jueves, 29 de diciembre de 2016

50 COSAS QUE HAY QUE SABER DE FILOSOFÍA (IV)

08 ¿Cómo es ser un murciélago?

«Imagina que tuviéramos unas membranas en los brazos que nos permitieran volar al caer el sol y cazar insectos con la lengua al alba; que tuviéramos un vista muy limitada y percibiéramos el mundo circundante mediante un sistema de emisión de signos de alta frecuencia sonora; y que pasáramos el día colgados cabeza abajo en el techo de un ático. Hasta donde alcanza mi imaginación (que no es mucho), esto sólo me dice cómo sería para mí comportarme como un murciélago. Pero no se trata de eso. Lo que quiero saber es cómo es ser un
murciélago para un murciélago.»

En la filosofía de la mente el artículo del filósofo norteamericano Thomas Nagel escrito en 1974 y titulado « ¿Cómo es ser un murciélago?» ha sido quizás más influyente que cualquier otro artículo publicado recientemente. Nagel recogió de forma sucinta la esencia del malestar que a muchos filósofos les infundían las tentativas recientes de análisis de la vida mental y de la conciencia en términos puramente físicos. Ello explica que su artículo se haya convertido en casi un tótem para los filósofos insatisfechos con semejantes explicaciones fisicalistas, y con las teorías de la mente reduccionistas.

La perspectiva del murciélago 

El principal argumento de Nagel es que existe el « carácter subjetivo de la experiencia» —una cosa es ser un organismo particular, otra es serlo, de un modo determinado, para ese organismo— de lo que nunca se da cuenta en tales explicaciones reduccionistas. Consideremos el caso de un murciélago. Los murciélagos vuelan y cazan insectos en la oscuridad gracias a un sistema de ultrasonidos, de ecolocalización, según el cual emiten chillidos de alta frecuencia y detectan sus ecos tras rebotar en la superficie de los objetos circundantes. Esta forma de percepción es completamente distinta a cualquiera de nuestros sentidos, de modo que es razonable suponer que se trata de una subjetividad completamente distinta de cualquier cosa que seamos capaces de experimentar. En efecto, existen experiencias que como humanos nunca podremos experimentar; existen hechos de la experiencia cuya naturaleza exacta está fuera del alcance de nuestra comprensión. La incomprensión esencial de estos hechos se debe a su naturaleza subjetiva, al hecho de que, en esencia, entrañan un punto de vista singular.


Entre los filósofos fisicalistas existe una tendencia acitar ejemplos de reducciones científicas eficaces—por ejemplo, el análisis del agua como H20, o de la luz como descarga eléctrica—, y a sugerir a partir de estos ejemplos que existen casos similares
para el análisis de los fenómenos mentales  considerados como fenómenos físicos. Nagel discute esta posibilidad: el éxito de este tipo danálisis científico consiste en conseguir una gra                                                                                                                                                                                                              

objetividad a fuerza de abandonar el punto de vista subjetivo: y precisamente la omisión de este elemento subjetivo en las teorías fisicalistas de la mente las convierte en incompletas e insatisfactorias. 


«Sin la conciencia   el problema del cuerpo y la mente seria mucho menos interesante. Con la conciencia parece
 no permitirnos albergar ninguna esperanza.»
Thomas Nagel, 1979

                                                                                                                    
Nagel concluye que « el modo en que podría revelarse el verdadero carácter de las experiencias en las operaciones físicas es un misterio» , y eso es todo lo que la ciencia nos ofrece.

Lo que Mary no sabe 

Nagel parece contentarse con dejar el asunto como un misterio, con evidenciar la incapacidad de las teorías fisicalistas recientes para dar cuenta del elemento subjetivo que parece esencial a la conciencia. Además, afirma oponerse sólo a los planteamientos reduccionistas, no al fisicalismo como tal. Pero el filósofo australiano Frank Jackson pretende ir más lejos. En un artículo muy polémico del año 1982 titulado « Lo que Mary no sabe» , plantea un experimento mental sobre una chica que conoce cualquier estado físico imaginable sobre el color. Pues bien, si el fisicalismo estuviera en lo cierto, arguye Jackson, Mary conocería todo lo que hay que conocer. Pero resulta que hay cosas (hechos) que no conoce en absoluto: no sabe cómo es ver los colores; ha aprendido cómo es ver el rojo (etcétera). Jackson concluye que existen hechos que no son, y no pueden ser, captados por una teoría física (los que no son físicos), y en consecuencia que el fisicalismo es falso.
Mary en blanco y negro

Desde que nació, Mary se encontraba confinada en una habitación en blanco y negro, en la que nunca se la había expuesto a nada que no fuera negro, blanco o de algún otro tono en la escala de grises. Recibió efectivamente educación, a pesar de ser muy peculiar, y mediante la
lectura de libros (sin colores, por supuesto) y el visionado de conferencias en blanco y negro en una televisión, terminó convirtiéndoseen una de las mayores científicas mundiales. Aprendió literalmente todo lo que había que aprender (y todo lo que hasta entonces se hubiera podido conocer) sobre la naturaleza física del mundo, sobre nosotros y nuestro entorno. Y, por fin, llegó el día en que se liberó a Mary de su habitación monocroma dejándola salir al mundo exterior. ¡Qué impresión le causó! Veía los colores por primera vez. De pronto supo cómo era ver el rojo, el azul, el amarillo. De modo que, a pesar de conocer todos los hechos físicos relativos al color, había cosas sobre el color que no sabía.

Moraleja:
1) hay hechos que no son físicos;
2) ten cuidado con los padres que escoges.

Naturalmente el argumento de Jackson no ha persuadido a los físicalistas convencidos. Las objeciones se dirigen en primer lugar al estatus de lo que él llama « hechos que no son físicos» : algunos críticos aceptan que son hechos pero niegan que no sean físicos, mientras que otros afirman rotundamente que no son hechos. El origen de estas objeciones generalmente se debe a que Jackson se opone al fisicalismo de antemano: si el fisicalismo es cierto, y Mary conoce todos los hechos físicos que quepa conocer acerca del color, entonces conocerá por añadidura todo lo que cabe conocer sobre la rojez, incluidas las experiencias subjetivas asociadas a esa condición. Además, el modo en que Jackson utiliza los estados psicológicos de Mary para establecer la distinción necesaria entre los hechos físicos y los que no lo son hace sospechar que el argumento incurre en la « falacia del hombre de la máscara» 

El hombre de la máscara

De acuerdo con la ley leibniziana de la « identidad de los indiscernibles» , si dos cosas, A y B, son idénticas, entonces cada propiedad de A será también una propiedad de B; y por lo mismo, si A tiene una propiedad de la que carece B, entonces A y B no son cosas idénticas. Pues bien, Bertie piensa que Bono es la estrella del rock más brillante que existe en el mundo, pero no tiene opinión acerca de Paul Hewson (no sabe que, de hecho, ése es el nombre original de Bono). Ello implica que Bono posee una propiedad de la que carece Paul Hewson —la propiedad de ser
considerado como la estrella del rock más brillante del mundo— y, por lo tanto, de acuerdo con la ley de Leibniz, Bono no es la misma persona que Paul Hewson. Pero sí lo es, de modo que algo falla en el argumento. El problema se debe a la llamada « falacia del esencialmente hombre de la
máscara» : ignoro quién es el hombre de la máscara; sé quién es mi hermano; por lo tanto mi hermano no es el hombre de la máscara. El origen de la falacia se encuentra en el hecho de que los puntos de vista subjetivos, o nuestras creencias, no constituyen propiedades reales de una cosa: podemos conocer algo a partir de distintas descripciones, en la medida en que distintas personas pueden creer cosas distintas sobre la misma cosa.

Ahora bien ¿el experimento mental de Frank Jackson incurre en la falacia del hombre de la máscara? Los críticos fisicalistas sostienen que Jackson usa un « tipo equivocado» de propiedad para establecer una dualidad entre los hechos físicos y los que no lo son. Pero en realidad, prosiguen, sólo existe un tipo de hechos (los físicos) sobre los que pueden darse distintas descripciones, subjetivas: dos formas distintas de mirar lo mismo.

Con independencia de la fuerza de los argumentos contra Mary, resulta difícil evitar la impresión de que tanto Jackson como Nagel metieron el dedo en algún sitio (o de que, en las versiones que el fisicalismo ha propuesto hasta la fecha, falta algo esencial). Tal vez sólo pueda concluirse que el propósito de remitir la conciencia a una explicación meramente física del mundo todavía tiene mucha vida por delante.

La idea en síntesis: ¿la mente de un murciélago?

09 El test de Turing

Parry: Los polis detienen a la gente equivocada. 

Entrevistador: A veces
detienen a los que toca.

Parry: La ley debería pillar a los chorizos de los italianos.

Entrevistador: ¿Usted es italiano?

Parry: Soy de origen británico, pero nací en este país. 

Entrevistador: ¿Conoce usted a chorizos italianos?

Parry: Intento evitar los bajos fondos.

Entrevistador: ¿Le dan miedo los bajos fondos?

Parry: Los de la maña son los peores gángsters. 

Entrevistador: ¿Tiene
relaciones con la mafia?

Parry: Digamos que me conocen.

Entrevistador: ¿Cómo le conocen?

Parry: Me espían.

Entrevistador: ¿Por qué?

Parry: Quieren conseguir pruebas falsas para incriminarme. 

Entrevistador: ¿Qué tienen contra usted?

Parry: Me están esperando fuera.

Se diría que Parry está en apuros ¿no es cierto? Tal vez, pero su principal problema no es la mafia, sino… el hecho de ser un programa informático.
Creado en 1971 por un psiquiatra de la Universidad de Stanford, Kenneth Colby, Parry fue creado para responder a preguntas del modo en que lo hace un esquizofrénico que padece la fijación paranoica de estar en el punto de mira de la mafia.
A Parry lo interrogaron junto con unos cuantos pacientes auténticamente paranoicos y los resultados fueron luego evaluados por un equipo de psiquiatras. Ningún médico de ese equipo adivinó que Parry no era un paciente real.

¿Es posible que Parry piense?

Veinte años antes del nacimiento de Parry, en 1950, el matemático inglés pionero en la informática, Alan Turing, escribió un artículo capital en el que proponía un test para determinar si era posible que una máquina pensara. El test, basado en un juego de grupo que se llamaba el juego
de imitación, requería un interrogador que se comunicase con otro humano y con una máquina,ambos físicamente separados del interrogador, mediante una especie de conexiones electrónicas. 

«Creo que a finales de siglo
[XX] el uso de las palabras
y la opinión general de la
gente educada se habrá
transformado tanto que
seremos capaces de hablar
de máquinas pensantes sin
que se nos contradiga.»
Alan Turing, 1912-1954




El interrogador no podía hacer ninguna pregunta para diferenciar a la máquina del humano, y si tras un determinado período de tiempo era incapaz de distinguirlos se suponía que la máquina había superado el test.

¿Pasó Parry el test? 

En realidad, no. Para funcionar como un test de Turing adecuado, el equipo de psiquiatras (que aquí hacen el papel del interrogador) debería haber sabido que uno de los pacientes era de hecho un ordenador y que la tarea era identificarlo. En cualquier caso, Parry se hubiera delatado enseguida si hubiera sido sometido a un interrogatorio más largo. El propio Turing creía que a finales del siglo XX los avances en la programación informática habrían alcanzado un punto en el que no existiría más que un 70% de posibilidades de identificar correctamente la diferencia después de cinco minutos de entrevista, aunque de hecho el progreso haya ido bastante más despacio de lo que él predijo. Hasta el momento ningún programa informático ha estado cerca de superar el test de Turing.

Turing propuso su test para evitar la pregunta « ¿Las máquinas pueden pensar?» , que consideraba demasiado imprecisa como para que mereciera la pena contestar, pero el test se acepta hoy comúnmente como un criterio mediante el que juzgar si un programa es capaz de pensar (o « tiene mente» o « muestra inteligencia» de acuerdo con la prueba). Como tal, los defensores (científicos y filosóficos) de una « IA (inteligencia artificial) fuerte» —la tesis de que las computadoras debidamente programadas poseen mente (no sólo son simulaciones de una mente) en el mismo sentido en que la tienen los humanos— consideran el test como un punto de referencia.
La habitación china 

El filósofo norteamericano John Searle planteó en 1980 un experimento mental que supuso el desafío más decisivo al test de Turing. En él, Searle se imaginaba a sí mismo —un hablante inglés que no sabe una palabra de chino— confinado en una habitación en la que le pasaban textos escritos por tandas. Le habían proporcionado un montón de símbolos chinos y una voluminosa guía en inglés en la que se explicaba cómo tenía que combinar determinados símbolos para devolver la respuesta a las series de símbolos que le mandaban por tandas. Con el tiempo adquirió tal destreza en la tarea que, desde el punto de vista de alguien del exterior, sus respuestas eran indistinguibles de las de un hablante nativo de chino. Es decir, el toma y daca entre el interior y el exterior de la habitación era exactamente igual que si hubiera existido una plena comprensión del chino. No obstante, lo único que él estaría haciendo sería manipular signos formales ininteligibles, pues no entendía nada.
«Al final se reconocerá que
las actuales tentativas de
entender la mente por
analogía con las
computadoras artificiales
que pueden interpretar
magníficamente algunas de
las mismas tareas externas
que los seres conscientes
son una pérdida de tiempo
garrafal.»
Thomas Nagel, 1986



Producir mensajes correctos en respuesta a los que recibe, de acuerdo con las reglas que
le proporciona un programa (equivalente a la guía en inglés de Searle), es exactamente lo que hace una computadora. Searle sugiere que, del mismo modo que el individuo de la habitación china, un programa informático, aunque más sofisticado, no es más —y nunca puede ser más— que un manipulador de signos desprovisto de mente; es esencialmente sintáctico —se atiene a unas reglas para combinar símbolos— pero no puede comprender el significado, la semántica. Del mismo modo que en la habitación china no se produce ninguna comprensión, tampoco se produce en el programa informático: no hay comprensión, ni inteligencia, ni mente; lo único que se da es una simulación de todos estos procesos.

Superar el test de Turing es fundamentalmente cuestión de proporcionar las respuestas adecuadas a los mensajes recibidos, de modo que, a la luz de la habitación china, la pretensión del test de permitir determinar si una máquina piensa queda minada. Y con la caída del test de Turing, también se hunde la tesis central de la IA fuerte. Pero éstas no son las únicas bajas. Existen dos
aproximaciones más a la filosofía de la mente que quedan invalidadas si se acepta el planteamiento de la habitación china.

En la cultura popular Arthur C. Clarke se crey ó a pies juntillas la predicción de Alan Turing. Cuando en 1968 colaboró con Stanley Kubrick en 2001. Una odisea en el espacio creó una computadora inteligente que se llamaba HAL (cada una de las letras es la anterior a la de las siglas de IBM). En la película, a ninguno de los humanos le sorprende que una máquina pensante dirija su viaje en el espacio.

Problemas del behaviorismo y del funcionalismo 

La idea central del behaviorismo consiste en que los fenómenos mentales pueden traducirse, sin que se pierda nada de su contenido, en tipos de comportamiento o en disposiciones a determinados comportamientos. Así, decir que alguien siente dolor es una forma abreviada de decir que está sangrando, retorciéndose, etc. Es decir, los hechos mentales se definen en términos completamente externos, como registros (inputs) y respuestas (outputs) observables, el valor de las cuales es negado explícitamente por la habitación china. Desde la clásica exposición que brindó Gilbert Ryle , el behaviorismo ya había sido sometido a innumerables objeciones antes de la aparición de Searle. Su importancia actual se debe sobre todo a que fecundó una doctrina que es la teoría de la mente más unánimemente aceptada: el funcionalismo.

El funcionalismo, que resuelve algunos de los problemas del behaviorismo, afirma que los estados mentales son estados funcionales: un determinado estado mental se identifica como tal en virtud del papel o de la función que tiene en relación con varios registros (inputs) (sus típicas causas), los efectos que produce en otros estados mentales y las varias respuestas (outputs) (sus típicos efectos en los comportamientos). Si usamos una analogía informática, el funcionalismo (como el behaviorismo) es una « solución de software» a la teoría de la mente: define los fenómenos mentales como registros (inputs) y respuestas (outputs), sin tener en cuenta el hardware (dualista, fisicalista, o cualquier otro) en el que opera el software. Naturalmente, el problema es que analizar los registros y las respuestas parece abocamos a recaer en la habitación china.

La idea en síntesis: ¿te has sometido al test alguna vez?


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