05 Razón y experiencia
¿Cómo llegamos a conocer las cosas? ¿Adquirimos conocimientos principalmente a través del uso de razón? ¿O la experiencia recabada a través de nuestros sentidos juega el papel má significativo en la manera en que conocemos el mundo? La oposición entre razón y experiencia como principio fundacional del conocimiento ha teñido la mayor parte de la historia de la filosofía occidental. Constituye específicamente la manzana de la discordia entre dos tendencias filosóficas muy influyentes: el racionalismo y el empirismo. Tres distinciones clave Para entender lo que está en juego en las teorías racionalistas y empiristas del conocimiento, resulta útil tener en cuenta tres
distinciones clave que utilizan los filósofos para elucidar sus diferencias. a priori versus a posteriori
Algo es cognoscible a priori si puede ser conocido sin remisión a la experiencia, es decir, sin ninguna investigación empírica de cómo ocurren realmente las cosas en el mundo: « 2 + 2 = 4» es algo que conocemos a priori: no es preciso observar el mundo para establecer su verdad. Por el contrario, cuando se requiere tal investigación nos encontramos ante algo únicamente cognoscible a posteriori; así « el carbón es negro» , aun siendo cierto, es una verdad a posteriori: para verificarla es necesario mirar un pedazo de carbón.
analítico versus sintético
Una proposición es analítica si no proporciona ninguna otra información que la que ya contienen los significados de sus términos. La verdad de la afirmación « Todas las solteras no están casadas» es evidente tan sólo en virtud de la comprensión del significado y de la relación entre las palabras usadas. En cambio, la afirmación « Todas las solteras son desdichadas» es sintética: reúne (sintetiza) distintos conceptos y así proporciona información significativa (o, en este caso, desinformación). Para establecer si es verdadera o no sería necesario indagar el estado mental de cada mujer soltera.
necesario versus contingente
Una verdad necesaria es la que no puede ser de otro modo: debe ser verdadera en todas las circunstancias o en todos los mundos posibles. Una verdad contingente es verdadera pero podría no haberlo sido si las cosas en el mundo hubieran sido distintas.
«El pilar en que se apoyan
las matemáticas es
puramente metafísico.»
Thomas de Q uincey, 1830
Por ejemplo, la afirmación « La mayoría de los chicos son gamberros» es contingente: puede ser cierta o no serlo, dependiendo de cómo se comporten la mayoría de los jóvenes. En cambio, si es cierto que todos los chicos son gamberros y Ludwig es un chico, es necesariamente verdadero (en este caso es una cuestión de lógica) que Ludwig es un gamberro.
Las preocupaciones kantianas
La distinción entre analítico/sintético tiene sus orígenes en la obra del filósofo alemán Immanuel Kant. Uno de sus principales objetivos en la Crítica de la razón pura es demostrar que existen ciertos conceptos o categorías del pensamiento, como el de sustancia y el de causa, que no podemos aprender del mundo pero de los que precisamos para que tenga sentido. El principal tema en Kant es la naturaleza y la justificación de estos conceptos, y del conocimiento sintético a priori a que dan lugar.
Parece existir un evidente paralelismo entre estas distinciones: así, a primera vista, cuando un juicio analítico es verdadero, lo es necesariamente y es conocido a priori; y cuando un juicio sintético es verdadero, lo es de un modo contingente y es conocido a posteriori. Sin embargo, de hecho, las cosas no son tan claras, y la principal diferencia entre empiristas y racionalistas puede establecerse a partir del modo en que disponen estos términos. Así, la tarea de los racionalistas consiste en mostrar que existen juicios sintéticos a priori, es decir, que es posible descubrir racionalmente, sin recurso a la experiencia, hechos significativos o dotados de sentido sobre el mundo. Por el contrario, el propósito de los empiristas suele ser mostrar que los hechos a priori, como los de las matemáticas, son analíticos .
Alternativas a la fundamentación
Los racionalistas y los empiristas pueden diferir en muchos puntos, pero están de acuerdo al menos en que existe una base (la razón o la experiencia) en la que se funda nuestro conocimiento. Así, por ejemplo, el filósofo escocés del siglo XVIII David Hume criticaba la quimérica busca cartesiana de una firme certeza racional que le permitiera afirmar todo nuestro conocimiento, incluida la veracidad de nuestros sentidos. Pero Hume no niega que exista alguna base, sino simplemente que tal fundamentación pueda excluir nuestra experiencia corriente y los sistemas de creencias naturales.
El campo de batalla de las matemáticas
En el conflicto entre el empirismo y el racionalismo, las matemáticas se han convertido en el campo de batalla donde han tenido lugar las luchas más encarnizadas. Para los racionalistas, las matemáticas siempre han ofrecido un paradigma del conocimiento, al presentar un reino de objetos abstractos en el que los descubrimientos pueden tener lugar mediante el exclusivo ejercicio de la razón. Un empirista no puede permitir no cuestionar esta posición, de modo que está obligado o bien a negar que los hechos matemáticos puedan conocerse de este modo, o bien a mostrar que tales hechos son esencialmente analíticos y triviales. La última de las opciones normalmente consiste en argumentar que los presuntos hechos abstractos de las matemáticas son, en realidad, constructos humanos y que el pensamiento matemático es, en el fondo, el producto de la convención: en última instancia descansa en el consenso, no en el descubrimiento; se trata de pruebas no de la verdad.
De modo que tanto el racionalismo como el empirismo tienen una vocación fundamentadora común, pero hay otras aproximaciones que prescinden de este supuesto básico. Una alternativa que ha tenido un gran influjo es el coherentismo, en el que el conocimiento es considerado como una trama de creencias, cuyos hilos forman un tejido o una estructura coherente. Sin embargo, sigue siendo una estructura sin un fundamento único, de ahí el principio del coherentismo: « todo
argumento requiere premisas, pero no existe nada que sea la premisa de todos los argumentos» .
Rivalidades europeas
Desde el punto de vista histórico, los empiristas ingleses de los siglos XVII y XVIII —Locke, Berkeley y Hume— suelen agruparse contra sus « rivales» continentales, los racionalistas Descartes, Leibniz y Spinoza. Pero como es habitual, tales categorizaciones simplistas oscurecen buena parte de los matices.
El arquetipo de un bando.
Descartes, suele manifestar su simpatía por las investigaciones empíricas, mientras que Locke, el arquetipo del otro bando, se muestra a veces dispuesto a conceder el espacio que los racionalistas quisieran atribuir a alguna forma de agudeza racional o intuición.
La idea en síntesis: ¿cómo conocemos?
06 La teoría tripartita del conocimiento
«Oh, vaya, qué giro inesperado», pensó Don mientras veía la detestable figura desplomarse contra la farola, y los rasgos perfectamente familiares de su rostro británico claramente visibles bajo la luz amarillenta. «Debería haber previsto que esta escoria aparecería. Bueno, ya lo sé… ¿A qué esperas, Eric? ¿No eras tan duro…?» Don estaba completamente concentrado en la figura
que tenía delante, y no oyó los pasos que se le acercaban por detrás. Ni sintió nada cuando Eric le propinó el golpe fatal en la nuca… ¿Sabía Don realmente que su asesino Eric se encontraba en el callejón aquella noche? Don creía, en efecto, que se encontraba allí, y su creencia terminó siendo cierta. Disponía de todas las razones para creerlo: pero no tenía la menor idea de que Eric tuviera un hermano gemelo idéntico llamado Alee, y vio a un hombre perfectamente idéntico a Eric.
La definición platónica del conocimiento
Nuestra intuición nos indica que Don no sabía que Eric se encontraba en el callejón: pese a que Eric estaba efectivamente allí, Don creía que lo tenía delante y, en principio, su creencia estaba plenamente justificada. Pero al decir esto contrariamos una de las definiciones de la historia de la filosofía más consagradas.
En su diálogo Teeteto, Platón lleva a cabo una exhaustiva investigación sobre el concepto de conocimiento. La conclusión a la que llega es que el conocimiento es « una creencia verdadera con un logos» (es decir, con una « explicación racional» de por qué la creencia es verdadera), o simplemente « una creencia verdadera justificada» . Esta teoría del conocimiento, llamada tripartita, puede expresarse formalmente del siguiente modo:
Un individuo S conoce la proposición P si y sólo si:
1. P es verdadera.
2. S cree que P.
3. La creencia de S en P está justificada.
De acuerdo con esta definición, (1), (2) y (3) son condiciones necesarias y suficientes para el conocimiento. Las condiciones (1) y (2) se aceptan generalmente sin demasiada discusión: no es posible conocer una falsedad, y es necesario creer en lo que se pretende conocer. Además, muy pocos han cuestionado la necesidad de alguna forma de justificación adecuada, de acuerdo con lo que se establece en (3): si creo que Noggin ganará el Derby de Kentucky y apuesto por él en la lista de caballos y jinetes, nadie supondrá que yo lo sabía, ni siquiera si Noggin termina siendo el primero. Simplemente habré tenido suerte.
Gettier lo complicó todo
Como cabía prever, la atención se centró principalmente en la forma precisa y en el grado de justificación que requiere la condición (3), pero el esquema básico que proporciona la teoría tripartita se mantuvo vigente durante unos 2 500 años. Justo hasta que, en 1963, el filósofo norteamericano Edmund Gettier lo complicó todo de forma muy hábil. En un breve artículo, Gettier proporcionaba contraejemplos, en un espíritu similar al relato de Don, Eric y Alee, en los cuales alguien elaboraba una creencia simultáneamente verdadera y justificada —es decir, que reunía las tres condiciones estipuladas por la teoría tripartita— y que, no obstante, no permitía considerar como conocimiento lo que ese alguien pensaba que sabía.
El problema que plantean los ejemplos del tipo que ofrece Gettier es que en esos casos la justificación para sostener una creencia no se encuentra relacionada del modo adecuado con la verdad de esa creencia, de modo que su verdad es más o menos una cuestión de suerte. Desde entonces se han hecho muchos esfuerzos para intentar tapar el agujero que mostró Gettier. Algunos filósofos han cuestionado la totalidad del proyecto que pretende definir el conocimiento a
partir de las condiciones necesarias y suficientes. Pero, por lo general, las tentativas de resolver el problema de Gettier han consistido en proponer una escurridiza « cuarta condición» que permita reforzar el modelo platónico.
Muchas de las mejoras del concepto de justificación son de naturaleza « externalista» , y se centran en factores que se encuentran fuera de los estados psicológicos del conocedor putativo. Por ejemplo, una teoría causal insiste en que el paso de la creencia verdadera al conocimiento depende de que la creencia sea causada por factores externos pertinentes. La creencia de Don no puede considerarse conocimiento porque se encuentra causalmente relacionada con la persona equivocada (Alec, no Eric).
Desde la publicación del artículo de Gettier, la busca de un « parche» se ha desarrollado como una especie de carrera armamentística filosófica. Las tentativas de mejora de la definición tripartita han topado con una batería de contraejemplos destinados a mostrar que persiste algún fallo. Y las propuestas que, en apariencia, esquivan el problema de Gettier tienden a conseguirlo al precio de marginar una parte importante de lo que intuitivamente consideramos conocimiento.
¿Debería ser indefectible el conocimiento?
Una propuesta para la cuarta condición suplementaria a la teoría tripartita es que el conocimiento debería ser lo que los filósofos llaman « indefectible» . La idea es que no debería existir nada de lo que alguien pudiera conocer que invalidara las razones que tiene para creer en ello.
Así, por ejemplo, si Don hubiera sabido que Eric tenía un hermano gemelo idéntico, su creencia de que el hombre apoyado contra la farola era Eric no hubiera estado justificada. Pero, de acuerdo con el mismo razonamiento, si el conocimiento tiene que ser indefectible de este modo,Don no hubiera sabido que era Eric ni siquiera si lo hubiera sido. Esto esasí tanto si Don conoce como si no la existencia del hermano gemelo; siempre podría haber un factor de ese tipo, de modo que siempre existiráun sentido en el que quienes saben no saben que saben. Como muchas otras respuestas al problema de Gettier, la demanda de indefectibilidad corre el riesgo de poner el listón tan alto que muy pocas de la cosas quenormalmente consideramos conocimiento pasen la prueba.
La comedia de los errores
El recurso a las identidades falsas, en especial a los gemelos idénticos, para cuestionar el conocimiento que, en apariencia, poseemosjustificadamente, es una técnica del todo conocida para cualquierpersona familiarizada con las obras de Shakespeare. Por ejemplo, en Lacomedia de los errores no hay sólo un par de gemelos idénticos, sino dos:
Antífolo y Dromio de Siracusa, y Antífolo y Dromio de Éfeso (a los que un naufragio separó al nacer). Shakespeare los reúne a todos para crear una farsa ingeniosa que puede analizarse como los contra ejemplos de Gettier. Así, cuando Antífolo de Siracusa llega a Éfeso, Angelo, el orfebre local, se dirige a él como « mi señor Antífolo» . Antífolo, que no había puesto un pie en Éfeso nunca, responde confuso: « Vay a, ése es mi nombre» . Angelo responde: « Lo sé perfectamente, señor» . Pero de hecho. Angelo no sabe nada. De acuerdo con la teoría tripartita, su creencia está justificada, aunque es una pura coincidencia que su cliente tenga un gemelo idéntico con el mismo nombre.
La idea en síntesis: ¿cuándo conocemos realmente?
07 El problema del cuerpo y la mente
Desde el siglo XVII el progreso de la ciencia lo ha barrido todo a su paso. El trayecto recorrido por Copérnico, Newton, Darwin y Einstein ha marcado numerosos hitos significativos a lo largo del camino, y alimentado la esperanza de que, con el tiempo, incluso las regiones más remotas del universo, y los secretos más profundos del átomo, serán desvelados por la ciencia.
¿Acaso lo conseguirán?
Hay algo —que es al mismo tiempo lo más obvio y lo más misterioso de todo— que se ha resistido siempre, tanto a los esfuerzos de los mejores científicos como a los de los mejores filósofos: la mente humana.
Todos nosotros somos inmediatamente conscientes de nuestra conciencia, conscientes de tener pensamientos, sentimientos, deseos, que son subjetivos y privados; de ser actores situados en el centro de nuestro mundo, y de tener una perspectiva singular y personal del mismo. En claro contraste con esta conciencia, la ciencia es triunfalmente objetiva, susceptible de escrutinio, y se abstiene de lo personal y de la perspectiva. Entonces, ¿cómo es posible concebir la existencia de algo tan extraño como la conciencia en el mundo físico que describe la ciencia? ¿Cómo es posible explicar los fenómenos mentales a partir de, o en relación con, estados y acontecimientos corporales?
Estas dos preguntas constituyen el problema del cuerpo y la mente. Igual que en la epistemología (la filosofía del conocimiento), el francés René Descartes dejó una impronta en la filosofía de la mente del siglo XVII que persistió a lo largo de la historia de la filosofía hasta la actualidad. La opción cartesiana de refugiarse en el propio yo lleva de un modo natural a atribuir a la mente un eminente estatus en relación con el mundo exterior.
Desde el punto de vista metafísico, Descartes concebía la mente como una entidad completamente distinta: como una sustancia mental cuya naturaleza esencial es el pensamiento. Todo lo demás es materia, o sustancia material, y su característica definitoria es la extensión espacial (es decir, el ocupar un espacio físico). Así, el cartesianismo suponía dos reinos distintos, uno de mentes inmateriales, con propiedades mentales tales como el pensamiento y los sentimientos; y el otro de cuerpos materiales, con propiedades físicas tales como la materia o la forma. Esta representación de la relación entre mente y materia, conocida como « dualismo de las sustancias» es la que Gilbert Ryle denunció como « el dogma del fantasma en la máquina»
«El dogma del fantasma en
la máquina … sostiene que
existen cuerpos y mentes,
que tienen lugar procesos
físicos y procesos mentales,
que existen causas
El fantasma de Ryle
En su libro El concepto de lo mental (1949) el filósofo inglés Gilbert Ryle argumenta que la cartesiana concepción dualista de la mente y la materia se basa en un « error de categorías» . Imaginemos, por ejemplo, a un turista al que se le enseñaran por separado las distintas facultades,
librerías y otros edificios que integran la Universidad de Oxford y que, no obstante, al terminar el paseo, se quejara de no haber visto la universidad. El turista habría atribuido erróneamente a la misma categoría de existencia tanto la universidad como los edificios de los que se compone, deformando así la relación que existe entre ambos. Desde el punto de vista de Ryle, Descartes comete el mismo error garrafal en el caso de la mente y la materia, al suponer de forma equivocada que se trata de dos sustancias completamente distintas. Semejante metafísica dualista es la que inspira la despectiva imagen del « fantasma en la máquina» de Ryle: el alma o la mente inmaterial (el fantasma) que vive en el cuerpo y controla los mandos del cuerpo material (la máquina). Tras presentar su incisivo ataque al dualismo cartesiano, Ryle ofrece su propia respuesta al problema del cuerpo y la mente: el behaviorismo (véase capítulo 10)
Problemas del dualismo
El deseo de beber lleva a mi mano a levantar el vaso; una chincheta en el pie me produce dolor. El cuerpo y la mente interactúan (eso indica el sentido común): los acontecimientos mentales dan lugar a los físicos, y viceversa. Pero la necesidad de tal interacción pone inmediatamente en duda la representación cartesiana. Que un efecto físico requiera una causa física es un principio científico fundamental, pero al concebir la mente y la materia como cosas esencialmente distintas, Descartes parece haber hecho imposible tal interacción.
El propio Descartes advirtió el problema, y que era precisa la intervención de Dios para establecer la necesaria relación causal. El más joven de sus discípulos contemporáneos, Nicolás Malebranche, asumió su dualismo y se propuso resolver él mismo el problema de la causalidad. Su asombrosa mecánicas para los movimientos corporales y causas mentales para los movimientos corporales.» Gilbert Ryle, 1949
Los orígenes del dualismo
Descartes fue el primero en buscar una solución. Fue afirmar que la interacción no tenía lugar en absoluto. Cada vez en que se requería la conjunción de acontecimientos mentales y físicos, Dios intervenía para que tuviera lugar, y ello producía la apariencia de causa y efecto. Esta débil doctrina, conocida como « ocasionalismo» , ha cosechado pocos adeptos, y sirve fundamentalmente para ilustrar la seriedad del problema que se pretendía resolver.
Una manera muy seductora de evitar algunos problemas relativos a la posición cartesiana, es el dualismo de las propiedades, propuesto en la obra de un contemporáneo holandés de Descartes, Baruch Spinoza, quien sostenía que la noción de dualismo se refiere no a las sustancias sino a las propiedades: dos tipos distintos de propiedades, mentales y físicas, pueden atribuirse a una misma cosa (una persona o un objeto), pero estos atributos son irreductiblemente diferentes y los términos para analizarlos no son intercambiables. Así pues, las diferentes propiedades describen distintos aspectos de la misma entidad (de ahí que, en ocasiones, se llame a esta perspectiva "teoría del doble aspecto" ). La teoría permite explicar cómo tiene lugar la interacción mente-cuerpo, puesto que las causas de nuestras propias acciones tienen tanto aspectos mentales como físicos.
Pero al atribuir propiedades esencialmente tan distintas a un mismo objeto, surge la sospecha de que el dualismo de las propiedades se haya limitado a desplazar el principal problema que debe afrontar el dualismo de la sustancia, en vez de resolverlo.
El fisicalismo
La respuesta evidente a los problemas con que topa el dualismo de la sustancia cartesiano es la adopción de una posición monista, la afirmación de que existe una única « cosa» en el mundo, sea física o mental, y no dos. Algunos autores, el más notable de ellos George Berkeley (véase la página 18), se han decantado por el idealismo, sosteniendo que la realidad consiste únicamente en las mentes y sus ideas. Pero la gran mayoría de los filósofos, más aún entre los actuales, han optado por alguna forma de explicación fisicalista. Influido por los indiscutibles éxitos de la ciencia en otros campos, el fisicalista insiste en que también la mente debe inscribirse en el ámbito de la ciencia; y puesto que los objetos de estudio de la ciencia son exclusivamente físicos, también la mente debe ser física. La tarea consiste, entonces, en aclarar cómo encaja la mente (subjetiva y privada) en una explicación completa y puramente física del mundo (objetivo y universalmente accesible).
El fisicalismo ha adoptado muchas formas distintas, pero todas ellas tienen en común el ser reductivas: pretenden mostrar que el fenómeno de lo mental brindar el clásico planteamiento del dualismo de la sustancia, pero no fue en absoluto el primer dualista. De hecho, hay un cierto dualismo implícito en cualquier filosofía, religión o cosmovisión que presuponga que existe un reino sobrenatural en el que residen cuerpos inmateriales (almas, dioses, demonios, ángeles y cosas similares). La idea de que un alma puede sobrevivir a la muerte del cuerpo físico o reencarnarse en otro cuerpo (humano o de otra especie) también implica un determinado tipo de concepción dualista del mundo. puede analizarse de manera completa y exhaustiva, en términos puramente físicos. Los avances en neurociencia evidencian con bastante claridad que los estados mentales se encuentran íntimamente vinculados con los estados cerebrales. Así, la vía simple para el fisicalista es afirmar que los fenómenos mentales son idénticos a los hechos y a los procesos cerebrales. Las versiones más radicales de tales teorías de la identidad son « excluyentes» : proponen que, del mismo modo que ocurre con los avances de nuestra comprensión científica, la "psicología popular —la manera habitual de expresar y pensar nuestra vida mental, en términos de creencias, deseos, intenciones…— desaparecerá y será sustituida por conceptos precisos y descripciones procedentes principalmente de laneurociencia.
Las soluciones fisicalistas al problema del cuerpo y la mente hacen caso omiso a muchos de los aspectos problemáticos del dualismo. En particular, los misterios causales que atormentan a los dualistas se desvanecen por el simple hecho de inscribir la conciencia en el ámbito de la explicación científica. Naturalmente, los críticos del fisicalismo lamentan que sus representantes dejen de lado tantas cosas; que sus éxitos se consigan a un precio tan caro (a fuerza de renunciar a captar la esencia de la conciencia en cuanto experiencia, su naturaleza subjetiva).
La idea en síntesis: demasiado para mi mente
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