12 La guillotina de Hume
«En todos los sistemas morales con los que hasta ahora me he topado, he observado que el autor procede durante un rato de acuerdo con el modo habitual de razonar, y establece la existencia de algún Dios, o hace observaciones relativas a los asuntos humanos; pero de pronto me asombra advertir que, en vez de las habituales cópulas para las proposiciones, es y no es, no hay una sola proposición cuya conjunción no sea un debería o un no debería.
» Este cambio es imperceptible; no obstante es de una importancia decisiva. Porque, puesto que el debería o el no debería expresan una nueva relación de afirmación, es necesario observarla y explicarla; y al mismo tiempo es necesario dar razón de algo que parecía completamente inconcebible: cómo es posible que esta nueva relación pueda deducirse de las otras, que son completamente distintas de ella.»
En este célebre pasaje de su Tratado sobre la naturaleza humana, el filósofo escocés David Hume brinda, con su habitual estilo lacónico, la clásica formulación de lo que desde entonces ha sido una de las cuestiones centrales de la filosofía moral. ¿Cómo es posible pasar de una proposición descriptiva acerca de cómo son las cosas en el mundo (juicios de hecho) a una proposición prescriptiva que nos dice qué deberíamos hacer (juicios de valor)? O, dicho brevemente, ¿cómo podemos derivar un « debe» de un « es» ? Evidentemente, Hume piensa que no podemos hacerlo y muchos otros pensadores comparten su criterio y consideran que « la guillotina de Hume» (o, dicho de forma más prosaica, « la ley de Hume» ) dividió el mundo entre hechos y valores de un modo decisivo.
La falacia naturalista
La ley de Hume se suele confundir con otra idea relacionada pero distinta que planteó el filósofo inglés G. E. Moore en Principios éticos (1903). Moore acusaba a los primeros filósofos de incurrir en la llamada « falacia naturalista» que implica identificar los conceptos éticos con los conceptos naturales; así, por ejemplo, se considera que « bueno» significa lo mismo que (por ejemplo)"placentero" . Pero, de acuerdo con Moore, la pregunta sobre si lo placentero es también bueno sigue abierta —no es un asunto vacuo— de modo que la identificación sería falsa. La posición de Moore (que ha sido menos influyente que la supuesta falacia que el autor identificó) consistía en que términos éticos como « bueno» son propiedades no naturales, es decir, son propiedades simples e inanalizables, sólo accesibles por medio de un sentido moral especial que se conoce con el nombre de « intuición» .
Para complicar aún más las cosas, la expresión « falacia del naturalismo» también se usa en ocasiones para señalar un error completamente distinto —más propio de publicistas—, que consiste en pretender que el hecho de que algo sea natural (o artificial) es razón suficiente para suponer que también es bueno (o malo). Los pacientes de patógenos naturales que siguen tratamientos con fármacos sintéticos podrían atestiguar cabalmente hasta qué punto es falaz este
argumento.
«Tal vez el aspecto más simple y más importante de la ética sea
estrictamente lógico. Me refiero a la imposibilidad de derivar
normas éticas que no sean tautológicas … de juicios de hecho.»
Karl Popper, 1948
-ismos éticos
La ética o la filosofía moral suele dividirse en tres grandes ámbitos. En el sentido más general, la meta-ética investiga el origen o las bases de lamoralidad, incluyendo cuestiones como si es esencialmente objetiva o subjetiva por naturaleza. La ética normativa se centra en las normas éticas en las que se basa la conducta moral; así, el utilitarismo, por ejemplo, es un sistema normativo basado en la norma de la « utilidad» .
Por último, en el nivel más concreto, la ética aplicada traslada la teoría filosófica a los asuntos prácticos, como el aborto, la eutanasia, la guerra justa y el trato a los animales. Los filósofos han adoptado una serie de posiciones sobre todas estas cuestiones; y de ahí proceden los distintos - ismos. A continuación, ofrecemos un resumen esquemático de las posiciones éticas más comunes.
• El absolutismo
Sostiene que determinadas acciones son correctas o incorrectas en cualquier circunstancia.
• El consecuencialismo
Sostiene que la corrección o incorrección de las acciones puede establecerse limpiamente por recurso a su eficacia para conseguir determinados fines deseables o estados de hecho. El sistema
consecuencialista más célebre es el utilitarismo (véase el capítulo 19).
• El deontologismo
Considera que determinadas acciones son intrínsecamente correctas o erróneas, con independencia de sus consecuencias; atribuye una importancia decisiva a las intenciones del agente y a las nociones de deberes y derechos. La ética kantiana es el sistema deontológico más
importante.
Los valores en un mundo desprovisto de valores
El problema que Hume puso de relieve se debe en parte a dos convicciones fuertes en conflicto, de las que muchos de nosotros participamos simultáneamente. Por una parte creemos que vivimos en un mundo físico que, en principio, puede explicarse completamente por medio de leyes que la ciencia es capaz de descubrir; un mundo de hechos objetivos en el que los valores están excluidos. Pero, por otra parte, sentimos que al hacer juicios morales, por ejemplo cuando condenamos el genocidio, estamos afirmando algo cierto acerca del mundo; es algo que podemos saber y que debería ser verdad en cualquier caso, con independencia de los sentimientos que nos inspire.
Pero estas dos concepciones parecen incompatibles si aceptamos la ley de Hume; y si no podemos fundamentar nuestros juicios morales en el mundo desprovisto de valores que describe la ciencia, aparentemente nos vemos forzados a volver a nuestros sentimientos y preferencias, y obligados a buscar en nuestro interior los orígenes de nuestros sentimientos morales. El propio Hume era consciente de la importancia de esta observación, y creía que si se le prestara la debida atención
"todos los sistemas de moralidad habituale se alterarían. La brecha lógicamente infranqueable entre hechos y valores, y que Hume parece haber abierto, pone en duda el estatuto verdadero de las pretensiones éticas y, así,subyace en el centro mismo de la filosofía moral.
• El naturalismo
Sostiene que los conceptos éticos pueden explicarse o analizarse estrictamente como « hechos de la naturaleza» que puede descubrir la ciencia, y suele tratarse de hechos de la naturaleza humana como el placer.
• El anticognitivismo
Considera que la moralidad no es un asunto de conocimiento, porque la preocupación de la moralidad no debe consistir en los hechos; por el contrario, un juicio moral expresa las actitudes, las emociones, etc., de la persona que actúa. Ejemplos de las posiciones anticognitivistas son el
emotivismo y el prescriptivismo.
• El objetivismo
Sostiene que los valores morales y las propiedades forman parte del « mobiliario (o de la fábrica) del universo» , y existen independientemente de los seres humanos capaces de aprehenderlos; las
afirmaciones éticas no son subjetivas o relativas a nada, y deben ser ciertas o falsas de acuerdo con su mayor o menor adecuación al modo en que el mundo es. El objetivismo afirma que los conceptos éticos son metafísicamente reales y, en consecuencia, coincide en muchos aspectos con el realismo moral.
• El subjetivismo
Considera que el valor no se basa en la realidad externa sino en nuestras creencias acerca de la realidad o en nuestras reacciones emocionales a,la misma. Esta posición coincide en lo fundamental con la del anticognitivismo (mencionada antes). En el caso de la posición cognitivista, el subjetivista sostiene que existen hechos éticos pero niega que sean objetivamente verdaderos o falsos; un ejemplo de esta forma de subjetivismo es el relativismo.
La idea en síntesis: la brecha entre el ser y el deber
13 La carne de un hombre…
«Cuando Darío era rey de Persia, hizo llamar a los griegos que había en su corte y les preguntó a cambio de qué estarían dispuestos a comer los cadáveres de sus padres. Los griegos contestaron que no lo harían por nada del mundo.
Más tarde, en presencia de los griegos, y a través de un intérprete para que pudieran entender lo que se decía, Darío preguntó a unos indios de la tribu de los caladas, que de hecho se habían comido los cadáveres de sus padres, a cambio de qué estarían dispuestos a quemar los cadáveres [como era costumbre entre los griegos]. Prorrumpieron en un grito de horror y le prohibieron hablar de algo tan espantoso.»
¿Quién tiene razón, los griegos o los indios caladas? Inevitablemente, la perspectiva de comernos a nuestros padres nos hace palidecer, pero lo mismo les ocurre a los indios ante la perspectiva de quemar a los suyos. A fin de cuentas, seguramente estaríamos de acuerdo con Heródoto, el historiador griego que narra este relato, cuando cita con aprobación al poeta Píndaro: « La costumbre es el rey absoluto» . No se trata de que en un lado las cosas sean correctas y en el otro sean incorrectas: no existe una « respuesta correcta» . Cada comunidad tiene su propio código de costumbres y tradiciones; cada una se comporta correctamente de acuerdo con su propio código, y a él apelará cada comunidad para defender sus respectivos rituales funerarios.
Aquí lo moralmente correcto no parece ser absoluto, ni en un caso ni en el otro: es relativo a la cultura y las tradiciones de los grupos sociales en cuestión. Y naturalmente existen muchos más ejemplos de la diversidad cultural, tanto geográfica como histórica. En casos como éste el relativista argumenta que, en general, no existen verdades absolutas o universales: todas las valoraciones y los juicios morales deberían hacerse sólo en relación con las respectivas normas sociales de los grupos.
Vive la différence
La propuesta del relativista consiste, en efecto, en abordar los juicios morales como si fueran juicios estéticos. En materia de gustos no suele ser adecuado hablar de error: de gustibus non disputandum (« sobre gustos no hay discusión posible» ). Si dices que te gustan los tomates y a mí no me gustan, no tendremos inconveniente en diferir: algo es cierto o falso para ti, pero no para mí. En estos casos la verdad tiene que ver con la sinceridad: si digo sinceramente que
me gusta algo, no puedo equivocarme: es verdad (para mí).
«¿Q ué es la moralidad en
una determinada época o
lugar? Es lo que a la
mayoría le gusta en ese
momento y en ese lugar, y
la inmoralidad es lo que le
disgusta.»
Alfred North Whitehead,
1941
Y siguiendo esta analogía, si nosotros (como sociedad) aprobamos la pena de muerte, es moralmente correcta (para nosotros), y no hay nada en lo que podamos estar equivocados. Del mismo modo que no intentaríamos persuadir a la gente de que dejara de comer tomates ni los criticaríamos por hacerlo, en el caso de la moral la persuasión o la crítica serían inapropiadas. Es evidente que, de hecho, nuestra vida moral está llena de razones y de censura, y solemos adoptar posiciones fuertes en asuntos como la pena de muerte. Incluso es posible que terminemos discrepando con nosotros mismos al cabo del tiempo: puedo cambiar de parecer sobre alguna cuestión moral, y hasta las posiciones colectivas pueden cambiar, por ejemplo en un asunto como el de la esclavitud. El relativista consumado diría que algo era correcto para algunos pero no para otros, o correcto para mí (o para nosotros) en una época pero no en otra. Casos como la esclavitud, la ablación, el infanticidio legal, etc., pueden convertirse para el relativista en una píldora amarga de tragar.
El fracaso del relativismo para ofrecer una explicación seria de aspectos que son tan evidentemente característicos de nuestras vidas morales en la actualidad es considerado a menudo como un golpe decisivo contra la tesis, pero los relativistas pueden intentar sacar ventaja del mismo. Quizás, podrían argumentar, no deberíamos ser tan inquisidores y críticos con los otros. La lección de los griegos y los indios caladas es que debemos ser más tolerantes con los otros, tener una mentalidad más abierta, ser más sensibles a sus costumbres y a sus prácticas.
Esta línea argumentativa ha llevado a muchos a asociar el relativismo con la tolerancia y la mentalidad abierta, y por contraste se representa a los no relativistas como individuos intolerantes a los que exaspera toda práctica distinta a las suyas. Se supone que el antirrelativismo, llevado al extremo, desemboca en el imperialismo cultural occidental que impone con arrogancia sus criterios a los demás y los arrolla. Pero esto es una caricatura: de hecho, no existe incompatibilidad alguna entre adoptar una posición tolerante en general y mantener que algunas personas o algunas culturas están equivocadas con respecto a algunos asuntos. Por lo demás, un inconveniente con el que topa el relativista es que ¡sólo el que no lo es puede abrazar la tolerancia y la sensibilidad cultural como virtudes universales.
Círculos viciosos del relativismo
El relativismo fuerte o radical (la idea de que todos los juicios —morales o de cualquier otro tipo— son relativos) da lugar de inmediato a una serie de nudos.
¿El juicio según el cual todos los juicios son relativos es asimismo relativo? Efectivamente debería serlo, para evitar autocontradecirse; pero si es relativo ello significa que la pretensión de que todas mis reivindicaciones son absolutas es cierta para mí. Y este tipo de incoherencias termina intoxicando todo lo demás. Los relativistas no pueden afirmar que criticar las convenciones culturales de otras sociedades es siempre un error, pues para mí puede ser correcto hacerlo.
Y no pueden defender que siempre sea correcto ser tolerante y de mentalidad abierta, pues para algún autócrata podría ser correcto eliminar cualquier signo de disentimiento. En general, los relativistas no pueden sostener la validez de su propia posición de un modo consistente y que evite la hipocresía. La naturaleza autorrefutadora del relativismo radical incipiente puede verse en Platón, quien muy pronto mostró las inconsistencias en la posición relativista adoptada por el sofista Protágoras (en un diálogo que lleva por título su nombre). La lección que extraemos es que la discusión racional depende de la posibilidad de compartir algún punto fundamental: debemos estar de acuerdo en algo, compartir una verdad común, para que la comunicación sea significativa. Pero precisamente este fundamento común es lo que niega el relativismo radical.
El conocimiento en perspectiva
Lo absurdo del verdadero relativismo y los peligros de su adopción generalizada como un mantra político (véanse los cuadros siguientes) han implicado que algunos de los aciertos de las formas más moderadas de relativismo queden a veces relegados. La lección más importante del relativismo es que el conocimiento mismo está sujeto a la perspectiva: siempre miramos el mundo desde una determinada perspectiva o punto de vista; no existe una posición externa privilegiada desde la que observar el mundo « tal como es en realidad» o « como es en cualquier caso» . Esta posición se explica a menudo a partir de esquemas conceptuales o marcos: dicho llanamente, sólo podemos alcanzar una comprensión intelectual de la realidad desde el interior de nuestro propio marco conceptual, determinado a su vez por una compleja combinación de factores que incluyen nuestra cultura y nuestra historia. Pero que no podamos sustraernos o salir de nuestro particular esquema conceptual y adoptar una visión objetiva de las cosas —« la visión de Dios» — no significa que no podamos conocer nada. Una perspectiva debe serlo de algo, y compartiendo y comparando nuestras distintas perspectivas podemos esperar compensar nuestras diversas creencias, y alcanzar una representación del mundo más completa, más abarcadora, más « estereoscópica» . Esta imagen benigna indica que el progreso hacia la comprensión sólo puede lograrse a través de la colaboración, de la comunicación y del intercambio de ideas y de puntos de
vista: un legado muy positivo del relativismo.
¿Vale todo?
« Actualmente la tarea de educar se ve dificultada por un obstáculo
particularmente insidioso: la absoluta presencia en nuestra sociedad y en
nuestra cultura de un relativismo que no reconoce nada como definitivo
y, así presenta como último y único criterio el y o y sus deseos. Y bajo la
apariencia de libertad se convierte en una prisión para cada cual, pues
separa a la gente entre sí, y la deja encerrada en la contemplación de su
propio “ego”.»
Papa Benedicto XVI, junio de 2005
A lo largo de las últimas décadas, la idea del relativismo ha cobrado una relevancia social y política que ha extendido su significado original hasta el límite del paroxismo.
De la idea de que no existen verdades absolutas —« todo es relativo» — se ha inferido que todo es igualmente válido y, así, que « todo vale» . Distintas fuerzas reaccionarias, entre ellas sectores de la Iglesia católica, creen que el hecho de que algunos de estos razonamientos hayan cobrado protagonismo explica el libertinaje moral (y especialmente sexual) y la desintegración social, que atribuyen a las fuerzas relativistas mundiales. Por otro lado, a quienes suscriben el liberalismo les complace tanto el relativismo que ni siquiera han considerado en serio su lógica, y han abrazado el « todo vale» como su mantra político. De modo que los bandos opuestos se han agrupado, unos en las filas del placer y los otros en las del horror, en torno a un amedrentado relativismo.
La idea en síntesis: ¿es todo relativo?