miércoles, 26 de octubre de 2016

CON UN SOLO PIÉ EN EL ESPEJO

No era un espejo cualquiera, era de esos que vemos en las tiendas de anticuario. Son casi de cuerpo entero y basculan atrás y adelante. Y era ovalado y yo iba entrando en la duermevela que precede al sueño. Es cierto lo que he leído en una de las últimas entradas del blog : los mensajes que alguien te manda te llegan, si no a horas determinadas (aunque yo tengo la teoría de que también), en situaciones de semiconsciencia. Cuando nuestro espíritu puede aprovechar que lo consciente se va retirando y sale a hablarnos en su idioma, un idioma construido de imágenes, aunque los elementos que utiliza normalmente son familiares, pero con otro significado.

Bueno, pues allí estaba yo haciendo el tonto delante de aquel espejo, comprobando cómo la imagen cambiaba el eje de rotación. Desde el espejo, lo que ves es tu figura pero como si estuvieras de espaldas y la cara para adelante. Y me preguntaba si los artistas que a lo largo de la historia habían pintado su autorretrato habrían tenido en cuenta la inversión del espejo o no. Realmente, tu verdadera cara sólo la conseguirías poniendo otro espejo de canto sobre el eje de la figura y recordando que lo que se refleje en el segundo pertenece al lado contrario de tu cara. Si repites la operación hacia el otro lado y colocas el reflejo también en el lado contrario, al unirlas, te estarás viendo tal como eres.

Y seguía, más o menos coherentemente esta idea, cuando, a punto de cambiar de escenario, señal de que me estaba durmiendo, todavía tuve tiempo de alzar la pierna derecha, que hubiera sido la izquierda del espejo si éste no se hubiera convertido en una especie de plasma que no me reflejaba y por dónde, no sé de qué forma, había decidido atravesar. Veía la misma sustancia que tantas veces he visto en la serie Stargate, que me encanta. "Bueno, pensaba, sólo una pierna y, si duele, la retiro", indecisa "¿y si me quedo sin pierna?", "no te puedes quedar sin pierna, porque estás soñando" yo sola me respondía las dudas. Pero, al final, si se puede llamar valor a cometer una imprudencia que te puede costar una pierna, le eché un poco de ánimo y sumergí, primero un pié, que movía  de un sitio a otro, como si estuviera interpretando un baile mágico. Avancé un poco más y, cuando ya casi necesitaba la otra pierna, con el fluido llegando a la rodilla, una voz venida de no sé dónde pero desde luego no de mí, una voz ronca, en tono grave y cuyo eco rebotaba en todas las paredes dijo: "¡¡¡¡ACOSO!!!!". Y lo pongo así, grande, porque así sonó. La palabra se repetía como si alguien se la llevara y sólo se oía, cada vez más lejana: "¡acoso......acoso....acos... aco...... a a a a a" y según se alejaba iba adquiriendo una especie de ritmo, como si de pronto fuera el mantra de algúna ceremonia, con cierto recochineo. Después ya estaba dormida.

A lo mejor la cosa no hubiera pasado de ahí, si el episodio no se hubiera repetido por la mañana, pero a la inversa. Sin espejos, sin jueguecitos de pies, sin contemplaciones, según iba poco a poco saliendo del sueño y, cuando todavía mi consciencia estaba un poco distraída, me vino como un latigazo la palabra, sin ecos, sin música, sin bromas: Acoso. Esta vez no había voz, era un palabra que flotaba en el aire y que he visto hasta que, de una vez, me desperté.

Hacía muchos días que Snoopy y yo teníamos que hacer el trayecto B (el corto) para nuestro paseo matinal, debido  a la insistente lluvia que caía por rachas. Pero hoy, se notaba que si llovía, tardaría bastante en empezar. Así que hemos hecho el paseo A y tan abstraída iba en mis pensamientos que, si el pequeñajo no me ladra, no me hubiera dado cuentas de que habíamos traspasado nuestro límite hacía bastante. La meditación naturalmente era sobre el acoso.

Es algo común (supongo que por influjo televisivo) asociar el acoso con una especie de esquizofrenia asesina de un loco que se cree enamorado de una inocente y no para hasta la mata o la policía lo coge "in fraganti"(o a la viceversa como en  "Instinto Básico"). Actualmente se ha mostrado otra forma, al que llamamos bulling porque somos idiotas y que se da en las escuelas por parte de un grupo o un grandullón que abusa o se ensaña con algún inocente que no se atreve a contarlo en casa y puede dar lugar al suicidio del acosado. Pero tras repasar estos dos tipos y decidir que no eran razón suficiente como para que me ocuparan una noche entera o para que me manden un aviso o una llamada al orden tan tajante. No, decidí que era algo propio. O bien alguien me acosaba o bien yo estaba acosando.

Analizando lentamente las circunstancias presentes (y digo lentamente porque ya estaba casi adivinando la solución), actualmente a mí nadie me acosa. No considero acoso esas tonterías que les da a algunos machitos que nos enseñan sus poderes por si los queremos comprar, eso lo considero una provocación que, a mí personalmente me molesta ver.

Así que el motivo del aviso angustioso que recibí se refería a algo que yo estaba haciendo. Quizá pensando hacer un bien, le estaba complicando la vida a alguien hasta el punto de que esa persona, intentaba escaparse desesperadamente de mi amigable axfisia y encima, con el agravante de que era yo la que se mostraba dolida.

Y lo vi tan claro que tuve que aflojar el paso, cuyo ritmo había ido aumentando de forma gradual conforme una verdad enorme e incuestionable tomaba forma en mi mente y yo me horrorizaba de mí misma, tuve que tomar aliento y reunir todo el valor del mundo para reconocer que me estaba convirtiendo en una acosadora. 

En las "conversaciones con Dios" que hemos estado viendo y que seguiremos pronto con el tercer volumen, se dice bien clarito que todas nuestras acciones se deben a dos motivos: amor (con todos sus grados) o miedo (también en todas sus formas). Y, desde ahí la cosa ya fué más fácil de analizar porque esa faceta de mí sí la conozco: Y, aunque parezca una paradoja, una vez bien analizada, no lo es:

Por miedo a perder una amistad, yo misma la estaba perdiendo.


Y eso que solo metí en el dichoso espejo una pierna hasta la rodilla. Espero no hacerme adicta al espejo, porque no es agradable tener que reconocer que te estás comportando como una auténtica imbécil y que el derecho de pernada ya se abolió, gracias a Dios.

A ver si dejan ya de sorprenderme los fogonazos instantáneos de las narices y me levanto mañana pensando, como siempre, que soy lo mejor que "ha parido madre". Mientras alguien no me demuestre lo contrario. Y, por supuesto, se acabó el acoso.

FIN DEL ASUNTO

No hay comentarios:

Publicar un comentario