sábado, 27 de agosto de 2016

LA LUCHA DEL BIEN CONTRA EL MAL (7º DIA)

Séptimo Día

La cordillera de la Sierra Morena es parte de la divisoria Mariánica que separa el Sur de Andalucía del resto de la península ibérica; desde el Mediterráneo, frente a las Baleares, hasta el monte Gordo en la desembocadura del río Guadiana, su relieve tiene una longitud aproximada de seiscientos kilómetros. En el extremo occidental, dando origen al río Odiel, se dibuja de Este a Suroeste la sierra de Aracena, en uno de cuyos cerros se halla enclavado el castillo Templario al cual me referiré más adelante. Numerosas cadenas de sierras menores se extienden más al Sur: una de ellas es la de Río Tinto, de donde proviene el río del mismo nombre; otra es la de Catochar, asiento de las principales minas de la Casa de Tharsis. Los ríos Tinto y Odiel descienden hacia el Golfo de Cádiz y confluyen, pocos kilómetros antes de la costa, formando una ancha ría. En la franja de terreno que queda entre ambos ríos, sobre la desembocadura del Odiel, se asienta desde la Antigüedad la ciudad fluvial y marítima de Onuba, hoy llamada Huelva. Y a unos veinticinco kilómetros de Onuba, Odiel arriba, se encontraba la antiquísima ciudadela de Tharsis, en la cercanías de la actual villa Valverde del Camino. El río Tinto, o Pinto, recibe ese nombre porque sus aguas bajan rojizas, teñidas por el mineral de hierro que recoge en la sierra Aracena. El Odiel, en cambio, siempre fue un río sagrado para los iberos y por eso lo identificaban con la más importante Vruna, la que designa el Nombre de Navután, el Gran Jefe de los Atlantes blancos. Al parecer, Navután significaba Señor (Na) Vután, en la lengua de los Atlantes blancos; los distintos pueblos indogermanos que participaron del Pacto de Sangre, pero luego cayeron frente a la Estrategia del Pacto Cultural, concluyeron que se trataba de un Dios y le adoraron bajo diferentes Nombres, todos derivados de Navután: así, se le llamó Nabu (de Nabu- Tan); Wothan (de Na-Vután, Na-Wothan); Odán u Odín (de Nav-Odán, Nav- Odín); Odiel u Odal (de Nav-Odiel, Nav Odal); etc.

Cinco kilómetros al Norte de la ciudadela de Tharsis, en el sistema de la sierra Catochar, se halla el monte Char, nombre que significaba Fuego y Verbo en diversos dialectos iberos. En su cima existía un bosque de Fresnos que era venerado por los iberos en memoria de Navután: allí los Atlantes blancos habían erigido un enorme meñir señalado con Su Vruna. Lo habían plantado en el centro del bosque, en un sitio que, extrañamente, estaba poblado por un pequeño grupo de manzanos. En los días de los Señores de Tharsis, sólo sobrevivía uno de aquellos manzanos, y nadie sabía explicar si los otros habían desaparecido por causas naturales o por el talado intencional. El que quedaba estaba plantado a unos veinte pasos del meñir y se veía a todas luces que se trataba de un árbol varias veces centenario.
Toda la Antigüedad mediterránea pregriega conocía la existencia del “Manzano de Tharsis”, hacia el que solían emprender peregrinaciones anuales los devotos de la Diosa del Fuego. En un comienzo, en efecto, los fresnos y manzanos estaban asociados a Navután y Frya, respectivamente. Posteriormente, luego de la alianza de sangre con los pueblos del Pacto Cultural, los Sacerdotes consagraron el Manzano de Tharsis a la Diosa Belisana y establecieron la costumbre de celebrar el Culto al pie de su añoso tronco. Para ello construyeron un altar de piedra compuesto de dos columnas y una losa transversal, sobre la que se asentaba la Lámpara Perenne: aquel fuego inmortal representaba a la Diosa, y el Manzano el camino a seguir. Conforme enseñaban los Sacerdotes, el Dios Creador escribió el Culto en la semilla del manzano; el árbol era sólo una parte del mensaje referido al destino del hombre; la flor, por ejemplo, equivalía al corazón del hombre, el asiento del Alma, y su forma, y su color, expresaban la Promesa de la Diosa; pero otra parte del mensaje estaba escrito en el rosal y la Promesa de la Diosa también lucía en su flor, en su forma y su color; el manzano y el rosal no sólo eran plantas de la misma familia sino que en realidad consistían en una sola planta: fue la Promesa de la Diosa la que dividió la semilla del manzano para que hubiesen varias flores diferentes, flores que revelarían el camino de la perfección a aquellos hombres que se entregasen a Ella y abrazasen su Culto.

Por supuesto, el mito que describía el Culto sólo sería revelado por los Sacerdotes a quienes ellos consideraban que estaban preparados para la iniciación en el sacerdocio, es decir, a quienes iban a ser también Sacerdotes. El significado, secreto, de la Promesa sería éste: el manzano y el rosal correspondían a dos estados o fases de la vida del hombre, como la niñez y la adultez, por ejemplo; cuando era “como niño”, el hombre tenía su corazón semejante a la flor del manzano, que era blanca y sonrosada por fuera, y se desplegaba insensatamente; cuando fuese “como adulto”, es decir, cuando fuese iniciado como Sacerdote del Culto o cuando fuese capaz de oficiarlo como un Sacerdote, tendría el corazón como la flor del rosal, que era del color del Fuego de la Diosa y jamás se desplegaba totalmente, como no fuera para morir; por eso existía en el mundo un solo manzano y muchos rosales: porque muchas serían las perfecciones que podría alcanzar el hombre que emprendiese el sacerdocio de la Diosa; la historia del manzano ya estaba escrita, en cambio la historia del rosal se estaba siempre escribiendo; y la mejor parte aún no había sido escrita: vendrían al mundo, algún día, hombres de un corazón tan perfecto, que entonces advendrían las rosas más bellas, como nunca se vieron antes en la Tierra. Con esta explicación, se entenderá por qué los Sacerdotes habían permitido que un viejo rosal de pitiminí se hubiera enrollado como una serpiente en el tronco del Manzano de Tharsis: indudablemente, tal disposición de los dos árboles era necesaria para representar el significado secreto del Culto. El ritual obligaba a adorar el Fuego de la Diosa y admirar la flor del manzano, deseando intensamente que la Diosa cumpliese la Promesa y el corazón del Sacerdote se tornase como la flor del rosal. Pero el pueblo, que habitualmente ignoraba esta interpretación del Culto, acudía de todas partes al Manzano de Tharsis para realizar sus ofrendas ante el Altar de Fuego de la Diosa.

Cuando mis antepasados adquirieron los derechos del Señorío de Tharsis, que entonces era muy reducido y estaba devastado por la reciente guerra contra los fenicios, se hicieron cargo naturalmente del Culto Local, aunque carecían de una Lámpara Perenne. Prácticamente no introdujeron reformas en lo referente a la Promesa pues aceptaban como un hecho que el corazón estaba relacionado con la flor del manzano y que la adoración a la Diosa ocasionaría una trasmutación análoga a la flor del rosal. Sólo en lo Tocante al Fuego se pudo apreciar el primer efecto visible que la misión familiar estaba causando en los Señores de Tharsis; agregaron al título de la Diosa la palabra “frío”, vale decir, que Belisana era ahora “la Diosa del Fuego Frío”. Explicaron ese cambio como una revelación local de la Diosa. Ella había hablado a los Señores de Tharsis; en la comunicación, afirmaba que sería Su Fuego el que se instalaría en el corazón del hombre y lo trasmutaría; y que ese Fuego, al principio extremadamente cálido, finalmente se tornaría más frío que el hielo: y sería ese Fuego Frío el que produciría la mutación de la naturaleza humana.

Hay que ver en este cambio algo más que un simple agregado de palabras: era la primera vez que en un Culto aparecía la posibilidad de enfrentar y superar al temor, es decir, al sentimiento que en todos los Cultos aseguraba la sumisión del creyente; el temor a los Dioses es un sentimiento necesario e imprescindible de mantener vivo para asegurar la autoridad terrestre de los Sacerdotes; si el hombre no les teme, al final se rebelará contra los Dioses: pero antes se sublevará contra los Sacerdotes de los Dioses. Empero este cambio no se verá si antes no se aclara algo que hoy no es tan obvio: el hecho de que en todas las lenguas indogermánicas “frío” y “miedo” tienen la misma raíz, lo que aún puede intuirse, por ejemplo, en escalo-frío (de terror). Pues bien, en aquel entonces, la palabra “frío” era sinónima de “terror” y, en consecuencia, lo que significaba el nuevo Culto era que un terror sin nombre se instalaría en el corazón del creyente como “Gracia de la Diosa”; y que ese terror causaría su perfección.

Así Belisana, la Diosa del Fuego Frío, se había convertido también en la “Diosa del Terror”, un título que, aunque los Señores de Tharsis no podían saberlo, perteneció en remotísimos tiempos a la misma Diosa, pues a la esposa de Navután se la conoció igualmente como “Frya, La Que Infunde Terror al Alma y Socorro al Espíritu”.

Tras su arribo a la península ibérica, los Golen intentaron en numerosas ocasiones ocupar el Bosque Sagrado y controlar el Culto a la Diosa del Fuego Frío, pero siempre fueron rechazados por la celosa y obstinada locura mística de los Señores de Tharsis. Hasta llegaron a ofrecer una auténtica Lámpara Perenne de los Atlantes morenos, sabedores de que carecían de ella y que estaban obligados a vigilar permanentemente la flama de su lámpara primitiva de aceite y amianto. No hay que aclarar que la ofrecían a cambio de la unificación del Culto y de la institución del Sacrificio ritual, y que semejante propuesta resultaba inaceptable para los Señores de Tharsis, porque ello es obvio a esta altura del relato. Como también es evidente que esa resistencia, insólita para quienes se habían impuesto sobre todos los pueblos nativos, unida a la imposibilidad de apoderarse de la Espada Sabia, los iba enconando permanentemente contra los Señores de Tharsis. La reacción de los Golen desencadenó aquella campaña internacional alentando la conquista de Tharsis que culminó en el peligroso intento de invasión fenicia desde las Baleares y Gades, o Cádiz. Pero los Señores de Tharsis convocaron a los lidios e hicieron desistir a los fenicios de su proyecto conquistador por lo menos por los siguientes cuatro siglos. De la alianza entre iberos y lidios surgió el “Imperio de Tartessos”, que pronto se expandió por toda Andalucía, la “Tartéside”, y privó a los fenicios de colonias costeras en su territorio. Las Baleares y la isla de León, asiento de Gades, quedaron aisladas de tierra firme pues los tartesios sólo les permitieron mantener un comercio exiguo a través de sus propios puertos. ¿Cuál sería la siguiente reacción de los Golen frente a ese poderío que se desarrollaba fuera de su control y que frustraba todos sus planes? Antes de responder, estimado y, paradójicamente, paciente Doctor Siegnagel, debo ponerlo al corriente de las consecuencias que la presencia de los lidios produjo en el Culto del Fuego Frío. Para entender lo que sigue sólo hay que recordar que los lidios eran más “cultos” que los iberos, es decir, más civilizados culturalmente, en tanto que los más “incultos” iberos, es decir, más bárbaros, estaban más “cultivados” espiritualmente que los lidios, poseían más Sabiduría que conocimiento.

Esas diferencias ocasionarían que los Príncipes lidios, ahora de la misma familia de los Señores de Tharsis, aceptasen sin profundizar el significado esotérico del Culto a la Diosa del Fuego Frío, que en adelante se denominaría por común acuerdo “Pyrena”, y empleasen todo su esfuerzo en perfeccionar la forma exotérica del Culto. Tal aplicación va siempre en perjuicio de la parte esotérica y, como no podía ser de otra manera, a la larga iba a resultar fatal para los tartesios. Mas esto ya lo verá, pues, como anuncié, estoy yendo paso a paso.

Los lidios, como en otras industrias, eran hábiles artesanos de la piedra. ¿Qué cree que hicieron en su afán de perfeccionar la forma exterior del Culto? Decidieron, ante el horror de sus parientes iberos que nada podían hacer para impedirlo, tallar el meñir del Bosque Sagrado con la Figura de Pyrena; la escultura contribuiría a sostener el Culto, explicaban, pues el pueblo lidio necesitaba una imagen más concreta de la Diosa: su representación como Flama era demasiado abstracta para ellos.
El meñir consistía en una piedra bruta de color aceitunado, de unos cinco metros de altura, y con forma de cono truncado: los lidios se proponían emplearlo íntegramente para tallar la Cabeza de la Diosa. De acuerdo con su proyecto, la nuca debía quedar frente al Manzano, de tal suerte que el Divino Rostro mirase directamente al pueblo; y el pueblo, distribuido en un claro circundante desde el que se dominaba la escena ritual, vería el Rostro de la Diosa y, tras de ella, al Manzano de Tharsis. Trabajaron dos Maestros escultores en la talla, uno para esculpir el Rostro y otro las guedejas serpentinas, en tanto que tres ayudantes se ocupaban de practicar el hueco de la nuca, conectado con los Ojos de la Diosa. La obra no estuvo lista antes de cinco años pues, aún cuando las herramientas de hierro de los lidios permitieron adelantar mucho de entrada, la terminación pulida que pretendían les demandó largos años de trabajo: en verdad, los tartesios continuarían puliendo durante décadas la Cabeza de Pyrena, hasta dotarla de un impresionante realismo. La necesidad que sentían los lidios de contemplar una manifestación figurativa de la Diosa era propia de la Epoca: los pueblos del Pacto Cultural experimentaban entonces una generalizada caída en el exoterismo del Culto, que los llevaba a adorar los Aspectos más formales y aparentes de la Deidad. Los pueblos presentían que los Dioses se retiraban desde adentro, pero sólo podían retenerlos desde afuera: por eso se aferraban con desesperación a los Cuerpos y a los Rostros Divinos, y a cualquier forma natural que los representase. Siendo así, no debe sorprender el intenso fervor religioso despertado en los pueblos, y la extraordinaria difusión geográfica, que produjo el Culto del Fuego Frío luego de la transformación del meñir. Además de los tartesios, orgullosos depositarios de la Promesa de la Diosa, hombres pertenecientes a mil pueblos diferentes peregrinaban hasta el “Bosque Sagrado de Tartéside” para asistir al Ritual del Fuego Frío: entre otros, acudían los iberos y ligures desde todos los rincones de la península, y los brillantes pelasgos desde Etruria, y los corpulentos bereberes de Libia, y los silenciosos espartanos de Laconia, y los tatuados pictos de Albión, etc. Y todos los que llegaban hasta Pyrena venían dispuestos a morir. A morir, sí, porque ésa era la condición de la Promesa, el requisito de Su Gracia: como todos sus adoradores sabían, la Diosa tenía el Poder de convertir al hombre en un Dios, de elevarlo al Cielo de los Dioses; mas, como todos también sabían, los raros Elegidos que Ella aceptaba debían pasar previamente por la Prueba del Fuego Frío, es decir, por la experiencia de Su Mirada Mortal; y esta experiencia generalmente acababa con la muerte física del Elegido. De acuerdo con lo que sabían sus adeptos, y sin que tal certeza afectase un ápice la fascinación por Ella, muchos más eran los Elegidos que habían muerto que los comprobadamente renacidos; los que recibían Su Mirada Mortal de cierto que caían; y muchos, la mayoría, jamás se levantaban; pero algunos sí lo hacían: y esa remota posibilidad era más que suficiente para que los adoradores de la Diosa decidiesen arriesgarlo todo. Los que se despertasen de la Muerte serían quienes verdaderamente habían entregado sus corazones al Fuego Frío de la Diosa y a los que Ella recompensaría tomándolos por Esposos: por Su Gracia, al revivir, el Elegido ya no sería un ser humano de carne y hueso sino un Hombre de Piedra Inmortal, un Hijo de la Muerte. Estos títulos al principio constituyeron un enigma para los Señores de Tharsis, que fueron quienes introdujeron la Reforma del Fuego Frío en el Antiguo Culto a Belisana, pues afirmaban haberlos recibido por inspiración mística directamente de la Diosa, aunque suponían que se refería a una condición superior del hombre, cercana a los Dioses o a los Grandes Antepasados. Mas luego, cuando entre los mismos Señores de Tharsis hubo Hombres de Piedra, la respuesta se hizo súbitamente clara. Pero ocurrió que esa respuesta no era apta para el hombre dormido, ni tampoco para los Elegidos que con más fervor adoraban a la Diosa: los Hombres de Piedra callarían este secreto, del que sólo hablarían entre ellos, y formarían un Colegio de Hierofantes tartesio para preservarlo. A partir de allí, serían los Hierofantes tartesios, es decir, mis antepasados trasmutados por el Fuego Frío, los que controlarían la marcha del Culto.

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