lunes, 12 de septiembre de 2016

LA LUCHA DEL BIEN CONTRA EL MAL (25 Y 26)

Vigesimoquinto Día

Los Inmortales expusieron la situación actual al cisterciense, al Templario, y a los Rabinos: el Supremo Señor de la Fraternidad Blanca, “Ruge Guiepo”, y el Supremo Sacerdote, Melquisedec, habían recibido con disgusto la traición de Federico II y su pretensión de erigirse en Emperador Universal. Aquellos actos debilitaron el poder del papado e impidieron hasta el presente concretar los planes trazados durante siglos por los Golen: aún era posible el triunfo pero se debía obrar con mano dura; eliminar de raíz toda posibilidad de oposición. La Cruzada contra los Cátaros había sido un éxito pero llegó tarde para impedir la nefasta influencia del Gral. Por estas razones, Ruge Guiepo ordenaba, en primer lugar, exterminar el linaje maldito de los Hohenstaufen y desalojar a la Casa de Suavia de los Reinos sicilianos: tales directivas ya les habían sido comunicadas al Papa Clemente IV. En segundo término, el Bendito Señor mandaba ejecutar de inmediato la antigua sentencia que pendía sobre la Casa de Tharsis: en la Fraternidad Blanca no se olvidaba que la Piedra de Venus de los tartesios no pudo ser encontrada hasta entonces; y ahora no era posible arriesgarse a la aparición sorpresiva de un nuevo Gral. La solución consistía en eliminar ipso facto a sus poseedores y posibles operadores.

El Amado de El Uno deseaba que esta vez la misión de los Inmortales se aproximase a la perfección y por eso les confió, en un gesto extraordinario, el Dorché, Su Divino Cetro: con él, según explicaban con excitación los Inmortales, todo era posible. Aquel Cetro, de metal y piedra, formaba parte de un conjunto de instrumentos que los Dioses Traidores fabricaron para los Supremos Sacerdotes, cuando millones de años antes fundaron la Fraternidad Blanca y se comprometieron a trabajar para mantener al Espíritu Increado encadenado en el animal hombre y favorecer la evolución del Alma Creada. Con el Dorché la palabra adquiría el Poder de la Palabra, y la voz se convertía en el Verbo; todas las cosas creadas y nombradas por El Uno eran sensibles al Logos del poseedor del Dorché; sólo lo no creado, o lo trasmutado por el Espíritu, no resultaba afectado por el Poder del Cetro. Desde luego, el nombre que los Inmortales daban al instrumento era otro, pero los franceses lo traducían como mejor podían en la palabra “Dorché”.1

En resumen, El Anciano de los Días quería que no hubiesen fallas en el nuevo intento de los Inmortales para destruir a los Señores de Tharsis y los había dotado de un arma terrible: les había transferido Su Poder. ¿Qué harían con el Dorché los Inmortales? Procurarían desintegrar los fundamentos de la Estirpe actuando sobre la sangre, sobre el mensaje contenido en la sangre. Y para eso necesitaban una muestra de esa sangre, un 1 (Dordge en tibetano), representante del linaje maldito por El Uno: a conseguir esa muestra irían los Inmortales en persona pues, aclararon, los Señores de Tharsis eran seres terribles, a los que los Templarios no podían ni soñar con detener. Para sorpresa de los Golen, pues el Cerro Candelaria distaba varios kilómetros de Aracena, manifestaron su intención de viajar a pie; pero el asombro fue mayúsculo cuando observaron los siguientes actos de Bera y Birsa: se pararon uno frente al otro, separados por la distancia de cinco o seis pasos, y se miraron fijamente a los ojos sin pestañear; entonces comenzaron a pronunciar en contrapunto una serie de palabras en lengua desconocida, a las que imprimían particular cadencia rítmica; un momento después, ambos daban un prodigioso salto que los elevaba por arriba de las murallas del Castillo. Se hallaban entonces en el patio de armas y, al salir disparados, ganaron una altura mayor que los muros y se perdieron en la noche. Los Golen corrieron por las escaleras hasta las almenas y aguzaron la vista en dirección del horizonte; y observaron bajo la luz de la luna, a una enorme distancia, dos puntitos que se alejaban a grandes saltos: eran Bera y Birsa avanzando hacia la Capilla del Cerro Candelaria.

A partir de la llegada de Bera y Birsa los hechos se sucedieron de manera vertiginosa, dejando prácticamente sin capacidad de reacción a los Señores de Tharsis. Sólo quince días tuvieron que aguardar los Inmortales en las inmediaciones de la Capilla del Cerro Candelaria: al cabo de ese tiempo Godo de Tharsis, que inexplicablemente no había notado la presencia de sus enemigos, se encontraba frente a Ellos. Al comprobar que a pocos pasos de él se hallaban aquellos dos personajes vestidos con hábitos de monje cisterciense, un impulso instintivo lo llevó a empuñar su espada; pero nada más que ese gesto pudo realizar: con gran rapidez Bera levantó el Dorché, pronunció una palabra, y un rayo color naranja golpeó en el pecho del joven Noyo, arrojándolo a varios metros de distancia. Los Inmortales tomaron entonces por los codos el desmayado cuerpo de Godo de Tharsis y, luego de repetir la serie de palabras en contrapunto mientras se miraban fijamente a los ojos, abandonaron el lugar realizando aquellos grandes saltos, que les permitieron atravesar los kilómetros en cuestión de minutos. Bera y Birsa iban a perder algún tiempo tratando de obtener la confesión de Godo sobre la Clave de la entrada secreta. Con ese propósito no lo asesinaron de inmediato y se dedicaron a intentar lo que ya habían ensayado otras veces sin éxito: pero esta vez, con más calma se concentraron en su estructura psíquica, tratando de leer en alguna memoria el registro sobre el modo de entrar y salir de la Caverna Secreta. Sin embargo, todo fue inútil nuevamente; ni la clave parecía estar registrada en su mente; ni la más refinada tortura conseguía que el Noyo soltase la lengua. A todo eso, los Señores de Tharsis recibían el triste anuncio de la desaparición de Godo.

Apenas transcurridas doce horas desde que salió de la caverna, el Noyo Noso comprendió que Godo ya no regresaría y decidió dar aviso al Conde de Tarseval; se despidió entonces de la Vraya, descendió del Cerro Calendaria, y se dirigió hacia la orilla del Odiel, donde los Señores de Tharsis mantenían un pequeño bote para casos semejantes: una hora después saltaba a tierra a dos kilómetros de la Residencia Señorial. Así se enteró el Conde de Tarseval que su hijo Godo había sido secuestrado por los Golen.

Si algún día decide visitar Huelva, apreciado Dr. Siegnagel, seguramente querrá conocer la Caverna de las Maravillas y las Ruinas del Castillo Templario, en Aracena. Para ello tomará la carretera que pasa por Valverde del Camino, muy cerca del emplazamiento antiguo de la Casa de Tharsis, y llega hasta Zalamea la Real; allí es necesario bifurcarse por una carretera secundaria que va subiendo hasta las Minas de Río Tinto, que fueron explotadas en tiempos remotos por los iberos, y veinte kilómetros después llega hasta Aracena. Desde luego, no hay ninguna razón turística que justifique el tomar por otro camino, a menos que se desee viajar por mejores carreteras y se continúe en Zalamea la Real hacia Jabugo, donde aquélla se empalma con la amplia ruta que va desde Lisboa a Sevilla y sigue el antiguo trazado romano por el que llegaron Bera y Birsa. Pero si ese no es el motivo y desea uno meterse en complicaciones innecesarias, entonces puede ir por este último camino y prepararse para tomar una pequeña calzada de Tierra, cuyo desvío se encuentra a unos dos kilómetros despúes del puente sobre el Río Odiel. Allí es preciso conducir con cautela pues el sendero está habitualmente descuidado, cuando no completamente intransitable; se suceden un par de aldeas de nombre incierto y algunas granjas poco prósperas, habitadas por gente hostil a los extranjeros: si a alguien se le ocurre internarse por aquellos parajes deberá ir dispuesto a todo pues ninguna ayuda podría esperar de sus pobladores; ¡parece mentira, pero setecientos años después aún perdura el temor por lo sucedido en los momentos que estoy refiriendo! No es exageración, en toda la región se percibe un clima lúgubre, amenazador, que se acentúa a medida que se avanza hacia el Norte; y los aldeanos, cada vez más hostiles o francamente agresivos, conservan numerosas leyendas familiares sobre lo ocurrido en los días de la Casa de Tharsis, aunque se cuidan muy bien de hacerlas conocer a los extraños. El temor radica en laposibilidad de que la historia se repita, en que vuelva a caer sobre el país el terrible castigo de aquellos días. Por eso no hay que trabar conversación con ellos, y mucho menos hacer alguna pregunta concreta sobre el pasado: eso sería un suicidio; luego de estremecerse de terror el interrogado, sin dudas, montaría en cólera y atraería con sus gritos a otros aldeanos; y entonces, si no consigue escapar a tiempo, sería atacado entre todos y tendría suerte si logra salvar la vida.

Después de recorrer unos dieciocho kilómetros, muy cerca ya de Aracena, se arriba a un diminuto valle elevado, situado en el corazón de la Cadena de Aracena. Existe allí una aldea a la que hay que atravesar muy rápido para evitar las pedradas de los niños o algo peor; es un pueblo del siglo XV y no parece haber evolucionado mucho desde entonces: la mayoría de las casas son de piedra, con las aberturas enmascaradas en madera trabajada a hacha, y tejados de pizarra despareja; y muchas de tales viviendas se encuentran deshabitadas, algunas totalmente destruidas, mostrando que una creciente decadencia y despoblación afecta a la aldea, y que sólo la tenacidad de las familias más antiguas ha impedido su extinción. Su nombre, “Alquitrán”, le fue impuesto en aquella Epoca y constituye una especie de maldición para los pobladores, que no consiguieron jamás sustituirlo por otro debido a la persistencia que tiene entre los habitantes de las aldeas vecinas. El origen del nombre está dos kilómetros más adelante, casi al terminar el valle, donde un descolorido cartel expresa en latín y castellano “Campus pix picis”, “Campo de la pez”.

Lógicamente, es inútil buscar la pez allí porque tal denominación procede del siglo XIII, cuando sí hubo mucha pez en ese campo, o por lo menos algo que se le parecía: de allí el nombre del cercano poblado de mineros, quienes al fundarlo en el siglo XV tuvieron que soportar el tenebroso nombre que le impusieron sus vecinos y acabaron por aceptarlo con resignación. Mas ¿de dónde había salido la pez que caracterizó aquel valle perdido entre montañas desiertas? Esa pez, ese alquitrán, Dr. Siegnagel, es todo lo que quedó del ejército que el Conde de Tarseval levantó para atacar el Castillo de Aracena y rescatar a su hijo Godo.

En aquel valle, en efecto, el Conde Odielón acampó con sus tropas que ascendían a más de mil efectivos; cincuenta caballeros, quinientos aguerridos almogávares, y quinientos hombres de la Villa. Más que suficiente para atacar y arrasar al Castillo Templario que sólo contaba con una guarnición de doscientos Caballeros; aunque los Templarios tenían fama de luchar tres a uno, nada podrían con fuerzas que los quintuplicaban. Todo lo que se requería para acabar con la amenaza Templaria, y rescatar a Godo si aún estaba con vida, era evitar que el Castillo recibiese refuerzos, y para eso sería fundamental dominar el factor sorpresa. De allí que el Conde Odielón decidiese marchar hacia Aracena por un sendero de cornisa que sólo conocían los Señores de Tharsis, y que pasaba por aquel pequeño valle donde iban a acampar las horas nocturnas para caer por sorpresa al amanecer. Pero el amanecer nunca llegaría para aquellos Señores de Tharsis.
Serían las once de la noche cuando Bera y Birsa se aprestaron a consumar el Ritual satánico. El Noyo yacía junto a la orilla del lago subterráneo, con vida aún pero desvanecido a causa de la tortura recibida y de las múltiples mutilaciones sufridas: a esa altura había perdido las uñas de manos y pies, los ojos, las orejas y la nariz; y, como último acto de sadismo y crueldad, acababan de cortarle la lengua “en premio a su fidelidad a la Casa de Tharsis y a los Atlantes blancos”. Curiosamente no le aplicaron tormento en los órganos genitales, quizás debido a la devoción que aquellos Sacerdotes sodomitas profesaban por el falo.

Pese a que las cuarenta y nueve velas, de los siete candelabros, iluminaban bastante la Cueva de Odiel, el aspecto de los seis personajes que se hallaban presentes era sombrío y siniestro: el Abad de Claraval, el Gran Maestre del Temple, y los dos Preceptores Templarios, estaban envueltos en un aire taciturno y fúnebre; su inmovilidad era tan absoluta que hubiesen pasado por estatuas de piedra, si no fuese por que el brillo maligno de sus ojos delataba la vida latente. Pero quienes realmente infundirían terror en cualquier persona no avisada que tuviese la oportunidad de presenciar la escena, eran los Inmortales Bera y Birsa: estaban vestidos con unas túnicas de lino, ahora espantosamente manchadas por la sangre del Noyo, y tenían puesto pectorales de oro tachonados con doce hileras de piedras de diferente clase; pero lo que impresionaría al testigo no sería la vestimenta sino la fiereza de su rostros, el odio que brotaba de ellos y se difundía en su torno como una radiación mortífera; pero no vaya a creerse que el odio crispaba o contraía el rostro de los Inmortales: por el contrario, el odio era natural en ellos; no se distinguiría en las caras de Bera y Birsa ni un gesto que indicase por sí solo el odio atroz e inextinguible que experimentaban hacia el Espíritu Increado, y hacia todo aquello que se opusiera a los planes de El Uno, pues los suyos eran, íntegros, completos en su expresión, los Rostros del Odio. Un odio que ahora cobraría sus víctimas sacrificiales, la ofrenda que Jehová Satanás reclamaba.

El Ritual, si se juzgaba por los actos de Bera y Birsa, fue más bien simple; pero si se consideran los efectos catastróficos producidos en la Casa de Tharsis, habrá que convenir que aquellos actos eran el término de causas profundas y complejas, la manifestación desconocida del Poder de “Ruge Guiepo”. Así se desarrolló el Ritual: mientras Bera sostenía el Dorché con la mano izquierda, y el brazo estirado a la altura de los ojos, Birsa levantaba la cabeza del Noyo tomando un puñado de cabello con la mano derecha y colocando un cuchillo de plata sobre su oído con la mano izquierda; dispuesta de ese modo la escena ritual, la cabeza de Godo de Tharsis estaba suspendida a unos escasos centímetros del espejo de agua; entonces, en una acción simultánea, evidentemente convenida de antemano, Bera pronunció una palabra y Birsa degolló al Noyo de un hábil tajo en la garganta; en verdad, la punta del cuchillo había estado apoyada en el oído izquierdo del Noyo y, al sonar la palabra de Bera, describió una curva perfecta que seccionó la garganta y concluyó en el oído derecho: literalmente, el Noyo fue degollado “de oreja a oreja”; la sangre brotó a chorros y se fue mezclando con el agua en tanto Bera seguía recitando otras palabras sin mover el Dorché; poco a poco ocurrió el primer milagro: el agua, que apenas se iba tiñendo con la sangre, comenzó a enrojecer y a espesarse hasta que todo el lago pareció ser un inmenso coágulo; para entonces, una luminosidad rojiza era despedida por el agua en forma de vapor, un resplandor intenso, semejante al que emitiría un inmenso horno incandescente; cuando toda el agua se hubo convertido en sangre, esto es, cuando ya no caía ni una gota del cuerpo exangüe de Godo de Tharsis, Bera bajó el Dorché y apuntó hacia el lago al tiempo que profería un espeluznante grito: entonces el color del lago viró del rojo al negro y su substancia se transformó en una especie de pez o alquitrán oscuro; y allí concluyó el Ritual. Cabe agregar que tal substancia, semejante a la pez, no era otra cosa más que una síntesis orgánica de un cadáver humano, como se obtendría tras un período de evolución geológico de millones de años, pero acelerado en un instante con el Poder maravilloso del Dorché. Aquella pez negra era, pues, la esencia de la muerte física, el último extremo de lo que ha sido la vida y que se encuentra escrito potencialmente en el mensaje de la sangre. Pero la sangre es única para cada Estirpe. Por eso la consecuencia buscada por la magia negra de los Inmortales consistía en la propagación de aquella trasmutación a los restantes miembros de la Estirpe, a los que participaban de esa sangre maldita, es decir, a los Señores de Tharsis.

Repitiendo lo dicho antes, si se ha de juzgar el Ritual de los Inmortales Golen por los catastróficos efectos producidos en la Casa de Tharsis, habrá que convenir en que ocultaba un gran secreto referente al poder del sonido, al significado de las palabras, y a la función del Dorché. Porque, en el mismo momento en que el lago de sangre viró de color y se trasmutó en brea negra, el noventa y nueve por ciento de los miembros de la Casa de Tharsis exhaló el último suspiro: sólo sobrevivieron los Hombres de Piedra, vale decir, aquellos que habían trasmutado su naturaleza humana con el Poder del Espíritu. Desde luego, entre ellos estaban el Noyo y la Vraya, pero ambos muy viejos para procrear nuevos miembros de la Estirpe. Sin embargo, a cientos de kilómetros de allí, otros Hombres de Piedra vivían aún y se encargarían de hacer cumplir la misión familiar. Del resto de la Casa de Tharsis, no quedó nadie vivo para contarlo. Los centinelas almogávares que custodiaban el vivaque del Conde de Tarseval comenzaron a inquietarse apenas percibieron el zumbido; no podrían decir cuándo se inició, pero lo cierto es que había ido creciendo y ahora llenaba todo el valle; empero, al tornarse audible, los rudos guerreros creían reconocer, insólitamente, aquel sonido: era el tono exacto, el sonido oscilante de un enjambre de abejas, pero amplificado tremendamente por alguna causa espantosa y desconocida. Mas el zumbido, pese a ser sorprendentemente anormal y haber cobrado la intensidad capaz de producir aturdimiento, pronto fue olvidado. Los centinelas, en efecto, advirtieron que algo grave ocurría pues un alarido aterrador quebró la continuidad de aquella impresionante vibración; mas tal grito no provenía de afuera sino de adentro del vivaque y no consistía en uno sino en multitud de lamentos que habían coincidido en un instante: el instante en que el agua del lago subterráneo se trasmutó en la sangre de los Señores de Tharsis. Entonces todos los miembros de la Estirpe experimentaron un calor abrasador mil veces más potente que el Fuego Caliente de la Pasión Animal: y gritaron al unísono. Pero nadie alcanzaría a socorrerlos ya que minutos después morirían “en el mismo momento en que el agua del lago se transformó en brea negra”.

En cuestión de minutos cesó el zumbido por completo y un silencio sepulcral se apoderó del valle. Y entonces comenzó la locura para los escasos doscientos sobrevivientes del ejército del Conde Tarseval: todos ellos eran almogávares oriundos de la región de Braga, es decir, de Raza celta. Al principio el espanto los había paralizado, mas aquellos temibles guerreros no eran propensos a huir en ninguna cirscunstancia; el amanecer, en cambio, los sorprendió deliberando agrupados en el centro del campamento: según las costumbres, ante la ausencia de los Señores o Caballeros, eligirían un Adalid entre los suyos. Ese cargo recayó en un sujeto que era tan valiente en la guerra como corto de luces fuera de ella, conocido como Lugo de Braga. Aquel jefe se hallaba tan perplejo como el resto por la súbita mortandad y, luego de una prolija inspección por todas las tiendas y lugares donde habían fallecido los guerreros, dedujo que la causa del mal era una peste desconocida: los cadáveres, en efecto, no presentaban hasta el momento señal alguna que delatase qué clase de peste había causado la muerte, mas ¿qué dudas cabían de que se trataba de una peste? ¡sólo una peste, de acuerdo al criterio de la Epoca, era capaz de matar de esa manera! Naturalmente, en la Edad Media la peste era temida como el peor enemigo, fuera de aquellos que los Señores señalaban como tales y había que enfrentar. Los soldados habrían escapado entonces, a no ser por la comprometedora presencia de tantos Nobles muertos; no podían abandonar impunemente al Conde de Tarseval porque serían perseguidos por toda España; pero tampoco se podía transportar un cadáver contaminado de peste; lo correcto, explicó Lugo, era vencer el miedo y dar cristiana sepultura a los muertos. Así, dominando el temor al contagio que los embargaba, los bravos almogávares fueron alineando los ochocientos cincuenta cadáveres que iban a descender al sepulcro; planeaban excavar tres tipos de tumbas: una fosa común para los almogávares, otra igual para los villanos, y tumbas individuales para los Caballeros. Se encontraban entregados a esa tarea, y a confeccionar las cruces, y a empacar lo que convenía regresar al cuartel, cuando alguien descubrió la licuefacción de los cadáveres y lanzó el primer grito de terror: ¡pix picis! ¡pix picis!, es decir, ¡la pez! ¡la pez! En contados segundos corrieron todos junto a los cadáveres y comprobaron que un increíble proceso de desintegración orgánica los estaba reduciendo a un líquido negro y viscoso, semejante al betún, pero del que se desprendía un jugo más liviano indudablemente parecido a la lejía negra: de allí la ligera identificación con la pez, hecha por un obnubilado almogávar. Pero un proceso tan brusco de descomposición de un cadáver era mucho más de lo que podían soportar aquellas mentes supersticiosas sin relacionarlo con la brujería y la magia negra. Por eso al correr todos, esta vez muy aprisa, hacia las monturas, muchos que habían caído presa del pánico exclamaban: ¡bruttia! ¡bruttia!, es decir, ¡brea! ¡brea! y otros: ¡lixivía! ¡lixivía!, o sea ¡lejía! ¡lejía! y, los menos, ¡pix picis! ¡pix picis!, ¡la pez! ¡la pez!

Al llegar a la Villa de Turdes, Lugo de Braga se halló con el asombroso espectáculo de que la pestilentia se le había adelantado. Pero allí los estragos de la plaga eran tremendos: de los tres mil quinientos pobladores de la Villa, quinientos murieron en el valle, junto al Conde de Tarseval, y de los tres mil restantes sólo quedaban vivos quinientos, todos procedentes de regiones y Razas diferentes de los iberos tartesios. Lo ocurrido había sido análogo a lo sucedido en el campamento del Conde: primero el zumbido, luego el grito, dado al unísono por todas las víctimas, y por último la horrible muerte simultánea. Al parecer, allí la trasformación en betún era más lenta, pero ya se advertían los síntomas en los cadáveres expuestos. Y nadie sabía si aquella peste era contagiosa ni conocía sus síntomas previos. Lugo de Braga decidió entonces huir de la región para siempre; pero antes, hizo lo más razonable, reacción propia de la Epoca: se entregó al pillaje con sus doscientos compañeros.

No existían ahora Señores de Tharsis, ni Caballeros o Nobles, que defendiesen aquel patrimonio. Lugo de Braga se dirigió a la Residencia Señorial y la saqueó a conciencia, mas no se atrevió a incendiarla como reclamaban sus hombres. Después se retiró a su país, llevándose consigo una inmensa caballada cargada de botín. Por supuesto, todos ellos serían perseguidos años más tarde por ese crimen y muchos terminarían en la horca. Aunque nadie podía imaginarlo entonces, cuando la peste se enseñoreaba de la Casa de Tharsis, aún quedaban algunos de ellos vivos que luego reclamarían lo suyo. Con esta excepción, la mayoría de los miembros de la Casa de Tharsis habían muerto de la misma causa y en la misma noche nefasta, en sitios tan distantes como Sevilla, Córdoba, Toledo o Zaragosa.

Vigesimosexto Día

Dr. Siegnagel, habrá de convenir conmigo en que los Imortales casi habían ejecutado con éxito la sentencia de exterminio contra la Casa de Tharsis. Por lo menos así lo creían Bera y Birsa, quienes se jactaban de ello frente a los Golen y Rabinos. Aún se hallaban en la Cueva de Odiel. El lago rebosante de betún, todavía burbujeaba despidiendo nauseabundos olores. En primer lugar, se destacaba la fiera figura de Bera, el Inmortal a quien los Golen denominaban Bafoel y los Templarios Bafomet, e idealizaban como expresión del perfecto andrógino. Sin
soltar el Dorché, dijo en excelente latín:

–Al fin se ha extinguido el linaje maldito de Tharsis. Ello alegrará al Supremo Sacerdote.

–Habéis contemplado un gran prodigio, habéis visto en acción el Poder de YHVH Sebaoth –afirmó Birsa en el mismo idioma.

–¿Es esa, por ventura, la Muerte del Cuerpo? –se atrevió a interrogar el Abad de Claraval.

–El asfalto, el betún, la Muerte, y la Peste, son la misma cosa, somos Nos –respondió Bera con seguridad. 

–¿Reconocéis esta substancia? –interrogó a su vez Birsa, dirigiéndose al Rabino Nasi.
–Sí, afirmó éste. Es “betún de Judea”, el mismo que contamina el lago Asfaltitis, al que nosotros denominamos Mar Muerto.

Los Golen y los Rabinos sabían que Bera y Birsa habían sido los últimos Reyes de Sodoma y Gomorra. Y sabían también cómo habían alcanzado tan alta jerarquía en la Fraternidad Blanca: durante su reinado, en un momento de maravillosa iluminación, Ellos descubrieron el Secreto del Supremo Holocausto de Fuego. Después cayó el Fuego del Cielo que calcinó a aquellos pueblos y Bera y Birsa partieron hacia Chang Shambalá, una de las Mansiones de Jehová Satanás y sus Ministros, los Seraphim Nephilim. Así, pues, mucho antes que Israel existiese, cuando su simiente aún estaba en Abram y nadie sacrificaba al Dios Uno, Ellos fueron capaces de ofrecer a sus respectivos pueblos en holocausto para la Gloria de Jehová Satanás. El betún de Judea, evidente residuo de la aniquilación de sus pueblos, advino por Ellos a la región del Mar Muerto. Pero tal Sacrificio les valió el ser recibidos por Melquisedec, el Supremo Sacerdote de la Fraternidad Blanca, quien los consagró en el Más Alto Grado de su Orden. ¿Qué Sacerdote del Pacto Cultural no querría imitar a Bera y Birsa? 

– Oh; pensaban los cuatro presentes, ¿qué no daría un Sacerdote por disponer algún día de un pueblo entero para sacrificar, como habían hecho sin dudar Bera y Birsa? ¡Ese sería un Holocausto digno de Jehová Satanás!

–¿Cuál es la Maldición de Jehová Satanás para quien no cumple la Ley? – preguntó ahora Bera al Rabino Benjamín.

–“Soltaré contra vosotros bestias salvajes. Os castigaré siete veces por vuestros pecados. Traeré sobre vosotros la espada; os refugiaréis en vuestras ciudades, pero Yo enviaré la Peste en medio de vosotros. Y os retiraré el sustento del pan”, –sintetizó Benjamín, repitiendo a Isaías. 

–¡Así está Escrito! –confirmó con ferocidad Birsa–. ¡Ese sería el castigo para nuestra debilidad pero también puede ser nuestra Fuerza! Debéis reflexionar sobre ello como hicimos Bera y Yo hace milenios, cuando aún la Ley no estaba Escrita en la forma que la habéis expresado. Entonces fuimos capaces de comprender el Secreto del Supremo Holocausto y de llevarlo a cabo en Sodoma y Gomorra: por eso, y por la Voluntad de Jehová Dios, ahora Nosotros somos la Peste. Debéis reflexionar sobre la Maldición con serenidad, os aconsejamos. Porque solamente quienes tengan la calma para contemplar el Principio y el Fin del Tiempo podrán comprender el Secreto del Supremo Holocausto de Fuego, el Final de la Humanidad. Mas el premio de ese conocimiento significa la inmortalidad del Alma, el Alto Sacerdocio, y los Poderes que nos habéis visto aplicar. Reflexionad sobre ello, Sacerdotes: Nosotros seis somos la Manifestación de Jehová y no debemos faltar a la Ley. ¡Pero podemos inducir a los Gentiles a que lo hagan para que la Maldición los alcance, para que la Peste se instale entre ellos: entonces será posible el Supremo Holocausto de Fuego!

–¡¿En qué consiste?! –rugió el Abad de Claraval sin poderse contener.

–Allí está la respuesta –dijo Bera, señalando con el Dorché el lago de betún–. Pero esto sólo lo comprenderá quien entienda que la nuestra es una guerra entre la Piedra y la Lejía. La Piedra, puesta al Principio del Tiempo, es el Enemigo; y la Humanidad, puesta al Final del Tiempo, es la Lejía, el Supremo Holocausto, la Purificación por el Fuego Caliente que exige el Sacerdocio de Melquisedec.

No obstante la insistencia de los Inmortales, ninguno de los cuatro comprendió que acababan de revelarles el Secreto del Supremo Holocausto. Lo de la guerra entre la Piedra y la Lejía se les antojaba harto misterioso. Sólo Nasi atinó a preguntar:

–¿Os referís a la Muerte del Juicio Final, la Muerte Ardiente de los Condenados?

–¡No! Está Escrito que la carne no morirá realmente, aunque el cuerpo se desintegre en la tumba, pues todos los hombres resucitarán para ser juzgados de acuerdo a sus pecados. Ello será posible porque el hombre existe en muchos mundos a la vez, mundos que han sido y mundos que no han sido: en algunos de tales mundos aún está vivo y en otros puede que haya perecido; pero de esos mundos será extraído el cuerpo que vivirá nuevamente, quizá por mil años, quizá por mucho más; unos serán condenados, sí, y morirán definitivamente; pero otros vivirán de nuevo sobre la Tierra. No es, entonces, a esa Muerte a la que nos referimos. En verdad hablamos de algo muy posterior y concluyente: de la extinción de la conciencia humana. El Final de la Humanidad llegará cuando el Fuego Caliente abrase todos los mundos donde existe el hombre, y el Alma del hombre, y sólo quede la Lejía por testigo. En ese momento nosotros, la Manifestación de Jehová Satanás, habremos alcanzado la Perfección del Alma, la Divina Finalidad proyectada desde el Principio. Pero no así los Gentiles, que ya no tendrán razón para existir en los mundos, pues el objeto de su creación fue favorecer nuestra perfección: será la Voluntad del Altísimo que sus cenizas cubran la Tierra para que el Agua Salada del Cielo las convierta en ríos de Lejía. ¡Oíd bien, Sacerdotes del Altísimo: cuanto antes se calcine a la Humanidad, antes se acercará la Perfección para vosotros! ¡Convertid al hombre en Lejía y consumaréis el Supremo Holocausto que espera el Creador al Final del Tiempo! –explicó Bera, haciendo gala de notable paciencia.

Y continuó hablando, pues los cuatro Sacerdotes habían enmudecido. –Es la Fe en la Perfección Final que alcanzarán los creyentes en Jehová Satanás mediante el Sacerdocio de Su Culto, la que obrará los milagros más grandes. Si sois capaces de ver el Final habréis adelantado el Final, la Perfección estará en vosotros y el momento del Supremo Holocausto habrá llegado: vuestra Fe inquebrantable en la Perfección Final, y la Comprensión del Final, traerá al Presente el Fuego Caliente del Final, que calcinará al hombre imperfecto; y sobre sus cenizas lloverá luego el Agua y la Sal del Creador; y el Signo Abominable que está en la Piedra de Fuego será lavado con Lejía. Así ocurrió en Sodoma, en Gomorra, y en otras diez ciudades del Valle de Sidim, cuando Birsa y Yo alcanzamos la Perfección Final y establecimos la diferencia con la imperfección de sus pueblos, logrando que exhibieran públicamente su propia degradación: entonces descendió la Shekhinah de Dios, y los Angeles de Dios, y cayó el Fuego del Cielo que redujo a cenizas a aquellos pueblos insensatos; y cayó después el Agua y la Sal de Dios; y surgió el Lago Asfaltitis, el Mar del Betún de Judea, el Mar Muerto; en verdad, el Mar de la Lejía. Aquel fue, Sacerdotes, nuestro Holocausto a Jehová Dios. Pero aquel Mar de Lejía no alcanzó para lavar el Signo de la Piedra: esa misión le está reservada al Pueblo Elegido de Jehová Satanás, a la Raza Sagrada de El; cuando Ellos sean entronizados sobre todos los pueblos gentiles de la Tierra, cuando la Humanidad entera esté sujeta a su Gobierno Mundial, entonces habrá llegado el momento del Supremo Holocausto. ¡Para eso debéis trabajar sin descanso, con la Fe puesta en la Perfección Final, y el esfuerzo aplicado a conseguir la Sinarquía Universal del Pueblo Elegido! ¡Sólo el Supremo Holocausto de toda la Humanidad por los Sacerdotes del Pueblo Elegido producirá la lejía que lavará el Signo Abominable en la Piedra de Fuego! ¡Todos nuestros partidarios, los Grandes Sacerdotes, conocen este Secreto y han consagrado a sus pueblos con la Señal de la Ceniza! ¡Hasta los Sacerdotes Brahmanes han ungido a los arios con la Señal de la Ceniza, procurando cubrir el Signo Abominable y aguardando que la Gracia del Cielo les conceda el agua que forme la lejía y lave la Piedra de Fuego! ¡Por eso la ceniza ha sido siempre señal de dolor y aflicción, signo del arrepentimiento y de la penitencia: el hombre ungido con ceniza es quien pide misericordia Divina, quien se arrodilla ante el Creador y solicita Perdón por sus pecados, especialmente el más grande pecado, el de Ser Yo frente a el Uno que es todo, pecado que sólo se puede lavar con lejía! ¡Los miembros del Pueblo Elegido untan sus cabezas con ceniza en señal de penitencia, pero los Sacerdotes del Cordero agregan agua bendita a la ceniza para crear la lejía del perdón de Jehová. Mas nada salvará al hombre del Holocausto de Fuego y de la Ceniza y la Lejía del Juicio Final! ¡Jehová advirtió hace milenios contra los falsos Sacerdotes que emplean la ceniza del incienso para otorgar un falso perdón: sólo la ceniza humana constituye la lejía que lava la Señal Abominable. Y Jehová prometió convertir en ceniza a los falsos Sacerdotes que no respeten el necesario Holocausto de Fuego! ¡Repetid, Cohens de Israel, las
palabras de Jehová!
El Rabino Benjamín repitió en el acto.

–“Un Profeta llegó de Judá a Betel, por mandato de Jehová, cuando Yeroboan estaba de pie junto al altar para quemar incienso, y empezó a gritar contra el altar, por mandato de Jehová, diciendo: ¡Altar! ¡altar! Así habla Jehová: Nacerá en la Casa de David un hijo que se llamará Yosías. Este sacrificará sobre ti a los falsos Sacerdotes de los lugares altos, a los que queman incienso sobre ti. Sobre ti, altar, quemará huesos humanos, y los huesos de los falsos Sacerdotes. Y dio aquel mismo día una señal, diciendo: Esta es la señal de que es Jehová quien habla: el altar se romperá, y se derramará la ceniza que hay en él” [I Reyes, 13,1].

–¡Así está escrito! ¡Sólo de ceniza humana se compone la lejía que reclama la Justicia de Jehová! ¡Y esa es la ceniza de la verdadera penitencia, la que emplea Job cuando confiesa sus culpas ante Jehová!

No necesitó más que un gesto, Benjamín para aclarar la cita:

–“Respondió entonces Job a Jehová: Reconozco que todo lo puedes y que nada te resulta irrealizable, Soy Yo el que oscurece tus planes con razones vacías de sentido. Sí; he hablado de lo que no entendía, de maravillas que me superan y que ignoro. Escúchame, permíteme que hable; Yo te preguntaré, y tú me enseñarás. Tan solo de oídas te conocía Yo, pero ahora mis ojos te ven. Por eso me reconozco culpable, me arrepiento en el polvo y la ceniza” [Job, 42].

–¡La Vaca Roja es el Símbolo de la Humanidad consagrada a Jehová para el Sacrificio Ritual de la ceniza y la lejía, para la elaboración del agua lustral! ¡Jehová habló a Moisés y al Supremo Sacerdote Aarón y les impuso del deber de sacrificar la Vaca Roja de la Humanidad para purificar al Pueblo Elegido, deber que sería ley perpetua de Israel! ¡Recordadlo, Cohen!

–“Habló Jehová a Moisés y Aarón diciéndoles: El que haya quemado la Vaca Roja lavará sus vestidos, bañará su cuerpo con agua y será impuro hasta la tarde. Un israelita puro recogerá las cenizas de la Vaca Roja y las depositará fuera del campamento en un lugar puro; y estarán a disposición de los hijos de Israel para preparar el agua lustral. Es un sacrificio por el pecado. El que recogió las cenizas de la Vaca Roja lavará sus vestidos y permanecerá impuro
hasta la tarde. Será ésta una ley perpetua para los hijos de Israel y para el extranjero que mora entre ellos” [Números 19,9]. –Recordó sin error Benjamín.

–¡Y con esa agua lustral, lejía sagrada surgida de la ceniza de la Vaca Roja de la Humanidad, Jehová instituyó el Ritual de la Purificación del Pueblo Elegido! ¡Reproducid el Ritual, Cohen!

–“Habló Jehová a Moisés y Aarón diciéndoles: Para el israelita impuro se tomará ceniza de la víctima quemada en el sacrificio por el pecado, y se verterá sobre ella agua viva dentro de una vasija. Un israelita puro tomará un isopo, lo sumergirá en el agua lustral y rociará el Santuario de Jehová y todos los muebles y personas que allí hubiere” [Números 19,11]. –Declamó Benjamín sin
dudar.

–¿Y cómo se purifica luego Tamar, a quien había violado su hermano Amnón?

–“Tamar se echó ceniza sobre su cabeza” [II Samuel 13,19] –se apresuró a replicar Benjamín.

–¡Sólo la lejía lavará el Signo Abominable! ¡Para ese pecado no hay perdón ni redención posible fuera de la lejía: no bastan el arrepentimiento y la penitencia o la mortificación del traje de cilicio!¡Sólo después de la asperción con agua lustral, sobre la ceniza, se pondrá el penitente el traje de cilicio! ¡Tal como hizo el Pueblo Elegido al ser atacado por el asirio Holofernes, cuya cabeza fue cortada por la Divina Judit!

Benjamín refirió la cita:

–“Todos los israelitas invocaron con fervor a Jehová y se humillaron muy rendidamente ante él. Y todos los hombres de Israel y las mujeres y los niños, los que habitaban en Jerusalén, se postraron ante el santuario, cubrieron de ceniza sus cabezas, y se presentaron con cilicios ante el Señor. Incluso el Altar lo cubrieron de cenizas, y clamaron todos a una con fervor a Jehová” [Judit, 4,9].

–¡Ahora comprenderéis el significado de esta ley antigua! ¡Los Sabios de Sión, dijo Jeremías, han cubierto su cabeza de ceniza como signo de penitencia! ¡Y luego, el Profeta, con palabras de Jehová, habla a su Esposa, Israel Shekinah, y le advierte que no será fácil quitarse la mancha de la Infidelidad!

Muy presto, Benjamín recitó la metáfora de Jeremías:
–“La palabra de Jehová me fue dirigida en estos términos. Ve y grita a los
oídos de Jerusalén lo siguiente: Desde antiguo quebraste tu yugo, tus coyundas has roto, diciendo: No quiero servir, cuando sobre toda colina elevada y bajo todo árbol frondoso te echabas como prostituta. Yo te había plantado como cepa escogida, toda ella de semilla genuina. ¿Cómo, pues, para mí te has cambiado en sarmientos silvestres de viña bastarda? Aunque te laves con nitro, y te eches cantidad de lejía, tu culpa sigue sucia ante mí –Oráculo de Jehová Sebahoth”– [Jeremías 2,20].

–¡El Cordero también ordenó al Pueblo Elegido arrepentirse en la ceniza y el cilicio, pero los Gentiles tomaron la prevención al pie de la letra y han supuesto que es sumamente sencillo quitarse la Señal Abominable; mas, para su impureza, no habrá otra purificación que convertir a esos pueblos en lejía, como hicimos nosotros para lavar la mancha de Sodoma y de Gomorra! ¡Eso también lo predijo el Cordero! ¡Repetid, Sacerdote del Cordero!:

–“¡Ay de ti, Corazaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los mismos milagros que en vosotras, ya hace tiempo que, cubiertas de cilicio y en ceniza, se habrían convertido. Por eso, os digo: En el día del Juicio Final habrá menos rigor para la tierra de Sodoma que para ti” [Mateo,11,21]. 

–¡Pero una vez sacrificado el Cordero, sus mismos discípulos se
arrepienten en el agua lustral!

–Sí, –afirmó el Abad de Claraval–. Durante la Cuaresma, antes de la Resurrección, los penitentes reciben la ceniza, y el agua bendita, y se arrepienten de sus pecados, se confiesan, y esperan la salvación en el Juicio Final, pero ellos no entienden que el Signo Abominable no puede ser lavado de ese modo, a pesar que el Sacerdote les dice “acuérdate de que eres polvo, y en polvo te vas a convertir”.

Aquí calló Bera, pero Birsa agregó: –¡El momento del triunfo de lo Creado sobre lo Increado, del Ser sobre la Nada, de la Luz sobre las Tinieblas del Alma, está cerca! ¡Pronto la Sinarquía será una realidad y la Humanidad quedará de rodillas ante el Poder del Pueblo Elegido! Habrá llegado entonces el tiempo de ablandar al hombre para obligarlo a exhibir su imperfección y su bestialidad, aquella maldad primordial que atesora en el fondo de su Alma. Será el tiempo de reemplazar a la Serpiente del Paraíso por el Dragón de Sodoma. ¡Recordad Sacerdotes que la Tentación de la Serpiente hunde al hombre en el pecado pero deja intacta su función viril; y que el hombre viril siempre puede elevarse de la miseria moral mediante la guerra y el heroísmo, y caer en poder de los Enemigos de la Creación! El hombre viril, el Guerrero, el Héroe, retrasará la concreción del Holocausto Final: y no bastarán para impedirlo, la masificación e igualación de la Humanidad a que la someterá la Sinarquía del Pueblo Elegido, y los vicios y perversiones que en ella prosperarán por causa de la Tentación de la Serpiente, si el hombre conserva su virilidad y logra convertirse en Guerrero y en Héroe, si dispone de voluntad para rebelarse a los planes de la
Fraternidad Blanca, que es la Jerarquía de Jehová Elohim. ¡La Tentación de la Serpiente del Paraíso nada puede contra esa luciférica determinación de Ser y Existir más allá de los Seres Creados por El Dios Uno: sólo el Dragón de Sodoma tiene el Poder de quitar al hombre su virilidad; y sólo Nosotros, la Peste, sabemos convocarlo! ¡Responded, Cohens: ¿cuál es
el Emblema de Israel?! Frente a la inesperada pregunta, Benjamín se apresuró a responder:

–Escrito está, por los Profetas, que el Emblema de Israel es la Paloma.

“En pos de Jehová marcharán los Hijos de Israel: El rugirá como un León, y ellos vendrán como una Paloma”, dijo Oseas [Os. 7 y 11] pues Jehová había ordenado, por boca de Jeremías: “Israel, sed como la Paloma que anida en el borde del abismo” [Jer. 48].

Prosiguió Birsa, satisfecho con la respuesta de Benjamín:

–¡No olvidéis jamás, Sacerdotes, que el Emblema de Israel es la Paloma, porque ese símbolo señalará el Final de los Tiempos! Dije antes que el momento del triunfo está cerca, que la Sinarquía del Pueblo Elegido pronto será instaurada: entonces el Emblema de Israel será impuesto a los hombres y habrá llegado la oportunidad de Nuestra intervención. Así se hará pues así lo ha decidido la Fraternidad Blanca y lo ha aprobado Melquisedec, el Supremo Sacerdote: en todo el mundo, miles y miles de Sacerdotes, y partidarios de la Causa de Israel, se embanderarán con su Emblema; sólo los hombres viriles se resistirán y buscarán escapar a la masificación social por medio de la rebelión y la guerra: tratarán de fundar un Nuevo Orden Moral basado en la Aristocracia de la Sangre, pero serán ahogados en su propia sangre; y Nosotros responderemos al clamor de los que llevan por señal el Emblema de Israel; y soltaremos entre los hombres al Dragón de Sodoma; y el hombre perderá su virilidad y se ablandará, se tornará como mujer; aún cuando pueda procrear, su voluntad de luchar será debilitada por un afeminamiento creciente que se extenderá a toda la Humanidad; perplejos, muchos confundirán la moral sodomita con un producto de la alta civilización, pero en verdad sucederá que el Corazón dominará a la Mente y enervará a la Voluntad; al Final, todos acabarán aceptando el modo de vida sinárquico; y el hombre sustituirá al Aguila por la Paloma, a la Guerra por la Paz, al Riesgo heroico por la Comodidad pasiva. ¡Pero esa Paz de la Paloma, que disfrutarán con la Sinarquía del Pueblo Elegido, será el camino más corto hacia el Holocausto Final en el que serán sacrificados a Jehová Satanás, hacia el Océano de Lejía en el que serán convertidos para lavar la Señal Abominable en la Piedra de Fuego! ¡Esta es la “Peste” que la Maldición del Altísimo compromete para los que queden fuera de la Ley!
De inmediato, como si sus mentes estuviesen extrañamente sincronizadas, retomó la palabra Bera:

–¡Sí, Sacerdotes! ¡Que sobrevenga la Sinarquía del Pueblo Elegido, que la Humanidad se embandere con el Emblema de la Paloma, y Nosotros regresaremos a traer la Peste de la Muerte Final, el Fuego Caliente y el Agua y la Sal del Cielo! ¡Pero seremos precedidos por el Dragón de Sodoma, el Heraldo que anunciará nuestra llegada! Vosotros habéis visto los extremos del proceso en esta Cueva: la sangre, degradada con el agua, y el agua, transformada en sangre; y tras el lago de sangre, la Peste de la Muerte Final, el betún de Judea la Lejía negra.

¡Decid, Sacerdotes de Israel!: ¿Cuál fue la primer plaga que Jehová envió a Egipto para imponer la Causa de Israel?

–¡El agua se transformó en sangre! –afirmó Benjamín.

–¿Y cuál fue la última plaga, con la que se aseguró el triunfo del Pueblo Elegido?

–¡La Peste en medio de los Gentiles! ¡La Peste ofrendó la vida de los Gentiles a Jehová como holocausto por la próxima Gloria de Israel! ¡Sólo los que estaban manchados con la Sangre del Cordero no fueron tocados por la Peste!

–¡Y ahora responded vosotros, Sacerdotes del Cordero!: ¿Cuál será la plaga que traerá el Tercer Jinete, al Final de los Tiempos?

–¡El agua se transformará en Sangre! –respondió al instante el Abad de Claraval.

–¿Y cuál, la plaga del Cuarto Jinete?

–¡La Peste en medio de los Gentiles! ¡El Fuego Caliente los abrasará y la Peste ofrendará sus vidas como holocausto a Jehová por la próxima Gloria del Nuevo Israel y el advenimiento de la Nueva Jerusalén! ¡Sólo quienes tengan la sangre del Cordero y ostenten el símbolo de la Paloma no serán tocados por la Peste!

–¿Y qué vendrá después de la Peste, cuál será la última plaga?

–¡La destrucción completa y total de la Humanidad en un Mar de Azufre y Fuego! ¡Sólo el Nuevo Israel y la Jerusalén Celeste sobrevivirán al Supremo Holocausto Final! –sostuvo categóricamente el Abad de Claraval, indudablemente inspirado por el discurso de los Inmortales.
Bera aclaró el significado que se debía atribuir a aquellas respuestas extraídas del Apocalipsis de San Juan.

–Reflexionad, Sacerdotes, sobre esas Profecías y lo que nos habéis visto hacer en esta Cueva: de allí surgirá el Secreto del Supremo Holocausto. El Agua, la Sangre, el Fuego Caliente, la Muerte, la Lejía, la Peste, Nosotros: he aquí el Misterio. De cómo la Maldición de Jehová Dios, que es nuestra debilidad, puede ser nuestra Fuerza. Así fue y así será. ¡Si nos habéis comprendido haréis
Vuestras las palabras con que Jeremías condena a quienes se apartan de la Ley: ellas representan nuestra Fuerza sobre los Gentiles!

–“Dijo Jehová; a quienes queden fuera de la Ley les tocará: el cautiverio, el hambre, la espada, la Peste” [Jer. 15]. –El Rostro del Rabino Benjamín resplandecía al repetir las cuatro formas de la Maldición de Jehová, pues ahora encontraba llenas de nuevo sentido las palabras del Profeta.

–Y sabréis entonces –prosiguió imperturbable Bera– cuál es en verdad nuestra debilidad, Misterio que los Gentiles jamás deben comprender.

Y agregó Benjamín las palabras siguientes de Jeremías:

–“Advirtió Jehová al pueblo de Israel sobre cuatro clases de males, frente a los cuales serían débiles: Cuidaos de la Espada, porque Ella os puede Matar; Cuidaos de los Perros, porque Ellos os pueden despedazar; Cuidaos de las Aves del Cielo, porque Ellas os pueden devorar; Cuidaos de las Fieras, porque Ellas os aniquilarán” [Jer. 15].

–¡Así está escrito! –Aprobó Bera.

–Y contra esa debilidad poseemos cuatro remedios, que los Gentiles jamás deben conocer –completó Birsa:
Contra la Espada, la Paz del Oro
Contra los Perros, la Ilusión de la Rabia
Contra las Aves, la Ilusión de la Tierra
Contra las Fieras, la Ilusión del Cielo.

Aquello era más que misterioso, y los Sacerdotes quedaron momentáneamente sumidos en profundas reflexiones. El Gran Maestre del Temple, empero, que hasta entonces había permanecido callado, pensaba en otra cosa:

–¡Oh, Tzadikim! –dijo–. Vuestras explicaciones constituyen la Luz más Brillante para nuestro entendimiento y mucho estamos agradecidos por el privilegio de oírlas. No quisiera abusar del favor que nos habéis dispensado, solicitando aclaraciones que quizá no debéis dar; pero no puedo dejar de manifestar que nuestro corazón se vería colmado de alegría si nos pudieseis hablar algo más acerca de la Piedra de Fuego.

–Decís bien, Sacerdote; la Piedra de Fuego encierra un Misterio muy grande. Os hablaremos de él, pero seremos breves, pues ya es hora de regresar a Oriente. –Era evidente que Birsa se expresaba en una clave alegórica, puesto que los Inmortales no partirían hasta el día siguiente–. Pero antes de irnos os hablaremos también de vuestra próxima misión, ahora que la Simiente Maldita de Tharsis ha muerto, y será provechoso hacerlo en el marco de ese Misterio. ¿Habéis traído el libro que os solicitamos?

–Tal como lo pedisteis, el libro ha sido trasladado hasta aquí –afirmó el Abad de Claraval–. Se encuentra en la biblioteca del Castillo, bajo custodia permanente de tres Caballeros, quienes matarán a cualquiera que intente acercarse a él. También trajimos de Claraval un maestro escultor clarividente, que aguarda en su celda nuestra llamada.
–¡Subamos, entonces, a la biblioteca! –ordenó Bera, mientras ocultaba el temible Dorché bajo su túnica.

Ascendieron por la puerta trampa que conducía a la Iglesia de Nuestra Señora del Mayor Dolor y momentos después se encontraron los seis en una sala cuyo mobiliario consistía de estantes y mesas cubiertos de libros y rollos; varios atriles exhibían, abiertos, algunos libros enormes, de hojas exquisitamente ilustradas por los monjes benedictinos y construidos con tapas incrustadas de oro y plata. De un arcón reforzado con herrajes remachados y voluminosa cerradura, el Abad de Claraval extrajo el Sepher Icheh y lo depositó en una mesa mayor, con doble plano inclinado pero bien iluminada por un candelabro central. A una seña de Birsa, los cuatro Sacerdotes se sentaron frente al libro, en tanto que los Inmortales permanecían de pie, uno en cada extremo del grupo.

–¡Abridlo en la página 12, Lamed! –demandó Birsa.

El libro sólo contenía imágenes, es decir, carecía de texto alguno, salvo las palabras distribuidas en los dibujos. En la página solicitada quedó expuesta la representación de los diez Sephiroth del Creador Uno en forma de ArborPhilosóphica. Todos estaban pendientes de Bera, quien de inmediato tomó la palabra.

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