domingo, 11 de septiembre de 2016

LA LUCHA DEL BIEN CONTRA EL MAL (DIAS 23 Y 24)

Vigesimotercer Día

Es hora ya de que me refiera a Santo Domingo y a la Orden de los Predicadores. Domingo de Guzmán nació en 1170 en la villa de Calaruega, Castilla la Vieja, que se encontraba bajo jurisdicción del Obispo de Osma. Antes de nacer, su madre tuvo un sueño en el que vio a su futuro hijo como a un perro que portaba entre sus fauces un labris ardiente, es decir, un hacha flamígera de doble hoja. Aquel símbolo interesó vivamente a los Señores de Tharsis pues lo consideraban señal de que Domingo estaba predestinado para el Culto del Fuego Frío. De allí que lo vigilasen atentamente durante la infancia y, apenas concluida la instrucción primaria, gestionasen una plaza para él en la Universidad de Palencia, que entonces se encontraba en el cenit de su prestigio académico. El motivo era claro: en Palencia enseñaba teología el célebre Obispo Pedro de Tharsis, más conocido por el apodo de “Petreño”, quien gozaba de confianza ilimitada por parte del Rey Alfonso VIII, del cual era uno de sus principales consejeros.

Lo ocurrido cincuenta años antes a su primo, el Obispo Lupo, era una advertencia que no se podía pasar por alto y por eso Petreño vivía tras los muros de la Universidad, en una casa muy modesta pero que tenía la ventaja de estar provista de una pequeña capilla privada: allí tenía, para su contemplación, una reproducción de Nuestra Señora de la Gruta. En esa capilla, Petreño inició a Domingo de Guzmán en el Misterio del Fuego Frío, y fue tan grande la trasmutación operada en él, que pronto se convirtió en un Hombre de Piedra, en un Iniciado Hiperbóreo dotado de enormes poderes taumatúrgicos y no menor Sabiduría: tan profunda era la devoción de Domingo de Guzmán por Nuestra Señora de la Gruta que, se decía, la mismísima Virgen Santa respondía al monje en sus oraciones. Fue él quien comunicó a Petreño que había visto a Nuestra Señora de la Gruta con un collar de rosas. Entonces Petreño indicó que aquel ornamento equivalía al collar de cráneos de Frya Kâlibur: Frya Kâlibur, vista afuera de Sí Mismo, aparecía vestida de Muerte y lucía el collar con los cráneos de sus amantes asesinados; los cráneos eran las cuentas con las Palabras del Engaño; en cambio Frya vista en el fondo de Sí Mismo, tras Su Velo de Muerte que la presenta Terrible para el Alma, era la Verdad Desnuda del Espíritu Eterno,la Virgen de Agartha de Belleza Absoluta e Inmaculada; sería natural que ella luciese un collar de rosas en las que cada pimpollo representase a los corazones de aquellos que la habían Amado con el Fuego Frío. Domingo quedó intensamente cautivado con esa visión y no se detuvo hasta inventar el Rosario,
que consistía en un cordón donde se hallaban ensartadas, pero fijas, tres juegos de dieciséis bolitas amasadas con pétalos de rosa, las dieciséis, trece más tres cuentas, correspondían a los “Misterios de la Virgen”. El Rosario de Santo Domingo se utiliza para pronunciar ordenadamente oraciones, o mantrams, que van produciendo un estado místico en el devoto de la Virgen y acaban por encender el Fuego Frío en el Corazón.

No debe sorprender que mencione dieciséis Misterios de la Virgen y hoy se los tenga por quince, ni que varíe el número de cuentas del Rosario, ni que hoy día se asocie el Rosario a los Misterios de Jesús Cristo y se hayan ocultado los Misterios de Nuestra Señora del Niño de Piedra, pues toda la Obra de Santo Domingo ha sido sistemáticamente deformada y tergiversada, tanto por los enemigos de su Orden, como por los traidores que han existido en cantidad y existen, en cantidad aún mayor, dentro de ella.

Domingo llegó a dictar la cátedra de Sagrada Escritura en la Universidad de Palencia, pero su natural vocación por la predicación, y su deseo por divulgar el uso del Rosario, lo condujeron a difundir la Doctrina Cristiana y el Culto a Nuestra Señora del Rosario en las regiones más apartadas de Castilla y Aragón. En esa acción descolló lo suficiente como para convencer a los Señores de Tharsis de que estaban ante el hombre indicado para fundar la primera Orden antiGolen de la Historia de la Iglesia. Domingo era capaz de vivir en extrema pobreza, sabía predicar y despertar la fe en Cristo y la Virgen, daba muestras de verdadera santidad, y sorprendía con su inspirada Sabiduría: a él sería difícil negar el derecho de congregar a quienes creían en su obra.

Mas, para que tal derecho no pudiese ser negado por los Golen, era necesario que Domingo se hiciese conocer fuera de España, que diese a los pueblos el ejemplo de su humildad y santidad. El Obispo de Osma, Diego de Acevedo, que compartía secretamente las ideas de los Señores de Tharsis, decidió que el mejor lugar para enviar a Domingo era el Sur de Francia, la región que en ese momento se encontraba agitada por un enfrentamiento con la Iglesia: la gran mayoría de la población occitana se había volcado a la religión cátara, que según la Iglesia constituía “una abominable herejía”, y sin que los benedictinos del Cluny y del Císter, tan poderosos en el resto de Francia, hubiesen podido impedirlo. Con ese fin, el Obispo Diego consiguió la representación del Infante Don Fernando para concertar el casamiento con la hija del Conde de la Marca, lo que le brindaba la oportunidad de viajar a Francia llevando consigo a Domingo de Guzmán, a quien ya había nombrado Presbítero.

Ese viaje le permitió interiorizarse de la “herejía cátara” y proyectar un plan. En un segundo viaje a Francia, muerta la hija del Conde, y decidida la misión de Domingo, ambos clérigos se dirigen a Roma: allí el Obispo Diego gestiona ante el terrible Papa Golen Inocencio III la autorización para recorrer el Languedoc predicando el Evangelio y dando a conocer el uso del Rosario. Obtenida la autorización ambos parten desde Montpellier a predicar en las ciudades del Mediodía; lo hacen descalzos y mendigando el sustento, no diferenciándose demasiado de los Hombres Puros que transitan profusamente los mismos caminos. La humildad y austeridad de que hacen gala contrasta notablemente con el lujo y la pompa de los legados papales, que en esos días recorren también el país tratando de poner freno al catarismo, y con la ostensible riqueza de Arzobispos y Obispos. Sin embargo, recogen muestras de hostilidad en muchas aldeas y ciudades, no por sus actos, que los Hombres Puros respetan, ni siquiera por su prédica, sino por lo que representan: la Iglesia de Jehová Satanás. Pero aquellos resultados estaban previstos de antemano por Petreño y Diego de Osma, que habían impartido instrucciones precisas a Domingo sobre la Estrategia a seguir.

El punto de vista de los Señores de Tharsis era el siguiente: observando desde España la actitud abiertamente combativa asumida por el Pueblo de Oc hacia los Sacerdotes de Jehová Satanás, y considerando la experiencia que la Casa de Tharsis tenía sobre situaciones semejantes, la conclusión evidente indicaba que la consecuencia sería la destrucción, la ruina, y el exterminio. En opinión de los Señores de Tharsis, el suicidio colectivo no era necesario y, por el contrario, sólo beneficiaba al Enemigo; pero, era claro también, que los Cátaros no se percataban completamente de la situación, quizá por desconocer la diabólica maldad de los Golen, que constituían el Gobierno Secreto de la Iglesia de Roma, y por percibir solamente el aspecto superficial, y más chocante, de la organización católica. Mas, si bien los Cátaros no suponían que los Golen, desde el Colegio de Constructores de Templos del Cister, habían decretado el exterminio de los Hombres Puros y la destrucción de la civilización de Oc, y que cumplirían esa sentencia hasta sus últimos detalles, no era menos cierto que tal posibilidad no los preocuparía en absoluto: como tocados por una locura mística, los Hombres Puros tenían sus ojos clavados en el Origen, en el Gral, y eran indiferentes al devenir del mundo. Y ya se vio cuan efectiva fue aquella tenacidad, que permitió la manifestación del Gral y del Emperador Universal, y causó el Fracaso de los Planes de la Fraternidad Blanca.

Frente a la intransigencia de los Cátaros, Domingo y Diego recurren a un procedimiento extremo, que no podía ser desaprobado por la Iglesia: advierten, a quien los quiera oír, sobre la segura destrucción a que los conducirá el sostenimento declarado de la herejía. Mas no son escuchados. A los creyentes, que constituyen la mayoría de la población occitana y que, como toda masa religiosa, no domina las sutilezas filosóficas, se les hace imposible creer que pueda triunfar el Mal sobre el Bien, es decir, que la Iglesia de Roma pueda destruir efectivamente a la Iglesia Cátara. Y a los Cátaros, que saben que el Mal puede triunfar sobre el Bien en la Tierra, ello los tiene sin cuidado pues en todo caso sólo se trata de variaciones de la Ilusión: para los Hombres Puros, la única realidad es el Espíritu; y esa Verdad significa el definitivo y absoluto triunfo del Bien sobre el Mal, vale decir, la Permanencia Eterna de la Realidad del Espíritu y la Disolución Final de la Ilusión del Mundo Material. Corre el año 1208 y, mientras el pueblo se encuentra afirmado en estas posiciones, el Papa Inocencio III anuncia la Cruzada en represalia por la muerte de su legado Pedro de Castelnaux. Es tarde ya para que la predicación de Santo Domingo surta algún efecto. Sin embargo, el objetivo principal de la misión, que era imponer la figura santa de Domingo y hacer conocer sus aptitudes como organizador y fundador de comunidades religiosas, se estaba consiguiendo. En aquel año, en tanto se producía la matanza de Bezier y otras atrocidades Golen, Santo Domingo realizaba su primera fundación en Fanjeaux, cerca de Carcasona.

Había comprendido de entrada que las damas occitanas presentaban una especial predisposición para el A-mort espiritual y por eso establece allí el monasterio de Prouille, cuyas monjas se dedicarán al cuidado de niños y al Culto de la Virgen del Rosario: la primera Abadesa fue Maiella de Tharsis, gran iniciada en el Culto del Fuego Frío, enviada desde España para esa función. Y aplica entonces uno de los principios estratégicos señalados por Petreño: para escapar al control de los Golen, en alguna medida, era imprescindible desechar la Regula Monachorum de San Benito. De allí que Santo Domingo haya dado a las monjas de Prouille la Regla de San Agustín.

Desde luego, Santo Domingo y Diego de Osma no actuaban solos: los apoyaban algunos Nobles y clérigos que profesaban secretamente el Culto de Fuego Frío y recibían asistencia espiritual de los Señores de Tharsis. Entre ellos se contaban el Arzobispo de Narbona y el Obispo de Tolosa, quienes contribuían a esa obra con importantes sumas de dinero. Este último, era un Iniciado genovés de nombre Fulco, infiltrado por los Señores de Tharsis en el Cister y que no sería descubierto hasta el final: en aquellos días el Obispo Fulco pasaba por enemigo jurado de los Cátaros, defensor de la ortodoxia católica, y aprovechaba ese prestigio para promocionar ante los legados papales y sus superiores del Cister la obra monástica de Domingo y su santidad personal.

En los años siguientes, Santo Domingo intenta llevar a cabo el plan de Petreño y funda una hermandad semilaica, al tipo de las Ordenes de caballería, llamada “Militia Christi”, de la cual habría de salir la Tertius ordo de paenitentia Sancti Dominici, cuyos miembros fueron conocidos como “monjes Terciarios”; pero pronto esta organización se mostró ineficaz para los objetivos buscados y se tuvo que pensar en algo más perfecto y de mayor alcance.

Durante varios años se planificó la nueva Orden, tomando en consideración la experiencia recogida y la formidable tarea que se proponía llevar a cabo, esto es, luchar contra la estrategia de los Golen: colaboraban con Santo Domingo en tales proyectos un grupo de dieciséis Iniciados, procedentes de distintos lugares del Languedoc que se reunía periódicamente en Tolosa, entre los cuales se contaba el Obispo Fulco. Como fruto de aquellas especulaciones se decidió que lo más conveniente era crear un “Círculo Hiperbóreo” encubierto por una Orden católica: el “Círculo” sería una Sociedad super-Secreta dirigida por los Señores de Tharsis, que funcionaría dentro de la nueva Orden monástica. Sólo así, concluían, se conciliaría el objetivo buscado con el principio de la seguridad. Aquel grupo secreto, integrado en un comienzo sólo por los dieciséis Iniciados que he mencionado, se denominó Circulus Domini Canis, es decir, Círculo de los Señores del Perro. Tal nombre se explica recordando el sueño premonitorio de la madre de Domingo de Guzmán, en el cual su futuro hijo aparecía como un perro que portaba un hacha flamígera, y considerando que para los Iniciados en el Fuego Frío el “Perro” era una representación del Alma y el “Señor”, por excelencia, era el Espíritu: en todo Iniciado Hiperbóreo el Espíritu debía dominar al Alma y asumir la función de “Señor del Perro”; de allí la denominación adoptada para el Círculo de Iniciados, que además tenía la ventaja de confundirse con el nombre de dominicani, es decir, domínicos, que el pueblo daba a lo monjes de Domingo de Guzmán. Cabe agregar que ser “Señor del Perro” en la Mística del Fuego Frío es análogo a ser Señor del Caballo, o sea “Caballero”, en la Mística de la Caballería, donde el Alma se simboliza por “el Caballo”.

Uno de los Iniciados, Pedro Cellari, había donado varias casas en Tolosa: unas fueron destinadas a lugares secretos de reunión del Círculo y otras se adoptaron para el uso de la futura Orden. Cuando todo estuvo listo, se procuró obtener la autorización de Inocencio III para la fundación de una Orden de predicadores mendicantes, semejante a la formada por San Francisco de Asís en 1210: a esta Orden Inocencio III la había aprobado de inmediato, pero la nueva solicitud provenía ahora de Tolosa, un país en Guerra Santa en el que todo el mundo era sospechoso de herejía; y se debía proceder con cautela; el plan era ambicioso pero sólo la personalidad incuestionable de Santo Domingo allanaría todas las dificultades, tal como lo había hecho el propio San Francisco; no hay que olvidar que los Golen controlaban todo el monacato occidental desde la Orden benedictina y eran hostiles a la creación de nuevas Ordenes independientes. La oportunidad se presentó recién en 1215, cuando el Obispo Fulco fue convocado al IV Concilio General de Letrán y llevó consigo a Santo Domingo.

Allí tropezaron con la negativa cerrada de Inocencio III quien, como es sabido, sólo cedió luego de soñar que la Basílica de Letrán, amenazando derrumbarse, era sostenida por los hombros de Domingo de Guzmán. Empero, su autorización fue meramente verbal, aunque perfectamente legal, y se limitó a aceptar la Regla de San Agustín reformada propuesta por Domingo y a recomendar la misión de luchar contra la herejía. Luego de la muerte de Inocencio III, en 1216, Honorio III da la aprobación definitiva de la “Orden de Predicadores” u Ordo Praedicatorum y permite su expansión, ya que por entonces sólo poseía los monasterios de Prouille y Tolosa. De entrada ingresan en la Orden todos los clérigos de la Casa de Tharsis que, como dije, eran en su gran mayoría, profesores universitarios, arrastrando consigo a muchos otros sabios y eruditos de la Epoca. En poco tiempo, pues, la Orden se transformó en una organización apta para la enseñanza de alto nivel, no obstante que el primer Capítulo general reunido en Bolonia, en 1220, declaró que se trataba de una “Orden mendicante”, con menor rigor en la pobreza que la de San Francisco. Santo Domingo falleció en 1221, dejando el control de la Orden en manos de un Iniciado de Sangre Pura, el Maestre General Beato Jordan de Sajonia.

Ahora bien: en aquel momento los Golen estaban pugnando por conseguir la institucionalización de una inquisición sistemática de la herejía que les permitiese interrogar a cualquier sospechoso y obtener la información conducente al sitio del Gral; si tal institución era confiada a los benedictinos, como se pretendía, el fin de la Estrategia cátara sería más rápido de lo previsto, no dando tiempo a que Federico II realizase sus planes de arruinar al papado Golen. De allí la insistencia y la elocuencia desplegada por los domínicos para presentarse como la Orden más apta para desempeñar aquella siniestra función; pero los domínicos tenían algunas ventajas reales sobre los benedictinos: constituían no sólo una Orden local, autóctona del Languedoc donde los benedictinos habían perdido influencia hacía tiempo, sino que también disponían de monjes con gran instrucción teológica, adecuados para analizar las declaraciones que la inquisición de la fe requería. Los domínicos disponían de indudable capacidad de movilización en el Languedoc y cuando los Golen se convencieron de que la nueva Orden se advendría a su control y permitiría el ingreso de sus propios inquisidores, aprobaron también la concesión. En 1224 el Emperador Federico II, que no obstante estar ya enfrentado con el papado, tenía en claro la situación del Languedoc y la necesidad de apoyar a la Orden de Predicadores, renueva mediante una ley imperial la antigua legislación romana que consideraba a los Cultos no oficiales “crimen de lesa majestad”, es decir, pasibles de la pena de muerte: en este caso la ley se aplicaría a la represión de la herejía. En 1231, a pesar de que ya estaban funcionando de hecho, el Papa Gregorio IX instituye los “tribunales especiales de la Inquisición” y confía su oficio a las Ordenes de Santo Domingo y San Francisco, esta última a instancia de Fray Elías, un agente secreto de Federico II en la Orden franciscana, que sería ministro general de 1232 a 1239, y que al final, descubierto por los Golen, se pasaría abiertamente al bando gibelino. Empero, al poco tiempo sólo quedarían los
domínicos a cargo de la Inquisición. Tienen que quedar en claro dos hechos al evaluar el paso dado por la Orden de Santo Domingo al aceptar la responsabilidad de la Inquisición. Uno es que ello representaba el mal menor para los Cátaros, puesto que la represión ejecutada directamente por los Golen hubiese sido terriblemente más efectiva, como se comprobó en Bezier, y que de ese modo se conseguiría, al menos, sabotear la búsqueda del Gral y retrasar la caída de Montsegur, objetivo que se alcanzó en gran medida. Y el otro hecho es que los Señores de Tharsis eran perfectamente conscientes que la Orden sería infiltrada por los Golen y que estos abrirían las puertas a los personajes más crueles y fanáticos de la ortodoxia católica, quienes destruirían sin piedad ni remordimiento a los Cátaros y a su Obra: y aún así el balance indicaba que sería preferible correr ese riesgo a permitir que los Golen se desempeñasen por su cuenta.

A los inquisidores más fanáticos, que pronto actuarían dentro de la Orden, no se los podía obstaculizar abiertamente pues ello alertaría a los Golen. La táctica consistió, pues, en desviar sutilmente la atención hacia falsas pistas u otras formas de herejía. En el primer caso, en efecto, los Señores del Perro lograron que, bajo el cargo de “herejía”, se liquidasen con la hoguera a la
totalidad de los criminales, ladrones, degenerados y prostitutas del Languedoc: estos, naturalmente, jamás aportaron dato alguno que sirviese a los Golen, aunque se les hizo confesar la herejía mediante la tortura. En el segundo caso, la Inquisición dominicana produjo un efecto no deseado por los Golen benedictinos, que aquellos no fueron capaces de contrarrestar: justamente, por la mismas razones que los Señores del Perro no podían impedir que los Golen exterminasen a los Cátaros, esto es, para no quedar en contradicción con las leyes vigentes, los Golen no podían impedir que se reprimiese a los miembros del Pueblo Elegido, fácilmente encuadrados bajo el cuadro de herejía. Y los Señores de Tharsis, que no habían olvidado las cuentas que con ellos tenían pendientes desde la Epoca del Reino Visigodo de España y la participación que les cupo en la invasión árabe, así como las intrigas posteriores para destruir a la Casa de Tharsis, tenían ahora en sus manos, con la Inquisición, un arma formidable para devolver golpe por golpe. Así fue como los Golen comprobaron con desagradable sorpresa que la represión de la herejía derivaba en muchas ocasiones en sistemáticas persecuciones de judíos, a los que se enviaba a la hoguera con igual o mayor saña que a los Cátaros. Ese era, naturalmente, el efecto de la obra oculta de los Señores del Perro, que lamentablemente no fue todo lo efectivo que ellos deseaban, porque, al igual que a las Cátaros, a los herejes judíos debía ofrecérseles la posibilidad de conversión al catolicismo, con lo cual salvaban la vida, cosa a la que estos solían acceder sin problemas transformándose en marranos, es decir, conservando su religión en secreto y simulando ser cristianos, contrariamente a los Hombres Puros, quienes preferían morir antes que faltar al Honor y mentir sobre sus creencias religiosas.

En Resumen, el tiempo fue pasando, la herejía cátara fue cediendo paso a la más tranquilizadora religión católica, los furores iniciales de la Inquisición se fueron aplacando, y la Orden de Predicadores fue complementando su injustificada celebridad de organización represora con otra fama más acorde con el Espíritu de sus fundadores: el de Orden dedicada al estudio, a la enseñanza, y a la predicación de la fe católica. El gran sistema teológico de la Escolástica se debe en alto grado a la obra de notables pensadores y escritores domínicos, que en casi todos los casos no eran Iniciados pero estaban guiados secretamente por ellos. Para desarrollar esta actividad la Orden se concentró en dos universidades prestigiosas, la de Oxford y la de París: bastará con recordar que profesores como el alemán San Alberto Magno o Santo Tomás de Aquino fueron domínicos, para comprender que la fama adquirida por la Orden estaba aquí sí, plenamente justificada. Pero fueron también domínicos Rolando de Cremona, que enseñó en París entre 1229 y 1231; Pedro de Tarantasia, que lo hizo desde 1258 a 1265 y llegó a ser Papa con el nombre de Inocencio V en 1276; Rogerio Bacón, Ricardo de Fischare y Vicente de Beauvais, en Oxford, etc.

Hay que tener presente, Dr. Siegnagel, que los Señores de Tharsis poseían la Sabiduría Hiperbórea y, en consecuencia, obraban de acuerdo a una perspectiva histórica milenaria; consideraban por ejemplo que aquellas décadas de influencia Golen eran inevitables pero que, finalmente, pasarían: llegaría entonces el momento de expurgar la Orden. Porque eso era lo estratégicamente importante: preservar el control de la Orden y la institución de la Inquisición para una oportunidad futura; cuando ésta se presentase, toda la fuerza del horror y la represión desatada por los Golen cistercienses, como en un golpe de jiu-jitsu, podría ser vuelta en contra de sus propios generadores; y nadie se sentiría ofendido por ello, especialmente en el Languedoc. El peso de la Estrategia, según se advierte, descansaba en la capacidad del Círculo de los Señores del Perro para mantener en secreto su existencia y conservar el control de la Orden; ello no sería fácil pues los Golen acabaron por sospechar que una extraña voluntad frustraba sus planes desde adentro mismo de la Organización inquisidora, mas, cada vez que alguien se acercaba a la verdad, los Domini Canis lo ejecutaban ocultamente y atribuían la muerte a previsibles venganzas de los herejes occitanos.

A estas motivaciones puramente estratégicas que animaban a los Señores de Tharsis para obrar ocultamente en el Circulus Domini Canis, se agregaría muy pronto la pura necesidad de sobrevivir, a causa de los sucesos que ocurrieron en España y que comenzaré a exponer desde mañana. Como se verá, la destrucción de la Orden Templaria, y con ello el efectivo fracaso de los planes sinárquicos de la Fraternidad Blanca, se convertiría en una cuestión de vida o muerte para la Casa de Tharsis. La última Estrategia del Circulus nos llevará a aquella causa exotérica del fracaso de los planes enemigos, que fue Felipe IV, y a la cual me referí hace cuatro días.


Vigesimocuarto Día

Mientras la Orden de Predicadores se desarrollaba de acuerdo a los planes de los Señores de Tharsis, algo terrible iba a ocurrir en España: el regreso de Bera y Birsa. Y poco faltó, Dr. Siegnagel, para que aquel acontecimiento no significara el fin de la Casa de Tharsis. A continuación, mostraré cómo sucedieron los hechos.

Recuerde, Dr., que la antigua Onuba, ciudad mayor de la Turdetanía, se encontraba desde el siglo VIII bajo la dominación árabe, quienes la denominaban “Uelva”. En el año 1011 era cabeza de uno de los Reinos de Taifas, siendo su primer soberano Abu-Zaíd-Mohammed-ben-Aiyub, seguido de Abul Mozab Abdalaziz; pero en 1051 fue prontamente anexionada al Reino de Sevilla y así permaneció hasta 1248. Como ya expliqué, durante esos siglos de ocupación árabe la Casa de Tharsis sobrevivió sin problemas y alcanzó un envidiable poderío económico; la Villa de Turdes, cuya existencia dependía en lo esencial de las propiedades que los Señores de Tharsis explotaban en la región, había crecido y prosperado bastante, contando entonces con unos tres mil quinientos habitantes; aparte del núcleo directo de la familia Tharsis-Valter, que habitaba la residencia señorial y se componía de unos cincuenta miembros, vivían en la Villa de Turdes varias familias del linaje de la Casa de Tharsis pero de líneas sanguíneas colaterales. Así, pues, en el año 1128, cuando Bera y Birsa celebran el Concilio Golen de Monzón, el Reino de Huelva estaba subordinado al Taifa de Sevilla.

El Rey de Castilla y León, Fernando III el Santo, reconquista Sevilla en 1248 pero muere allí mismo en 1252; su hijo, Alfonso X el Sabio, completa la campaña conquistando en 1258 el Algarve y las plazas de Niebla y Huelva. Dio el Rey esta región como dote de su hija natural Beatriz, quien la unió a la corona de Portugal al casarse con Alfonso III. Como tal anexión lesionaba los derechos antiquísimos que la Casa de Tharsis tenía sobre la región, la Corona de Portugal compensó al Caballero Odielón de Tharsis Valter con el título de “Conde de Tarseval”. 

En verdad, en el Escudo de Armas que Portugal entregó a la Casa de Tharsis, se hallaba inscripta en jefe la leyenda: “Con. Tars. et Val.”, con la que se abreviaba el título “Conde de Tharsis y Valter”; la posterior lectura directa de la leyenda terminó por aglutinar las sílabas de la abreviatura y formar aquella palabra “Tarseval” que identificó a la Casa de Tharsis en los siglos siguientes. El diseño de aquel blasón fue el producto de una ardua negociación entre Odielón y los Heraldos portugueses, en la que el nuevo Conde impuso su punto de vista apelando a la diferencia de lengua y a una explicación antojadiza de los emblemas solicitados. Suponiendo que en la antigua Lucitanía nada recordaban ya sobre la Casa de Tharsis, reclamaron el grabado de muchos de los Símbolos familiares en el Escudo de Armas: y ellos fueron aceptando, así, la presencia de los gallos como “representación del Espíritu Santo a diestra y siniestra de las Armas de Tharsis”; al barbo unicornio, animal quimérico, como “el símbolo del Demonio que rodea el ombligo de la Casa de Tharsis”; a la fortaleza en el ombligo como “equivalente a la antigua Propiedad de la Casa de Tharsis”; a los ríos Odiel y Tinto como “propios del país y necesarios para definir la escena”; etc.; y, finalmente, incluyeron la imagen de la Espada Sabia “como expresión de la Dama, a la sazón la Virgen de la Gruta, a la que los Caballeros de Tharsis estaban consagrados”; sobre la hoja, los Heraldos grabaron el Grito de Guerra de los Señores de Tharsis: “Honor et Mortis”. El siguiente Rey de Castilla y León, Sancho IV, reintegró la región de Huelva a la Corona de Castilla e instaló como Señor a D. Juan Mate de Luna, pero asimiló el título y las Armas de la Casa de Tharsis a dicho Reino. Como veremos enseguida, el Condado de Tarseval, víctima de gran mortandad años antes, estaba entonces enfeudado por un Caballero catalán, quien había cedido derechos de su floreciente Condado mediterráneo a cambio de aquellas lejanas comarcas andaluzas.

Había transcurrido más de un siglo desde que Bera y Birsa ordenaron a los Golen ejecutar dos misiones: cumplir la sentencia de exterminio que pesaba sobre los Cátaros y edificar un Castillo Templario en Aracena. La primera “misión”, como se vio, fue llevada a cabo con esmero por los Golen Cistercienses; sobre la segunda, en cambio, aún no se había avanzado nada.

Mientras Fernando III el Santo reconquista Sevilla en 1248, y su hijo Alfonso X el Sabio se apodera en 1258 del Algarve y Huelva, el Rey Sancho II de Portugal, poco antes de morir en 1248, conquista Aracena, plaza que pasa a integrar la Corona de Castilla en 1252. Es de suponer entonces la premura con que actuaron los Templarios desde el momento mismo en que se reconquistó la plaza de Huelva. Ya en 1259 habían obtenido una cédula de Alfonso X que los autorizaba “a ocupar un predio en la sierra de Aracena y fortificarla convenientemente, a los efectos de albergar y defender una guarnición de 200 Caballeros”. Sin embargo, años antes que tal cédula fuese emitida, los Templarios habían localizado la Cueva de Odiel, trazado los planos, y excavado los cimientos del Castillo. Toda la Cadena de Aracena quedó por varios años bajo control Templario, incluido el pueblo de Aracena y varias aldeas menores. Pero los miembros del Pueblo Elegido que acompañaban a los Templarios en la empresa, no venían a un lugar desconocido: el nombre de Aracena, en efecto, procede de la raíz hebrea Arai que significa montañas, siendo Arunda, la montañosa, sinónimo de Aracena. Esta curiosa etimología no tiene nada de misteriosa si se piensa que la aldea fue fundada por los comerciantes judíos que viajaban con los fenicios durante la ocupación de Tarshish, 1000 años antes de la Era actual; luego fue llamada Arcilasis por Ptolomeo; Arcena por los griegos; y Vriato, que resistió en ella a las legiones romanas, la denominaba Erisana. Para los árabes fue Dar Hazen y, a causa de la horrible comida que los sarracenos hicieron cuando los cristianos tomaron por sorpresa la villa, la Caracena mora. A partir de 1259, se despacharon tropas hacia Aracena desde muchas plazas de España y aún de Francia, de suerte que durante la construcción del Castillo permanecieron acampados 2.000 Caballeros asistidos por tres mil hermanos sirvientes. Aquellas fuerzas se distribuyeron alrededor de las Colinas y ejercieron una rigurosa vigilancia para impedir que los pobladores cercanos, de Cortegana, Almonaster la Real, Zalamea la Real, u otras ciudades, pudiesen acercarse y observar las obras. Los Compañeros de Salomón, el gremio masón controlado por el Cister, concurrió a solicitud del Gran Maestre pues, aunque la Orden del Temple contaba con su propia división especializada en construcciones militares, “esta” fortaleza tendría algo diferente. En primer lugar, debía poseer una gran iglesia; y en segundo término, esa iglesia tendría que tener una entrada secreta que comunicase sus naves con la Cueva subterránea: era imprescindible así el concurso del Colegio de Constructores de Templos. El Colegio encomendó la edificación de la iglesia al Maestro Pedro Millán.

Este fue autorizado por el feroz Papa Golen Alejandro IV, el mismo que en esos momentos excomulgaba a Manfredo de Suabia y procuraba el exterminio de los Hohenstaufen y la ruina del partido gibelino, a consagrar la iglesia al culto de la Virgen Dolorosa. Tal advocación, desde luego, no era casual sino que obedecía al plan Golen de sustituir a la Virgen de Agartha, a la Divina Madre Atlante de Navután, por una Virgen María Judía, que lloraba, estremecido su Corazón de Fuego por el dolor de la crucifixión de su hijo Jesús: la Virgen de Agartha, por el contrario, no lloró ni experimentó dolor alguno en su Corazón de Hielo cuando su Hijo de Piedra se autocrucificó en el Arbol del Terror y expiró, sino que se alegró y derramó Su Gracia sobre los Espíritus encadenados, porque su hijo había muerto como el más valiente Guerrero Blanco que se enfrentara a la Ilusión de las Potencias de la Materia. La celebración del Culto a la Virgen del Dolor fue instituida, como no podía ser de otro modo, por el inefable Papa Golen Inocencio III al introducir la secuencia Stabat Mater en la Misa de los Dolores, del Viernes de la Pasión de Jesucristo. El Maestro Pedro Millán levantó, pues, para los Templarios, la iglesia de Nuestra Señora del Dolor, patrona desde entonces de Aracena, advocación que contrastaba abiertamente con la Virgen de la Gracia y la Alegría, Nuestra Señora de la Gruta, que se veneraba en el vecino Señorío de Tharsis, o Turdes. Cuando el Templo estuvo terminado, se depositó en su altar la imagen de Nuestra Señora del Mayor Dolor, que aún se conserva, y recibió de Urbano IV la jerarquía de Priorato de la Orden del Temple.

Paralelamente, se trabajaba febrilmente en la construcción del Castillo, alzado junto a la Iglesia, a 700 mts. de altura, cercando con murallas y foso una plaza adyacente a una torre mudéjar. Cinco años después, la iglesia y el Castillo se encontraban terminados y las tropas sobrantes, así como los hermanos Constructores de Salomón, se retiraban tranquilamente de la zona; no obstante, pasarían muchos años antes que los lugareños se atreviesen a acercarse a la Colina del Castillo de Aracena. Pero esta tarea no fue todo lo que emprendieron los Templarios contra la Casa de Tharsis en esos años: el Castillo de Aracena era una obligación impuesta por los Inmortales, a la que habían dado fiel cumplimiento; ahora esperarían pacientes el regreso de Bera y Birsa para que Ellos lo empleasen en sus planes. Mas esa paciencia no significaba inmovilidad; por el contrario, no bien que fueron reconquistadas las regiones en poder de los árabes, la Orden se lanzó a una campaña de ocupaciones en todo el país de Huelva, ora asentando guarniciones en fortalezas y ciudades rescatadas, ora construyendo nuevas iglesias y fortificando plazas. La distribución de tales ocupaciones no ocurría al azar ni mucho menos sino que obedecía a una rigurosa planificación, cuyos objetivos no perdían nunca de vista la necesidad de rodear a la Casa de Tharsis y conspirar contra el Pacto de Sangre. Para recordar sólo los más importantes sitios de esos despliegues vale la pena mencionar la cesión obtenida sobre el Convento de Santa María de la Rábida, en Palos de la Frontera, frente a Huelva, del cual ya volveré a hablar. O la posesión completa de Lepe, la antigua Leptia de los romanos, situada a seis kilómetros de Cartaya, con el propósito manifiesto de controlar la desembocadura del Río Piedras, por donde suponían que podrían navegar secretamente los Señores de Tharsis. O el sospechoso interés por
residir en la insignificante Trigueros, a 25 kilómetros de Valverde del Camino, muy cerca de Turdes, donde construyeron la iglesia parroquial que aún existe: es que Trigueros, antigua población romana, se halla enclavada en medio de una fértil y extensa campaña que constituía en tiempos remotos el corazón de la tartéside ibera; en sus campos, se hallaban diseminados sabiamente decenas de dólmenes y meñires, herencia del Pacto de Sangre, que los Templarios se dedicaron en esos días a destruir prolijamente: sólo se salvó un dolmen en la Villa de Soto, que puede visitarse hoy día, pues los Señores Moyano de la Cera, de la Sangre de Tharsis y tradicionales fabricantes de dulces y mieles, impidieron a los Caballeros de Satanás concretar su infame misión: Villa de Soto se halla a 5kilómetros de Trigueros y el dolmen se encuentra en la “Cueva del Zancarrón de Soto”.

En la Casa de Tharsis, como es lógico, aquellos movimientos no pasaron desapercibidos y obligaron a los Señores de Tharsis a tomar algunas precauciones: fortificaron también la Villa de Turdes y la Residencia Señorial, pues creían que los Golen se aprestaban a lanzar una Cruzada contra ellos pretextando alguna herejía, quizá denunciando el Culto a la Virgen de la Gruta; y estacionaron en la plaza una fuerza de quinientos almogávares y cincuenta Caballeros, que era lo más que se permitía armar al Conde de Tarseval para otros fines que no fuesen los de la Reconquista. Lamentablemente nada de eso sería necesario, pero los Señores de Tharsis no acertaron, una vez más, a prevenir los planes diabólicos de Bera y Birsa.

A todo esto, se preguntará Ud., Dr. Siegnagel, qué fue de la Espada Sabia, desde el día en que cayó Tartessos y las Vrayas la ocultaron en la Caverna Secreta. La respuesta es simple: permaneció en la Caverna todo el tiempo, es decir, durante unos mil setecientos años hasta ese momento. Se llevó a cabo, así, el juramento que hicieron entonces los Hombres de Piedra: la Espada Sabia no sería expuesta nuevamente a la luz del día hasta que no llegase la oportunidad de partir, hasta que los futuros Hombres de Piedra viesen reflejada en la Piedra de Venus la Señal Lítica de K'Taagar. Para ello, los Señores de Tharsis establecieron que una Guardia debía permanecer perpetuamente junto a la Espada Sabia, lo que no siempre fue posible debido a que sólo algunos Iniciados eran capaces de ingresar en la Caverna Secreta. Como recordará Dr., la entrada secreta estaba sellada por las Vrunas de Navután desde la Epoca de los Atlantes blancos y resultaba imposible localizarla a todo aquel que no fuese un Iniciado Hiperbóreo: las Vrunas eran Signos Increados y sólo podían ser percibidas y comprendidas por quienes dispusiesen de la Sabiduría del Espíritu Increado, es decir, por los Iniciados en el Misterio de la Sangre Pura, por los Hombres de Piedra, por los Guerreros Sabios. Sin embargo, salvo algunos cortos y oscuros períodos, la Casa de Tharsis nunca dejó de producir Iniciados aptos para ejercer la Guardia de la Espada Sabia. Pero ya no eran tan numerosos como en los tiempos de Tartessos, cuando el Culto del Fuego Frío se practicaba a la Luz de la Luna y existía un Colegio de Hierofantes; en los siglos siguientes, hubo que ocultar la Verdad del Fuego Frío a los romanos, visigodos, árabes, y católicos, reduciéndose la celebración del Culto al ámbito estrictamente familiar: inclusive, dentro de aquel ámbito familiar reservado, se debía convocar sólo a quienes demostraban una conveniente predisposición gnóstica para afrontar la Prueba del Fuego Frío, que en nada había cambiado y seguía siendo tan terrorífica y mortal como antes. Salvo esos períodos que mencioné, durante los que no hubo ningún miembro de la Casa de Tharsis capaz de ingresar en la Caverna Secreta, lo normal era la formación mínima de dos Iniciados por siglo, en las peores Epocas, y de cinco o seis en las más prolíferas.

Si el Iniciado era una Dama de Tharsis, se le daba el título de “Vraya”, en recuerdo de las Guardianas iberas. Si se trataba de un Caballero, se lo denominaba Noyo, que había sido el nombre, según los Atlantes blancos, de los Pontífices Hiperbóreos que en la Atlántida custodiaban el Ark, vale decir, la Piedra Basal, de la Escalera Infinita que Ellos sabían construir y que conducía hacia el Origen. Es obvio que, para cumplir con el juramento de los Hombres de Piedra, los Noyos y las Vrayas tenían que convertirse en ermitaños, es decir, tenían que alojarse en la Caverna Secreta y permanecer todo el tiempo posible junto a la Espada Sabia: y nadie podría servirles porque nadie, más que ellos, podía entrar en su morada. Pero aquella soledad carecía de importancia para los Iniciados: la renuncia y el sacrificio que exigía la función de Guardián de la Espada Sabia era considerado un Alto Honor por los Señores de Tharsis.

De acuerdo a lo referido por quienes habían entrado y salido de la CavernaSecreta, el trabajo realizado durante tantos siglos por los Iniciados que allí permanecían había dotado al sitio de algunas comodidades. En efecto, aunque desde el principio se convino en no introducir objetos culturales, lo cierto es que.Noyos y Vrayas fueron tallando pacientemente la piedra de la Caverna y modelaron sillas, mesa, lechos, altar, y una representación de la Diosa del Fuego Frío. Y frente al Rostro de Pyrena, ardía una vez más la Flama de la Lámpara Perenne. Pero el Rostro de la Diosa no surgía ahora de un meñir sino que estaba esculpido sobre una gigantesca estalagmita verde. Tampoco existía un mecanismo que hiciese abrir los Ojos ya que estos habían sido profundamente excavados y estaban siempre abiertos, prestos a revelar a los Iniciados la Negrura Infinita de Sí Mismo. Frente al Rostro, yacía el altar, que consistía en una columna cúbica rematada por dos escalones: la superficie del escalón superior llegaba al nivel del mentón de la Diosa y, sobre ella, había un agujero vertical en el que se introducía la empuñadura de la Espada Sabia hasta el arriaz, de suerte tal que la misma quedaba parada y alineada con la Nariz de la Diosa, como si fuese un eje de simetría del Rostro; de ese modo, la Piedra de Venus, que estaba engastada en la cruz de la empuñadura, aparecía en el centro de la escena, dispuesta para la contemplación. En la superficie del escalón inferior, bajo el nivel de la empuñadura, se hallaba depositada la Lámpara Perenne. Aquel sector de la Caverna Secreta tenía forma de nave semiesférica, estando la estalagmita con el Rostro de Pyrena en un extremo cercano a la pared de piedra; ésta aparecía chorreada de lava y sales, mientras que el techo se presentaba erizado de verdosas estalactitas; el piso por el contrario, había sido cuidadosamente limpiado de protuberancias y nivelado, de manera tal que era posible sentarse cómodamente frente al Rostro de la Diosa y contemplar, asimismo, la Lámpara Perenne y la Espada Sabia con la Piedra de Venus.

Los alimentos necesarios para subsistir los proveían los Señores de Tharsis manteniendo siempre colmada la despensa de una Capilla que existía al pie del Cerro Candelaria. Tal Capilla, que se había construido para los fines señalados, permanecía cerrada la mayor parte del año y sólo era visitada por los Señores de Tharsis que allí iban a orar en la mayor soledad: aprovechaban entonces para depositar los víveres en un pequeño cuarto trasero, cuya única puerta daba a la ladera del Cerro. Hasta allí bajaban furtivamente, preferiblemente por la noche, varias veces por año los Iniciados para proveerse de alimentos. Normalmente hallaban una acémila en un corral contiguo, con la que cargaban los bultos hasta la entrada secreta y a la que luego dejaban libre, dado que el animal regresaba mansamente a su cerco. Pero en otras ocasiones los Señores de Tharsis aguardaban en la Capilla semanas enteras hasta que coincidía alguna de aquellas visitas nocturnas: entonces, en medio de la alegría del reencuentro, los Noyos o las Vrayas recibían noticias de la Casa de Tharsis; especialmente indagaban sobre los jóvenes miembros de la familia, si alguno de ellos se preparaba seriamente para la Prueba del Fuego Frío y si se advertían posibilidades de que pudiese superarla. Nada preocupaba más a los Hombres de Piedra y a las Damas Kâlibur que el no ser reemplazados por otros Iniciados, que la Espada Sabia quedase sin Custodia. Los Señores de Tharsis, por su parte, inquirían a Noyos o Vrayas sobre sus visiones místicas: ¿no se había manifestado aún la Señal Lítica de K'Taagar? ¿habían recibido algún mensaje de los Dioses Liberadores? ¿cuándo ¡Oh Dioses! cuándo llegaría el día de la Batalla Final? ¿cuándo la Guerra Total contra las Potencias de la Materia? ¿cuándo abandonarían el Universo infernal? ¿cuándo el Origen?

Siempre había ocurrido de manera semejante. Hasta entonces. Porque desde que el Castillo de Aracena estuvo terminado, a unas decenas de kilómetros del Cerro Candelaria, un halo de amenaza pareció extenderse por toda la región. Hubo, pues, que extremar las medidas de precaución para abastecer la Caverna Secreta y se redujeron al mínimo los encuentros con los Iniciados ermitaños. En aquel entonces habitaban la Caverna Secreta tres Iniciados: una anciana Vraya, mujer de más de setenta años, que durante cincuenta años jamás abandonó la Guardia; un Noyo de cincuenta años, Noso de Tharsis, que hasta los treinta fue Presbítero en la iglesia de Nuestra Señora de la Gruta y ahora estaba oficialmente muerto; y un joven Noyo de treinta y dos años, Godo de Tharsis, que cumplía la función de aprovisionar la Caverna Secreta. Pero Godo, hijo del Conde Odielón de Tarseval, no era un improvisado en cuestión de riesgos: llevado de niño a Sicilia por uno de los Caballeros aragoneses que servían en la corte de Federico II, fue paje en el palacio de Palermo y luego escudero de un Caballero Teutón en Tierra Santa; nombrado a su vez Caballero, a los veinte años, ingresó en la Orden de Caballeros Teutones y luchó cinco años en la conquista de Prusia; hacía siete años que permanecía de Guardia en la Caverna Secreta, aunque pasaba por estar aún combatiendo en el Norte de Alemania. Se trataba, pues, de un guerrero experto, que sabía moverse con precisión en el campo de batalla: sus incursiones a la Capilla eran cuidadosas y estudiadas, procurando evitar la posibilidad de ser sorprendido por el Enemigo. Esto lo aclaro para descartar el caso de que un descuido fuese el responsable de lo que aconteció luego.

Lo cierto es que el Enemigo conocía aquel sitio y esto no lo ignoraban los miembros de la Casa de Tharsis: según la saga familiar, en efecto, en el lugar donde se levantaba la Capilla del Cerro Candelaria, los Inmortales Bera y Birsa habían asesinado a las Vrayas mil setecientos años antes. De allí que los Señores de Tharsis pensasen en cambiar el punto de aprovisionamiento; pero la intensa vigilancia que mantenían sobre Aracena no revelaba movimiento alguno en dirección de la Capilla y las cosas siguieron así durante los cuatro años siguientes. Cada tres o cuatro meses el Noyo Godo descendía de la sierra en forma sorpresiva e imprevisible y procedía a transportar las provisiones a la Caverna Secreta; y solamente una vez al año establecía contacto con alguno de los Señores de Tharsis. Pero las noticias eran invariablemente las mismas: los Templarios no efectuaban ningún movimiento en aquella dirección. Mas, aunque no actuasen, ahora estaban allí, demasiado cerca, y su presencia constituía una amenaza que se percibía en el ambiente.

Naturalmente, los Templarios no actuaban porque estaban esperando a los Inmortales. Y Aquellos, finalmente llegaron, ciento cuarenta años después del asesinato de Lupo de Tharsis en la Fortaleza de Monzón. Un barco de la armada templaria, proveniente de Normandía, los desembarcó en Lisboa en 1268 junto al Abad de Claraval, el Gran Maestre del Temple, y una custodia de quince Caballeros. El Gran Maestre explicó a la Reina Beatriz que la expedición tenía por destino el Castillo de Aracena, donde se iba a nombrar un Provincial, obteniendo todo su apoyo y la consecuente autorización del Rey Alfonso III; la presencia de Bera y Birsa no fue notada allí porque simulaban ser hermanos sirvientes y vestían como tales. Días después los viajeros tomaban la antigua carretera romana que iba desde Olisipo (Lisboa) a Hispalis (Sevilla) y pasaba por Corticata (Cortegana), a pocos kilómetros de Aracena.

Ya en Aracena, los Inmortales aprobaron todo lo hecho por los Templariosen cuanto a la edificación del Castillo. En el interior de la iglesia, en el piso del ábside, estaba la puerta trampa que comunicaba con la Cueva de Odiel: en verdad, la Cueva no se hallaba exactamente abajo de la iglesia sino que había que llegar a ella por un túnel en rampa, al que se accedía por una escalera de madera desde el ábside. Pero Bera y Birsa pasaron por alto los detalles de la construcción pues su interés mayor radicaba en la Cueva. La exploraron palmo a palmo, durante horas, hablando entre ellos en un lenguaje extraño que sus cuatro acompañantes no se atrevían a interrumpir; estos eran el Abad de Claraval, el Gran Maestre del Temple, ambos Golen, y dos Preceptores templarios “expertos en lengua hebrea”, vale decir, dos Rabinos, representantes del Pueblo Elegido. Al parecer, la inspección había arrojado resultados positivos; eso lo adivinaban por las expresiones de los Inmortales pues estos eran sumamente parcos en todo lo que se refería a la Cueva y a su presencia allí. En todo caso, sólo hicieron una solicitud: que se adaptase a cierta forma simbólica, que describieron con precisión, el espejo de un pequeño lago subterráneo, el cual estaba nutrido por un hilo de agua de ínfimo caudal. También se debía interrumpir momentáneamente aquel afluente, desviando el erosionado canal de alimentación. Y había que distribuir en determinados lugares, en torno del lago, siete candelabros Menorah.

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