El título no quiere decir que sean dos historias que resulten familiares normalmente, sino de dos historias que afectan directamente a mi familia; una de ellas pudo ser resuelta, de forma bastante traumática para los afectados y la otra se ha extendido por más de veinte años y todavía continúa, sin que nadie de la familia, unos porque no se atreven, otros porque no pueden y yo, porque no sé qué se puede hacer con toda la familia en contra.
La historia afecta a uno de los que yo llamo "medio-sobrinos", o sea un hijo de un "primo hermano". Con este primo tenía yo bastante trato cuando era adolescente y él un mozo de los que se reunían en corrillo en la Plaza a hablar del tiempo, de las cosechas y, si había suficiente confianza, de política. Este era un tema tabú en aquellos tiempos, que levantaba ampollas en las familias por el comportamiento de unos y otros durante aquella maldita guerra civil, que nunca debió ocurrir, pues si la guerra es siempre horrorosa, una guerra civil es una blasfemia contra la humanidad y, quienes las provocan, debería ser juzgados por criminales in absentia, o sea, aunque sea después de muertos. Un pacto no escrito de silencio se extendió por el pueblo y, si bien nadie hablaba de ello públicamente, en el seno de las familias todavía perduran enemistades irreconciliables trasmitidas por los abuelos y asumidas por las generaciones posteriores. Ni siquiera yo me atrevo a nombrar la guerra a nadie, siempre que no me escupan a la cara alguna de las consignas tontas, que se repiten como muletilla y que todavía hay alguno que te lo dice directamente: "con Franco se vivía mejor" o "aquí lo que está haciendo falta es una dictadura". Cuando alguien suelta una parida semejante (casi siempre en la tienda y casi siempre por hombres), el silencio que se produce se puede cortar con un cuchillo y a mí se me enciende la sangre y no puedo callarme, a pesar de que siempre hay alguien que me dice que lo haga.
Pero, como siempre, no era éste el tema del que quiero hablar; simplemente estaba calentando motores. Os quiero hablar de mi medio-sobrino.......se merece un nombre.... le vamos a llamar Gustavo, que por estas tierras no es corriente y porque Gustavo se llamaba mi primer amor platónico, allá por los 13 años o así. Como sólo fue platónico (esto para los morbosos) y no se lo comenté a nadie, pues ni él se enteró y el amor, como vino, se fue, por sustitución, o sea, que aquel año y como todos, en las Fiestas de Agosto vino la banda del pueblo de al lado y uno de los chavales, que por cierto tocaba el clarinete, heredó el amor de Gustavo, que también pasó sin pena ni gloria, con la diferencia de que nunca supe el nombre del músico.Bueno, vayamos a lo que importa: la historia de Gustavo, mi medio-sobrino. De ella tuve noticias por mi prima R. que era la que me contaba las historias de la familia en el mucho tiempo que yo he estado fuera (unos treinta años). Gustavo, por lo visto era un crío encantador, cariñoso y besaba a todos los miembros de la familia cuando se encontraban en cualquier sitio. Cuando acabó la escuela, sus padres, le mandaron al Instituto y dicen que era de los mejores alumnos. Un poquito raro ya, según mi prima, que no me supo explicar qué tipos de rarezas presentaba el muchacho. Se volvió huraño, solitario y no tenía amigos ni amigas. Quiso ser ingeniero agrónomo, con la consiguiente algría de sus padres, que le mandaron a la capital y volvió con un título y un expediente envidiable.
Y vino el primer enfrentamiento con los padres. El se quería ir del pueblo ante el estupor familiar que "no me digas a mí, que con el título ese y las tierras que tienen, qué necesidad tenía de irse de aquí". Terremoto familiar, lloros de la madre, broncas con el padre, peleas entre los hermanos (porque Gustavo tenía un hermano, que "ese sí, ese ha sido un modelo de hijo, y no ha dado nunca nada de qué hablar), intervención de los tíos, las tías, los primos, las primas y, según mi prima "pero si vino tu madre a hablar con ellos y discutió con todos porque dijo que si el muchacho quería irse del pueblo, lo dejaran en paz, que tenía derecho a trabajar dónde quisiera y que con un título y, según estaba el campo necesitado de técnicos, no iba a tener problemas". "¡¡ qué raro, prima!!! a mí mi madre nunca me contó nada de esto", "ya, pero es que tu madre seguro que no supo toda la historia"
Y del pueblo marchó Gustavo y, para poner tierra por medio, se largó a Barcelona, dónde efectivamente encontró trabajo y, supongo que también amigos. Encontró también, ignoro el proceso, lo que ahora llamamos "su identidad" y resultó que su identidad no era masculina. Tampoco era homosexual. Gustavo se descubrió como un alma de mujer revestida por un cuerpo de hombre. Durante años vivió con ello, sin confiarlo a nadie y sufriendo como (y nunca mejor dicho) un alma en pena. Hasta que un médico le aportó la única solución científica: operación y hormonas. El muchacho anduvo de médico en médico, de psiquiatra en psiquiatra y todos le decían lo mismo: operación y hormonas. Paseó su espíritu durante tiempo intentando adaptarse a lo que la naturaleza le había dado y, cuando venía, las pocas veces que vino "yo siempre supe que a ese chico de pasaba algo, es que si le hubieras visto, se notaba que a ese chico le estaba matando la pena, pero, hija, quién se iba a imaginar lo que el muchacho tenía dentro".
Y hace veinte años Gustavo vino a desahogarse con su padre y a contarle sus pesares. Necesitaba dinero para la operación y sus padres lo tenían. Y, en mala hora lo hizo. Las voces del padre trascendían las gruesas paredes y el viento las llevaba a todos los rincones. Los lloros y aspavientos de la madre, juntándose con las del marido, no sólo despertaron a los vecinos más próximos sino que como siempre ha ocurrido aquí, hasta los ángeles de la guarda se aburren y se han convertido en unos chismosos que, durante el sueño susurran al oído de sus durmientes todo lo que pasa, no en las calles que están desiertas, sino en las casas de los demás. Antes del amanecer, la noticia estaba en boca de todos.
Cuando Gustavo salió a tomar unos vinos (por aquel entonces todavía había dos o tres bares) le extrañó que su hermano quisiera acompañarlo. Pero, en cuanto empezó a notar las miradas de la gente, antes de que alguien se acercara con cualquier comentario, el hermano le cogió del brazo y se lo llevó de vuelta a casa. Y digo se lo llevó porque, "si lo hubieras visto al pobre, pálido como un cadáver y con unos lacrimones como mi puño, prima, qué lástima de criatura".
De vuelta a casa, Gustavo entró en su habitación y nunca más ha salido de ella. Sólo deja la habitación si tiene que acompañar a su madre al médico, si el hermano no puede. La madre, para superar el trago, empezó a somatizar el problema y enfermó de todo lo que se podía enfermar, con lo que las vecinas la animaban, la consolaban y nunca le hablaban de su hijo, que sufre una autoinfringida prisión perpetua. En un viaje a la capital, con mi prima R, que ya estaba muy cascada, por causalidad, no encontramos con ellos. La madre en silla de ruedas y los hijos con ella. Es la única vez que he visto a Gustavo. Tenía la mirada triste, estaba pálido por falta de sol, pero su sonrisa era cálida y cariñosa. "Así que eres la prima D........ con lo que hemos oído hablar de ti"
Yo le miré a la cara y acabamos riendo, porque nadie se había percatado de que Gustava había heredado una de las característica que de vez en cuando aparece en nuestra familia cada X tiempo:"Anda!!!!!! si tienes los ojos de mi abuelo, bueno de tu bisabuelo!!!.... mira R., mira, tiene los ojos del abuelo", "Coño, nunca me había fijado". Efectivamente Gustavo tiene un ojo verde y el otro azul. Aunque hay que fijarse mucho para darse cuenta, porque no es un azul cielo, ni verde de hoja de árbol.
Y ahí sigue Gustavo, en su habitación en la que nadie entra. Y yo, que me acuerdo muchas veces de él invento mil maneras de poder verle. Pero es imposible. Ni por el corral podría saltar, con todo lo que yo jugaba de niña en ese corral dónde mi tío B... siempre tenía un carro de hierba fresca para los conejos. Y la cantidad de voces que nos daba porque, si pisábamos la hierba, los conejos no se la comían. Pero entonces éramos muy jóvenes, muy felices e indocumentados.
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La siguiente historia, ocurrida también en mi familia, se refiere a un primo hermano. Para entenderla tendremos que dar un salto hacia atrás en el tiempo e imaginarnos un mundo sin internet, sin televisión, sin periódicos, sin teléfono (ni fijo, ni móvil) en las casas. Si querías hablar con alguien, la encargada de la centralita tenía que llamar a otro sitio y de ahí a otro y al final de los saltos, el destinatario recibiría un aviso, tipo telegrama diciéndole que a tal hora estuviera en tal sitio que tenía una conferencia. O sea, el intento te podía llevar dos horas. Por fin te daban la misma hora en la que el destinatario estaría en la centralita correspondiente. Cuando llegaba la hora, la conexión frecuentemente no era posible porque "había demora", o sea que de cuatro líneas que debían de existir, estaban todas ocupadas. Calcular la demora era imposible. Te podías tirar todo un día sólo para decirle a tu madre que estabas bien.
Mi madre tenía un método más rápido e infalible. Se acercaba a la parada del autobús que venía al pueblo y, como allí siempre había algún conocido, le daba un sobre con el nombre de mi tía y asunto arreglao.
También hay que tener en cuenta el nivel de ignorancia del país. No todos los niños iban a la escuela y los que iban era más bien por no pasar frío por las calles y "para que estén recogidos".
Por supuesto la división entre chicos y chicas se llevaba a cabo desde la cuna. Cuándo tenías novio, podías platicar con él, siempre bajo la mirada atenta de la madre, que era la encargada de la honra de las mocitas.
Bueno, pues mi primo............Pedro (por ejemplo) tuvo una novia durante cinco años y planearon la boda para cuando él hiciera el servicio militar. Era una novia modelo, nunca se dejó besar, ni acercarse demasiado y "las manos quietas, que luego van al pan". Y llegado el día, con un fiestorro en casa de mi tío en el que se asaron no sé cuántos corderos, chorizos, pollos, y dulces que, mi pueblo siempre ha sido famoso por sus dulces. Lo mejor de las noches frescas, con las ventanas abiertas, es que mi pueblo huele a galletas y a pan cociéndose.
El ir a Madrid en viaje de novios era lo más corriente, teniendo en cuenta que los coches escaseaban y todavía se usaban los carros con mulas para desplazarse. Pues a Madrid se fueron los recién casados a ver la Cibele, el Retiro y, sobre todo La Puerta del Sol, dónde era muy probable que encontraras a gente de tu pueblo. Durante muchos años la Puerta del Sol ha sido sitio de citas para muchos madrileños y no madrileños.
A los dos días de estar en Madrid, mi primo Pedro se presentó en casa pidiendo nervioso, desesperado, fuera de sí, hablar con mi madre a solas. Venía solo y a mí me pareció extraño. Pero mi madre, sin compasión ni delicadeza para conmigo, me mandó a ver escaparates a la Gran Vía, con la recomendación expresa de no volver hasta que mis pies no me doliesen. Y así fui apartada de un acontecimiento que debía ser importante. Hasta llegué a pensar que ella se había muerto en el trance. Pues allí quedaron mi madre y el primo Pedro charlando de sus cosas.
Cuando mi reloj biológico me exigía con urgencia un lavabo, como yo no había entrado nunca en un bar, empecé la vuelta a casa y, además, también tenía hambre.
Cuando llegué, mi primo Pedro ya no estaba y mi madre sentada en la cocina miraba fijamente los azulejos blancos como si estuviera viendo un fantasma. "Mamá.... mamá... MAMÁ", "No chilles hija, si te estoy oyendo", "Qué pasa..... ha pasado algo gordo", "te lo tengo que contar, hija, porque yo nunca había oído una cosa así", "ay, jopé (por aquel entonces, yo todavía no decía joder) que me estás asustando...", "pues nada, hija, que la chica con la que se ha casado no tiene...", "qué no tiene?", "pues eso.... no lo tiene" y, de pronto caí en la cuenta, de forma inadvertida de lo que estábamos hablando: "no me dirás que no tiene vagina?", "ay, hija, qué bruta eres hablando", "es que se llama así, mamá, ¿cómo lo llamas tú?", "... yo qué sé, si yo nunca había oído nada igual", "ni yo de nadie a mi alrededor, pero sí en los libros. De todas formas ¿Por qué se casó, si eso con una operación se soluciona?", "¡¡¡ qué cosas más raras dices, hija!!!! cómo se va a operar eso. Si no hay, no hay", " es que sí hay, mamá, sólo no se le ve al exterior. Pero un cirujano lo arregla", "..y qué le digo a Pedro que me va a llamar mañana","pues que no se asuste y que traiga a la muchacha para consultar con D. Alfredo". D.Alfredo era un médico que vivía en el piso de arriba.
Así que, al día siguiente, D. Alfredo nos informó de lo que yo ya sabía. Lo que le llamaba la atención al médico era cómo los padres de la chica no habían remediado eso. Quizá pensaron que, una vez casada, el marido no tendría más remedio que aguantarse. Quizá el padre no sabía nada y la madre, a quién no conocía, no debía tener muchas luces. La muchacha era muy guapa. Con los dientes blancos y una sonrisa (cuando sonreía, la pobre) encantadora. Y allí estuve durante un mes ayudando a Pedro, bueno a su mujer, a arreglar ese desaguisado fruto de la ignorancia.
En cuestión de un mes, la muchacha estaba feliz pero no la veía yo demasiado contenta. Cuando le pregunté me dijo que mi primo no quería ni acercarse a ella, le daba repugnancia. Así que, ante la actitud de Pedro, que por otra parte lloraba cuando nos contaba que no podía, hubo que acudir a la Iglesia para anular ese matrimonio. El caso estaba claro pero nos hicieron dar más vueltas que una peonza. Al final, el matrimonio se declaró nulo por no sé qué que estaba en latín.
Mi primo Pedro encontró a otra esposa y ella encontró un esposo y aunque puedo decir que fueron felices y comieron perdices, medito sobre el mal que puede hacer la ignorancia, la incultura, pero, sobre todo qué daño puede hacer la falta de amor.
Cuando mi reloj biológico me exigía con urgencia un lavabo, como yo no había entrado nunca en un bar, empecé la vuelta a casa y, además, también tenía hambre.
Cuando llegué, mi primo Pedro ya no estaba y mi madre sentada en la cocina miraba fijamente los azulejos blancos como si estuviera viendo un fantasma. "Mamá.... mamá... MAMÁ", "No chilles hija, si te estoy oyendo", "Qué pasa..... ha pasado algo gordo", "te lo tengo que contar, hija, porque yo nunca había oído una cosa así", "ay, jopé (por aquel entonces, yo todavía no decía joder) que me estás asustando...", "pues nada, hija, que la chica con la que se ha casado no tiene...", "qué no tiene?", "pues eso.... no lo tiene" y, de pronto caí en la cuenta, de forma inadvertida de lo que estábamos hablando: "no me dirás que no tiene vagina?", "ay, hija, qué bruta eres hablando", "es que se llama así, mamá, ¿cómo lo llamas tú?", "... yo qué sé, si yo nunca había oído nada igual", "ni yo de nadie a mi alrededor, pero sí en los libros. De todas formas ¿Por qué se casó, si eso con una operación se soluciona?", "¡¡¡ qué cosas más raras dices, hija!!!! cómo se va a operar eso. Si no hay, no hay", " es que sí hay, mamá, sólo no se le ve al exterior. Pero un cirujano lo arregla", "..y qué le digo a Pedro que me va a llamar mañana","pues que no se asuste y que traiga a la muchacha para consultar con D. Alfredo". D.Alfredo era un médico que vivía en el piso de arriba.
Así que, al día siguiente, D. Alfredo nos informó de lo que yo ya sabía. Lo que le llamaba la atención al médico era cómo los padres de la chica no habían remediado eso. Quizá pensaron que, una vez casada, el marido no tendría más remedio que aguantarse. Quizá el padre no sabía nada y la madre, a quién no conocía, no debía tener muchas luces. La muchacha era muy guapa. Con los dientes blancos y una sonrisa (cuando sonreía, la pobre) encantadora. Y allí estuve durante un mes ayudando a Pedro, bueno a su mujer, a arreglar ese desaguisado fruto de la ignorancia.
En cuestión de un mes, la muchacha estaba feliz pero no la veía yo demasiado contenta. Cuando le pregunté me dijo que mi primo no quería ni acercarse a ella, le daba repugnancia. Así que, ante la actitud de Pedro, que por otra parte lloraba cuando nos contaba que no podía, hubo que acudir a la Iglesia para anular ese matrimonio. El caso estaba claro pero nos hicieron dar más vueltas que una peonza. Al final, el matrimonio se declaró nulo por no sé qué que estaba en latín.
Mi primo Pedro encontró a otra esposa y ella encontró un esposo y aunque puedo decir que fueron felices y comieron perdices, medito sobre el mal que puede hacer la ignorancia, la incultura, pero, sobre todo qué daño puede hacer la falta de amor.
Wow! Si son temas tan poco hablados por la falta de valores, y por la ignorancia de tratarlos como temas taboos. Pero son cosas que pasan, y son normales. Solo se necesita amor y apoyo.
ResponderEliminarWow! Si son temas tan poco hablados por la falta de valores, y por la ignorancia de tratarlos como temas taboos. Pero son cosas que pasan, y son normales. Solo se necesita amor y apoyo.
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