arqueológico que acredita a Herodoto como testigo fidedigno hizo que apreciáramos lo impresionante que era Babilonia. Leímos que dentro de esas murallas gigantescas había grandes parques y entre sus grandiosas construcciones se encontraba el palacio real con sus famosos jardines colgantes, que eran terrazas piramidales sembradas de árboles e inundadas de flores traídas de todo el mundo conocido.

También se encontraba la elevada Zigurat de Bel, pirámide escalonada con siete pisos en forma de torre, revestidos con los colores del sol, la luna y cinco planetas, y con un templo sobre su cúspide. Esta construcción fue sin lugar a dudas la fuente de inspiración de la leyenda de la Torre de Babel, donde se dice que la humanidad perdió la capacidad de comunicarse entre sí en un mismo idioma. Babel era el término sumerio que significa "entrada a dios", el cual dotaba al sacerdocio babilonio de un vínculo entre los dioses y lo terrenal. Es sorprendente que la Torre de Babel aún exista, aunque es una deforme ruina.

La Vereda Procesional que conducía a la gran Puerta de Ishtar haría que los ojos de los exiliados se llenaran de admiración. Era monumental y estaba cubierta de azulejos barnizados de un azul brillante sobre los cuales se podían ver leones, toros y dragones en alto relieve. Estos animales representaban a los dioses de la ciudad, siendo Marduk la deidad dragón más importante entre ellos, seguida por Adad, el dios del cielo en forma de toro, e Ishtar, la diosa del amor y la guerra, simbolizada por un león.

Para los sacerdotes y nobles deportados de Jerusalén, esta nueva existencia tuvo que haber sido muy extraña: sentirían gratitud al no ser ejecutados por la espada, y al mismo tiempo, tristeza por la pérdida de sus tierras y su Templo. Aun así, se sintieron impresionados con lo que veían y escuchaban en la ciudad más grande de Mesopotamia, una metrópolis que haría sentir que Jerusalén y su Templo eran muy poca cosa. Seguramente fue un choque cultural similar al que sintieron los inmigrantes judíos provenientes de pequeños poblados europeos, cuando llegaban por barco a la ciudad de Nueva York a principios del siglo XX.

El tipo de vida en Babilonia les pudo resultar ajeno, pero pronto se dieron cuenta de que su teología les era sorprendentemente familiar. Sus propias leyendas estaban basadas en sucesos egipcio-cananeos y las de los babilonios derivaban de una antigua fuente sumeria común; los judíos pronto se percataron de que ahora podrían llenarse los vacíos que se encontraban en sus historias tribales sobre la creación y el diluvio.
Los dignatarios que fueron desarraigados, que estaban acostumbrados a administrar un reino, ahora se encontraban dispersos en un territorio ajeno, donde con frecuencia se les forzaba a realizar tareas domésticas. Como seres acostumbrados a gobernar un estado, ahora sólo les quedaba reflexionar sobre las injusticias de la vida; sin embargo, la gran mayoría de ellos sencillamente aceptó que la vida era cruel y trató de sacar el mejor partido posible dentro de su mala situación. De hecho, muchas familias judías se integraron por completo al estilo de vida de la gran ciudad, y permanecieron en ella aun después de la terminación de su cautiverio.

Al contrario de lo que se piensa, los judíos de aquel tiempo no eran monoteístas y aunque vieran a Jehová como el dios especial de su nación, también adoraron a los dioses babilonios una vez que se les deportó a su nuevo hogar. En aquel entonces era normal mostrar respeto al dios o dioses de los países que se visitaban como un acto de prudencia, ya que se consideraba que las deidades tenían poder en sus tierras. La zona de influencia de Jehová era Jerusalén y no hay pruebas de que ni sus seguidores más fervientes hayan construido su propio templo durante el cautiverio.

Si bien la mayoría de esos judíos se conformaron con su nueva vida, un pequeño grupo de los deportados estaba conformado por sacerdotes filósofos y fundamentalistas del Templo de Salomón, a quienes sólo puede describírseles como personas abrumadas por su destino frustrado, y que buscaron racionalizar su situación tan bien como les fue posible. Se ha aceptado en forma generalizada que fue precisamente ahí, durante el cautiverio en Babilonia, donde se escribieron la mayor parte de los cinco libros de la Biblia, una apasionada búsqueda del propósito y la herencia de su pueblo. Sirviéndose de la información sobre el inicio del tiempo proporcionada por sus captores, los judíos pudieron reconstruir la forma en que Dios creó el mundo y la humanidad, así como obtener detalles sobre eventos posteriores, como el Diluvio.

Los escritos de estos primeros judíos eran una combinación de fragmentos de hechos históricos precisos, trozos de memorias culturales corruptas y mitos tribales, cimentados entre sí por sus propias invenciones originales generadas con el fin de llenar incómodos vacíos históricos. Desde luego, es difícil distinguir qué partes pertenecían a qué, pero los investigadores modernos han tenido una gran capacidad para identificar las verdades y ficciones probables, así como para clasificar los estilos e influencias de los autores.

Las largas historias han sido analizadas en profundidad por grupos de expertos pero, para nosotros, los pequeños fragmentos de información extraña son los que nos proporcionan algunas de las claves más importantes sobre los orígenes. Encontramos la influencia de Sumeria y Egipto en lugares inesperados. Por ejemplo, la figura de Jacob, el padre de José, antecedería a la influencia egipcia, aun cuando existen indicios claros de que los que escribieron sobre él ya veían el mundo tal como era después del Éxodo de Egipto. En el Génesis 28:18 se nos dice que Jacob erigió una columna para comunicar a la Tierra con los Cielos en Betel, a unos quince kilómetros al norte de Jerusalén, y más tarde, en el Génesis 31:45, que construyó una segunda columna, posiblemente en Mizpah, que se localizaba en las montañas de Galeed, al este del río Jordán. La identificación de estas columnas evoca fuertemente la teología que Moisés trajo consigo desde los dos reinos del Alto y Bajo Egipto. Es poco probable que alguno de esos pueblos identificados en la Biblia existieran durante los tiempos de Jacob, y cuando uno analiza el significado literal de los nombres de esos poblados, queda claro que fueron creados para cumplir con los requerimientos de la historia. Betel significa casa de Dios, que sugiere un punto de enlace entre el cielo y lo terrenal, y Mizpah significa torre de vigilancia, que es un sitio de protección contra las invasiones.

La mayoría de los occidentales piensan en los nombres como si fueran etiquetas abstractas y cuando se espera el nacimiento de un infante, los padres pueden adquirir un libro de nombres de donde elegir el que les agrade. Pero a lo largo de la historia en general, los nombres no han sido una designación placentera o popular, sino que han transmitido significados importantes. Es muy significativo notar que el desaparecido filólogo semita, John Allegro, descubrió que el nombre Jacob deriva directamente del término sumerio IA-AGUB, que significa columna o, en forma más literal, piedra erguida.

Al escribir la historia de su pueblo, los hebreos dieron a sus personajes más importantes títulos que conferían sentidos específicos, que para los lectores modernos son simples nombres personales. Creemos que los autores del Génesis confirieron una gran importancia al personaje de Jacob, y cuando las escrituras cambian su nombre por el de Israel, esto señala al lector contemporáneo que las columnas del nuevo reino estaban en su sitio y que la nación estaba preparada para tener su propio nombre. Esto era un precedente necesario para el establecimiento de una auténtica monarquía.



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