viernes, 22 de junio de 2018

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¿Qué es la filosofía de la ciencia?


La tarea principal de la filosofía de la ciencia es analizar los métodos de investigación utilizados en los diversos campos científicos. Quizá el lector se pregunte por qué esta tarea recae en los filósofos más que en los mismos científicos. Es una buena pregunta. Parte de la respuesta es que ver la ciencia desde una perspectiva filosófica permite develar suposiciones implícitas en la práctica científica, pero que los científicos no discuten en forma abierta. Para ilustrar esto, ubiquémonos en el ámbito de la experimentación. Supongamos que un científico realiza un experimento y obtiene un resultado particular. Repite el experimento varias veces y obtiene el mismo resultado. Después de eso es probable que se detenga, confiando en que si repite el experimento exactamente en las mismas condiciones, obtendrá el mismo resultado. Esta idea puede parecer obvia, pero como filósofos queremos cuestionarla. ¿Por qué se asume que las repeticiones futuras del experimento arrojarán el mismo resultado? ¿Cómo saber si esto es cierto? Es poco probable que un científico dedique mucho tiempo a desentrañar estas curiosas preguntas; con toda seguridad, tiene mejores cosas que hacer. En esencia se trata de preguntas filosóficas, a las que volveremos en el siguiente capítulo.



Así que parte del trabajo de la filosofía de la ciencia es cuestionar los supuestos que los científicos dan por hechos. Sin embargo, sería un error creer que los hombres de ciencia nunca discuten temas filosóficos. La historia registra a muchos científicos que han desempeñado un importante papel en el desarrollo de la filosofía de la ciencia. Descartes, Newton y Einstein son ejemplos prominentes. Ellos estaban muy interesados en las interrogantes filosóficas sobre cómo tiene que proceder la ciencia, que métodos de investigación debe emplear, cuánta confianza debemos poner en esos métodos y si constituyen una limitante para el conocimiento científico, entre otras cosas. Como veremos, esas preguntas aún se encuentran en el corazón de la filosofía contemporánea de la ciencia. De esta manera, los asuntos de interés para los filósofos de la ciencia no son “meramente filosóficos”; por el contrario, han llamado la atención de algunos de los más connotados científicos. Sin embargo, hay que decir que muchos hombres de ciencia actuales prestan poca atención a la filosofía de la ciencia y tienen escasos conocimientos de ella. Si bien esto es desafortunado, no es una señal de que los temas filosóficos ya no son relevantes. Más bien es una consecuencia de la naturaleza cada vez más especializada de la ciencia, así como de la polarización entre las ciencias y las humanidades que caracteriza al sistema de educación moderno.



Tal vez el lector aún se pregunte qué es exactamente la filosofía de la ciencia. Afirmar que “estudia los métodos de la ciencia”, como hicimos antes, no es decir mucho. Más que tratar de proporcionar una definición de mayor amplitud, procederemos a considerar un problema típico de la filosofía de la ciencia


Ciencia y seudociencia


Recuérdese la pregunta con la que comenzamos: ¿Qué es la ciencia? Karl Popper, un influyente filósofo de la ciencia del siglo XX, pensaba que el rasgo fundamental de una teoría científica es que debe ser falseable. Asegurar que una teoría es falseable no quiere decir que sea falsa. Más bien significa que la teoría hace algunas predicciones definidas que se pueden probar contra la experiencia. Si estas predicciones resultan equivocadas, entonces la teoría ha sido falseada o refutada. Entonces, una teoría falseable es aquella que podemos descubrir que es falsa, es decir, que no es compatible con todos los posibles cursos de la experiencia. Popper consideraba que algunas teorías supuestamente científicas no satisfacían esta condición y, por lo tanto, no merecían llamarse ciencia, sino más bien seudociencia.



La teoría psicoanalítica de Freud era uno de los ejemplos favoritos de Popper de la seudociencia. Según este autor, la teoría freudiana se ajusta a cualquier hallazgo empírico. Sin importar cuál sea el comportamiento del paciente, los freudianos siempre encontrarán una explicación en términos de su teoría; nunca admitirán que su corpus teórico estaba equivocado. Popper ilustró su punto con el siguiente ejemplo. Imagínese un hombre que empuja a un niño a un río con la intención de asesinarlo, y a otro hombre que sacrifica su vida para salvar al niño. Los freudianos pueden explicar con la misma facilidad la conducta de ambos hombres: el primero era un reprimido, mientras que el segundo había alcanzado la sublimación. Popper argüía que a través del uso de conceptos como represión, sublimación y deseos inconscientes, la teoría de Freud podía ser compatible con cualquier dato clínico y, en consecuencia, no era falseable.



Lo mismo es aplicable a la teoría de la historia de Marx, según Popper. Marx afirmaba que en las sociedades industrializadas del mundo, el capitalismo daría paso al socialismo y por último al comunismo, Pero cuando esto no pasó, en vez de admitir que la doctrina marxista estaba equivocada, sus seguidores inventaron una explicaciónd hoc de por qué lo ocurrido concordaba a pesar de todo con la teoría. Por ejemplo, decían que el inevitable avance del comunismo se había visto frenado de manera temporal por el surgimiento del Estado benefactor, que “suavizaba” al proletariado y debilitaba su vocación revolucionaria. De esta manera, la teoría de Marx era compatible con cualquier posible curso de los acontecimientos, al igual que la de Freud. En consecuencia, de acuerdo con el criterio de Popper, ninguna de las dos teorías califica como genuinamente científica.



Popper contrastó las teorías de Marx y Freud con la teoría de la gravitación, de Einstein, también conocida como de la relatividad general. A diferencia de los primeros, Einstein hizo una predicción muy definida: que los rayos de luz de estrellas distantes podían ser desviados por el campo gravitacional del sol. En condiciones normales este efecto sería imposible de observar, excepto durante un eclipse solar. En 1919 el astrofísico inglés sir Arthur Eddington organizó dos expediciones para observar el eclipse solar de ese año, una a Brasil y otra a la isla de Príncipe, en la costa atlántica de África, con el propósito de probar la predicción de Einstein. Las expediciones encontraron que la luz de las estrellas era desviada por el sol en casi la misma cantidad predicha por Einstein. Popper estaba muy impresionado: la teoría de Einstein había hecho una predicción definida, precisa, que se confirmó con las observaciones. Si hubiera resultado que el sol no desviaba la luz de las estrellas, se habría demostrado que Einstein estaba en un error. Así, la teoría de Einstein satisface el criterio de falseabilidad.



La intuición nos dice que el intento de Popper de distinguir ciencia de seudociencia es muy razonable. En efecto, hay algo turbio en una teoría que puede ajustarse a cualesquier dato empírico. Sin embargo, algunos filósofos consideran que el criterio de Popper es muy simplista. Éste criticaba a los freudianos y a los marxistas por explicar los datos que contradijeran sus teorías, en vez de aceptar que éstas habían sido refutadas. Ciertamente, el procedimiento levanta sospechas. Sin embargo, hay evidencia de que este mismo procedimiento es utilizado en forma rutinaria por científicos “respetables” —a quienes Popper no quiere acusar de practicar la seudociencia— y ha llevado a importantes descubrimientos científicos.



Esto puede ilustrarse con otro ejemplo del campo de la astronomía. La teoría gravitacional de Newton, de la que se habló antes, hacía predicciones acerca de las rutas que los planetas debían seguir en su órbita alrededor del sol. En su mayor parte, esas predicciones surgieron a partir de la observación. Sin embargo, la órbita observada de Urano difería en forma consistente de lo predicho por Newton. Este enigma fue resuelto en 1846 por dos científicos, Adams en Inglaterra y Leverrier en Francia, quienes trabajaron de manera independiente. Ellos plantearon que había otro planeta, aún sin descubrir, que ejercía una fuerza gravitacional adicional sobre Urano. Adams y Leverrier calcularon la masa y posición que este planeta debía de tener si su atracción gravitacional era la responsable del extraño comportamiento de Urano, Poco después se descubrió el planeta Neptuno, casi exactamente en el lugar predicho por Adams y Leverrier.



Está claro que el comportamiento de Adams y Leverrier no se puede catalogar como “acientífico”; después de todo, llevó al descubrimiento de un nuevo planeta. Sin embargo, ellos hicieron exactamente lo que Popper criticó de los marxistas: comenzaron con una teoría —la teoría de la gravitación de Newton— que hizo una predicción incorrecta de la órbita de Urano. En vez de concluir que la teoría de Newton estaba equivocada, se aferraron a ella y trataron de explicar las observaciones conflictivas postulando la existencia de un nuevo planeta. En forma similar, cuando el capitalismo no mostraba signos de ceder el paso al comunismo, los marxistas no aceptaron que la teoría de Marx era incorrecta, sino que la defendieron y trataron de explicar por otras vías las observaciones conflictivas. Así que, ¿es injusto acusar a los marxistas de practicar una seudociencia si permitimos que lo realizado por Adams y Leverrier se considere ciencia buena y, en consecuencia, ejemplar?



Esto implica que el intento de Popper de diferenciar ciencia de seudociencia no puede ser muy correcto, a pesar de su sensatez inicial. Sin duda, el ejemplo de Adams y Leverrier es atípico. En general, los científicos no abandonan sus teorías cuando éstas entran en conflicto con los resultados de las observaciones, sino que buscan cómo eliminar el conflicto sin tener que renunciar a sus ideas. Sobre este punto volveremos en el capítulo 5. Vale la pena recordar que en ciencia casi todas las teorías chocan con algunas observaciones; es muy difícil encontrar un corpus teórico que se ajuste a la perfección a los datos. Por supuesto, si una teoría es cuestionada por la información recabada y no se encuentra la forma de explicar esa contradicción, entonces dicha teoría tendría que rechazarse. Sin embargo, habría muy pocos avances si los científicos simplemente abandonaran sus teorías al primer signo de problemas.



La falla en el criterio de distinción de Popper arroja una importante pregunta: ¿en realidad es posible encontrar un rasgo común a todo loque llamamos “ciencia”, que no sea compartido por nadie más? Popper suponía que la respuesta a esta pregunta era afirmativa. Pensaba que las teorías de Freud y Marx eran claramente acientíficas, de modo que debería de haber una característica de la que carecieran y que formara parte de las teorías científicas genuinas. Sin embargo, al margen de si aceptamos o no la evaluación negativa de Freud y Marx, el supuesto de Popper de que la ciencia tiene una “naturaleza esencial” es cuestionable. Después de todo la ciencia es una actividad heterogénea, que comprende un amplio espectro de teorías y disciplinas diferentes. Puede ser que compartan rasgos definitorios de lo que se considera ciencia, pero también puede ser que no. El filósofo Ludwig Wittgenstein argumentaba que no hay un conjunto establecido de características que definan lo que va a ser un “juego”. Más bien hay un grupo de rasgos, la mayoría de los cuales son comunes a casi todos los juegos. Sin embargo, es posible que alguno de los juegos carezca de una de las características del grupo y aun así continuar siendo un juego. Lo mismo puede ocurrir con la ciencia, en cuyo caso es poco probable que se encuentre un criterio para distinguir ciencia de seudociencia

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