sábado, 3 de diciembre de 2016

CUENTO ONÍRICO O SUEÑO LÚCIDO










¿CUENTO ONÍRICO O SUEÑO LÚCIDO?

Desde pequeña, me ha gustado irme a dormir pronto, no porque necesite más horas de sueño que los demás, sino porque, cuando acaba el día, haya sido bueno o malo, me gusta “inventar el mundo”. Desde siempre le llamé así y así lo sigo llamando ahora. Antes de dormir, me invento el mundo, fantaseo, sobre todo, con los sitios, árboles, pájaros, caminos que se cruzan y me hacen difícil la decisión de cuál tomar. Me gusta decidir por cuál de los cuatro senderos (generalmente son cuatro) y, según para dónde decida me van pasando cosas: encuentro fresas silvestres, moras para hacer mermelada, miro durante un rato al pajarillo que canta en una rama que me invento yo también. Mis pájaros tienen colores alegres y chillones y, en mi imaginación encuentro gorriones con los colores de un loro, por ejemplo, o algún animalillo de color morado, que yo interpreto como pena y me gusta cogerlos y darles calor contra mi pecho y ver cómo abre los ojos y los fija en mí con cariño, porque como el mundo es mío, en él pasan las cosas como yo quiero. A veces, algún árbol me llama. Me acerco a él y acaricio con suavidad su tronco rugoso y estoy un rato abrazada a él, hasta que sus hojas hacen un ruido que a mí me suena como el ronroneo de un gato. Me gusta ver y describir todas las gamas de los verdes que me rodean y me fijo en algunas hierbas que presentan un color por un lado y, por el otro, son más claro o más oscuro. Y, si levanto la vista, veo las copas de los árboles que, de lado a lado, parece que se unen, como si formaran un refugio en el que nada me puede pasar.
A veces me pregunto cómo verá mi bosque un daltónico que no reconozca el verde y lo vea como marrón, por ejemplo. Sería un mundo más triste que el mío y si tampoco ve el rojo o el azul ¿de qué color verá mi pájaro? Y, hasta puede que no vea mi animalillo morado y me lo pise y le haga daño. Por eso, según me voy quedando dormida, tengo siempre a mi animalito bien cobijado entre mis manos. El caso es que nunca sé de qué clase de animal se trata o si es una cría o es ya adulto. Por el día pienso que, a lo mejor, es simplemente un ratoncito de monte, que son más limpios que los de ciudad. Pero no lo sé.
En mi mundo estoy yo sola y represento a la humanidad. No quiero que ningún humano entre porque, dónde hay dos humanos hay que hablar y los pájaros se callan, además querrían encender fuego porque tendrían frío y mis árboles tendrían que dejar de tocarse allá arriba para dejar salir el humo y pisarían la hilera de hormigas que van todas cargadas hacia sus agujeros, sin meterse con nadie, y mi animalito morado se escondería y no querría salir y no podría querer a mi árbol y me dirían que mi pájaro era un simple gorrión y no tenía colores y al final levantaríamos tanto la voz discutiendo que todo a nuestro alrededor se asustaría y habría un silencio de seres expectantes y callados. No, en mi mundo inventado no hay nadie más que yo.
Por eso me extrañó tanto ver, de pronto, que, a lo lejos y por las cuatro sendas que tenía a mi vista, había gente que se acercaba despacio, “demasiado despacio” pensé mientras tapaba al animalito debajo de mi chaquetón. Poco a poco fui distinguiendo algunas figuras, pero eran muy raras: veía sus ropas como si cubrieran cuerpos, pero no distinguía los cuerpos ni las caras, ni las manos, ni los pies, a pesar de que los zapatos caminaban. Por las ropas, algunos eran militares, otros hombres civiles con paso cansado, alguna mujer de la que distinguía la falda muy lejos de los zapatos “esa lleva minifalda”. Un poco después vi que todas las vestimentas estaban manchadas de sangre y algunas rotas en jirones que colgaban hasta el suelo. Reinaba un silencio pesado y mucho sufrimiento. No sé cómo pero percibí sufrimiento, rabia y un sentimiento como de frustración. Poco a poco, iban llegando a la confluencia de los cuatro senderos y allí se paraban sin saber hacia dónde ir. Un chiquillo, deduje por las dimensiones de sus pantalones, fue el único que se fijó en mí y se acercó:
- Y ahora ¿por dónde hay que ir?… oí su pregunta, pero era como si me hablara dentro de mi cabeza
Me encogí de hombros:
- No sé…. ¿dónde vais?. Este es mi sueño…. ¿de dónde venís?
- De ahí….. - y dándose la vuelta, me señalaba el sendero por el que había llegado.
- No, por ahí has venido…….pero ¿de dónde? - y supuse que me estaba mirando extrañado de mi pregunta- ¿con quién has venido? ¿quiénes son todos esos?
- No los conozco, tú sabrás…….
- ¿Yo? Yo no tengo ni idea….yo siempre estoy aquí sola. Y… además ¿por qué no tienes cuerpo? ¿Dónde lo has dejado?. No se puede ir por ahí con esa pinta.
- Es que estaba todo deshecho…..lo dejé allí.
- ¿Dónde es allí, dónde has dejado tu cuerpo?
- Pues ya te lo he dicho. Lo dejé allí y yo salí corriendo porque me dio miedo ¿tú sabes la que se ha liado allí?, Pregunta y verás.
Se volvió y debió de llamar a alguien, porque de aquel montón, que ya no era un grupo, no dejaban de llegar y empezaban a extenderse por fuera de los caminos, sobre el verde, pisando hojas que crujían, y los árboles gemían por la presión de tantas espaldas contra sus troncos. Los pájaros estaban mudos y como la multitud tampoco hablaba…. Bueno, pues de aquella muchedumbre se adelantó una figura con vestimentas que habían sido blancas y una especie de aro enrollado en lo que tendría que estar la cabeza. Pero las ropas no tapaban nada o, por lo menos, yo veía una especie de basurero llenos de trozos de tela por todas partes.
Así que la chilaba y el turbante flotaron hacia mí. Antes de poder saludarle, una voz de trueno resonó en mi cabeza:
- ¿Qué hace aquí una mujer sola? ¿y por qué llevas tan poca ropa?
- ¿Por qué grita? Asustará a mis animales. Yo siempre que quiero estoy aquí. ¿Qué hace Vd. aquí? Bueno, suponiendo que sea Vd. alguien, porque yo lo veo muy traslúcido.
- ¿Dónde está tu marido? Y el turbante se volvía a todas partes.
- No tengo marido…… además a Vd. qué le importa?. El chaval dice que no sabe por dónde ir.
- Vamos a reunirnos con Alá.
- Ah, son musulmanes……. ¿y toda esta gente? ¿por qué son todos trasparentes? Podían quitarse los harapos, porque vaya pinta que llevan…….
- Yo no sé quién es esa gente…. No los conozco….. no son mis hermanos
- ¡¡¡ Cómo van a ser sus hermanos!!!! Ni que su madre fuera una coneja…… pero han venido con Vd., pensé que todos irían al mismo sitio.
- ¡¡¡¡ No blasfemes, mujer !!!! -me empezaba a fastidiar a mí el turbante de las narices-
- ¡¡¡¡¡ que no me chille !!!!
- Basta de charla, dijo el turbante, dinos por dónde se va al cielo de Alá.
- Las pocas personas que han pasado por aquí, hasta ahora, cada una ha ido por dónde han querido y no ha regresado ninguna.
- ¿Por qué?
- Yo qué sé….. se han ido y no han vuelto.
- Mujer !!!, ¡¡¡ no servís para nada !!!. Reconozco que me enfadé, a lo mejor más de lo normal, pero me enfadé.
- Oye, tú, mustafá. Como me vuelvas a ofender te pego un garrotazo (de pronto yo tenía una garrota en la mano) y te disperso los átomos…… y te vas a quedar como la radiografía de un silbido.
Y, levantado la voz todo lo que pude, con un tono enfadado:
- ¡¡¡ vamos a ver !!! ¿Es que no sabéis que todos los caminos van a Roma? Quitaos esos andrajos que estáis pa´una película de romanos. Total, os habéis “quedao” en la mínima expresión. Todos sois “remedio contra concupiscencia” y ya me estaba riendo casi a carcajadas, porque el espectáculo era más ridículo que macabro- y no me dejéis ni una huella…… hala, todos fuera.
Y, en un instante, nadie había y cada cosa estaba estaba en su sitio, hasta mi animalito morado.

¡¡¡ lo que me faltaba!!!, pensé divertida, tener alucinaciones cuando estoy durmiendo. Tengo que leer más despacio y parar entre párrafo y párrafo, porque, si no, no voy a saber lo que quiero saber, si es que al final sé qué era lo que tenía que saber.

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