miércoles, 23 de octubre de 2019

¿QUÉ SE SIENTE EN EL CIELO? ROBERT A. MONROE

ENTRESACADO DE LA OBRA "VIAJES FUERA DEL CUERPO"

No es una obra filosófica. Tampoco es una obra religiosa. De hecho el autor es más bien inclinado a la ciencia que a otras facetas de pensamiento. Puede tomarse incluso como una obra de Ciencia Ficción escrita en primera persona. En este sentido, me recuerda el estilo de Heinlein ("Las cien vidas de Lázarus Long").
El protagonista simplemente nos cuenta su capacidad de hacer viajes astrales. Capacidad de la que no encuentra la razón. Sus primeros pasos, sus visitas a psiquiatras y su perfeccionamento del método para despegar su cuerpo no-físico de su cuerpo físico. Levanta acta de todo lo que siente y le pasa. El estilo es cercano, amigable y no exento de cierto humor y hasta falta de fe en sus propias experiencias. Los párrafos que os traigo intentan comunicarnos lo que él sintió cuando llegó a un sitio que, según parece, debe ser el cielo del que hablan las religiones. Es un texto precioso.

"... He "ido" tres veces a un lugar indescriptible con palabras. No obstante, es esta visión, esta interpretación, la visita temporal a este "lugar” o estado del ser la que evoca el mensaje que hemos oído muy a menudo a lo largo de la historia de la humanidad. Estoy seguro de que esto puede formar parte del cielo tal como nuestras religiones lo conciben. También debe ser el nirvana, el Samadhi, la experiencia suprema que nos han contado los místicos de todas las épocas. Ciertamente, es un estado del ser, muy probablemente interpretado de manera diferente por cada persona.

Para mí era un lugar de paz absoluta y exquisita emoción. Era como estar flotando entre cálidas nubes suaves donde no hay arriba ni abajo, donde no existe nada como porción separada de materia. La calidez no es sólo interna, sino que forma parte de uno. La propia percepción se ve fascinada y abrumada por el Entorno Perfecto.

La nube donde se flota está bañada por rayos de luz de tonos y matices en perpetuo cambio, todos buenos mientras uno se baña en ellos, mientras le pasan por encima. Rayos de luz de color rubí o algo más allá de lo que conocemos como luz, porque jamás había visto una luz semejante. Todos los colores del espectro iban y venían constantemente, nunca con brusquedad, proporcionando cada uno de ellos una diferente felicidad apacible o relajante. Es como estar dentro y formando parte de las nubes que rodean un atardecer eternamente resplandeciente y cambiar con cada variación de color vivo. Es como responder y absorber la eternidad de azules, amarillos, verdes y rojos y toda la sutil gama de tonos intermedios. Todos resultan familiares. Aquí se está a gusto. En Casa.

Al atravesar despacio y sin esfuerzo la nube se escucha música alrededor. No es algo que se capte. Está allí siempre y se vibra en armonía con la música. Es mucho más que la música conocida. Son sólo las armonías, los delicados y dinámicos pasajes melódicos, los contrapuntos corales que evocan allí una profunda emoción incoherente. No hay ramplonería. Coros de voces humanas hacen eco en canciones sin palabras. Es como resonar en infinitas modalidades de cuerdas de todos los tonos de sutil armonía entrelazadas en temas cíclicos a la vez que en fuga. La música no procede de ninguna fuente. Está allí, envolvente, íntima, parte de uno; la música es uno mismo.

Es la pureza de la verdad de la que no se ha tenido más que un atisbo. Es el festín, y las diminutas exquisiteces degustadas allí hacen concebir esperanzas en la existencia del Todo. Aquí se colma la inefable emoción, anhelo, nostalgia y sensación de destino que se experimenta al contemplar las nubes de poniente en Hawaii, al permanecer mudo entre los altos árboles que se mecen en el silencio del bosque, o cuando un pasaje o fragmento musical o una canción evocan recuerdos del pasado o inspiran una nostalgia ausente de recuerdos o cuando se echa de menos la patria, ya sea ésta una ciudad, un país, una nación o la familia. Se está en el Hogar.

Se está donde hay que estar. Donde siempre se debería haber estado. Y lo más importante, no se está solo. Hay otros al lado o relacionados con uno. No tienen nombre ni se les percibe por su aspecto, pero se les conoce y se está unido a ellos por un gran conocimiento único. Son exactamente como uno mismo, son uno mismo y, del mismo modo, son la Casa. Se les siente como suaves ondas eléctricas que pasan, como una totalidad de amor de la que todas las facetas que se hayan experimentado no son más que segmentos o porciones incompletas. Aquí es el único sitio donde la emoción no
necesita ninguna expresión ni manifestación ostentosa. Se da y se recibe como un acto automático, sin esfuerzo. No existe la necesidad. Desaparece la "condescendencia". El intercambio fluye con naturalidad. No hay conciencia de las diferencias de sexo, cada uno como parte del todo es a la vez masculino y femenino, positivo y negativo, electrón y protón. El amor hombre-mujer va y viene, padre-hijo-hermano-ídolo, idilio e ideal, todo ello interactúa en suaves ondas dentro, en y a través de cada uno. El equilibrio es perfecto porque se está donde hay que estar. Se está en el Hogar.

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