miércoles, 19 de julio de 2017

SENECA Y YO VAMOS A HABLAR DE SUICIDIO (ABSTENERSE PSEUDOMORALISTAS, ESPÍRITUS PACATOS Y CESURADORES COMPULSIVOS. AQUÍ SE HABLA DE LO QUE YO QUIERO)

PARA ENTRAR EN TEMA A MODO DE PRESENTACIÓN DEL CONFERENCIANTE QUE, DEJANDO EL OLIMPO, NOS INSTRUYE Y RECUERDA COSAS QUE ES PRECISO TENER PRESENTE.

A mí es fácil darme lecciones, de muchísimas cosas y, mis amigos saben que escucho atentamente a los que considero que me pueden enseñar algo. Pero tengo pocos amigos. Así que escucho pocas lecciones. Hace unos días, viendo tanto y tanto cartel lapidario con tantas quejas sobre los malos que somos todos y lo mal que anda la humanidad y el hambre que hay en el mundo y todas esas cosas alegres con las que deleitáis vuestros masoquistas espíritus, se me ocurrió un toque de atención en la que en una frase muy corta (las largas las dejo para asuntos importantes) utilizaba yo la palabra (SUICIDIO).  No bien hube tecleado "Publicar", cuando todos los timbres de mi ordenador (porque mi ordenador es muy chivato y enseguida me avisa) se pusieron a pitar con una urgencia de catástrofe apocalíptica.

Por lo visto mis palabras eran poco menos que de.... "incitación a la autoinmolación" de un montón de adolescentes que lo hacen, según estadísticas fiables que supongo obraban en poder de la horda atacante. Alguien me preguntó si yo "entendía" algo de suicidios. Contesté que algo había oído del tema. Al parecer nadie me había visto en ningún Congreso de Suicidiología. Y quién así me chillaba, aunque su educación no le permitía escribir con mayúsculas, aducía su pertenencia a la Rama Sanitaria para avalar su mayor conocimiento sobre el asunto del que yo pudiera tener. Como ya era hora de dormir, el tema quedó..... pues, así....como zanjado. Pero qué va. A mí no me zanja un tema nadie por tener enmarcado un título académico. Porque, entonces, como en el tute, yo podía decir: "mayores ganan..." (creo que es el tute. Desde que dejé el barco del Mississipi no he vuelto a jugar). Aunque los míos deben de andar por algún cajón, más o menos localizados por si alguien me pide alguna demostración. En uno de ellos, dice que el estado español reconocía........ y se expedía a tantos de tantos de mi...........tantos, el correspondiente título de Psicología. No me considero yo una experta en nada que tenga que ver con el ser humano, aunque me tuviera que empollar todo lo que se ha escrito sobre dicha disciplina a lo largo de la historia y no se me ocurre callar a nadie porque yo tenga un título polvoroso metido en algún cajón. Pero, lo que no puedo admitir es que el estamento médico se apropie también de la Etica y mucho menos puedo admitir que el pronunciar la palabra "SUICIDIO", desencadene una hecatombe de dimensiones bíblicas. 

Todo lo que sé de las personas se basa en mis observaciones y en mi experiencia y los libros me han ayudado a tener un vocabulario florido y clarito para poder escribir tostones como éste. Pero, precisamente del tema que nos ocupa sé MUCÍIIIIISIMO, por las vías indicadas y por el hecho incuestionable de que si hay alguien en esta sala que haya pasado la vida entre adolescentes, esa es MI MENDA. Ni Congresos, ni Simposiums, ni Jornadas contra....., ni Jornadas pro..., ni convivencias, ni cualquier otra zarandaja que se nos ocurra, acabará con esos dolorosos casos. Y, desde luego, el no nombrarlo, nos retrotrae al tiempo de las cavernas, cuando nuestros ancestros pintaban bisontes, no sé si por miedo, por aburrimiento en las largas noches de invierno o por ese pensamiento fetichista que piensa que las cosas son atraídas por su representación. Mejor, con tranquilidad, sin apasionamientos y si tienen Vds. ganas, analicen el cambio en las estructuras familiares producidos en los últimos tiempos, el efecto dominó y sobre todo la santurronería que renace al grito de lo políticamente correcto.Quizá por ese camino, se pueda descubrir "bicheras ande naide creiba que hubiera gusano"

Otro apunte que se me ocurre, al hilo del tema y, para no dejarme nada en el tintero. Puesto que mi escrito no era en absoluto tan mortífero como se quería hacer creer, no tuve más remedio que darme cuenta de que la persona que se me abalanzó con tan tremenda furibundia, no era la primera vez que lo hacía en alguna que otra ocasión. O sea, que mi vocabulario no es el que ella quisiera. Pero es que yo nací de pié y según mi madre lo primero que dije: "apaguen la luz.......". O sea, que soy así, hablo así y no pienso cambiar a no ser que YO considere en algún momento que alguien necesita que lo haga. Pues, aparte de todas esas cosas, Dios me dotó con tal cantidad de EMPATÍA que me sale hasta por los ojos. 

Y, sin más por mi parte, tengo el gusto de presentarles a Vd. a nuestro insigne conferenciante de hoy, que no necesita más que ser llamado para hablar de lo divino y lo humano.


LIBRO VIII

Causas que pueden justificar el suicidio

Después de largo tiempo he visto de nuevo tu querida Pompeya : me he vuelto a encontrar como en medio de mi juventud. Todo cuanto en ella había realizado durante mis años mozos me parecía que aún podía realizarlo y que poco antes lo había realizado.
Hemos pasado navegando por la vida, Lucilio, y como en el mar, en frase de nuestro Virgilio, «las tierras y las ciudades se alejan», así a lo largo de esta carrera velocísima de la vida, primero hemos dejado atrás la niñez, a continuación la adolescencia, luego el período aquel que discurre entre la juventud y la vejez, situado en la frontera de una y otra, después los mejores años de la propia vejez; por último empezamos a vislumbrar el término común de la raza humana.

Como un escollo lo consideramos nosotros llenos de insensatez; en realidad es el puerto que, en ocasiones, hay que buscar y nunca rehuir; todo el que ha sido conducido a él en sus primeros años no debe lamentarse por ello más que el navegante que hizo la travesía con rapidez. Pues, como sabes, a uno los vientos flojos lo hacen su juguete reteniéndole y fatigándole con el tedio de una calma persistente, a otro el soplo constante le conduce a término con suma rapidez.

Esto mismo, piénsalo, nos acontece a nosotros: a unos la vida con gran velocidad les condujo al punto al que habían de llegar, aunque su marcha hubiera sido lenta; a otros los debilitó y torturó. Mas la vida, como sabes, no debe conservarse por encima de todo, ya que no es un bien el vivir, sino el vivir con rectitud. En consecuencia, el sabio vivirá mientras deba, no mientras pueda.

Considerará en qué lugar ha de vivir, en qué comunidad, de qué forma, cuál es su cometido. Piensa siempre en la calidad de la vida, no en su duración. Si le sobrevienen muchas contrariedades que perturban su quietud, abandona su puesto. Y esta conducta no la adopta tan sólo en caso de necesidad extrema, sino que tan pronto como la fortuna comienza a inspirarle recelo, examina atentamente si no es aquél el momento de terminar. Considera sin importancia alguna darse la muerte o recibirla, que ésta acontezca más pronto o más tarde: no la teme como a una gran pérdida. Nadie puede perder mucho cuando el agua se escurre gota a gota.

Morir más pronto o más tarde no es la cuestión; morir bien o mal, ésa es la cuestión; pero morir bien supone evitar el riesgo de vivir mal. De ahí que juzgue muy poco viril la frase de aquel rodio que, metido en una jaula por el tirano y alimentado como una fiera cualquiera, así dijo a uno que le aconsejaba abstenerse de comer: «Al hombre le cabe mantener la esperanza de todo, mientras vive».

Aunque esto fuera verdad, la vida no debe comprarse a cualquier precio. Por más cuantiosas que sean ciertas ganancias, por más seguras que sean, no las obtendré a costa de reconocer vilmente mi cobardía; ¿voy a pensar que la fortuna tiene poder omnímodo sobre el que vive, antes que pensar que ninguno posee sobre el que sabe morir?

Algunas veces, sin embargo, aun cuando la muerte amenace con toda seguridad y conozca el sabio que ha sido decretado contra él el suplicio, no prestará su concurso a la ejecución del castigo: lo prestaría a su propia debilidad. Es necedad morir por temor a la muerte. Se presenta el que te va a matar, espéralo. ¿Por qué te adelantas? ¿Por qué te conviertes en ejecutor de la crueldad ajena? ¿Acaso envidias a tu verdugo o le compadeces? Sócrates pudo acabar con su vida dejando de comer y sucumbir por inanición antes que por envenenamiento; con todo, pasó treinta días en la cárcel a la espera de la muerte, no porque pensase que todo era posible y que tan larga dilación daba cabida a muchas esperanzas, sino para someterse a las leyes, para hacer fruir a sus amigos del Sócrates de los postreros momentos. ¿Qué mayor absurdo que despreciar la muerte y, en cambio, temer el veneno?.Escribonia, mujer enérgica, fue la tía de Druso Libón, un joven tan necio como noble, que aspiraba a puestos superiores a los que nadie en aquel tiempo, o él mismo en cualquier tiempo, podía ambicionar. Cuando era sacado del senado, enfermo, en una litera, acompañado de un cortejo en verdad poco concurrido —pues todos sus familiares habían abandonado sin piedad a quién más que un reo era ya un cadáver—, se puso a deliberar si se daría la muerte o esperaría su llegada. Escribonia le reprendió: «¿por qué te complaces en llevar a cabo un asunto que te es ajeno?». Pero no logró convencerle; él se quitó la vida y con toda razón. Porque quien a los tres o cuatro días va a morir por decisión del enemigo, si prolonga la vida, cumple el cometido de otro.

Así que no se puede decidir de forma general si hemos de anticiparnos a la muerte o aguardar su venida, en el caso de que una violencia externa nos conmine con ella; existen diversas circunstancias que pueden decidirnos por una u otra alternativa. Si se nos da opción entre una muerte dolorosa y otra sencilla y apacible, ¿por qué no escoger esta última? Del mismo modo que elegiré la nave en que navegar y la casa en que habitar, así también la muerte con que salir de la vida. Por otra parte, así como no siempre es mejor la vida más larga, así resulta siempre peor la muerte que más se prolonga.

Más que en ningún otro asunto es en el trance de la muerte cuando debemos seguir la inclinación de nuestra alma. Busque la salida por donde le guíe su impulso: bien sea que apetezca la espada, o la cuerda, o algún veneno que penetre en las venas, prosiga hasta el final y rompa las cadenas de la esclavitud. Su vida cada cual debe hacerla aceptable a los demás, su muerte a sí mismo: la mejor es la que nos agrada.

Son torpes estos raciocinios: «Uno dirá que he obrado con poca entereza, otro que con excesiva temeridad, un tercero que existía algún género de muerte que exigía mayor esfuerzo». Por tu parte has de pensar que se ventila una decisión que no concierne a la opinión pública. Atiende tan sólo a este objetivo: a sustraerte lo más pronto posible a la fortuna; por lo demás no faltarán quienes juzguen mal de tu acción.

Encontrarás incluso maestros de sabiduría que niegan sea lícito hacer violencia a la propia vida y consideran como pecado que uno se convierta en su propio asesino: hay que aguardar, dicen, el final que la naturaleza determinó. Quien así habla no se da cuenta de que bloquea el camino hacia la libertad. Ninguna solución mejor ha encontrado la ley eterna que la de habernos otorgado una sola entrada en la vida y muchas salidas. ¿Voy a esperar la crueldad de la enfermedad o de los humanos, cuando puedo abrirme paso a través de los tormentos y conjurar la adversidad? Este es un motivo importante para no quejarnos de la vida: que a nadie retiene.

Buena es la condición de las cosas humanas, dado que nadie es desgraciado sino por su culpa. ¿Te agrada? Sigue viviendo. ¿No te agrada? Puedes regresar a tu lugar de origen. Para aliviar el dolor de cabeza a menudo te has sangrado; para suprimir la plétora, uno se abre la vena. No se precisa de una dilatada herida para cortarse las entrañas: basta el bisturí para abrir el camino hacia aquella excelsa libertad; la seguridad depende de un pinchazo. ¿Cuál es, pues, el motivo de nuestra indolencia y torpeza? Ninguno de nosotros piensa que algún día tendrá que salir de este domicilio, cual viejos inquilinos a quienes su apego al lugar y sus hábitos les retienen en su casa aun en medio de afrentas.
¿Quieres mantenerte libre frente a ese tu cuerpo? Habita en él como quien tiene que cambiar de residencia. Recuerda que algún día te verás privado de ese consorcio: te harás más fuerte ante la necesidad de partir. Pero ¿cómo van a pensar en su final quienes no ponen límite alguno a sus deseos?

Para ningún otro asunto es tan necesaria la preparación, ya que en otros casos puede que el adiestramiento resulte superfluo. El alma se ha preparado para la pobreza: hemos mantenido la riqueza. Nos hemos fortalecido para desdeñar el dolor: la prueba de esta virtud jamás nos la exigirá el vigor de nuestro cuerpo robusto y sano. Nos aleccionamos para soportar con firmeza la nostalgia de los seres queridos: a todos cuantos amábamos la fortuna nos los conservó en vida. Ésta es, pues, la única preparación que algún día se nos exigirá poner en práctica.

No tienes por qué pensar que sólo los grandes caracteres tuvieron entereza para destruir las barreras de la esclavitud humana. No tienes por qué juzgar que esto no pudo hacerlo más que Catón, quien arrancó con la mano el alma que no había podido expulsar con la espada. Hombres de ínfima condición con un poderoso impulso alcanzaron el lugar seguro; puesto que no les era posible morir a su gusto ni escoger conforme a su deseo los instrumentos de muerte, arrebataron cualquier objeto a su alcance y aquello que no era nocivo por naturaleza lo transformaron con su violencia en dardo mortífero.

Poco ha, durante una lucha de gladiadores con las fieras, uno de los germanos que iba a participar en el espectáculo matinal se retiró al excusado para evacuar —a ningún otro lugar reservado se le permitia ir sin escolta—. Allí, el palo que, adherido a una esponja, se emplea para limpiar la impureza del cuerpo, lo embutió todo entero en la garganta, con lo que, obstruidas las fauces, se ahogó. Acto éste que supuso un escarnio para la muerte. Así, desde luego, poco limpiamente, poco decorosamente. ¿Hay algo más absurdo que morir con mucha finura? ¡Oh varón fuerte!, ¡digno de hacer la elección de su destino! ¡Con qué firmeza se hubiera servido de la espada!, ¡con cuánto arrojo se hubiera lanzado a la sima profunda del mar o a un precipicio escarpado! Desprovisto de todo recurso, aún halló la manera de tener que agradecer sólo a sí mismo la muerte y el arma mortal, a fin de que aprendamos que para morir no existe más obstáculo que nuestra voluntad. Juzgue cada cual, según su propio criterio, la acción de este hombre tan impetuoso, con tal que esté de acuerdo en que debemos preferir la muerte más inmunda a la más noble esclavitud.

Puesto que he comenzado a aducir ejemplos de gente humilde, continuaré con ellos: sin duda cada cual será más exigente consigo si comprueba que la muerte aun los más despreciables la pueden despreciar. Los Catones, los Escipiones y otros cuyos nombres estamos acostumbrados a escuchar con admiración los suponemos a una altura inimitable. Ahora yo te mostraré que de esta virtud tenemos tantos ejemplos entre los que combaten en el circo con las fieras como entre los caudillos de la guerra civil.

Poco ha, cuando era llevado en un carro, en medio de la escolta, un esclavo destinado al espectáculo matinal, bamboleándose como dominado por el sueño, dejó caer la cabeza hasta introducirla entre los radios de la rueda, y se mantuvo en su asiento hasta tanto que el giro de ésta le cortase el cuello: en el mismo vehículo que le conducía al suplicio, escapó de éste. Ningún obstáculo existe para quien desea forzarlo y salir: la naturaleza nos guarda en campo abierto. Aquel a quien su extrema necesidad se lo permite, trate de conseguir una salida fácil; quien tiene a mano muchos medios de liberarse debe hacer su elección examinando por dónde escapará mejor; a quien la ocasión se le presenta difícil, ese que agarre la más próxima como la mejor, aunque sea inaudita, aunque sea sorprendente. No le faltarán iniciativas para la muerte a quien no le falte valor. ¿Te das cuenta cómo hasta los esclavos más viles, cuando el dolor les estimula, aguzan su ingenio y engañan a la guardia más atenta? Grande es el hombre que no sólo se impuso a sí mismo la muerte, sino que, además, la encontró.

Sobre aquellas mismas competiciones del circo te he prometido varios ejemplos: Durante el segundo espectáculo de la naumaquia uno de los bárbaros hundió entera en su garganta la lanza que había recibido contra sus adversarios. «¿Por qué», se decía, «por qué no huyo al instante de todo tormento, de todo escarnio?, ¿por qué con las armas en la mano aguardó la muerte?». Este espectáculo resultó tanto más bello cuanto es más digno que los hombres aprendan a morir que a matar.

¿Qué, pues? El valor que posee hasta la gente depravada y criminal ¿no lo poseerán aquellos a quienes para arrostrar tales infortunios les aleccionó una larga meditación y la razón, maestra de todo saber? Ella nos enseña que, si la muerte tiene múltiples accesos, su final es el mismo, y que nada importa dónde comienza lo que al fin llega.

Esa misma razón te exhorta a morir de la forma que te agrade, si puedes; pero si no, de la forma que te sea posible, y que eches mano de cuanto tuvieres a tu alcance para quitarte la vida. Es vergonzoso vivir del robo; por el contrario, morir mediante un robo es magnífico.






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