PATRIA.
En
este artículo, siguiendo nuestro método, nos limitaremos a proponer
unas cuestiones que no podemos resolver. El judío, ¿tiene patria?
Sí, ha nacido en Coimbra, vive entre una multitud de ignorantes que
presentarán muchos argumentos en su contra y dará respuestas
absurdas si es que se atreve a responder; le vigilarán los
inquisidores, le condenarán a la hoguera si averiguan que no come
carne de cerdo y, después, se apoderarán de sus bienes. ¿Cabe
decir que Coimbra es su patria, que acaso puede amarla? ¿Puede
decir, como los Horacios de Corneille: Albe, mon cher pays et mon
premier amour... Mourir pour le pays est un si digne sort Qu'on
briguerait en foule une si belle mort?
Su
patria, ¿es Jerusalén? Oyó decir vagamente que en la Antigüedad
sus antepasados habitaron en aquel territorio pedregoso y estéril,
rodeado por un desierto inhóspito, y que los turcos son hoy dueños
de aquel país. Jerusalén no es, hoy, su patria, ni hay en el mundo
un pie cuadrado de tierra que les pertenezca.
El
guebro, que es más antiguo y respetable que el judío y hoy vive
esclavo de los turcos, los persas o del Gran Mogol, ¿puede contar
como patria las chozas que eleva en secreto en la cumbre de las
montañas? El baniano y el armenio, que pasan la vida recorriendo el
Oriente dedicados a ejercer el oficio de comisionistas, ¿pueden
decir que ésa es su querida patria?
No
tienen más patria que su bolsa y su libro de cuentas. Y en las
naciones de Europa, todos esos mercenarios que alquilan sus servicios
y venden su sangre al primer rey que les paga, ¿tienen patria? Menos
que el ave de rapiña que vuelve todas las noches al hueco de la peña
donde su madre hizo el nido. ¿Se atreven los frailes a decir que
tienen patria? Dicen que su patria es el cielo; enhorabuena, pero en
el mundo no sé que tengan patria.
La
palabra patria, ¿es adecuada y conveniente en boca de un griego
moderno, que ignora que existieron Milcíades y Agesilao, que sólo
sabe que es esclavo de su jenízaro, y éste esclavo de un aga, y
éste de un bajá, y éste de un visir, y éste esclavo del padisha,
que los europeos llamamos el Gran Turco?
¿Qué
es, pues, la patria? ¿Será acaso un buen campo cuyo dueño,
viviendo cómodamente en una casa provista de todo, pueda decir: este
campo que cultivo, esta casa que he edificado, son míos, y vivo en
ellos bajo la protección de las leyes que ningún tirano puede
violar? Cuando los que posean campos y casas, como yo, se reúnan
para tratar de sus intereses comunes, tendré voto en esa asamblea
porque constituyo parte del todo, una parte de la comunidad, una
parte de la soberanía; ésta es mi patria. Y todo lo que no sea esta
convivencia de hombres no suele ser más que una caballeriza
gobernada por un palafrenero que se impone a latigazos. Se tiene una
patria bajo un buen rey; no bajo un tirano.
Un
joven pastelero que había estudiado en el colegio y recordaba aún
algunas frases de Cicerón, se enorgullecía un día de amar con
entusiasmo a la patria. «¿Qué entiendes tú por patria? —le
preguntó un vecino— ¿Es el horno donde trabajas, la aldea donde
naciste y no has vuelto a ver, la calle donde vivían tus padres, que
se arruinaron, obligándote a pasar la vida haciendo pasteles, la
iglesia de Nuestra Señora en la que no conseguiste ser monaguillo,
mientras que un hombre cualquiera llega a ser arzobispo o duque y
disfrutar de veinte mil luises de oro de renta?» El joven no supo
qué contestar, y un filósofo, que estaba oyendo la conversación,
sacó por consecuencia que en la patria se encuentran frecuentemente
millones de almas que no tienen patria.
Tú,
voluptuoso parisiense, que nunca hiciste más viaje que el de París
a Dieppe para comer pescado fresco, que sólo conoce la suntuosa casa
que tienes en la ciudad y la linda casa de campo, que hablas bastante
bien la lengua francesa porque no sabes hacer otra cosa que
parlotear. estás enamorado de todo eso y de las querindangas que
mantienes y del champaña, ¿afirmas que amas a tu patria?
¿Puede
decirse, en conciencia, que el financiero ama acendradamente a su
patria? ¿Que el oficial y el soldado, que devastarían el distrito
donde tienen su acuartelamiento si les mandaran hacerlo, acaso
profesan afecto tierno a los campesinos que arruinarían? ¿Cuál era
la patria del duque de Guisa, apodado el Acuchillado? ¿Era Nancy,
París, Madrid o Roma? ¿Qué patria tuvieron los cardenales La
Balue, Duprat, Lorena y Mazarino? ¿Cuál fue la patria de Atila y
demás héroes de este jaez que todo lo recorrieron y no pararon
nunca?
Quisiera
que me dijeran cuál fue la patria de Abrahán. Creo que fue
Eurípides el primero que dijo que la patria es el sitio donde nos
encontramos bien. Pero sin duda lo diría antes que Eurípides, el
primer hombre que salió del lugar de su nacimiento para buscar el
bienestar en otra parte.
Patria
es la agrupación de muchas familias, y así como de ordinario
sostenemos a la familia por amor propio, cuando no media un interés
contrario, por ese mismo amor propio sostiene cada individuo la
ciudad o el pueblo de su nacimiento que llamamos su patria. Cuando
más grande es la patria menos la amamos, porque el amor dividido se
debilita. Es imposible amar tiernamente a una familia numerosa que
apenas conocemos.
El
que siente la ardiente ambición de ser edil, tribuno, pretor, cónsul
o dictador, se esfuerza por pregonar que ama a su patria, pero sólo
se ama a sí mismo. Cada ciudadano desea estar seguro de poderse
acostar por la noche en su casa sin que otro hombre se arrogue el
poder de mandarle que se acueste en otra parte: la ciudadanía quiere
estar segura de su fortuna y su vida. Teniendo todos los ciudadanos
los mismos deseos, el interés particular deviene en interés
general; cuando se hacen votos en favor de la república, en realidad
cada cual los hace en beneficio propio.
Es
imposible que exista en el mundo ningún estado que al principio no
se haya gobernado por la república, porque ésta es la marcha
natural de la naturaleza del humano linaje. Al principio, algunas
familias empezaron a unirse para defenderse de los osos y lobos; las
que sólo tenían cereales los cambiaban con las que sólo poseían
leña. Cuando descubrimos América encontramos sus poblaciones
divididas en repúblicas, sólo había dos monarquías en toda
aquella parte del mundo. Entre mil naciones, únicamente encontramos
dos que estuvieran subyugadas.
Igual
ocurría en el mundo antiguo; en Europa, todo eran repúblicas antes
de conocerse los reyezuelos de Etruria y de Roma. Existieron durante
muchos siglos las repúblicas de Asia, de Trípoli, de Túnez y de
Argel; hacia la parte septentrional eran repúblicas de bandidos.
Los
hotentotes, situados en el Mediodía, aún viven como en las primeras
edades del mundo, libres, todos iguales, sin amos ni vasallos, sin
dinero y casi sin necesidades. La carne de sus corderos les alimenta,
con sus pieles se visten, chozas de madera y barro son sus viviendas,
y apestan más que los demás hombres, pero no se dan cuenta. Viven y
mueren más dulcemente que nosotros.
Quedan
en Europa ocho repúblicas, Venecia, Holanda, Suiza, Ginebra, Lucca,
Génova y San Marino, pudiéndose considerar Polonia, Suecia e
Inglaterra como repúblicas gobernadas por un rey.
Preguntamos:
¿qué es preferible, que vuestra patria sea un estado monárquico o
un estado republicano? Hace cuatro mil años que se debate esta
cuestión. Si la han de resolver los ricos dirán que prefieren la
aristocracia; si ha de resolverla el pueblo afirmará que prefiere la
democracia. Sólo los reyes preferirán la monarquía. ¿Cómo es
posible, pues, que en casi todo el mundo gobiernen monarcas?
Preguntádselo a los ratones, que cierto día se propusieron colgar
un cascabel al gato y ninguno se atrevió a ponérselo (1).
(1)
La Fontaine. fábula 2ª del libro II.
La
verdadera razón consiste en que los hombres rara vez son dignos de
gobernarse por sí mismos. Es triste que, con frecuencia, para ser
buen patriota sea preciso ser enemigo del resto de los hombres.
Catón, que era un buen ciudadano, proclamaba en el Senado: «Esta es
mi opinión: que Cartago sea destruida». Ser buen patriota es desear
que la ciudad donde hemos nacido se enriquezca con el comercio y sea
poderosa por las armas, pero no está claro que un país pueda ganar
sin que otro país pierda, y que no se pueda vencer sin causar
víctimas. Tal es la condición humana, pues desear la grandeza de
nuestro país es desear la decadencia de otros. Quien deseara que su
patria nunca fuera más grande ni más pequeña, ni más rica ni más
pobre, sería el verdadero ciudadano del mundo.
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