2.-
UN PRIMER INTENTO
A)
ENCUADRANDO EL ASUNTO
En
el 1873, España intentó estructurar un Estado Federal que duró
casi un año, todo un record si se repasa la política desastrosa de
aquellos tiempos. Amadeo I de Saboya se había ido, tras refugiarse
en la embajada Italiana por temor de su vida. Dejó el país tan
desastroso como lo había encontrado. Es de destacar el recibimiento
que le hicieron en las Cortes el día de su proclamación. Emilio
Castelar, Presidente en aquel momento, que, en su discurso de
bienvenida, no deja de mostrar su rechazo:
“Visto
el estado de la opinión, Vuestra Majestad debe irse, como
seguramente se hubiera ido Leopoldo de Bélgica, no sea que tenga un
fin parecido al de Maximiliano
I de México...
“
Y,
a los pocos meses, pese a su buena voluntad, ya estaba deseando
marcharse: la situación se había agravado por la Tercera guerra
carlista (de las que no hablaremos, por no convertir una simple
aproximación en una Enciclopedia, puesto que materia hay de más) y
el recrudecimiento de la Guerra de Cuba. Dicen que, harto de España,
Amadeo esclamó:”Ah,
per Bacco, io non capisco niente. Siamo una gabbia di pazzi”
(exactamente, una “jaula de locos” parecía el país). El rey ni
siquiera se despidió y presentó su dimisión ante las Cortes desde
la embajada italiana, no personalmente, sino a través de su esposa.
Puesto que, a pesar de todo, los historiadores coinciden en que fué
un rey con muy buena voluntad al que se oponían hasta los
monárquicos, creo que se merece que echemos una ojeada a su escrito
de renuncia:
Al
Congreso: Grande fue la honra que merecí a la Nación española
eligiéndome para ocupar su Trono; honra tanto más por mí
apreciada, cuanto que se me ofrecía rodeada de las dificultades y
peligros que lleva consigo la empresa de gobernar un país tan
hondamente perturbado. Alentado, sin embargo, por la resolución
propia de mi raza, que antes busca que esquiva el peligro; decidido a
inspirarme únicamente en el bien del país, y a colocarme por cima
de todos los partidos; resuelto a cumplir religiosamente el juramento
por mí prometido a las Cortes Constituyentes, y pronto a hacer todo
linaje de sacrificios que dar a este valeroso pueblo la paz que
necesita, la libertad que merece y la grandeza a que su gloriosa
historia y la virtud y constancia de sus hijos le dan derecho, creía
que la corta experiencia de mi vida en el arte de mandar sería
suplida por la lealtad de mi carácter y que hallaría poderosa ayuda
para conjurar los peligros y vencer las dificultades que no se
ocultaban a mi vista en las simpatías de todos los españoles,
amantes de su patria, deseosos ya de poner término a las sangrientas
y estériles luchas que hace tanto tiempo desgarran sus entrañas.
Conozco que me engañó mi buen deseo. Dos largos años ha que ciño
la Corona de España, y la España vive en constante lucha, viendo
cada día más lejana la era de paz y de ventura que tan
ardientemente anhelo. Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha,
entonces, al frente de estos soldados, tan valientes como sufridos,
sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada,
con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la
Nación son españoles, todos invocan el dulce nombre de la Patria,
todos pelean y se agitan por su bien; y entre el fragor del combate,
entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos,
entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública,
es imposible atinar cuál es la verdadera, y más imposible todavía
hallar el remedio para tamaños males. Lo he buscado ávidamente
dentro de la ley y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha de
buscarlo quien prometió observarla. Nadie achacará a flaqueza de
ánimo mi resolución. No habría peligro que me moviera a desceñirme
la Corona si creyera que la llevaba en mis sienes para bien de los
españoles; ni causó mella en mi ánimo el que corrió la vida de mi
augusta esposa, que en este solemne momento manifiesta, como yo, el
vivo deseo de que en su día se indulte a los autores de aquel
atentado. Pero tengo hoy la firmísima convicción de que serían
estériles mis esfuerzos e irrealizables mis propósitos. Éstas son,
señores diputados, las razones que me mueven a devolver a la Nación,
y en su nombre a vosotros, la Corona que me ofreció el voto
nacional, haciendo de ella renuncia por mí, por mis hijos y
sucesores. Estad seguros de que al desprenderme de la Corona no me
desprendo del amor a esta España tan noble como desgraciada, y de
que no llevo otro pesar que el de no haberme sido posible procurarle
todo el bien que mi leal corazón para ella apetecía. Amadeo.
Palacio de Madrid a 11 de febrero de 1873.
BOLAÑOS
MEJÍAS, Carmen: El reinado de Amadeo de Saboya y la monarquía
constitucional. Madrid, UNED, 1999, pp. 238-239
A
esta dimisión, el mismo Castelar contesta “caballerosamente”
con un escrito muy característico del carácter español:
Señor:
Las Cortes soberanas de la Nación española han oído con religioso
respeto el elocuente mensaje de V.M., en cuyas caballerosas palabras
de rectitud, de honradez, de lealtad, han visto un nuevo testimonio
de las altas prendas de inteligencia y de carácter que enaltecen a
V.M. y del amor acendrado a ésta su segunda Patria, la cual,
generosa y valiente, enamorada de su dignidad hasta la superstición
y de su independencia hasta el heroísmo, no puede olvidar, no, que
V.M. ha sido jefe del Estado, personificación de su soberanía,
autoridad primera dentro de sus leyes, y no puede desconocer que
honrando y enalteciendo a V.M. se honra y se enaltece a sí misma.
Señor, las Cortes han sido fieles al mandato que traían de sus
electores y guardadoras de la legalidad que hallaron establecida por
la voluntad de la Nación por la Asamblea Constituyente. En todos sus
actos, en todas sus decisiones, las Cortes se contuvieron dentro del
límite de sus prerrogativas, y respetaron la autoridad de V.M. y los
derechos que por nuestro pacto constitucional a V.M. competían.
Proclamando esto muy alto y muy claro, para que nunca recaiga sobre
su nombre la responsabilidad de este conflicto que aceptamos con
dolor, pero que resolveremos con energía, las Cortes declaran
unánimemente que V.M. ha sido fiel, fidelísimo guardador de los
respetos debidos a las Cámaras; fiel, fidelísimo guardador de los
juramentos prestados en el instante en que aceptó V.M. de las manos
del pueblo la Corona de España. Mérito glorioso, gloriosísimo en
esta época de ambiciones y de dictaduras, en que los golpes de
Estado y las prerrogativas de la autoridad absoluta atraen a los más
humildes no ceder a sus tentaciones desde las inaccesibles alturas
del Trono, a que sólo llegan algunos pocos privilegiados de la
tierra. Bien puede V.M. decir en el silencio de su retiro, en el seno
de su hermosa Patria, en el hogar de su familia, que, si algún
humano fuera capaz de atajar el curso incontrastable de los
acontecimientos, S.M., con su educación constitucional, con su
respeto al derecho constituido, los hubiera completa y absolutamente
atajado. Las Cortes, penetradas de tal verdad, hubieran hecho, a
estar en sus manos, los mayores sacrificios para conseguir que V.M.
desistiera de su resolución y retirase su renuncia. Pero el
conocimiento que tienen del inquebrantable carácter de V.M.; la
justicia que hacen a la madurez de sus ideas y a la perseverancia de
sus propósitos, impiden a las Cortes rogar a V.M. que vuelva sobre
su acuerdo, y las deciden a notificarle que han asumido en sí el
Poder supremo y la soberanía de la Nación para proveer, en
circunstancias tan críticas y con la rapidez que aconseja lo grave
del peligro y lo supremo de la situación, a salvar la democracia,
que es la base de nuestra política, la libertad, que es el alma de
nuestro derecho, la Nación, que es nuestra inmortal y cariñosa
madre, por la cual estamos todos decididos a sacrificar sin esfuerzo
no sólo nuestras individuales ideas, sino también nuestro nombre y
nuestra existencia. En circunstancias más difíciles se hallaron
nuestros padres a principios de siglo y supieron vencerlas
inspirándose en estas líneas y en estos sentimientos. Abandonados
por sus Reyes, invadido el suelo patrio por extrañas huestes,
amenazado de aquel genio ilustre que parecía tener en sí el secreto
de la destrucción y la guerra, confinadas las Cortes en una isla
donde parecía que se acababa la Nación, no solamente salvaron la
Patria y escribieron la epopeya de la independencia, sino que crearon
sobre las ruinas dispersas de las sociedades antiguas la nueva
sociedad. Estas Cortes saben que la Nación española no ha
degenerado, y esperan no degenerar tampoco ellas mismas en las
austeras virtudes patrias que distinguieron a los fundadores de la
libertad española. Cuando los peligros estén conjurados; cuando los
obstáculos estén vencidos; cuando salgamos de las dificultades que
trae consigo toda época de transición y de crisis, el pueblo
español, que mientras permanezca V.M. en su noble suelo ha de darle
todas las muestras de respeto, de lealtad, de consideración, porque
V.M. se lo merece, porque se lo merece su virtuosísima esposa,
porque se lo merecen sus inocentes hijos, no podrá ofrecer a V.M.
una Corona en lo porvenir; pero le ofrecerá otra dignidad, la
dignidad de ciudadano en el seno de un pueblo independiente y libre.
Palacio de las Cortes, 11 de febrero de 1873.
FERNÁNDEZ-RÚA,
José Luis: 1873. La primera república. Madrid, Tebas, 1975, pp. 231
233. 8
Si
alguien pensara que estos escritos han sido recogidos para ocupar
espacio y poderme acusar de copiar y pegar, dése por mandado a la
“porra”.
Ambos se han incluído para analizar algunos aspectos que reflejan
perfectamente las características que Díaz Plaja destaca como
propia del “ser español” en su libro “El
español y los siete pecados capitales”.
Se
debe tener en cuenta que la educación impone escribir incluso las
quejas sin palabras directas que puedan herir al lector. El escrito
de S.M. Amadeo I empieza agradeciendo pero un agradecimiento que se
puede interpretar como un “anda y que os zurzan, ¡¡menudo
embolao!!”, “pensé que tanto pasado glorioso y el estado
catastrófico en que tenéis al país, podría ser solucionado por
alguien que, venido de fuera, viera las cosas con objetividad. Pero,
si a vosotros no os preocupa, no sé por qué tiene que preocuparme a
mí. Sois como gallos de pelea, os picáis unos a otros sin ton ni
son. Yo
me voy con mi familia y no os preocupéis que nadie de mi linaje
volverá a pisar suelo español”.
Y,
quizá el monarca, al atravesar los Pirineos, también limpió sus
botas para no llevarse de España ni el polvo. Eso sí, cargadito de
medallas: todas y cada una de las Ordenes Religiosas (Montera,
Calatrava, Santiago) y las oficiales que podía conceder el gobierno,
como la Gran Cruz de Isabel la Católica, el Toison de Oro, etc.
La
contestación de D. Emilio, alabado siempre por su oratoria, es más
larga y constituye no sólo un saludo, sino una declaración de
principios y alguna que otra advertencia al oyente: Es altanero,
si bien utiliza frecuentemente la expresión S.M., las palabras no
implican reconocimiento de ninguna autoridad; el pueblo español, por
su glorioso pasado, sabrá salir de la crisis; ya mostró su heroísmo
luchando contra alguien que parecía invencible (Napoleón,
Guerra de la Independencia) y lo hizo sin ayuda de nadie;
y, si cuando todo esté arreglado, el rey quiere volver, desde ya se
le concede el título de ciudadano de
la nueva sociedad independiente. Orgullo, pasado glorioso, poso
religioso indeleble, individualismo, rechazo a lo distinto; todas
estas cosas se dejan sentir a través del escrito. Veremos poco a
poco que la idiosincrasia del español convertirá el intento federal
en una comedia bufa que, si no fuera de pena, nos haría reir.
B)
CAMINO DESPEJADO
Desde
la llegada de Amadeo de Saboya hasta la ocupación de las Cortes por
el General Pavía, transcurre
lo que se conoce como “sexenio
democrático”. Ido
el Rey, la redacción de una Constitución en la que se declaraba a
España una República Federal,
resultó un poco más fácil, puesto que uno de los requisitos se
podía obviar: la desaparición
de la Monarquía. En cuanto a la desamortización de la Iglesia,
puesto que desaparecía la colaboración con cualquier religión, sus
bienes deberían ser repartidos entre el pueblo de acuerdo a unos
criterios que apenas pudieron ser establecidos.
En
las Cortes las fuerzas estaban repartidas entre :
-
Los “intransigentes”
que no tenían un líder representativo y querían una constitución
que empezara a organizarse desde los municipios y fuera subiendo
hasta reunir en el Estado todos los poderes políticos: legislativo,
ejecutivo y judicial. El proceso hubiera sido largo y las cosas
requerían una solución rápida.
-
Los “centristas”,
cuyo portavoz era Pi y Margall. Partidarios también de una República
Federal, abogaban por redactar primero una constitución y después
organizar los cantones.
-
Los “moderados”, la
derecha de la Cámara, presididos por Castelar y Salmerón. Querían
una constitución unitaria y rechazaban los cantones.
Para
dar una idea del ambiente que se respiraba en la Cámara,, recurro a
Pérez Galdós que, desde la tribuna de la prensa, gustaba de acudir
a las sesiones:
“Las
sesiones de las Constituyentes me atraían, y las más de las tardes
las pasaba en la tribuna de la prensa, entretenido con el espectáculo
de indescriptible confusión que daban los padres de la Patria. El
individualismo sin freno, el flujo y reflujo de opiniones, desde las
más sesudas a las más extravagantes, y la funesta espontaneidad de
tantos oradores, enloquecían al espectador e imposibilitaban las
funciones históricas. Días y noches transcurrieron sin que las
Cortes dilucidaran en qué forma se había de nombrar Ministerio: si
los ministros debían ser elegidos separadamente por el voto de cada
diputado, o si era más conveniente autorizar a Figueras o a Pi para
presentar la lista del nuevo Gobierno. Acordados y desechados fueron
todos los sistemas. Era un juego pueril, que causaría risa si no nos
moviese a grandísima pena”.
Presidiendo
un Consejo de Ministros, harto de debates estériles,
llegó Estanislao
Figueras a
gritar en catalán:
Senyors,
ja no aguanto més. Vaig a ser-los franc: estic fins als collons de
tots nosaltres!.
Esto
nos puede dar una idea aproximada del ambiente que se respiraba. Si
añadimos la animación en la calle, con los de derechas esperando a
ver quién era el presidente para intervenir y en la calle paralela
los de izquierdas con las mismas intenciones; la policía, parando
dos o tres intentos de golpe de estado que se produjeron durante las
deliberaciones y el hecho de que empezábamos a salir en la prensa
extranjera más desavenidos que nuestros primeros padres iberos, no
es de extrañar que un Teniente de la Guardia Civil, “harto de
tanta tambor y tanto pito”, encerrara a los parlamentarios bajo
llave con la advertencia de que de allí no se movía nadie hasta
que nombraran un presidente de la Nación.
Después
de muchas trifulcas, entre votos de censura y protestas, Pi y Margall
es nombrado presidente, con el encargo de que vaya arreglando el fin
de las guerras carlistas, y una comisión de 25 parlamentarios se
nombran para redactar la Constitución que Emilio Castellar presentó
en 24 horas y que sirvió de texto base para introducir toda clase de
enmiendas y exigencias, pues el texto tuvo la virtud de unir a toda
la Cámara en su contra.
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/1/11/Mapa_de_Espa%C3%B1a_-_Constituci%C3%B3n_de_1873.svg/200px-Mapa_de_Espa%C3%B1a_-_Constituci%C3%B3n_de_1873.svg.png
Pero
la respuesta de los “intransigentes” no se hizo esperar.
Abandonando las Cortes, animaron a la rápida formación y
proclamación de los cantones, formando “comités de salud” y
“juntas revolucionarias”. Andalucía, Valencia, Murcia y muchas
otras ciudades se fueron apuntando a la rebelión (con las Cortes
abandonadas) y fué el desbarajuste más grande que se pueda uno
imaginar: pueblos que se separaban de sus propios cantones para
constituirse en independientes (Camuñas en la Mancha o Jumilla en
Murcia) y una guerra de todos contra todos.
Hay
que destacar el más famoso, por la buena organización y
planificación que había sido estudiada con antelación y funcionó
perfectamente. Nos referimos al cantón de Cartagena, que
cuenta con las fragatas Almansa
y Victoria para
proteger sus costas. Estas fragatas fueron apresadas como piratas por
buques británicos y alemanes. La situación se agrava en el País
Vasco donde Carlos VII ya ha empezado a acuñar moneda y nombrar
ministros. Esta situación obliga a Pi y Margall al uso de la fuerza,
si bien públicamente y en las Cortes se niega a ello. Un telegrama
les llega a los gobernadores civiles:
...]Obre
V.S. en esa provincia enérgicamente. Rodéese de todas las fuerzas
de que disponga, principalmente de las de voluntarios y sostenga el
orden a todo trance. [...] Las insurrecciones carecen hoy de toda
razón de ser puesto que hay una Asamblea soberana, producto del
sufragio universal y pueden todos los ciudadanos emitir libremente
sus ideas, reunirse y asociarse. Cabe proceder contra ellas con
rigurosa justicia. V.S. puede obrar sin vacilación y con perfecta
conciencia
Pi
y Margall es obligado a dimitir y se nombra como Presidente a
Salmerón, con 32 provincias en son de guerra. Cuando
se restablece el orden, Pi y Margall, en una sesión de las Cortes se
queja de los métodos que se han empleado:
“El
Gobierno ha vencido a los insurrectos, pero ha sucedido lo que yo
temía: han sido vencidos los republicanos. ¿Lo han sido los
carlistas? No. Interín ganabais vitalidad en el mediodía, los
carlistas la ganaban en el norte. [...] Yo no hubiese apelado a
vuestros medios, declarando piratas a los buques de que se apoderaron
los federales; yo no hubiese permitido el que naciones extranjeras,
que ni siquiera nos han reconocido, viniesen a intervenir en nuestras
tristísimas discordias. Yo no hubiese bombardeado Valencia. Yo os
digo que, por el camino que seguís es imposible salvar la República,
porque vosotros desconfiáis de las masas populares y sin tener
confianza en ellas, es imposible que podáis hacer frente a los
carlistas”.
(Excepto
los comentarios, todos los datos y hechos históricos, incluso los
textos, los he resumido apoyándome en la Wikipedia, en la que,
acerca de este período de la historia hay muchos y muy buenos
trabajos históricos)
Y,
esta es la historia de cómo, una vez más, nuestra impaciencia,
incultura, afán de mando y otros muchos componentes nacionales,
dieron al traste con nuestra aventura cantonal. Esperemos que la
historia no se repita.
No
puedo acabar hoy sin recordaros que, en la época que hemos repasado,
las mujeres no tenían derecho al voto (contemplado en la nueva
constitución que nunca llegó a terminarse)
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