jueves, 23 de marzo de 2017

PATRIA. TEXTO DEL S. XVIII PARA NO HERIR SUSCEPTIBILIDADES, PERO SIN DESPERDICIO


PATRIA.
En este artículo, siguiendo nuestro método, nos limitaremos a proponer unas cuestiones que no podemos resolver. El judío, ¿tiene patria? Sí, ha nacido en Coimbra, vive entre una multitud de ignorantes que presentarán muchos argumentos en su contra y dará respuestas absurdas si es que se atreve a responder; le vigilarán los inquisidores, le condenarán a la hoguera si averiguan que no come carne de cerdo y, después, se apoderarán de sus bienes. ¿Cabe decir que Coimbra es su patria, que acaso puede amarla? ¿Puede decir, como los Horacios de Corneille: Albe, mon cher pays et mon premier amour... Mourir pour le pays est un si digne sort Qu'on briguerait en foule une si belle mort?

Su patria, ¿es Jerusalén? Oyó decir vagamente que en la Antigüedad sus antepasados habitaron en aquel territorio pedregoso y estéril, rodeado por un desierto inhóspito, y que los turcos son hoy dueños de aquel país. Jerusalén no es, hoy, su patria, ni hay en el mundo un pie cuadrado de tierra que les pertenezca.

El guebro, que es más antiguo y respetable que el judío y hoy vive esclavo de los turcos, los persas o del Gran Mogol, ¿puede contar como patria las chozas que eleva en secreto en la cumbre de las montañas? El baniano y el armenio, que pasan la vida recorriendo el Oriente dedicados a ejercer el oficio de comisionistas, ¿pueden decir que ésa es su querida patria?

No tienen más patria que su bolsa y su libro de cuentas. Y en las naciones de Europa, todos esos mercenarios que alquilan sus servicios y venden su sangre al primer rey que les paga, ¿tienen patria? Menos que el ave de rapiña que vuelve todas las noches al hueco de la peña donde su madre hizo el nido. ¿Se atreven los frailes a decir que tienen patria? Dicen que su patria es el cielo; enhorabuena, pero en el mundo no sé que tengan patria.

La palabra patria, ¿es adecuada y conveniente en boca de un griego moderno, que ignora que existieron Milcíades y Agesilao, que sólo sabe que es esclavo de su jenízaro, y éste esclavo de un aga, y éste de un bajá, y éste de un visir, y éste esclavo del padisha, que los europeos llamamos el Gran Turco?

¿Qué es, pues, la patria? ¿Será acaso un buen campo cuyo dueño, viviendo cómodamente en una casa provista de todo, pueda decir: este campo que cultivo, esta casa que he edificado, son míos, y vivo en ellos bajo la protección de las leyes que ningún tirano puede violar? Cuando los que posean campos y casas, como yo, se reúnan para tratar de sus intereses comunes, tendré voto en esa asamblea porque constituyo parte del todo, una parte de la comunidad, una parte de la soberanía; ésta es mi patria. Y todo lo que no sea esta convivencia de hombres no suele ser más que una caballeriza gobernada por un palafrenero que se impone a latigazos. Se tiene una patria bajo un buen rey; no bajo un tirano.

Un joven pastelero que había estudiado en el colegio y recordaba aún algunas frases de Cicerón, se enorgullecía un día de amar con entusiasmo a la patria. «¿Qué entiendes tú por patria? —le preguntó un vecino— ¿Es el horno donde trabajas, la aldea donde naciste y no has vuelto a ver, la calle donde vivían tus padres, que se arruinaron, obligándote a pasar la vida haciendo pasteles, la iglesia de Nuestra Señora en la que no conseguiste ser monaguillo, mientras que un hombre cualquiera llega a ser arzobispo o duque y disfrutar de veinte mil luises de oro de renta?» El joven no supo qué contestar, y un filósofo, que estaba oyendo la conversación, sacó por consecuencia que en la patria se encuentran frecuentemente millones de almas que no tienen patria.

Tú, voluptuoso parisiense, que nunca hiciste más viaje que el de París a Dieppe para comer pescado fresco, que sólo conoce la suntuosa casa que tienes en la ciudad y la linda casa de campo, que hablas bastante bien la lengua francesa porque no sabes hacer otra cosa que parlotear. estás enamorado de todo eso y de las querindangas que mantienes y del champaña, ¿afirmas que amas a tu patria?

¿Puede decirse, en conciencia, que el financiero ama acendradamente a su patria? ¿Que el oficial y el soldado, que devastarían el distrito donde tienen su acuartelamiento si les mandaran hacerlo, acaso profesan afecto tierno a los campesinos que arruinarían? ¿Cuál era la patria del duque de Guisa, apodado el Acuchillado? ¿Era Nancy, París, Madrid o Roma? ¿Qué patria tuvieron los cardenales La Balue, Duprat, Lorena y Mazarino? ¿Cuál fue la patria de Atila y demás héroes de este jaez que todo lo recorrieron y no pararon nunca?

Quisiera que me dijeran cuál fue la patria de Abrahán. Creo que fue Eurípides el primero que dijo que la patria es el sitio donde nos encontramos bien. Pero sin duda lo diría antes que Eurípides, el primer hombre que salió del lugar de su nacimiento para buscar el bienestar en otra parte.

Patria es la agrupación de muchas familias, y así como de ordinario sostenemos a la familia por amor propio, cuando no media un interés contrario, por ese mismo amor propio sostiene cada individuo la ciudad o el pueblo de su nacimiento que llamamos su patria. Cuando más grande es la patria menos la amamos, porque el amor dividido se debilita. Es imposible amar tiernamente a una familia numerosa que apenas conocemos.

El que siente la ardiente ambición de ser edil, tribuno, pretor, cónsul o dictador, se esfuerza por pregonar que ama a su patria, pero sólo se ama a sí mismo. Cada ciudadano desea estar seguro de poderse acostar por la noche en su casa sin que otro hombre se arrogue el poder de mandarle que se acueste en otra parte: la ciudadanía quiere estar segura de su fortuna y su vida. Teniendo todos los ciudadanos los mismos deseos, el interés particular deviene en interés general; cuando se hacen votos en favor de la república, en realidad cada cual los hace en beneficio propio.

Es imposible que exista en el mundo ningún estado que al principio no se haya gobernado por la república, porque ésta es la marcha natural de la naturaleza del humano linaje. Al principio, algunas familias empezaron a unirse para defenderse de los osos y lobos; las que sólo tenían cereales los cambiaban con las que sólo poseían leña. Cuando descubrimos América encontramos sus poblaciones divididas en repúblicas, sólo había dos monarquías en toda aquella parte del mundo. Entre mil naciones, únicamente encontramos dos que estuvieran subyugadas.

Igual ocurría en el mundo antiguo; en Europa, todo eran repúblicas antes de conocerse los reyezuelos de Etruria y de Roma. Existieron durante muchos siglos las repúblicas de Asia, de Trípoli, de Túnez y de Argel; hacia la parte septentrional eran repúblicas de bandidos.

Los hotentotes, situados en el Mediodía, aún viven como en las primeras edades del mundo, libres, todos iguales, sin amos ni vasallos, sin dinero y casi sin necesidades. La carne de sus corderos les alimenta, con sus pieles se visten, chozas de madera y barro son sus viviendas, y apestan más que los demás hombres, pero no se dan cuenta. Viven y mueren más dulcemente que nosotros.

Quedan en Europa ocho repúblicas, Venecia, Holanda, Suiza, Ginebra, Lucca, Génova y San Marino, pudiéndose considerar Polonia, Suecia e Inglaterra como repúblicas gobernadas por un rey.

Preguntamos: ¿qué es preferible, que vuestra patria sea un estado monárquico o un estado republicano? Hace cuatro mil años que se debate esta cuestión. Si la han de resolver los ricos dirán que prefieren la aristocracia; si ha de resolverla el pueblo afirmará que prefiere la democracia. Sólo los reyes preferirán la monarquía. ¿Cómo es posible, pues, que en casi todo el mundo gobiernen monarcas? Preguntádselo a los ratones, que cierto día se propusieron colgar un cascabel al gato y ninguno se atrevió a ponérselo (1).

(1) La Fontaine. fábula 2ª del libro II.


La verdadera razón consiste en que los hombres rara vez son dignos de gobernarse por sí mismos. Es triste que, con frecuencia, para ser buen patriota sea preciso ser enemigo del resto de los hombres. Catón, que era un buen ciudadano, proclamaba en el Senado: «Esta es mi opinión: que Cartago sea destruida». Ser buen patriota es desear que la ciudad donde hemos nacido se enriquezca con el comercio y sea poderosa por las armas, pero no está claro que un país pueda ganar sin que otro país pierda, y que no se pueda vencer sin causar víctimas. Tal es la condición humana, pues desear la grandeza de nuestro país es desear la decadencia de otros. Quien deseara que su patria nunca fuera más grande ni más pequeña, ni más rica ni más pobre, sería el verdadero ciudadano del mundo.

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