Creo que así terminaba mi última narración pseudobiográfica. (con acento en el pseudo).
El enorme cambio que significó en nuestras vidas la decisión política de sustituir la dirección de los colegios-hogares por monjas, quitando radicalmente de un día a otro la presencia de las mujeres de la Sección Femenina, sólo lo pueden saber los que lo sufrimos (empleo el masculino plural, porque también había hogares para muchachos en nuestras mismas condiciones), aunque la adaptación cada uno la llevó según su idiosincrasia, si es que teníamos de eso. Estábamos tan acostumbrados a las formas cuasi-castrense anteriores que, ya sabíamos que éramos "chusma", "escoria", "carne de cañón" entre otras lindezas que se nos dedicaban a diario. El frío, los sabañones, las pulgas, los piojos, el calor, los regletazos en las manos con los dedos juntos y hacia arriba, la patadas de aquella enana que, como no alcanzaba a pegarnos, nos mandaba poner de rodillas, para poder desahogar su furia sobre nuestros traseros.
Todo eso se terminó. Pero quién piense que aquello mejoró nuestras vidas, está en un error. Se acabaron los castigo físicos y los insultos. Y empezó un intenso tratamiento centrado en nuestras almas. Y las normas inamovibles: silencio absoluto la mayor parte del día que, sólo podías romper si te cruzabas con alguna monja en algún pasillo; para eso estaba el saludo-jaculatoria: "Viva Jesús" a lo que se te contestaba "Viva María". Y si, por casualidad, te cruzabas con la misma monja en el mismo pasillo, volviendo ambas de dónde fuera, la jaculatoria se repetía.. Y si te cruzabas veinte veces, otras tantas tenías que recitar lo mismo.
Misa a las 7,30 con más sueño que devoción. Nunca, y mira que lo intenté, le encontré sentido a esa misa antes del café que era lo que realmente nos apetecía. Me movía como una autómata, algunas veces previo tirón de manga de alguna compañera, porque yo ya había perdido el ritmo y me sentaba cuando no era, me ponía de pié cuando tocaba sentarse y empezaba a moverme de forma ruidosa porque me había entrado las ganas de irme. Mientras veía con qué facilidad algunas compañeras seguían la misa con una atención sublime y se ponían en fila en el pasillo para una a una abrir la boca y hacían unos gestos raros para no tocar la hostia con la lengua que era un "desprecio a Nuestro Señor", había que tragarla desde la mano del sacerdote, al que yo me imaginaba como un tirador de disco, tratando de tirar la hostia directa a la campanilla. Cuando se me ocurría alguna de estas ideas,, no tenía más remedio que reir e intentaba disimularlo cantando muy fuerte, que era lo que hacíamos las carentes de la suficiente piedad como para disimular el trance místico que a ellas les era tan fácil. Y, si queríamos hablar, cosa imposible hasta después de desayunar, habíamos desarrollado un sistema de comunicación casi imperceptible a base de gestos, limpieza de nariz de una a diez veces, tos más alta o más baja, según lo que quisieras trasmitir. Mientras, las que habían comulgado, adoptaban una postura de oración, con los dedos entrecruzados y mirando con ojos totalmente abiertos a la virgen que presidía la capilla. Para mí un tormento que me hacía añorar tiempos pasados como vividos en el paraíso.
Los recreos robados a base de sermones de la monja asistente, que era la que se encargaba de un grupo, que aprovechaban el poco tiempo que nos daban para correr, jugar y lo que quisiéramos. Pero la monja siempre iba rodeada de cuatro o cinco que la escuchaban como si bebieran agua en el desierto. A lo largo de los siete años que duraban los estudios, tuvimos siete asistentes porque nunca se repetía la misma, obsesionadas siempre con apego, despego y tonterías que, escondían lo que ya he repasado en algún sitio, aquellas mujeres estaban obsesionadas con las relaciones amistosas. Ignoro el baremo con que medían la profundidad y peligro de nuestras interrelaciones. Es un secreto que se llevarán a la tumba. Pero eso ya lo hemos contado.
Cualquier rezo o efemérides valía o para prolongar la misa con un adormedor sermón del cura, o, y esto sí levantaba protestas airadas de todas, quitándole tiempo al estudio, porque había novena, triduo, rosario, el tamtum ergo. Yo aprovechaba para ejercitar mi latín, traduciendo la letra de lo que otras cantaban.
Y, las contínuas caras serias que dedicaban las asistentes a las que no respondíamos a su ideal de cómo tendríamos que ser. Nunca, nunca se nos preguntó cómo nos habían educado hasta entonces porque, pienso yo, no querían oir la verdad. Para nuestra mala suerte, nosotras éramos su primer experimento, o sea el primer grupo que haría los siete cursos bajo su tutela y éramos un reto que ellas querían ganar y que, según ellas, nosotras estábamos dispuestas a que fracasara. Las de cursos superiores no es que estuvieran desatendidas, pero, bajo el esquema mental de sus caridades, eran casos un poco desesperados porque estaban más contaminadas. Yo, a veces, pensaba:"¿De dónde pensarán que venimos? ¿Creerán que nos han traído del cielo para que ellas hagan un milagro?"
Porque era esto precisamente lo que querían. Convertir a diez o doce salvajes (no estábamos muy lejos de los jíbaros en su consideración) en devotas cristianas. Pero carecían de cariño, eran incapaces de trasmitir nada que no fueran exigencias y órdenes. Eran autoritarias, lejanas y se sentían llamadas a hacer el milagro y poder demostrar a sus distintas comunidades el triunfo de su educación. Si no consiguieron el milagro, fue por falta de amor, no tenían el amor necesario para convencernos o por lo menos querer parecernos un poco a ellas. Sólo irradiaban frialdad, mucha frialdad en la que, por otra parte, nosotras nadábamos como el pez en el agua. Había, hubo y todavía hay algunas compañera que sí lograron conectar con alguna y que han seguido visitándolas. Yo ni lo intenté ni lo intentaría ahora. Las personas frías, calculadoras que planean un orden de batalla para conseguir lo que sea y lo llevan a cabo sin compasión y pidiendo, además, agradecimiento, me dan miedo, me ponen en fuga.
Lo que acabo de escribir es una verdad absoluta, como también lo es que una y otra vez a lo largo de mi vida he caído en manos de muchas personas así. En realidad, me lo explicó, entre otras cosas valiosas, el psiquiatra al que acudí cuando por primera vez me dí cuenta de que nada de lo que me rodeaba lo había decidido yo, simplemente seguí como cada una de las gotas de agua que forman el caudal de un arroyo, seguí la corriente hasta que ya no pude más.
El Dr, Basurte y no me importa decir su nombre porque seguro que a él tampoco le importa, era catedrático de Psicopatología y mi profesor cuando, sin saber a quién acudir, le pedí una cita y a los diez minutos de escucharme, me dijo: "Déjalo, porque estás sufriendo y yo ya me he hecho una idea. Y ¿sabes qué? lo raro es que todavía conserves un poco de lucidez con lo que me estás contando. Bueno, estamos a tiempo de arreglar muchas cosas y lo haremos. Pero, esa gran tristeza que has ido acumulando tienes que hacerte a la idea de que te durará siempre. Y que le tienes que echar el mismo valor que llevas echando durante tanto tiempo. Porque aquí hay que cortar como los cirujanos. Pero mira, tienes algo que mucha gente no tiene: conoces al dedillo el mundo femenino y tienes tal grado de empatía con ellas que siempre podrán contar contigo. Claro que por otra parte, el mundo masculino no lo conoces ni creo que lo llegues a conocer y caerás siempre en las mismas trampas. Ningún hombre te planteará nunca más un reto a nivel de razón, pero caerás siempre, siempre que te ataquen por el camino afectivo". " Y eso por qué?" "Por que tienes expresión de perro abandonado",Y, desde aquel día, siempre que lo he necesitado, ha estado conmigo. Incluso, en mi primer intento de suicidio. Por aquel entonces el suicida era condenado con cárcel. Mi doctor, avisado por mi madre, me recogió del hospital y me llevó a su Clínica hasta que las cosas se fueron calmando. Y, poner las cosas en claro me costó muchas lágrimas y penas. Y mientras lloraba preparé mis oposiciones a la Enseñanza y las aprobé y pude dejar aquella oficina siniestra para la que también había tenido que opositar, porque el arroyo me llevó en aquella dirección. Una dirección que nunca debería haber seguido.
Y, mientras escribo, parece que no es sobre mí. Me parece que todo esto le sucedió a alguien que conozco y en quien no me reconozco.
Pero esto es sólo un pequeño ejemplo de los lodos que se derivaron de aquellos polvos. Hay un ejemplo "más peor", a, a lo mejor, os lo cuento otro día y que tienen que ver con las consecuencias de tantas cosas en mis relaciones íntimas: Pero hoy ya he recordado bastante y ya no me apetece seguir.
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