jueves, 8 de junio de 2017

¿ES POSIBLE UNA FEDERACIÓN EN ESPAÑA? ( II )

2.- UN PRIMER INTENTO

A) ENCUADRANDO EL ASUNTO

En el 1873, España intentó estructurar un Estado Federal que duró casi un año, todo un record si se repasa la política desastrosa de aquellos tiempos. Amadeo I de Saboya se había ido, tras refugiarse en la embajada Italiana por temor de su vida. Dejó el país tan desastroso como lo había encontrado. Es de destacar el recibimiento que le hicieron en las Cortes el día de su proclamación. Emilio Castelar, Presidente en aquel momento, que, en su discurso de bienvenida, no deja de mostrar su rechazo:

Visto el estado de la opinión, Vuestra Majestad debe irse, como seguramente se hubiera ido Leopoldo de Bélgica, no sea que tenga un fin parecido al de Maximiliano I de México...

Y, a los pocos meses, pese a su buena voluntad, ya estaba deseando marcharse: la situación se había agravado por la Tercera guerra carlista (de las que no hablaremos, por no convertir una simple aproximación en una Enciclopedia, puesto que materia hay de más) y el recrudecimiento de la Guerra de Cuba. Dicen que, harto de España, Amadeo esclamó:”Ah, per Bacco, io non capisco niente. Siamo una gabbia di pazzi” (exactamente, una “jaula de locos” parecía el país). El rey ni siquiera se despidió y presentó su dimisión ante las Cortes desde la embajada italiana, no personalmente, sino a través de su esposa. Puesto que, a pesar de todo, los historiadores coinciden en que fué un rey con muy buena voluntad al que se oponían hasta los monárquicos, creo que se merece que echemos una ojeada a su escrito de renuncia:

Al Congreso: Grande fue la honra que merecí a la Nación española eligiéndome para ocupar su Trono; honra tanto más por mí apreciada, cuanto que se me ofrecía rodeada de las dificultades y peligros que lleva consigo la empresa de gobernar un país tan hondamente perturbado. Alentado, sin embargo, por la resolución propia de mi raza, que antes busca que esquiva el peligro; decidido a inspirarme únicamente en el bien del país, y a colocarme por cima de todos los partidos; resuelto a cumplir religiosamente el juramento por mí prometido a las Cortes Constituyentes, y pronto a hacer todo linaje de sacrificios que dar a este valeroso pueblo la paz que necesita, la libertad que merece y la grandeza a que su gloriosa historia y la virtud y constancia de sus hijos le dan derecho, creía que la corta experiencia de mi vida en el arte de mandar sería suplida por la lealtad de mi carácter y que hallaría poderosa ayuda para conjurar los peligros y vencer las dificultades que no se ocultaban a mi vista en las simpatías de todos los españoles, amantes de su patria, deseosos ya de poner término a las sangrientas y estériles luchas que hace tanto tiempo desgarran sus entrañas. Conozco que me engañó mi buen deseo. Dos largos años ha que ciño la Corona de España, y la España vive en constante lucha, viendo cada día más lejana la era de paz y de ventura que tan ardientemente anhelo. Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha, entonces, al frente de estos soldados, tan valientes como sufridos, sería el primero en combatirlos; pero todos los que con la espada, con la pluma, con la palabra agravan y perpetúan los males de la Nación son españoles, todos invocan el dulce nombre de la Patria, todos pelean y se agitan por su bien; y entre el fragor del combate, entre el confuso, atronador y contradictorio clamor de los partidos, entre tantas y tan opuestas manifestaciones de la opinión pública, es imposible atinar cuál es la verdadera, y más imposible todavía hallar el remedio para tamaños males. Lo he buscado ávidamente dentro de la ley y no lo he hallado. Fuera de la ley no ha de buscarlo quien prometió observarla. Nadie achacará a flaqueza de ánimo mi resolución. No habría peligro que me moviera a desceñirme la Corona si creyera que la llevaba en mis sienes para bien de los españoles; ni causó mella en mi ánimo el que corrió la vida de mi augusta esposa, que en este solemne momento manifiesta, como yo, el vivo deseo de que en su día se indulte a los autores de aquel atentado. Pero tengo hoy la firmísima convicción de que serían estériles mis esfuerzos e irrealizables mis propósitos. Éstas son, señores diputados, las razones que me mueven a devolver a la Nación, y en su nombre a vosotros, la Corona que me ofreció el voto nacional, haciendo de ella renuncia por mí, por mis hijos y sucesores. Estad seguros de que al desprenderme de la Corona no me desprendo del amor a esta España tan noble como desgraciada, y de que no llevo otro pesar que el de no haberme sido posible procurarle todo el bien que mi leal corazón para ella apetecía. Amadeo. Palacio de Madrid a 11 de febrero de 1873.
BOLAÑOS MEJÍAS, Carmen: El reinado de Amadeo de Saboya y la monarquía constitucional. Madrid, UNED, 1999, pp. 238-239

A esta dimisión, el mismo Castelar contesta “caballerosamente” con un escrito muy característico del carácter español:

Señor: Las Cortes soberanas de la Nación española han oído con religioso respeto el elocuente mensaje de V.M., en cuyas caballerosas palabras de rectitud, de honradez, de lealtad, han visto un nuevo testimonio de las altas prendas de inteligencia y de carácter que enaltecen a V.M. y del amor acendrado a ésta su segunda Patria, la cual, generosa y valiente, enamorada de su dignidad hasta la superstición y de su independencia hasta el heroísmo, no puede olvidar, no, que V.M. ha sido jefe del Estado, personificación de su soberanía, autoridad primera dentro de sus leyes, y no puede desconocer que honrando y enalteciendo a V.M. se honra y se enaltece a sí misma. Señor, las Cortes han sido fieles al mandato que traían de sus electores y guardadoras de la legalidad que hallaron establecida por la voluntad de la Nación por la Asamblea Constituyente. En todos sus actos, en todas sus decisiones, las Cortes se contuvieron dentro del límite de sus prerrogativas, y respetaron la autoridad de V.M. y los derechos que por nuestro pacto constitucional a V.M. competían. Proclamando esto muy alto y muy claro, para que nunca recaiga sobre su nombre la responsabilidad de este conflicto que aceptamos con dolor, pero que resolveremos con energía, las Cortes declaran unánimemente que V.M. ha sido fiel, fidelísimo guardador de los respetos debidos a las Cámaras; fiel, fidelísimo guardador de los juramentos prestados en el instante en que aceptó V.M. de las manos del pueblo la Corona de España. Mérito glorioso, gloriosísimo en esta época de ambiciones y de dictaduras, en que los golpes de Estado y las prerrogativas de la autoridad absoluta atraen a los más humildes no ceder a sus tentaciones desde las inaccesibles alturas del Trono, a que sólo llegan algunos pocos privilegiados de la tierra. Bien puede V.M. decir en el silencio de su retiro, en el seno de su hermosa Patria, en el hogar de su familia, que, si algún humano fuera capaz de atajar el curso incontrastable de los acontecimientos, S.M., con su educación constitucional, con su respeto al derecho constituido, los hubiera completa y absolutamente atajado. Las Cortes, penetradas de tal verdad, hubieran hecho, a estar en sus manos, los mayores sacrificios para conseguir que V.M. desistiera de su resolución y retirase su renuncia. Pero el conocimiento que tienen del inquebrantable carácter de V.M.; la justicia que hacen a la madurez de sus ideas y a la perseverancia de sus propósitos, impiden a las Cortes rogar a V.M. que vuelva sobre su acuerdo, y las deciden a notificarle que han asumido en sí el Poder supremo y la soberanía de la Nación para proveer, en circunstancias tan críticas y con la rapidez que aconseja lo grave del peligro y lo supremo de la situación, a salvar la democracia, que es la base de nuestra política, la libertad, que es el alma de nuestro derecho, la Nación, que es nuestra inmortal y cariñosa madre, por la cual estamos todos decididos a sacrificar sin esfuerzo no sólo nuestras individuales ideas, sino también nuestro nombre y nuestra existencia. En circunstancias más difíciles se hallaron nuestros padres a principios de siglo y supieron vencerlas inspirándose en estas líneas y en estos sentimientos. Abandonados por sus Reyes, invadido el suelo patrio por extrañas huestes, amenazado de aquel genio ilustre que parecía tener en sí el secreto de la destrucción y la guerra, confinadas las Cortes en una isla donde parecía que se acababa la Nación, no solamente salvaron la Patria y escribieron la epopeya de la independencia, sino que crearon sobre las ruinas dispersas de las sociedades antiguas la nueva sociedad. Estas Cortes saben que la Nación española no ha degenerado, y esperan no degenerar tampoco ellas mismas en las austeras virtudes patrias que distinguieron a los fundadores de la libertad española. Cuando los peligros estén conjurados; cuando los obstáculos estén vencidos; cuando salgamos de las dificultades que trae consigo toda época de transición y de crisis, el pueblo español, que mientras permanezca V.M. en su noble suelo ha de darle todas las muestras de respeto, de lealtad, de consideración, porque V.M. se lo merece, porque se lo merece su virtuosísima esposa, porque se lo merecen sus inocentes hijos, no podrá ofrecer a V.M. una Corona en lo porvenir; pero le ofrecerá otra dignidad, la dignidad de ciudadano en el seno de un pueblo independiente y libre. Palacio de las Cortes, 11 de febrero de 1873.
FERNÁNDEZ-RÚA, José Luis: 1873. La primera república. Madrid, Tebas, 1975, pp. 231 233. 8

Si alguien pensara que estos escritos han sido recogidos para ocupar espacio y poderme acusar de copiar y pegar, dése por mandado a la “porra”. Ambos se han incluído para analizar algunos aspectos que reflejan perfectamente las características que Díaz Plaja destaca como propia del “ser español” en su libro “El español y los siete pecados capitales”. Se debe tener en cuenta que la educación impone escribir incluso las quejas sin palabras directas que puedan herir al lector. El escrito de S.M. Amadeo I empieza agradeciendo pero un agradecimiento que se puede interpretar como un “anda y que os zurzan, ¡¡menudo embolao!!”, “pensé que tanto pasado glorioso y el estado catastrófico en que tenéis al país, podría ser solucionado por alguien que, venido de fuera, viera las cosas con objetividad. Pero, si a vosotros no os preocupa, no sé por qué tiene que preocuparme a mí. Sois como gallos de pelea, os picáis unos a otros sin ton ni son. Yo me voy con mi familia y no os preocupéis que nadie de mi linaje volverá a pisar suelo español”.
Y, quizá el monarca, al atravesar los Pirineos, también limpió sus botas para no llevarse de España ni el polvo. Eso sí, cargadito de medallas: todas y cada una de las Ordenes Religiosas (Montera, Calatrava, Santiago) y las oficiales que podía conceder el gobierno, como la Gran Cruz de Isabel la Católica, el Toison de Oro, etc.

La contestación de D. Emilio, alabado siempre por su oratoria, es más larga y constituye no sólo un saludo, sino una declaración de principios y alguna que otra advertencia al oyente: Es altanero, si bien utiliza frecuentemente la expresión S.M., las palabras no implican reconocimiento de ninguna autoridad; el pueblo español, por su glorioso pasado, sabrá salir de la crisis; ya mostró su heroísmo luchando contra alguien que parecía invencible (Napoleón, Guerra de la Independencia) y lo hizo sin ayuda de nadie; y, si cuando todo esté arreglado, el rey quiere volver, desde ya se le concede el título de ciudadano de la nueva sociedad independiente. Orgullo, pasado glorioso, poso religioso indeleble, individualismo, rechazo a lo distinto; todas estas cosas se dejan sentir a través del escrito. Veremos poco a poco que la idiosincrasia del español convertirá el intento federal en una comedia bufa que, si no fuera de pena, nos haría reir.

B) CAMINO DESPEJADO
Desde la llegada de Amadeo de Saboya hasta la ocupación de las Cortes por el General Pavía, transcurre lo que se conoce como “sexenio democrático”. Ido el Rey, la redacción de una Constitución en la que se declaraba a España una República Federal, resultó un poco más fácil, puesto que uno de los requisitos se podía obviar: la desaparición de la Monarquía. En cuanto a la desamortización de la Iglesia, puesto que desaparecía la colaboración con cualquier religión, sus bienes deberían ser repartidos entre el pueblo de acuerdo a unos criterios que apenas pudieron ser establecidos.
En las Cortes las fuerzas estaban repartidas entre :
- Los “intransigentes” que no tenían un líder representativo y querían una constitución que empezara a organizarse desde los municipios y fuera subiendo hasta reunir en el Estado todos los poderes políticos: legislativo, ejecutivo y judicial. El proceso hubiera sido largo y las cosas requerían una solución rápida.
- Los “centristas”, cuyo portavoz era Pi y Margall. Partidarios también de una República Federal, abogaban por redactar primero una constitución y después organizar los cantones.
- Los “moderados”, la derecha de la Cámara, presididos por Castelar y Salmerón. Querían una constitución unitaria y rechazaban los cantones.

Para dar una idea del ambiente que se respiraba en la Cámara,, recurro a Pérez Galdós que, desde la tribuna de la prensa, gustaba de acudir a las sesiones:

Las sesiones de las Constituyentes me atraían, y las más de las tardes las pasaba en la tribuna de la prensa, entretenido con el espectáculo de indescriptible confusión que daban los padres de la Patria. El individualismo sin freno, el flujo y reflujo de opiniones, desde las más sesudas a las más extravagantes, y la funesta espontaneidad de tantos oradores, enloquecían al espectador e imposibilitaban las funciones históricas. Días y noches transcurrieron sin que las Cortes dilucidaran en qué forma se había de nombrar Ministerio: si los ministros debían ser elegidos separadamente por el voto de cada diputado, o si era más conveniente autorizar a Figueras o a Pi para presentar la lista del nuevo Gobierno. Acordados y desechados fueron todos los sistemas. Era un juego pueril, que causaría risa si no nos moviese a grandísima pena”.
Presidiendo un Consejo de Ministros, harto de debates estériles, llegó Estanislao Figueras a gritar en catalán: Senyors, ja no aguanto més. Vaig a ser-los franc: estic fins als collons de tots nosaltres!.

Esto nos puede dar una idea aproximada del ambiente que se respiraba. Si añadimos la animación en la calle, con los de derechas esperando a ver quién era el presidente para intervenir y en la calle paralela los de izquierdas con las mismas intenciones; la policía, parando dos o tres intentos de golpe de estado que se produjeron durante las deliberaciones y el hecho de que empezábamos a salir en la prensa extranjera más desavenidos que nuestros primeros padres iberos, no es de extrañar que un Teniente de la Guardia Civil, “harto de tanta tambor y tanto pito”, encerrara a los parlamentarios bajo llave con la advertencia de que de allí no se movía nadie hasta que nombraran un presidente de la Nación.
Después de muchas trifulcas, entre votos de censura y protestas, Pi y Margall es nombrado presidente, con el encargo de que vaya arreglando el fin de las guerras carlistas, y una comisión de 25 parlamentarios se nombran para redactar la Constitución que Emilio Castellar presentó en 24 horas y que sirvió de texto base para introducir toda clase de enmiendas y exigencias, pues el texto tuvo la virtud de unir a toda la Cámara en su contra.



https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/1/11/Mapa_de_Espa%C3%B1a_-_Constituci%C3%B3n_de_1873.svg/200px-Mapa_de_Espa%C3%B1a_-_Constituci%C3%B3n_de_1873.svg.png


Pero la respuesta de los “intransigentes” no se hizo esperar. Abandonando las Cortes, animaron a la rápida formación y proclamación de los cantones, formando “comités de salud” y “juntas revolucionarias”. Andalucía, Valencia, Murcia y muchas otras ciudades se fueron apuntando a la rebelión (con las Cortes abandonadas) y fué el desbarajuste más grande que se pueda uno imaginar: pueblos que se separaban de sus propios cantones para constituirse en independientes (Camuñas en la Mancha o Jumilla en Murcia) y una guerra de todos contra todos.
Hay que destacar el más famoso, por la buena organización y planificación que había sido estudiada con antelación y funcionó perfectamente. Nos referimos al cantón de Cartagena, que cuenta con las fragatas Almansa y Victoria para proteger sus costas. Estas fragatas fueron apresadas como piratas por buques británicos y alemanes. La situación se agrava en el País Vasco donde Carlos VII ya ha empezado a acuñar moneda y nombrar ministros. Esta situación obliga a Pi y Margall al uso de la fuerza, si bien públicamente y en las Cortes se niega a ello. Un telegrama les llega a los gobernadores civiles:
...]Obre V.S. en esa provincia enérgicamente. Rodéese de todas las fuerzas de que disponga, principalmente de las de voluntarios y sostenga el orden a todo trance. [...] Las insurrecciones carecen hoy de toda razón de ser puesto que hay una Asamblea soberana, producto del sufragio universal y pueden todos los ciudadanos emitir libremente sus ideas, reunirse y asociarse. Cabe proceder contra ellas con rigurosa justicia. V.S. puede obrar sin vacilación y con perfecta conciencia

Pi y Margall es obligado a dimitir y se nombra como Presidente a Salmerón, con 32 provincias en son de guerra. Cuando se restablece el orden, Pi y Margall, en una sesión de las Cortes se queja de los métodos que se han empleado:

El Gobierno ha vencido a los insurrectos, pero ha sucedido lo que yo temía: han sido vencidos los republicanos. ¿Lo han sido los carlistas? No. Interín ganabais vitalidad en el mediodía, los carlistas la ganaban en el norte. [...] Yo no hubiese apelado a vuestros medios, declarando piratas a los buques de que se apoderaron los federales; yo no hubiese permitido el que naciones extranjeras, que ni siquiera nos han reconocido, viniesen a intervenir en nuestras tristísimas discordias. Yo no hubiese bombardeado Valencia. Yo os digo que, por el camino que seguís es imposible salvar la República, porque vosotros desconfiáis de las masas populares y sin tener confianza en ellas, es imposible que podáis hacer frente a los carlistas”.

(Excepto los comentarios, todos los datos y hechos históricos, incluso los textos, los he resumido apoyándome en la Wikipedia, en la que, acerca de este período de la historia hay muchos y muy buenos trabajos históricos)

Y, esta es la historia de cómo, una vez más, nuestra impaciencia, incultura, afán de mando y otros muchos componentes nacionales, dieron al traste con nuestra aventura cantonal. Esperemos que la historia no se repita.

No puedo acabar hoy sin recordaros que, en la época que hemos repasado, las mujeres no tenían derecho al voto (contemplado en la nueva constitución que nunca llegó a terminarse)

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