¿Qué
es la filosofía de la ciencia?
La tarea principal de
la filosofía de la ciencia es analizar los métodos de investigación
utilizados en los diversos campos científicos. Quizá el lector se
pregunte por qué esta tarea recae en los filósofos más que en los
mismos científicos. Es una buena pregunta. Parte de la respuesta es
que ver la ciencia desde una perspectiva filosófica permite develar
suposiciones implícitas en la práctica científica, pero que los
científicos no discuten en forma abierta. Para ilustrar esto,
ubiquémonos en el ámbito de la experimentación. Supongamos que un
científico realiza un experimento y obtiene un resultado particular.
Repite el experimento varias veces y obtiene el mismo resultado.
Después de eso es probable que se detenga, confiando en que si
repite el experimento exactamente en las mismas condiciones, obtendrá
el mismo resultado. Esta idea puede parecer obvia, pero como
filósofos queremos cuestionarla. ¿Por qué se asume que las
repeticiones futuras del experimento arrojarán el mismo resultado?
¿Cómo saber si esto es cierto? Es poco probable que un científico
dedique mucho tiempo a desentrañar estas curiosas preguntas; con
toda seguridad, tiene mejores cosas que hacer. En esencia se trata de
preguntas filosóficas, a las que volveremos en el siguiente
capítulo.
Así que parte del trabajo de la filosofía
de la ciencia es cuestionar los supuestos que los científicos dan
por hechos. Sin embargo, sería un error creer que los hombres de
ciencia nunca discuten temas filosóficos. La historia registra a
muchos científicos que han desempeñado un importante papel en el
desarrollo de la filosofía de la ciencia. Descartes, Newton y
Einstein son ejemplos prominentes. Ellos estaban muy interesados en
las interrogantes filosóficas sobre cómo tiene que proceder la
ciencia, que métodos de investigación debe emplear, cuánta
confianza debemos poner en esos métodos y si constituyen una
limitante para el conocimiento científico, entre otras cosas. Como
veremos, esas preguntas aún se encuentran en el corazón de la
filosofía contemporánea de la ciencia. De esta manera, los asuntos
de interés para los filósofos de la ciencia no son “meramente
filosóficos”; por el contrario, han llamado la atención de
algunos de los más connotados científicos. Sin embargo, hay que
decir que muchos hombres de ciencia actuales prestan poca atención a
la filosofía de la ciencia y tienen escasos conocimientos de ella.
Si bien esto es desafortunado, no es una señal de que los temas
filosóficos ya no son relevantes. Más bien es una consecuencia de
la naturaleza cada vez más especializada de la ciencia, así como de
la polarización entre las ciencias y las humanidades que caracteriza
al sistema de educación moderno.
Tal vez el lector aún
se pregunte qué es exactamente la filosofía de la ciencia. Afirmar
que “estudia los métodos de la ciencia”, como hicimos antes, no
es decir mucho. Más que tratar de proporcionar una definición de
mayor amplitud, procederemos a considerar un problema típico de la
filosofía de la ciencia
Ciencia y seudociencia
Recuérdese la pregunta con la que
comenzamos: ¿Qué es la ciencia? Karl Popper, un influyente filósofo
de la ciencia del siglo XX, pensaba que el rasgo fundamental de una
teoría científica es que debe ser falseable. Asegurar que una
teoría es falseable no quiere decir que sea falsa. Más bien
significa que la teoría hace algunas predicciones definidas que se
pueden probar contra la experiencia. Si estas predicciones resultan
equivocadas, entonces la teoría ha sido falseada o refutada.
Entonces, una teoría falseable es aquella que podemos descubrir que
es falsa, es decir, que no es compatible con todos los posibles
cursos de la experiencia. Popper consideraba que algunas teorías
supuestamente científicas no satisfacían esta condición y, por lo
tanto, no merecían llamarse ciencia, sino más bien seudociencia.
La teoría psicoanalítica de Freud era uno de los ejemplos
favoritos de Popper de la seudociencia. Según este autor, la teoría
freudiana se ajusta a cualquier hallazgo empírico. Sin importar cuál
sea el comportamiento del paciente, los freudianos siempre
encontrarán una explicación en términos de su teoría; nunca
admitirán que su corpus teórico estaba equivocado. Popper ilustró
su punto con el siguiente ejemplo. Imagínese un hombre que empuja a
un niño a un río con la intención de asesinarlo, y a otro hombre
que sacrifica su vida para salvar al niño. Los freudianos pueden
explicar con la misma facilidad la conducta de ambos hombres: el
primero era un reprimido, mientras que el segundo había alcanzado la
sublimación. Popper argüía que a través del uso de conceptos como
represión, sublimación y deseos inconscientes, la teoría de Freud
podía ser compatible con cualquier dato clínico y, en consecuencia,
no era falseable.
Lo mismo es aplicable a la teoría de
la historia de Marx, según Popper. Marx afirmaba que en las
sociedades industrializadas del mundo, el capitalismo daría paso al
socialismo y por último al comunismo, Pero cuando esto no pasó, en
vez de admitir que la doctrina marxista estaba equivocada, sus
seguidores inventaron una explicaciónd hoc de por qué lo ocurrido
concordaba a pesar de todo con la teoría. Por ejemplo, decían que
el inevitable avance del comunismo se había visto frenado de manera
temporal por el surgimiento del Estado benefactor, que “suavizaba”
al proletariado y debilitaba su vocación revolucionaria. De esta
manera, la teoría de Marx era compatible con cualquier posible curso
de los acontecimientos, al igual que la de Freud. En consecuencia, de
acuerdo con el criterio de Popper, ninguna de las dos teorías
califica como genuinamente científica.
Popper
contrastó las teorías de Marx y Freud con la teoría de la
gravitación, de Einstein, también conocida como de la relatividad
general. A diferencia de los primeros, Einstein hizo una predicción
muy definida: que los rayos de luz de estrellas distantes podían ser
desviados por el campo gravitacional del sol. En condiciones normales
este efecto sería imposible de observar, excepto durante un eclipse
solar. En 1919 el astrofísico inglés sir Arthur Eddington organizó
dos expediciones para observar el eclipse solar de ese año, una a
Brasil y otra a la isla de Príncipe, en la costa atlántica de
África, con el propósito de probar la predicción de Einstein. Las
expediciones encontraron que la luz de las estrellas era desviada por
el sol en casi la misma cantidad predicha por Einstein. Popper estaba
muy impresionado: la teoría de Einstein había hecho una predicción
definida, precisa, que se confirmó con las observaciones. Si hubiera
resultado que el sol no desviaba la luz de las estrellas, se habría
demostrado que Einstein estaba en un error. Así, la teoría de
Einstein satisface el criterio de falseabilidad.
La
intuición nos dice que el intento de Popper de distinguir ciencia de
seudociencia es muy razonable. En efecto, hay algo turbio en una
teoría que puede ajustarse a cualesquier dato empírico. Sin
embargo, algunos filósofos consideran que el criterio de Popper es
muy simplista. Éste criticaba a los freudianos y a los marxistas por
explicar los datos que contradijeran sus teorías, en vez de aceptar
que éstas habían sido refutadas. Ciertamente, el procedimiento
levanta sospechas. Sin embargo, hay evidencia de que este mismo
procedimiento es utilizado en forma rutinaria por científicos
“respetables” —a quienes Popper no quiere acusar de practicar
la seudociencia— y ha llevado a importantes descubrimientos
científicos.
Esto puede ilustrarse con otro ejemplo
del campo de la astronomía. La teoría gravitacional de Newton, de
la que se habló antes, hacía predicciones acerca de las rutas que
los planetas debían seguir en su órbita alrededor del sol. En su
mayor parte, esas predicciones surgieron a partir de la observación.
Sin embargo, la órbita observada de Urano difería en forma
consistente de lo predicho por Newton. Este enigma fue resuelto en
1846 por dos científicos, Adams en Inglaterra y Leverrier en
Francia, quienes trabajaron de manera independiente. Ellos plantearon
que había otro planeta, aún sin descubrir, que ejercía una fuerza
gravitacional adicional sobre Urano. Adams y Leverrier calcularon la
masa y posición que este planeta debía de tener si su atracción
gravitacional era la responsable del extraño comportamiento de
Urano, Poco después se descubrió el planeta Neptuno, casi
exactamente en el lugar predicho por Adams y Leverrier.
Está claro que el comportamiento de Adams y Leverrier no se puede
catalogar como “acientífico”; después de todo, llevó al
descubrimiento de un nuevo planeta. Sin embargo, ellos hicieron
exactamente lo que Popper criticó de los marxistas: comenzaron con
una teoría —la teoría de la gravitación de Newton— que hizo
una predicción incorrecta de la órbita de Urano. En vez de concluir
que la teoría de Newton estaba equivocada, se aferraron a ella y
trataron de explicar las observaciones conflictivas postulando la
existencia de un nuevo planeta. En forma similar, cuando el
capitalismo no mostraba signos de ceder el paso al comunismo, los
marxistas no aceptaron que la teoría de Marx era incorrecta, sino
que la defendieron y trataron de explicar por otras vías las
observaciones conflictivas. Así que, ¿es injusto acusar a los
marxistas de practicar una seudociencia si permitimos que lo
realizado por Adams y Leverrier se considere ciencia buena y, en
consecuencia, ejemplar?
Esto implica que el intento de
Popper de diferenciar ciencia de seudociencia no puede ser muy
correcto, a pesar de su sensatez inicial. Sin duda, el ejemplo de
Adams y Leverrier es atípico. En general, los científicos no
abandonan sus teorías cuando éstas entran en conflicto con los
resultados de las observaciones, sino que buscan cómo eliminar el
conflicto sin tener que renunciar a sus ideas. Sobre este punto
volveremos en el capítulo 5. Vale la pena recordar que en ciencia
casi todas las teorías chocan con algunas observaciones; es muy
difícil encontrar un corpus teórico que se ajuste a la perfección
a los datos. Por supuesto, si una teoría es cuestionada por la
información recabada y no se encuentra la forma de explicar esa
contradicción, entonces dicha teoría tendría que rechazarse. Sin
embargo, habría muy pocos avances si los científicos simplemente
abandonaran sus teorías al primer signo de problemas.
La falla en el criterio de distinción de Popper arroja una
importante pregunta: ¿en realidad es posible encontrar un rasgo
común a todo loque llamamos “ciencia”, que no sea compartido por
nadie más? Popper suponía que la respuesta a esta pregunta era
afirmativa. Pensaba que las teorías de Freud y Marx eran claramente
acientíficas, de modo que debería de haber una característica de
la que carecieran y que formara parte de las teorías científicas
genuinas. Sin embargo, al margen de si aceptamos o no la evaluación
negativa de Freud y Marx, el supuesto de Popper de que la ciencia
tiene una “naturaleza esencial” es cuestionable. Después de todo
la ciencia es una actividad heterogénea, que comprende un amplio
espectro de teorías y disciplinas diferentes. Puede ser que
compartan rasgos definitorios de lo que se considera ciencia, pero
también puede ser que no. El filósofo Ludwig Wittgenstein
argumentaba que no hay un conjunto establecido de características
que definan lo que va a ser un “juego”. Más bien hay un grupo de
rasgos, la mayoría de los cuales son comunes a casi todos los
juegos. Sin embargo, es posible que alguno de los juegos carezca de
una de las características del grupo y aun así continuar siendo un
juego. Lo mismo puede ocurrir con la ciencia, en cuyo caso es poco
probable que se encuentre un criterio para distinguir ciencia de
seudociencia
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