miércoles, 7 de junio de 2017

¿ES POSIBLE UNA FEDERACIÓN EN ESPAÑA? (I)

¿ES POSIBLE UNA FEDERACIÓN EN ESPAÑA?

1.- Nuestras Raíces

Se me antoja a mí que las vacaciones constituyen un buen momento para la meditación sobre temas que, durante el curso, no nos es permitido abordar, por las obligaciones que impone nuestros respectivos trabajos. Así que me he propuesto dedicar un pequeño esfuerzo a meditar y exponer algunos temas que forman parte del aire que respiramos y que no nombramos por si alguien se pudiera sentir ofendidos. Para hablar de Federación, una palabra que yo oí algunas veces en los primeros mítines del Psoe y que luego desapareció arrinconada al cajón de “la cuerda en casa del ahorcado”. Y es que, según yo veo el asunto, el federalismo es un concepto unido a “buen gobierno”, “austeridad”, “justificación puntual del gasto”, “exclusión de la política como medio de vida” y muchos etcéteras que irán saliendo conforme vayamos adentrándonos en el tema. Cualquier tema es tratable, si se conserva el respeto. Pero ningún tema puede ser falseado con intenciones espúreas y, uno de estos temas, el más manipulado desde mi punto de vista, es la Historia (así con mayúscula) del suelo que nos ha caído en el reparto.

Empiezo el tema hoy, con unos mapas copiados, naturalmente de Internet, que provienen todos de los preciosos libros que manejan nuestros hijos y nietos y que nosotros no gozamos jamás. Nuestros libros eran aburridos, intensos, con demasiada materia para memorizar y, si queríamos un esquema, éramos nosotros los que lo confeccionábamos. Los materiales escolares sólo tienen una “pega” que para nosotros hubiera sido fatal, dado que los libros los solíamos heredar de los que acababan el curso siguiente. Había que cuidarlos, los teníamos en depósito y debían estar lo más limpios posible. Un libro no se pintaba, no se subrayaba; ni siquiera tu nombre podías poner. La última actividad, que resultaba divertida y festiva en mi colegio era la preparación de nuestros libros para la generación que nos seguía. Sobre todo, el forrado, todos en azul, un papel que nos iban proporcionando las monjas y sobre el que colocábamos una etiqueta con el nombre del libro y el curso corrrespondientes. El primer día de curso, recibías un lote entero que, aunque usado, para tí era una alegría inmensa. Teníamos nuestras usuarias preferidas, aquellas que se habían hecho un buen nombre a base de cuidarlos mejor que otras.

Pero el capitalismo salvaje todo lo convierte en ganancias para los fabricantes y ahora los libros son personales e intransferibles y sobre todo, no reciclables. Un método consiste en tener que hacer los ejercicios en el propio libro, cuando a nosotras se nos enseñó a estudiar con una hoja en blanco al lado y un lapicero de mina. Sólo cuando comprobabas que tus ejercicios estaban bien, los pasabas al cuaderno de limpio que, como su nombre indica, tenía que estar “impoluto”. Entonces, podías utilizar tinta y se consideraba que un cuaderno bien estructurado, era señal de una mente ordenada.

Bien, volviendo a la historia, como os decía, he incluído unos mapas, haciendo bueno el dicho de que “una imagen vale más que mil palabras”. En ellos y a vista de pájaro saltarín pretendo que os entretengáis con el baile de fronteras y pueblos que ha habido en la Península Ibérica desde tiempos inmemoriales.

Da igual el lugar en el que se haya nacido en la Península Ibérica. Todos procedemos de los mismos, mezclados, fundidos, asimilados, esclavizados, sojuzgados por el poder de turno, engañados y explotados generación tras generación, nuestra sangre ibera proporciona una capa común de ADN desde los tiempos inmemoriales. Tan inmemoriales que los historiadores no han sabido esclarecer la procedencia de los primeros pobladores y tampoco su cultura. Los antropólogos, que datan las edades por los restos que van dejando los pueblos , se vuelven hacia “cada vez más lejos” y establecen su existencia en una época tan temprana como el 7.000 a.C. Sobre estos iberos, se extenderán los celtas con su espiritualidad pegada a la Naturaleza, sus Druidas, que saben hablar con los árboles, sus sacrificios a un Dios al que destronará otro Dios . Y todos ellos están en nosotros. No hay ningún factor que nos diferencie, una vez que las razas se junten, a veces por pactos y otras veces por ansias expansionistas de unos y otros. Al final, en época histórica, ya no hay diferencias que resaltar y aparecerán en escritos clásicos como “celtíberos”. Podemos citar muchos nombres que no representan distintos pueblos, sino más bien y en el albor de los tiempos, distintas tribus o familias. He aquí sus nombres para que os apuntéis al que más os guste:


Más tarde aprenderíamos a escribir y comerciar con los fenicios, de los que tampoco se sabe mucho. Se dedicaban al comercio e intercambiaban mercancías en todas las cosas del mediterráneno (incluído el Norte de Africa). Y queda como un poso de leyenda la existencia de un Reino al Sur, al que llamaron Tartessos, de extensión cambiante según el autor que se consulte. Todos coinciden en que abarcó tierras de Huelva, Sevilla y Cadiz. Y, el nombre de un Rey, Argantonio (hombre de plata). Todo lo demás son teorías. Aprovechando el estado de desconocimiento sobre los tartessios, a nosotros no nos resultan desconocidos, ya que hemos tratado con ellos en aquella novela de setecientas y pico páginas, cuyo título era “el misterio de Bellicena Wilca” y de la que os transcribí, bajo el título de “Lucha del bien contra el mal”, muchas de ellas y que están archivadas en mi comunidad: Heterodoxia y Verdad. En ella nos presentaban a los tartessios como los supervivientes de la hundida Atlántida que arriban a las cosas del Sur y cuyos secretos se encomiendan a la casa de Tharsis.

Lo cierto es que, dado el enclave de la Península, si pudiéramos ver la historia en versión acelerada, contemplaríamos un contínuo trasiego de puebles hacia el norte y el sur, unos persiguiendo y otros escapando, de los que algunos, cansados de tanto movimiento, se quedaban el suficiente tiempo como para unirse a fundirse con la población autóctona, aportando sus genes a los que ya existían y enriqueciendo de esta manera la sangre peninsular, que nos hace ser, pasando los siglos, tal como somos: primero cartagineses en viaje de ataque a Roma, los romanos que persiguen a los cartagineses hasta que los echan de la zona hacia Cartago y, de paso, se quedan, añadiendo Hispania a su Imperio. Cuando éste se deshace, vienen las tribus godas que se asientan con idea de durar. Los visigodos serán empujados hacia el Norte por los musulmanes, que establecen sus califatos y sus ciudades tributarias durante 800 años. Serán expulsados, poco a poco, por los señores que quedaban, atrincherados en las montañas de Covadonga y se empiezan a formar los reinos que conocemos hoy en día, sobre todo la Corona de Aragón y la Corona de Castilla, además del Reino de Navarra que, desde antiguo lleva una política de pactos matrimoniales con reinos europeos. Es de suponer que, el estrato más bajo de la Sociedad, que ha visto pasar a todos siempre apegado a la tierra y a los ganados, ha sobrevivido y formará el mismo estrato hasta nuestros días. Cambiarán los tiempos, los gobiernos, la forma de relación con los gobernantes, cambiará la cultura, vendrá la revolución industrial, la cibernética. Da lo mismo, el “pueblo” que, hasta que interese, será “populacho”, siempre estará ahí y sufrirá toda clase de calamidades: lo encarcelarán, lo mandarán a la guerra, lo venderán como esclavo, se liberará por sí mismo en contadas ocasiones, pero nadie le librará de tener que dar de comer a los señores. No en vano es el sector primario

Pobladores desde el 7.000 a.C.








España durante el Imperio Romano




Invasión de los visigodos







División y extensión de la España musulmana





Dispersión de los Judíos tras la destrucción de Jerusalén por los Romanos






Organigrama de las Sociedad Feudal



España durante el reinado de los Reyes Católicos.





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