INTRODUCCIÓN
Hace unos 445.000 años, astronautas de otro planeta llegaron a la Tierra en busca de oro.
Tras amerizar en uno de los mares de la Tierra, desembarcaron y fundaron Eridú, «Hogar en la Lejanía». Con el tiempo, el asentamiento inicial se extendió hasta convertirse en la flamante Misión Tierra, con un Centro de Control de Misiones, un espaciopuerto, operaciones mineras e, incluso, una estación de paso en Marte.
Escasos de mano de obra, los astronautas utilizaron la ingeniería genética para darle forma a los Trabajadores Primitivos - el Homo sapiens. Más tarde, el Diluvio barrió la Tierra en una inmensa catástrofe que hizo necesario un nuevo comienzo; los astronautas se convirtieron en dioses y le concedieron la civilización a la Humanidad, transmitiéndosela a través del culto. Después, hace unos cuatro mil años, todo lo conseguido se desmoronó en una catástrofe nuclear provocada por los visitantes en el transcurso de sus propias rivalidades y guerras.
Todo lo ocurrido en la Tierra, y especialmente los acontecimientos acaecidos desde el inicio de la historia del ser humano, lo ha recogido Zecharia Sitchin en su serie de Crónicas de la Tierra, a partir de la Biblia, de tablillas de arcilla, de mitos de la antigüedad y de descubrimientos arqueológicos. Pero, ¿qué ocurrió antes de los acontecimientos en la Tierra, qué ocurrió en el propio planeta de los astronautas, Nibiru, que les llevó a los viajes espaciales, a su necesidad de oro y a la creación del Hombre?
¿Qué emociones, rivalidades, creencias, morales (o ausencia de éstas) motivaron a los principales protagonistas en las sagas celestes y espaciales? ¿Cuáles fueron las relaciones que llevaron a una escalada de la tensión en Nibiru y en la Tierra, qué tensiones surgieron entre viejos y jóvenes, entre los que habían llegado de Nibiru y los nacidos en la Tierra? ¿Y hasta qué punto lo sucedido vino determinado por el Destino -un destino cuyo registro de acontecimientos del pasado guarda la clave del futuro?
¿No sería prometedor que uno de los principales protagonistas, un testigo presencial que podía distinguir entre Suerte o Hado y Destino, registrara para la posteridad el cómo, el dónde, el cuándo y el porqué de todo, los Principios y los Finales? Pues eso es, precisamente, lo que algunos de ellos hicieron; ¡y entre los principales de éstos estuvo el líder que comandó el primer grupo de astronautas!
Tanto expertos como teólogos reconocen en la actualidad que los relatos bíblicos de la Creación, de Adán y Eva, del Jardín del Edén, del Diluvio o de la Torre de Babel se basaron en textos escritos milenios antes en Mesopotamia, en especial escritos por los sumerios. Y éstos, a su vez, afirmaban con toda claridad que obtuvieron sus conocimientos acerca de lo acontecido en el pasado (muchos de ellos de una época anterior al comienzo de las civilizaciones, incluso anterior al nacimiento de la Humanidad) de los escritos de los Anunnaki («Aquellos Que del Cielo a la Tierra Vinieron»), los «dioses» de la antigüedad.
Como resultado de un siglo y medio de descubrimientos arqueológicos en las ruinas de las civilizaciones de la antigüedad, especialmente en Oriente Próximo, se han descubierto un gran número de estos primitivos textos; los hallazgos han revelado un gran número de textos desaparecidos -los llamados libros perdidos- que, o bien se mencionaban en los textos descubiertos, o se inferían a partir de ellos, o era conocida su existencia debido que habían sido catalogados en las bibliotecas reales o de los templos.
En ocasiones, los «secretos de los dioses» se revelaron en parte en relatos épicos, como en la Epopeya de Gilgamesh, que desvelan el debate que tuvo lugar entre los dioses y que llevó a la decisión de que la Humanidad pereciera en el Diluvio, o en un texto titulado Atra Hasis, que recuerda el motín de los Anunnaki que trabajaban en las minas de oro y que llevó a la creación de los Trabajadores Primitivos -los Terrestres. De cuando en cuando, los mismos líderes de los astronautas fueron los que crearon las composiciones; a veces, dictando el texto a un escriba, como en el titulado La Epopeya de Erra, en el cual uno de los dos dioses que desencadenaron la catástrofe nuclear intentó inculpar a su adversario; a veces, haciendo de escriba el mismo dios, como ocurre con el Libro de los Secretos de Thot (el dios egipcio del conocimiento), que el mismo dios había ocultado en una cámara subterránea.
Según la Biblia, cuando el Señor Dios Yahveh le dio los Mandamientos a su pueblo elegido, los inscribió en un principio por su propia mano en dos tablas de piedra que le entregó a Moisés en el Monte Sinaí. Pero, después de que Moisés arrojara y rompiera estas tablas como respuesta al incidente del becerro de oro, las nuevas tablas las inscribió el mismo Moisés, por ambos lados, mientras permaneció en el monte durante cuarenta días y cuarenta noches, tomando al dictado las palabras del Señor.
Si no hubiera sido por un relato escrito en un papiro de la época del faraón egipcio Khufu (Keops) concerniente al Libro de los Secretos de Thot, no se habría llegado a conocer la existencia de ese libro. Si no hubiera sido por las narraciones bíblicas del Éxodo y el Deuteronomio, nunca habríamos sabido nada de las tablas divinas ni de su contenido; todo esto se habría convertido en parte de la enigmática colección de los «libros perdidos» cuya existencia nunca habría salido a la luz. Y no resulta tan doloroso el hecho de que, en algunos casos, sepamos que hayan existido determinados textos, como que su contenido permanezca en la oscuridad. Éste es el caso del Libro de las Guerras de Yahveh y del Libro de Jasher (el «Libro del Justo»), que se mencionan específicamente en la Biblia. En al menos dos casos, se puede inferir la existencia de libros antiguos (textos primitivos conocidos por el narrador bíblico).
l capítulo 5 del Génesis comienza con la afirmación «Éste es el libro del Toledoth de Adán», traduciéndose normalmente el término Toledoth como «generaciones», pero su significado más preciso es «registro histórico o genealógico». De hecho, a lo largo de milenios, han sobrevivido versiones parciales de un libro que se conoció como el Libro de Adán y Eva en armenio, eslavo, siriaco y etíope; y el Libro de Henoc (uno de los llamados libros apócrifos que no se incluyeron en la Biblia canónica) contiene fragmentos que, según los expertos, pertenecieron a un libro mucho más antiguo, el Libro de Noé.
Un ejemplo que se menciona con frecuencia sobre el gran número de libros perdidos es el de la famosa Biblioteca de Alejandría, en Egipto. Fundada por el general Tolomeo tras la muerte de Alejandro en el 323 a.C, se dice que contenía más de medio millón de «volúmenes», de libros inscritos en diversos materiales (arcilla, piedra, papiro, pergamino). Aquella gran biblioteca, donde los eruditos se reunían para estudiar el conocimiento acumulado, se quemó y fue destruida en las guerras que se desarrollaron entre el 48 a.C. y la conquista árabe, en el 642 d.C. Lo que ha quedado de sus tesoros es una traducción al griego de los cinco primeros libros de la Biblia hebrea, y fragmentos que se conservaron en los escritos de algunos de los eruditos residentes de la biblioteca.
Y es así como sabemos que el segundo rey Tolomeo comisionó, hacia el 270 a.C, a un sacerdote egipcio al que los griegos llamaron Manetón para que recopilara la historia y la prehistoria de Egipto. Al principio, escribió Manetón, sólo los dioses remaron allí; luego, los semidioses y, finalmente, hacia el 3100 a.C, comenzaron las dinastías faraónicas. Escribió que los reinados divinos comenzaron diez mil años antes del Diluvio y que se prolongaron durante miles de años, presenciándose en el último período batallas y guerras entre los dioses.
En los dominios asiáticos de Alejandro, donde el cetro cayó en manos del general Seleucos y de sus sucesores, también tuvo lugar un empeño similar por proporcionar a los sabios griegos un registro de los acontecimientos del pasado. Un sacerdote del dios babilónico Marduk, Beroso, con acceso a las bibliotecas de tablillas de arcilla, cuyo centro era la biblioteca del templo de Jarán (ahora en el sudeste de Turquía), escribió una historia de dioses y hombres en tres volúmenes que comenzaba 432.000 años antes del Diluvio, cuando los dioses llegaron a la Tierra desde los cielos. En una lista en la que figuraban los nombres y la duración de los reinados de los diez primeros comandantes,Beroso decía que el primer líder, vestido como un pez, llegó a la costa desde el mar. Era el que le daría la civilización a la Humanidad, y su nombre, pasado al griego, era Oannes.
Encajando muchos detalles, ambos sacerdotes hicieron entrega de relatos de dioses del cielo que habían venido a la Tierra, de un tiempo en que sólo los dioses reinaban en la Tierra y del catastrófico Diluvio. En los trozos y en los fragmentos conservados (en otros escritos contemporáneos) de los tres volúmenes, Beroso daba cuenta específicamente de la existencia de escritos anteriores a la Gran Inundación -tablillas de piedra que se ocultaron para salvaguardarlas en una antigua ciudad llamada Sippar, una de las ciudades originales que fundaran los antiguos dioses.
Aunque Sippar fue arrollada y arrasada por el Diluvio, al igual que el resto de las ciudades antediluvianas de los dioses, apareció una referencia a los escritos antediluvianos en los anales del rey asirio Assurbanipal (668-633 a.C). Cuando, a mediados del siglo XIX los arqueólogos descubrieron la antigua capital asiría de Nínive (hasta entonces, conocida sólo por el Antiguo Testamento), hallaron en las ruinas del palacio de Assurbanipal una biblioteca con los restos de alrededor de 25.000 tablillas de arcilla inscritas. Coleccionista asiduo de «textos antiguos», Assurbanipal hacía alarde en sus anales:
«El dios de los escribas me ha concedido el don del conocimiento de su arte; he sido iniciado en los secretos de la escritura; incluso puedo leer las intrincadas tablillas en sumerio; entiendo las palabras enigmáticas cinceladas en la piedra de los días anteriores a la Inundación».
Sabemos ahora que la civilización sumeria floreció en lo que es ahora Iraq casi un milenio antes de los inicios de la época faraónica en Egipto, y que ambas serían seguidas posteriormente por la civilización del Valle del Indo, en el subcontinente indio. También sabemos ahora que los sumerios fueron los primeros en plasmar por escrito los anales y los relatos de dioses y hombres, de los cuales todos los demás pueblos, incluidos los hebreos, obtuvieron los relatos de la Creación, de Adán y Eva, Caín y Abel, el Diluvio y la Torre de Babel; y de las guerras y los amores de los dioses, como se reflejaron en los escritos y los recuerdos de los griegos, los hititas, los cananeos, los persas y los indoeuropeos. Como atestiguan todos estos antiguos escritos, sus fuentes fueron aún más antiguas; algunas descubiertas, muchas perdidas.
El volumen de estos primitivos escritos es asombroso; no miles, sino decenas de miles de tablillas de arcilla se han descubierto en las ruinas del Oriente Próximo de la antigüedad. Muchas tratan o registran aspectos de la vida cotidiana, como acuerdos comerciales o salarios de los trabajadores, o registros matrimoniales. Otros, descubiertos principalmente en las bibliotecas palaciegas, conforman los Anales Reales; otros más, descubiertos en las ruinas de las bibliotecas de los templos o en las escuelas de escribas, conforman un grupo de textos canónicos, de literatura sagrada, que se escribieron en lengua sumeria y se tradujeron después al acadio (la primera lengua semita) y, más tarde, a otras lenguas de la antigüedad. E, incluso, en estos escritos primitivos, que se remontan a casi seis mil años, encontramos referencias a «libros» (textos inscritos en tablillas de piedra) perdidos.
Entre los hallazgos increíbles (pues decir «afortunados» no transmitiría plenamente la idea de milagro) realizados en las ruinas de las ciudades de la antigüedad y en sus bibliotecas, se encuentran unos prismas de arcilla donde aparece información de los diez soberanos antediluvianos y de sus 432.000 años de reinado, una información a la que ya aludíaBeroso. Conocidas como las Listas de los Reyes Sumerios (y exhibidas en el Museo Ashmolean de Oxford, Inglaterra), sus distintas versiones no dejan lugar a duda de que los compiladores sumerios tuvieron acceso a cierto material común o canónico de textos primitivos. Junto con otros textos, igualmente antiquísimos, descubiertos en diversos estados de conservación, estos textos sugieren rotundamente que el cronista original de la Llegada, así como de los acontecimientos que la precedieron y la siguieron, había sido uno de aquellos líderes, un participante clave, un testigo presencial.
Ese testigo presencial de los acontecimientos y participante clave en ellos era el líder que había amerizado con el primer grupo de astronautas. En aquel momento, su nombre-epíteto era E.A., «Aquel Cuyo Hogar Es Agua», y sufrió la amarga decepción de que el mando de la Misión Tierra se le diera a su hermanastro y rival EN.LIL («Señor del Mandato»), una humillación que no quedaría suficientemente mitigada con la concesión del título de EN.KI, «Señor de la Tierra».
Relegado de las ciudades de los dioses y de su espaciopuerto en el E.DIN («Edén») para supervisar la extracción de oro en el AB.ZU (África sudoriental), Ea/Enki fue, además de un gran científico, el que descubrió a los homínidos que habitaban aquellas zonas. Y, de este modo, cuando se amotinaron y dijeron «¡Ya basta!» los Anunnaki que trabajaban en las minas, fue él quien pensó que la mano de obra que necesitaban se podía conseguir adelantándose a la evolución por medio de la ingeniería genética; y así apareció el Adam (literalmente, «El de la Tierra», el Terrestre). Como híbrido que era, el Adán no podía procrear; pero los acontecimientos de los que se hace eco el relato bíblico de Adán y Eva en el Jardín del Edén dan cuenta de la segunda manipulación genética de Enki, que añadió los genes cromosómicos extras necesarios para la procreación.
Y cuando la Humanidad, al proliferar, resultó no adecuarse a lo que tenían previsto los dioses, fue él, Enki, el que desobedeció el plan de su hermano Enlil de dejar que la Humanidad pereciera en el Diluvio, unos acontecimientos en los que el héroe humano recibió el nombre de Noé en la Biblia, y Ziusudra en el texto sumerio original, más antiguo. Ea/Enki era el primogénito de Anu, soberano de Nibiru, y como tal estaba versado en el pasado de su planeta (Nibiru) y de sus habitantes. Científico competente, Enki legó los aspectos más importantes de los avanzados conocimientos de los Anunnaki a sus dos hijos, Marduk y Nin-gishzidda (que, como dioses egipcios, eran conocidos allí como Ra y Thotrespectivamente). Pero también jugó un papel fundamental al compartir con la Humanidad ciertos aspectos de tan avanzados conocimientos, enseñándoles a individuos seleccionados los «secretos de los dioses».
En al menos dos ocasiones, estos iniciados plasmaron por escrito (tal como se les indicó que hicieran) aquellas enseñanzas divinas como legado de la Humanidad. Uno de ellos, llamado Adapa, y probablemente hijo de Enki con una hembra humana, es conocido por haber escrito un libro titulado Escritos referentes al Tiempo -uno de los libros perdidos más antiguos. El otro, llamado Enmeduranki, fue con toda probabilidad el prototipo del Henoc bíblico, aquel que fue elevado al cielo después de confiar a sus hijos el libro de los secretos divinos, y del cual posiblemente haya sobrevivido una versión en el extrabíblico Libro de Henoch.
A pesar de ser el primogénito de Anu, Enki no estaba destinado a ser el sucesor de su padre en el trono de Nibiru. Unas complejas normas sucesorias, reflejo de la convulsa historia de los nibiruanos, le daba ese privilegio al hermanastro de Enki, Enlil. En un esfuerzo por resolver este agrio conflicto, Enki y Enlil terminaron en una misión en un planeta extraño -la Tierra-, cuyo oro necesitaban para crear un escudo que preservara la cada vez más tenue atmósfera de Nibiru. Fue en este marco, complicado aún más con la presencia en la Tierra de su hermanastra Ninharsag (la oficial médico jefe de los Anunnaki), donde Enki decidió desafiar los planes de Enlil de hacer que la Humanidad pereciera en el Diluvio.
El conflicto siguió adelante entre ambos hermanastros, e incluso entre sus nietos; y el hecho de que todos ellos, y especialmente los nacidos en la Tierra, se enfrentaran a la pérdida de longevidad que el amplio período orbital de Nibirules proporcionaba incrementó aún más las angustias personales y agudizó las ambiciones. Y todo esto culminó en el último siglo del tercer milenio a.C, cuando Marduk, primogénito de Enki con su esposa oficial, proclamó que él, y no el primogénito de Enlil, Ninurta, debía heredar la Tierra. El amargo conflicto, que supuso el desarrollo de una serie de guerras, llevó al final a la utilización de armas nucleares; aunque no intencionado, el resultado de todo ello fue el hundimiento de la civilización sumeria.
La iniciación de individuos escogidos en los «secretos de los dioses» marcó los inicios del Sacerdocio, los linajes de mediadores entre los dioses y el pueblo, los transmisores de la Palabra Divina a los mortales terrestres. Los oráculos (interpretaciones de los pronunciamientos divinos) se mezclaron con la observación de los cielos en busca de augurios. Y a medida que la Humanidad se vio arrastrada a tomar parte en los conflictos de los dioses, la Profecía comenzó a jugar su papel. De hecho, la palabra para designar a estos portavoces de los dioses que proclamaban lo que iba a pasar,Nabih, era el epíteto del hijo primogénito de Marduk, Nabu, que en nombre de su padre, exiliado, intentó convencer a la Humanidad de que los signos celestes indicaban la inminente supremacía de Marduk.
Este estado de cosas llevó a la necesidad de diferenciar entre Suerte y Destino. Las promulgaciones de Enlil, y a veces incluso de Anu, que siempre habían sido incuestionables, se veían sujetas ahora al examen de la diferencia entre NAM(el Destino, como las órbitas planetarias, cuyo curso está determinado y no se puede cambiar) y NAM.TAR, literalmente, el destino que puede ser torcido, roto, cambiado (que era la Suerte o el Hado). Revisando y rememorando la secuencia de los acontecimientos, y el paralelismo aparente entre lo que había sucedido en Nibiru y lo que había ocurrido en la Tierra, Enki y Enlil comenzaron a ponderar filosóficamente lo que, ciertamente, estaba destinado y no se podía evitar, y el hado que venía como consecuencia de decisiones acertadas o equivocadas y del libre albedrío. Éstas no se podían predecir, mientras que las primeras se podían anticipar (especialmente, si eran cíclicas, como las órbitas planetarias; si lo que fue volvería a ser, si lo Primero también sería lo Último).
Las consecuencias climáticas de la desolación nuclear agudizaron el examen de conciencia entre los líderes de los Anunnaki y llevaron a la necesidad de explicar a las devastadas masas humanas por qué había ocurrido aquello. ¿Había sido cosa del destino, o había sido el resultado de un error de los Anunnaki? ¿Había algún responsable, alguien que tuviera que rendir cuentas?
En las reuniones de los Anunnaki en las vísperas de la calamidad, fue Enki el único que se opuso a la utilización de las armas prohibidas. De ahí la importancia que tuvo para Enki explicar a los supervivientes qué había sucedido en la saga de los extraterrestres que, a pesar de sus buenas intenciones, habían terminado siendo tan destructores. ¿Y quién, sino Ea/Enki, que había sido el primero en llegar y presenciarlo todo, era el más cualificado para relatar el Pasado, con el fin de poder adivinar el Futuro? Y la mejor forma de relatarlo todo era en un informe, escrito en primera persona por el mismo Enki. Es cierto que hizo una autobiografía, por lo que se deduce de un largo texto (pues se extiende al menos en doce tablillas) descubierto en la biblioteca de Nippur, donde se cita a Enki diciendo:
Cuando llegué a la Tierra, había mucho inundado. Cuando llegué a sus verdes praderas, montículos y cerros se levantaron a mis órdenes. En un lugar puro construí mi hogar, un nombre adecuado le di.
Este largo texto continúa diciendo que Ea/Enki asignó tareas a sus lugartenientes, poniendo en marcha su Misión en la Tierra.
Otros muchos textos, que relatan diversos aspectos del papel de Enki en los acontecimientos que siguieron sirven para completar el relato de Enki; entre ellos hay una cosmogonía, una Epopeya de la Creación, en cuyo núcleo se halla el propio texto de Enki, que los expertos llaman La Génesis de Eridú. En ellos, se incluyen descripciones detalladas del diseño del Adán, y cuentan cómo otros Anunnaki, varón y hembra, llegaron hasta Enki en su ciudad de Eridú para obtener de él el ME, una especie de disco de datos donde se hallaban codificados todos los aspectos de la civilización; y también hay textos de la vida privada y de los problemas personales de Enki, como el relato de sus intentos por conseguir tener un hijo con su hermanastra Ninharsag, sus promiscuas relaciones tanto con diosas como con las Hijas del Hombre y las imprevistas consecuencias que se derivaron de todo ello.
El texto del Atra Hasis arroja luz sobre los esfuerzos de Anu por prevenir un estallido de las rivalidades Enki-Enlil al dividir los dominios de la Tierra entre ellos; y los textos que registran los acontecimientos que precedieron al Diluvio reflejan casi palabra por palabra los debates del Consejo de los Dioses sobre la suerte de la Humanidad y el subterfugio de Enki conocido como el relato de Noé y el arca, relato conocido sólo por la Biblia, hasta que se encontró una de sus versiones originales mesopotámicas en las tablillas de la Epopeya de Gilgamesh.
Las tablillas de arcilla sumerias y acadias, las bibliotecas de los templos babilónicos y asirios, los «mitos» egipcios, hititas y cananeos, y las narraciones bíblicas forman el cuerpo principal de memorias escritas de los asuntos de dioses y hombres. Y por primera vez en la historia, este material disperso y fragmentado ha sido reunido y utilizado, de la mano de Zecharia Sitchin, para recrear el relato presencial de Enki, los recuerdos autobiográficos y las penetrantes profecías de un dios extraterrestre.
Presentado como un texto que hubiera dictado Enki a un escriba escogido, un Libro Testimonial para ser desvelado en el momento apropiado, trae a la mente las instrucciones de Yahveh al profeta Isaías (siglo vii a.C):
Ahora ven, escríbelo en una tablilla sellada, grábalo como un libro; para que sea un testimonio hasta el último día, un testimonio para siempre. Isaías 30,8
Al tratar del pasado, el mismo Enki percibió el futuro. La idea de que los Anunnaki, ejercitando el libre albedrío, eran señores de su suerte (así como de la suerte de la Humanidad) desembocó, en última instancia, en la constatación de que se trataba de un Destino que, después de todo lo dicho y hecho, determinaba el curso de los acontecimientos; y, por tanto, como reconocieron los profetas hebreos, lo Primero será lo Último.
El registro de los acontecimientos dictado por Enki se convierte, así pues, en el fundamento de la Profecía, y el Pasado se convierte en Futuro.
ATESTACIÓN
Palabras de Endubsar, escriba maestro, hijo de la ciudad de Eridú, sirviente del señor Enki, el gran dios.
En el séptimo año después de la Gran Calamidad, en el segundo mes, en el decimoséptimo día, fui citado por mi maestro el Señor Enki, el gran dios, benévolo creador de la Humanidad, omnipotente y misericordioso.
Yo estaba entre los supervivientes de Eridú que habían escapado a la árida estepa cuando el Viento Maligno se estaba acercando a la ciudad.
Y vagué por el desierto, buscando ramas secas para hacer fuego. Y miré hacia arriba y he aquí que un Torbellino llegó desde el sur. Tenía un resplandor rojizo, y no hacía sonido alguno. Y cuando tocó el suelo, salieron de su vientre cuatro largos pies y el resplandor desapareció. Y me arrojé al suelo y me postré, pues sabía que era una visión divina.
Y cuando levanté mis ojos, había dos emisarios divinos cerca de mí.
Y tenían rostros de hombres, y sus vestidos brillaban como metal bruñido. Y me llamaron por mi nombre y me hablaron, diciendo: Has sido citado por el gran dios, el señor Enki. No temas, pues has sido bendecido. Y estamos aquí para llevarte a lo alto, y llevarte hasta su retiro en la Tierra de Magan, en la isla en medio del Río de Magan, donde están las compuertas.
Y mientras hablaban, el Torbellino se elevó como un carro de fuego y se fue. Y me tomaron de las manos, cada uno de ellos de una mano. Y me elevaron y me llevaron velozmente entre la Tierra y los cielos, igual que se remonta el águila. Y pude ver la tierra y las aguas, y las llanuras y las montañas. Y me dejaron en la isla, ante la puerta de la morada del gran dios. Y en el momento en que me soltaron de las manos, un resplandor como nunca había visto me envolvió y me abrumó, y caí al suelo como si hubiera quedado vacío del espíritu de vida.
Mis sentidos vitales volvieron a mí, como si despertara del más profundo de los sueños, por el sonido de mi nombre al llamarme. Estaba en una especie de recinto. Estaba oscuro, pero también había un aura. Entonces, la más profunda de las voces pronunció mi nombre otra vez.
Y, aunque pude escucharla, no hubiera sabido decir de dónde venía la voz, ni pude ver quién era el que hablaba. Y dije, aquí estoy.
Entonces, la voz me dijo: Endubsar, descendiente de Adapa, te he escogido para que seas mi escriba, para que pongas por escrito mis palabras en las tablillas.
Y de pronto apareció un resplandor en una parte del recinto. Y vi un lugar dispuesto como el lugar de trabajo de un escriba: una mesa de escriba y un taburete de escriba, y había piedras finamente labradas sobre la mesa. Pero no vi tablillas de arcilla ni recipientes de arcilla húmeda. Y sobre la mesa sólo había un estilo, y éste relucía en el resplandor como no lo hubiera podido hacer ningún estilo de caña.
Y la voz volvió a hablar, diciendo: Endubsar, hijo de la ciudad de Eridú, mi fiel sirviente. Soy tu señor Enki. Te he convocado para que escribas mis palabras, pues estoy muy turbado por la Gran Calamidad que ha caído sobre la Humanidad. Es mi deseo registrar el verdadero curso de los acontecimientos, para que tanto dioses como hombres sepan que mis manos están limpias. Desde el Gran Diluvio, no había caído una calamidad tal sobre la Tierra, los dioses y los terrestres. Pero el Gran Diluvio estaba destinado a suceder, no así la gran calamidad. Ésta, hace siete años, no tenía que haber ocurrido. Se podía haber evitado, y yo, Enki, hice todo lo que pude por impedirla; pero, ¡ay!, fracasé. ¿Y fue hado o fue destino?
El futuro juzgará, pues al final de los días un Día del Juicio habrá. En ese día, la Tierra temblará y los ríos cambiarán su curso, y habrá oscuridad al mediodía y un fuego en los cielos por la noche, será el día del regreso del dios celestial. Y habrá quien sobreviva y quien perezca, quien sea recompensado y quien sea castigado, dioses y hombres por igual, en ese día se descubrirá; pues lo que venga a suceder, por lo que ha sucedido será determinado; y lo que estaba destinado, en un ciclo será repetido, y lo que fue fruto del hado y ocurrió sólo por la voluntad del corazón, para bien o para mal vendrá a ser juzgado.
La voz cayó en el silencio; después, el gran señor habló de nuevo, diciendo: Es por esta razón que contaré el relato veraz de los Principios y de los Tiempos Previos y de los Tiempos de Antaño; pues, en el pasado, el futuro se halla oculto. Durante cuarenta días y cuarenta noches, yo hablaré y tú escribirás; cuarenta será la cuenta de los días y las noches de tu trabajo aquí, pues cuarenta es mi número sagrado entre los dioses. Durante cuarenta días y cuarenta noches, no comerás ni beberás; sólo esta onza de pan y agua tomarás, y te mantendrá durante todo tu trabajo.
Y la voz se detuvo, y de pronto apareció un resplandor en otra parte del recinto. Y vi una mesa y, sobre ella, un plato y una copa. Y me levan te para ir allí, y había pan en el plato y agua en la copa.
Y la voz del gran señor Enki habló de nuevo, diciendo: Endubsar, come el pan y bebe el agua, y te mantendrás durante cuarenta días y cuarenta noches. E hice como me indicó. Y después, la voz me indicó que me sentara ante la mesa de escriba, y el resplandor se intensificó allí. No pude ver ninguna puerta ni abertura donde me encontraba, sin embargo el resplandor era tan fuerte como el del sol del mediodía.
Y la voz dijo: Endubsar el escriba, ¿qué ves?
Y miré y vi el resplandor que iluminaba la mesa, las piedras y el estilo, y dije: Veo unas tablillas de piedra, y su tono es de un azul tan puro como el cielo. Y veo un estilo como nunca antes había visto, su cuerpo no parece de caña, y su punta tiene la forma de una garra de águila.
Y la voz dijo: Son éstas las tablillas sobre las cuales inscribirás mis palabras. Por expreso deseo mío, se han tallado del más fino lapislázuli, cada una de ellas con dos caras lisas. Y el estilo que ves es la obra de un dios, el cuerpo está hecho de electro y la punta de cristal divino. Se adaptará firmemente a tu mano, y te será tan fácil grabar con él como marcar sobre arcilla húmeda. En dos columnas inscribirás la cara frontal, en dos columnas inscribirás el dorso de cada tablilla de piedra. ¡No te desvíes de mis palabras y mis declaraciones!
Y hubo una pausa, y yo toqué una de las piedras, y sentí su superficie como una piel lisa, suave al tacto. Y tomé el estilo sagrado, y lo sentí como una pluma en mi mano.
Y, después, el gran dios Enki comenzó a hablar, y yo empecé a escribir sus palabras, exactamente como las decía. A veces, su voz era fuerte; a veces, casi un susurro. A veces, había gozo u orgullo en su voz; a veces, dolor o angustia. Y cuando una tablilla quedaba inscrita en todas sus caras, tomaba otra para continuar.
Y cuando fueron dichas las últimas palabras, el gran dios se detuvo, y pude escuchar un gran suspiro. Y dijo: Endubsar, mi sirviente, durante cuarenta días y cuarenta noches has anotado fielmente mis palabras. Tu trabajo aquí ha terminado. Ahora, toma otra tablilla, y en ella escribirás tu propia atestación; y al final de ella, como testigo, márcala con tu sello; y toma la tablilla y ponla junto con las otras en el cofre divino; pues, en el momento designado, los escogidos vendrán hasta aquí y encontrarán el cofre y las tablillas, y sabrán todo lo que yo te he dictado a ti; y que el relato veraz de los Principios, los Tiempos Previos, los Tiempos de Antaño y la Gran Calamidad será conocido en lo sucesivo como Las Palabras del Señor Enki. Y habrá un Libro de Testimonios del pasado, y un Libro de dicciones del futuro, pues el futuro en el pasado se halla, y lo primero también será lo último.
Y hubo una pausa, y tomé las tablillas y las puse una a una en el orden correcto dentro del cofre. Y el cofre estaba hecho de madera de acacia con incrustaciones de oro en el exterior.
Y la voz de mi señor dijo: Ahora, cierra la tapa del cofre y fija el cierre. E hice como se me indicó.
Y hubo otra pausa, y mi señor Enki dijo: Y en cuanto a ti, Endubsar, con un gran dios has hablado y, aunque no me has visto, en mi presencia has estado. Por tanto, estás bendecido, y serás mi portavoz ante el pueblo. Los amonestarás para que sean justos, pues en ello estriba una buena y larga vida. Y los confortarás, pues en el plazo de setenta años se reconstruirán las ciudades y las cosechas volverán a crecer. Habrá paz, pero también habrá guerras. Nuevas naciones se harán poderosas, reinos se elevarán y caerán. Los dioses de antaño se apartarán, y nuevos dioses decretarán los hados. Pero al final de los días prevalecerá el destino, y ese futuro se predice en mis palabras acerca del pasado. De todo ello, Endubsar, a la gente le hablarás.
Y hubo una pausa y un silencio. Y yo, Endubsar, me postré en el suelo y dije: Pero, ¿cómo sabré qué decir? Y la voz del señor Enki dijo: Habrá señales en los cielos, y las palabras que tengas que pronunciar vendrán a ti en sueños y en visiones. Y, después de ti, habrá otros profetas escogidos. Y al final, habrá una Nueva Tierra y un Nuevo Cielo, y ya no habrá más necesidad de profetas.
Y, entonces, se hizo el silencio, y las auras se extinguieron, y el espíritu me dejó. Y cuando recobré los sentidos, estaba en los campos de los alrededores de Eridú.
Sello de Endubsar, escriba maestro
LA PRIMERA TABLILLA Palabras del señor Enki, primogénito de Anu, que reina en Nibiru.
Con pesar en el espíritu, profiero los lamentos; lamentos amargos que llenan mi corazón. Cuán desolada está la tierra, sus gentes entregadas al Viento Maligno, sus establos abandonados, sus rediles vacíos. Cuán desoladas están las ciudades, sus gentes amontonadas como cadáveres yertos, afligidas por el Viento Maligno. Cuán desolados están los campos, marchita la vegetación, alcanzada por el Viento Maligno. Cuán desolados están los ríos, ya nada vive en ellos, aguas puras y centelleantes convertidas en veneno. De sus gentes de negra cabeza, Sumer está vacía, se ha ido toda vida; de sus vacas y sus ovejas, Sumer está vacía, callado quedó el murmullo de la leche batida.
En sus gloriosas ciudades, sólo ulula el viento; la muerte es el único olor. Los templos, cuyas cúspides alcanzaban el cielo, por sus dioses han sido abandonados. No hay dominio de señorío ni de realeza; cetro y tiara han desaparecido. En las riberas de los dos grandes ríos, en otro tiempo exuberantes y llenos de vida, sólo crecen las malas hierbas. Nadie recorre sus calzadas, nadie busca los caminos; la floreciente Sumer es como un desierto abandonado. ¡Cuán desolada está la tierra, hogar de dioses y hombres!
En esa tierra cayó la calamidad, una calamidad desconocida para el hombre. Una calamidad que la Humanidad nunca antes había visto, una calamidad que no se puede detener. En todas las tierras, desde el oeste hasta el este, se posó una mano de quebranto y de terror. ¡Los dioses, en sus ciudades, estaban tan indefensos como los hombres!
Un Viento Maligno, una tormenta nacida en una distante llanura, una Gran Calamidad forjada en su sendero. Un viento portador de muerte nacido en el oeste se encaminó hacia el este, establecido su curso por el hado.
Una devoradora tormenta como el diluvio, de viento y no de agua destructora, de aire envenenado, no de olas, abrumadora. Por el hado, que no por el destino, se engendró; los grandes dioses, en su consejo, la Gran Calamidad han provocado. Enlil y Ninharsag lo permitieron; sólo yo estuve suplicando para que se contuvieran. Día y noche, por aceptar lo que los cielos decretan, argumenté, ¡pero en vano! Ninurta, el hijo guerrero de Enlil, y Nergal, mi propio hijo, liberaron las venenosas armas en la gran llanura.
¡No sabíamos que un Viento Maligno seguiría al resplandor!, lloran ellos ahora en su angustia. ¿Quién podía predecir que la tormenta portadora de muerte, nacida en el oeste, tomaría su curso hacia el este?, se lamentan los dioses ahora. En sus ciudades sagradas, permanecieron los dioses, sin creer que el Viento Maligno tomaría su ruta hacia Sumer. Uno tras otro, los dioses huyeron de sus ciudades, sus templos abandonaron al viento. En mi ciudad, Eridú, no pude hacer nada por detener a la nube venenosa. ¡Huid a campo abierto!, di instrucciones a la gente; con Ninki, mi esposa, la ciudad abandoné. En su ciudad, Nippur, lugar del Enlace Cielo-Tierra, Enlil no pudo hacer nada por detenerla. El Viento Maligno se abalanzó sobre Nippur. En su nave celestial, Enlil y su esposa partieron apresuradamente.
En Ur, la ciudad de la realeza de Sumer, Nannar a su padre Enlil imploró ayuda; en el lugar del templo que al cielo en siete escalones se eleva, Nannar se negó a considerar la mano del hado. ¡Padre mío, tú que me engendraste, gran dios que a Ur ha concedido la realeza, no dejes entrar al Viento Maligno!, apeló Nannar. ¡Gran dios que decretas los hados, deja que Ur y sus gentes se libren, tus alabanzas proseguirán!, apeló Nannar. Enlil respondió a su hijo Nannar: Noble hijo, a tu admirable ciudad concedí la realeza, pero no se le concedió reinado eterno. ¡Toma a tu esposa Ningal y huye de la ciudad! ¡Ni siquiera yo, que decreto los hados, puedo impedir su destino!
Así habló Enlil, mi hermano; ¡ay, ay, que no era destino! Desde el diluvio, no había caído una calamidad más grande sobre dioses y terrestres; ¡ay, que no era destino! El Gran Diluvio estaba destinado a suceder; pero no la Gran Calamidad de la tormenta portadora de muerte. Por romper una promesa, por una decisión del consejo fue provocada; por las Armas de Terror fue creada. Por una decisión, que no por destino, se liberaron las armas venenosas; por deliberación se echaron las suertes. Contra Marduk, mi primogénito, dirigieron la destrucción los dos hijos; había venganza en sus corazones. ¡No ha de tomar Marduk el poder!, gritó el primogénito de Enlil.
Con las armas me opondré a él, dijo Ninurta. ¡De entre el pueblo ha levantado un ejército, para declarar a Babili ombligo de la Tierra!, así gritó Nergal, hermano de Marduk. En el consejo de los grandes dioses, palabras malévolas se difundieron. Día y noche levanté mi voz opositora; la paz aconsejé, deplorando las prisas. Por segunda vez, el pueblo había elevado su imagen celeste; ¿por qué oponerse a que continúe?, pregunté implorando. ¿Se han comprobado todos los instrumentos? ¿No había llegado la era de Marduk en los cielos?, inquirí una vez más. Ningishzidda, mi hijo, otros signos del cielo citó. Su corazón, yo lo sabía, no podía perdonar la injusticia de Marduk contra él.
Nannar, a Enlil en la Tierra nacido, también fue implacable. ¡Marduk, de mi templo en la ciudad del norte, su propia morada ha hecho! Así dijo. Ishkur, el hijo más joven de Enlil, exigió un castigo; ¡en mis tierras, ha hecho prostituirse al pueblo ante él!, dijo. Utu, hijo de Nannar, contra el hijo de Marduk, Nabu, dirigió su ira: ¡Intentó tomar el Lugar de los Carros Celestiales! Inanna, gemela de Utu, estaba fuera de sí; seguía exigiendo el castigo de Marduk por el asesinato de su amado Dumuzi. Ninharsag, madre de dioses y hombres, desvió la mirada. ¿Por qué no está Marduk aquí? dijo simplemente.
Gibil, mi propio hijo, replicó pesimista: Marduk ha desestimado todas los ruegos; ¡por las señales del cielo reclama su supremacía!
¡Sólo por las armas será detenido Marduk!, gritó Ninurta, primogénito de Enlil. Utu estaba preocupado por la protección del Lugar de los Carros Celestiales; ¡no debe caer en manos de Marduk! Así dijo. Nergal, señor de los Dominios Inferiores, exigía ferozmente: ¡Que se utilicen las antiguas Armas de Terror para arrasar!
A mi propio hijo miré sin podérmelo creer: ¡Para hermano contra hermano las armas de terror se abjuraron!
En lugar de común acuerdo, hubo silencio. En el silencio, Enlil abrió la boca: Debe haber un castigo; como pájaros sin alas quedarán los malhechores, Marduk y Nabu, de nuestro patrimonio nos están privando; ¡hay que privarles del Lugar de los Carros Celestiales! ¡Que se calcine el lugar hasta el olvido!, gritó Ninurta: ¡Dejadme ser El Que Calcina! Excitado, Nergal se puso en pie y gritó: ¡Que las ciudades de los malhechores también sean destruidas, dejadme arrasar las ciudades pecadoras, dejad que a partir de hoy mi nombre sea el Aniquilador! Los terrestres, por nosotros creados, no deben ser dañados; los justos con los pecadores no deben perecer, dije enérgicamente.
Ninharsag, la compañera que me ayudó a crearlos, estaba de acuerdo: La cuestión solamente se ha de resolver entre los dioses, el pueblo no debe ser dañado. Anu, desde la morada celestial, estaba prestando atención a las discusiones. Anu, que determina los hados, su voz hizo escuchar desde su morada celestial: Que las Armas de Terror sean por esta vez usadas, que el lugar de las naves propulsadas sea arrasado, que al pueblo se le perdone. ¡Que Ninurta sea el Calcinador, que Nergal sea el Aniquilador! Y así Enlil la decisión anunció.
A ellos, un secreto de los dioses revelaré; el lugar oculto de las armas de terror a ellos les desvelaré. Los dos hijos, uno mío, uno suyo, en su cámara interior Enlil convocó. Nergal, cuando volvió junto a mí, desvió la mirada. ¡Ay!, grité sin palabras, ¡el hermano se ha revuelto contra el hermano! ¿Acaso por hado han de repetirse los Tiempos Previos? Un secreto de los Tiempos de Antaño les reveló Enlil a ellos, ¡las Armas de Terror a sus manos confió! Aderezadas de terror, con un resplandor se desataron; todo lo que tocan, en un montón de polvo lo convierten. Para hermano contra hermano en la Tierra fueron abjuradas, ninguna región afectar.
Entonces, el juramento se violó, como una vasija rota en inútiles trozos. Los dos hijos, plenos de gozo, con paso rápido de la cámara de Enlil emergieron, para la partida de las armas. Los otros dioses volvieron a sus ciudades; ¡sin presagiar ninguno de ellos su propia calamidad!
He aquí el relato de los Tiempos Previos, y de las Armas de Terror.
Antes de los Tiempos Previos fue el Principio; después de los Tiempos Previos fueron los Tiempos de Antaño. En los Tiempos de Antaño, los dioses llegaron a la Tierra y crearon a los terrestres. En los Tiempos Previos, ninguno de los dioses estaba en la Tierra, ni se había hecho aún a los terrestres. En los Tiempos Previos, la morada de los dioses estaba en su propio planeta; Nibiru es su nombre. Un gran planeta, rojizo en resplandor; alrededor del Sol, una vuelta alargada hace Nibiru. Durante un tiempo, Nibiru está envuelto en el frío; durante parte de su recorrido, el Sol fuertemente lo calienta.
Una gruesa atmósfera envuelve a Nibiru, alimentada continuamente con erupciones volcánicas. Todo tipo de vida esta atmósfera mantiene; ¡sin ella, todo perecería! En el período frío, conserva en el planeta el calor interno de Nibiru, como un cálido abrigo que se renueva constantemente. En el período cálido, protege a Nibiru de los abrasadores rayos del Sol En su mitad, las lluvias aguanta y libera, dando altura a lagos y ríos.
Una exuberante vegetación alimenta y protege nuestra atmósfera; hace brotar todo tipo de vida en las aguas y en la tierra. Después de eones de tiempo, brotó nuestra propia especie, por nuestra propia esencia una simiente eterna para procrear. A medida que nuestro número crecía, nuestros ancestros se extendieron a muchas regiones de Nibiru. Algunos cultivaron la tierra, a criaturas de cuatro patas apacentaban.
Unos vivían en las montañas, otros hicieron su hogar en los valles. Hubo rivalidades, tuvieron lugar usurpaciones; hubo conflictos, y los palos se convirtieron en armas. Los clanes se reunieron en tribus, y luego dos grandes naciones se enfrentaron entre sí. La nación del norte contra la nación del sur tomó las armas.
Lo que sostenía la mano para lanzar proyectiles se trocó; armas de estruendo y resplandor incrementaron el terror. Una guerra, larga y feroz, devoró al planeta; hermano luchó contra hermano. Hubo muerte y destrucción, tanto en el norte como en el sur. Durante muchas vueltas, la desolación reinó en las tierras; toda vida fue diezmada. Después, se declaró una tregua; y más tarde se hizo la paz. Que las naciones se unan, se dijeron los emisarios entre sí: que haya un trono en Nibiru, un rey que reine sobre todos. Que haya un líder del norte o del sur elegido a suertes, un rey supremo ha de ser. Si fuera del norte, que el sur elija a una mujer para que sea su esposa, en igualdad como reina, para reinar juntos. Si por suertes fuera elegido un hombre del sur, que una mujer del norte sea su esposa. Que sean marido y mujer, para hacerse una sola carne.
Que su hijo primogénito sea el sucesor; que una dinastía unificada sea así formada, ¡para establecer la unidad en Nibiru para siempre! En medio de las ruinas se inició la paz. Norte y sur por matrimonio se unieron.
El trono real en una carne combinada, ¡una sucesión no interrumpida de realeza establecida! El primer rey después de la paz fue hecho, un guerrero del norte fue, un poderoso comandante. Por suertes, veraz y justo, fue él elegido; fueron aceptados sus decretos en la unidad. Para morada suya, construyó una espléndida ciudad; Agadé, que significa Unidad, fue su nombre. Para su reinado, un título real le fue concedido; An fue, el Celestial fue su significado. Con brazo fuerte, restableció el orden en las tierras; decretó leyes y regulaciones. Designó gobernadores para cada tierra; la restauración y el cultivo fue su principal tarea.
De él, en los anales reales, así se registró: An unificó las tierras, la paz en Nibiru restauró. Construyó una nueva ciudad, los canales reparó, proveyó alimento para el pueblo; hubo abundancia en las tierras. Por esposa suya, el sur eligió una doncella, dotada tanto para el amor como para la contienda. An. Tu fue su título real; la Líder Que Es Esposa de An, significaba ingeniosamente el nombre dado. Le dio a An tres hijos y ninguna hija. Al primogénito, ella le puso el nombre de An.Ki; Por An un Sólido Fundamento era su significado.
Solo en el trono estuvo él sentado; una esposa a elegir fue dos veces pospuesta. En su reinado, las concubinas iban al palacio; un hijo a él no le nació. La dinastía así iniciada se interrumpió con la muerte de Anki; en el fundamento, ningún descendiente siguió. El hijo mediano, no el primogénito, Heredero Legal fue nombrado.
Desde su juventud, uno de los tres hermanos, Ib fue llamado amorosamente por su madre. El Que Está en Medio significaba su nombre. En los anales reales, An.Ib es nombrado: En realeza celestial; durante generaciones, El Que Es Hijo de An significó su nombre. Sucedió a su padre An en el trono; en suma, fue el tercero en reinar. A la hija de su hermano pequeño eligió por esposa. Nin.Ib fue llamada, la Dama de Ib.
Ninib le dio un hijo a Anib; el sucesor del trono fue, el cuarto de la cuenta de los reyes. Por el nombre real de An.Shar.Gal deseó que se le conociera; Príncipe de An Que Es el Más Grande de los Príncipes era el significado. Su esposa, una hermanastra, Ki.Shar.Gal fue llamada igualmente. El conocimiento y la comprensión fue su principal ambición; estudió asiduamente los caminos de los cielos. Estudió la gran vuelta de Nibiru, su longitud fijó en un Shar. Como un año de Nibiru era la medida, por él los reinados reales serían numerados y registrados. Dividió el Shar en diez partes, de ese modo declaró dos festividades. En las proximidades del Sol, se celebró una festividad del calor.
Cuando Nibiru hacía su morada en la distancia, se decretó la festividad del frío. Sustituyendo a todas las festividades de antaño de tribus y naciones, para unificar al pueblo se establecieron las dos. Leyes de marido y mujer, de hijos e hijas, estableció por decreto; proclamó las costumbres de las primeras tribus para todo el país. Desde las guerras, las mujeres superaban en gran número a los hombres. Decretos hizo, un hombre ha de tener más de una mujer por conocer. Por ley, una mujer ha de ser elegida como esposa oficial, Primera Esposa ha de ser llamada.
Por ley, el hijo primogénito era el sucesor de su padre. Por estas leyes, no tardó en llegar la confusión; si el hijo primogénito no era nacido de la Primera Esposa. Y después nacía un hijo de la Primera Esposa, convirtiéndose por ley en Heredero Legal.¿Quién será el sucesor: aquél que por la cuenta de Shars nació primero? ¿Aquél nacido de la Primera Esposa? ¿El hijo Primogénito? ¿El Heredero Legal? ¿Quién heredará? ¿Quién sucederá? En el reinado de Anshargal, Kishargal fue declarada Primera Esposa. Hermanastra del rey era.
En el reinado de Anshargal, se llevaron concubinas de nuevo a palacio. De las concubinas, le nacieron hijos e hijas al rey. Un hijo de una fue el primero en nacer; el hijo de una concubina fue el Primogénito. Después, Kishargal tuvo un hijo. Heredero Legal por ley era; pero Primogénito no era. En el palacio, Kishargal levantó la voz, iracunda gritó: ¡Si por las normas mi hijo, de una Primera Esposa nacido, se ve privado de la sucesión, que la doble simiente no se olvide! Aunque de diferentes madres, de un mismo padre el rey y yo somos descendientes. Yo soy la hermanastra del rey; de mí, el rey es hermanastro. ¡Por ello, mi hijo posee la doble simiente de nuestro padre Anib! ¡Que, en lo sucesivo, la Ley de la Simiente, la Ley del Desposorio prevalezca! ¡Que, en lo sucesivo, el hijo de una hermanastra, cuando quiera que nazca, por encima de todos los demás hijos alcance la sucesión!
Anshargal, considerándolo, le concedió su favor a la Ley de la Simiente: La confusión de esposa y concubinas, de matrimonio y divorcio, se evitaría con ella. En su consejo, los consejeros reales adoptaron la Ley de la Simiente para la sucesión. Por orden del rey, los escribas anotaron el decreto. Así fue proclamado el próximo rey por la Ley de la Simiente para la sucesión. A él le fue concedido el nombre real An.Shar. Quinto en el trono fue.
Viene ahora el relato del reinado de Anshar y de los reyes que le siguieron. Cuando se cambió la ley, los otros príncipes se enfrentaron. Hubo palabras, no hubo rebelión. Como esposa, Anshar eligió a una hermanastra. La hizo su Primera Esposa; se le llamó con el nombre de Ki.Shar. Así fue, por esta ley, que la dinastía continuó.
En el reinado de Anshar, los campos redujeron sus cosechas, frutos y cereales perdieron abundancia. De vuelta en vuelta, en la cercanía del Sol, el calor fue creciendo en fuerza; en las moradas lejanas, el frío se hizo más intenso. En Agadé, la ciudad del trono, el rey reunió en asamblea a aquéllos de gran entendimiento. A sabios eruditos, gente de gran conocimiento, se les ordenó investigar. La tierra y el suelo examinaron, lagos y ríos pusieron a prueba. Ha ocurrido antes, dio alguien una respuesta: Nibiru, en el pasado, más fría y más cálida ha sido; ¡Destino es esto, en la vuelta de Nibiru arraigado! Otros de conocimiento, observando la vuelta, no consideraron culpable al destino de Nibiru. En la atmósfera, se ha hecho una brecha; ése fue su hallazgo.
¡Los volcanes, forjadores de la atmósfera, lanzaban al cielo menos erupciones! ¡El aire de Nibiru se había hecho más tenue, el escudo protector había disminuido! En el reinado de Anshar y Kishar, hicieron aparición las plagas del campo; no se las podía vencer con trabajo. El hijo de ambos, En.Shar, ascendió después al trono; de la dinastía, era el sexto. Noble Maestro del Shar significaba su nombre. Con gran entendimiento nació, dominó muchos conocimientos con mucha erudición. Buscó caminos para dominar las aflicciones; de la vuelta celeste de Nibiru, hizo mucho estudio. En su bucle, abrazaba a cinco miembros de la familia del Sol, planetas de deslumbrante belleza. Buscando remedios para las aflicciones, hizo examinar sus atmósferas. A cada uno le dio un nombre, a antepasados ancestrales honró; los consideró como parejas celestes An y Antu, los planetas gemelos, llamó a los dos primeros en ser encontrados. Más allá de la vuelta de Nibiru, estaban Anshar y Kishar, por su tamaño los más grandes.
Como un mensajero, Gaga entre los otros corría, a veces el primero en encontrar Nibiru. Cinco en total eran los que recibían a Nibiru en el cielo, mientras circundaba al Sol. Más allá, como una frontera, el Brazalete Repujado circundaba al Sol; como un guardián de la región prohibida del cielo, con escombros protegía. Otros hijos del Sol, cuatro en número, escudaba de la intrusión el brazalete. Las atmósferas de los cinco primeros se puso a estudiar Enshar. En su vuelta repetida, en el bucle de Nibiru, se examinaron atentamente los cinco. Qué atmósferas poseían, se examinaron intensamente por observación y con carros celestiales. Los hallazgos fueron sorprendentes, los descubrimientos confusos. De vuelta en vuelta, la atmósfera de Nibiru más brechas sufría. En los consejos de los eruditos, los remedios se debatían con avidez; se consideraron formas de vendar la herida urgentemente. Se intentó un nuevo escudo que envolviera al planeta; todo lo que se lanzó hacia arriba, cayó de vuelta al suelo.
En los consejos de los eruditos, se estudiaron las erupciones de los volcanes. La atmósfera, se había creado por las erupciones volcánicas; su herida había tenido lugar por la disminución de erupciones. ¡Que con invenciones se potencien nuevas erupciones, que los volcanes escupan de nuevo!, estaba diciendo un grupo de sabios. Cómo alcanzar la hazaña, con qué herramientas conseguir más erupciones, nadie podía dar cuenta al rey. En el reinado de Enshar, se hizo más grande la brecha en los cielos. Las lluvias se negaban, los vientos soplaban más fuerte; los manantiales de las profundidades no emergían. En las tierras, había una maldición; los pechos de las madres se secaron.
En el palacio, había aflicción; había una maldición allí dentro. Como Primera Esposa, Enshar desposó a una hermanastra, ateniéndose a la Ley de la Simiente. Nin.Shar fue llamada, de los Shars la Dama. Un hijo no tuvo. Por una concubina, a Enshar le nació un hijo; fue el hijo Primogénito. Por Ninshar, Primera Esposa y hermanastra, no llegó un hijo. Por la Ley de Sucesión, el hijo de la concubina ascendió al trono; fue el séptimo en reinar. Du.Uru fue su nombre real; En el Lugar de Morada Forjado era su significado; de hecho, fue concebido en la Casa de las Concubinas, no en el palacio. Como esposa, una doncella amada desde su juventud eligió Duuru; por amor, no por simiente, seleccionó una Primera Esposa. Da.Uru fue su nombre real; La Que Está a Mi Lado era el significado. En la corte real, la confusión corría desenfrenada. Los hijos no eran herederos, las esposas no eran hermanastras. En la tierra, iba creciendo el sufrimiento.
Los campos olvidaron su abundancia, y entre el pueblo disminuyó la fertilidad. En el palacio, la fertilidad estaba ausente; no habían tenido ni hijo ni hija. De la simiente de An, siete fueron los soberanos; después, de su simiente se secó el trono. Dauru encontró a un niño en la puerta del palacio; como a un hijo lo abrazó. Al final, Duuru como a un hijo lo adoptó, lo nombró Heredero Legal; Lahma, que significa Sequedad, fue el nombre que se le dio. En el palacio, los príncipes protestaban; en el Consejo, había quejas. Al final, Lahma ascendió al trono. Aunque no era de la simiente de An, fue el octavo en reinar. En los consejos de los eruditos, se dieron dos sugerencias para sanar la brecha: una fue el uso de un metal, oro era su nombre. En Nibiru, era muy raro; dentro del Brazalete Repujado era abundante.
Era la única sustancia que se podía moler hasta el polvo más fino; elevado hasta el cielo, podía quedar suspendido. Así, con reaprovisionamientos, la brecha se sanaría, habría una mejor protección. ¡Que se construyan naves celestiales, que una flota celestial traiga el oro a Nibiru! ¡Que se creen Armas de Terror!, fue la otra sugerencia; armas que sacudan y aflojen el suelo, que agrieten las montañas; Atacar con proyectiles los volcanes, su letargo remover, estimular sus erupciones, ¡recargar la atmósfera, hacer desaparecer la brecha! Lahma era débil para tomar una decisión; no sabía qué opción tomar.
Nibiru completó una vuelta, dos Shars siguió contando Nibiru. En los campos, la aflicción no cejaba. La atmósfera no se reparaba con las erupciones volcánicas. Pasó un tercer Shar, un cuarto se contó. No se obtenía oro. Los conflictos abundaban en el reino; la comida y el agua escaseaban. La unidad se perdió en el reino; las acusaciones eran abundantes. En la corte real, los sabios iban y venían; los consejeros corrían arriba y abajo.
El rey no prestaba atención a sus palabras. Sólo buscaba consejo en su esposa; Lahama era su nombre. Si fuera el destino, supliquemos al Gran Creador de Todo, al rey, dijo ella. ¡Suplicar, no actuar, es la única esperanza! En la corte real, los príncipes estaban inquietos; se le dirigían acusaciones al rey: ¡De forma estúpida y absurda, está trayendo calamidades aún mayores en vez de cura! De los antiguos depósitos, se recuperaron las armas; había mucho que hablar de rebelión. Un príncipe, en el palacio real, fue el primero en tomar las armas. Con palabras de promesa, agitó a los otros príncipes; Alalu era su nombre. ¡Que Lahma ya no sea más el rey!, gritó. ¡Que la decisión sustituya a la vacilación! ¡Venid, vamos a desalentar al rey en su morada; hagamos que abandone el trono!
Los príncipes hicieron caso a sus palabras; las puertas del palacio abrieron con violencia; a la sala del trono, su entrada prohibida, como aguas en avalancha llegaron. El rey escapó a la torre del palacio; Alalu fue en su persecución. En la torre hubo lucha; Lahma cayó muerto. ¡Lahma ya no está!, gritó Alalu. Ya no está el rey, anunció con alborozo. A la sala del trono se dirigió apresuradamente Alalu, en el trono él mismo se sentó. Sin derecho ni consejo, él mismo se proclamó rey. Se había perdido la unidad en el reino; unos se alegraron por la muerte de Lahma, otros se entristecieron por lo que había hecho Alalu. Viene ahora el relato del reinado de Alalu y de la ida a la Tierra. Se había perdido la unidad en el reino; muchos se sentían ofendidos sobre la realeza. En el palacio, los príncipes estaban agitados; en el consejo, los consejeros estaban turbados. De padre a hijo, la sucesión de An prosiguió en el trono; incluso Lahma, el octavo, había sido declarado hijo por adopción. ¿Quién era Alalu? ¿Acaso era un Heredero Legal, era el Primogénito? ¿Bajo qué derecho había usurpado el trono? ¿No era el asesino del rey?
Ante los Siete Que Juzgan, fue convocado Alalu para considerar su suerte. Ante los Siete Que Juzgan, Alalu expuso sus pretensiones: ¡Aún sin ser Heredero Legal ni hijo Primogénito, de simiente real sí que era! De Anshargal desciendo, ante los jueces reclamó. De una concubina, mi antepasado le nació a él; Alam era su nombre. Por la cuenta de Shars, Alam fue el primogénito; a él le pertenecía el trono. Por una confabulación, la reina dejó a un lado sus derechos! La Ley de la Simiente de la nada se inventó, para que su hijo obtuviera la realeza. A Alam se le privó de la realeza; y al hijo de ella, en su lugar, le fue concedida. Por descendencia, soy el continuador de las generaciones de Alam; ¡la semilla de Anshargal está dentro de mí! Los Siete Que Juzgan tuvieron en cuenta las palabras de Alalu.
Al Consejo de Consejeros pasaron el asunto, para que dirimieran su veracidad o falsedad. Se trajeron los anales reales de la Casa de Registros; con mucha atención, se leyeron. An y Antu, la primera pareja real, estaban; tres hijos y ninguna hija a ellos les nacieron. El Primogénito fue Anki; él murió en el trono; no tuvo descendencia. En su lugar, el hijo mediano ascendió al trono; Anib fue su nombre. Anshargal fue su Primogénito; al trono ascendió. Después de él, en el trono, no continuó la realeza del Primogénito; La Ley de Sucesión se sustituyó por la Ley de la Simiente. El hijo de una concubina era el Primogénito; por la Ley de la Simiente, se le privaba de la realeza.
Así se le concedió la realeza al hijo de Kishargal; siendo la razón ser hermanastra del rey. Del hijo de la concubina, del Primogénito, los anales no hacían mención. ¡De él soy descendiente!, gritó Alalu a los consejeros. ¡Por la Ley de Sucesión, a él le pertenecía la realeza; por la Ley de Sucesión, a la realeza tengo ahora derecho! Con vacilaciones, los consejeros de Alalu exigieron un juramento de verdad. Alalu prestó el juramento; como rey le consideró el consejo. Convocaron a los ancianos, convocaron a los príncipes; ante ellos, pronunciaron la decisión. De entre los príncipes, un joven príncipe se adelantó; quería decir algo acerca de la realeza. Se debería reconsiderar la sucesión, dijo a la asamblea. Aunque ni Primogénito, ni hijo de la reina, de pura simiente desciendo: ¡La esencia de An se preservó en mí, sin diluirse en concubina! Los consejeros escucharon sus palabras con sorpresa; al joven príncipe le dijeron que se acercara.
Le preguntaron su nombre. Es Anu; ¡por mi antepasado An, fui así nombrado! Le preguntaron por sus generaciones; de los tres hijos de An, les recordó: Anki fue el Primogénito, sin hijo ni hija murió; Anib fue el mediano, en el lugar de Anki ascendió al trono; Anib tomó por esposa a la hija de su hermano menor; a partir de ellos, se registra en los anales la sucesión. ¿Quién fue el hermano pequeño, hijo de An y de Antu, de la simiente más pura? Los consejeros, admirados, se miraban entre sí. ¡Enuru era su nombre!, les anunció Anu: ¡Él fue mi gran antepasado! Su esposa, Ninuru, era una hermanastra; el hijo de ella fue el primogénito; Enama fue su nombre. La esposa de éste era una hermanastra, por las leyes de simiente y sucesión, un hijo le dio. ¡De descendientes puros continuaron las generaciones, por ley y por simiente perfectas! Anu, por nuestro antepasado An, me pusieron mis padres a mí; Del trono se nos apartó; de la simiente pura de An no se nos apartó! ¡Que Anu sea rey!, gritaron muchos consejeros. ¡Que se destituya a Alalu!
Otros aconsejaron cautela: ¡Evitemos conflictos, que prevalezca la unidad! Llamaron a Alalu, para contarle lo que se había descubierto. Al príncipe Anu, Alalu le ofreció su brazo en abrazo; a Anu le dijo así: Aunque de diferente descendencia, de un único antepasado descendemos ambos; ¡vivamos en paz, juntos devolveremos la abundancia a Nibiru! ¡Déjame conservar el trono, conserva tú la sucesión! Al consejo dirigió estas palabras: ¡Que Anu sea Príncipe Coronado, que sea él mi sucesor! ¡Que su hijo se case con mi hija, que se unifique la sucesión! Anu hizo una reverencia ante el consejo, ante la asamblea declaró así: De Alalu, el copero seré, su sucesor a la espera; un hijo mío a una hija suya elegirá como novia. Ésa fue la decisión del consejo; se inscribió en los anales reales. De esta manera, Alalu siguió sentado en el trono. Él convocó a los sabios, a eruditos y comandantes consultó; para decidir, obtuvo muchos conocimientos.
Que se construyan naves celestiales, decidió, para buscar oro en el Brazalete Repujado, decidió. Los Brazaletes Repujados destruyeron las naves; ninguna de ellas volvió. ¡Que las Armas de Terror abran las entrañas de Nibiru, que los volcanes vuelvan a la erupción!, ordenó entonces. Se armaron carros celestes con las Armas de Terror, con proyectiles de terror golpearon a los volcanes desde los cielos. Las montañas se balancearon, los valles se estremecieron, mientras grandes resplandores estallaban con estruendo. Había mucho alborozo en el reino; había expectativas de abundancia. En el palacio, Anu era el copero de Alalu. Él se postraría a los pies de Alalu, le pondría la copa en la mano.
Alalu era el rey; a Anu le trataba como a un sirviente. En el reino, el alborozo se apagó; las lluvias se negaban a caer, los vientos soplaban con más fuerza. Las erupciones de los volcanes no aumentaban, no sanaba la brecha en la atmósfera. Nibiru seguía recorriendo sus vueltas en los cielos; de vuelta en vuelta, el calor y el frío se hacían más difíciles de sufrir. El pueblo de Nibiru dejó de venerar a su rey; ¡en vez de alivio, había traído miseria! Alalu seguía sentado en el trono. El fuerte y sabio Anu, el primero entre los príncipes, estaba de pie ante él. Se postraría ante los pies de Alalu, le pondría la copa en la mano. Durante nueve períodos contados, Alalu fue rey en Nibiru.
En el noveno Shar, Anu presentó batalla a Alalu. Desafió a Alalu a un combate mano a mano, con los cuerpos desnudos. Que el vencedor sea rey, dijo Anu. Forcejearon entre sí en la plaza pública; las jambas de las puertas temblaron y las paredes se remecieron. Alalu hincó la rodilla; al suelo cayó sobre su pecho. Alalu fue derrotado en combate; por aclamación, Anu fue proclamado rey. Anu fue escoltado hasta el palacio; Alalu al palacio no volvió. De entre las masas, sigilosamente escapó; tenía miedo de morir como Lahma.
Sin que lo reconocieran, fue apresuradamente hasta el lugar de los carros celestiales. Alalu se subió a un carro que arrojaba de proyectiles; cerró la portezuela tras él. Entró en la cámara de la parte delantera; ocupó el asiento del comandante. Encendió Lo-Que-Muestra-el-Camino, la cámara se llenó con una aura azulada. Levantó las Piedras de Fuego; el zumbido de éstas, como la música, era cautivador. Avivó el Gran Quebrantador del carro; arrojaba un resplandor rojizo. Sin percatarse nadie de ello, Alalu escapó de Nibiru en la nave celestial. Hacia la nivea Tierra puso rumbo Alalu; por un secreto del Principio, eligió su destino.
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