sábado, 1 de abril de 2017

PONIENDO UN POCO DE ORDEN

He leído muchas veces que el hombre concibe a Dios con una figura determinada y que esto es un “antropocentrismo”. Dejando aparte al Dios Creador que, claramente, no puede tener forma, todos los demás (llamémosles espíritus), cuando tienen que comunicarse con el hombre, intentan semejarse al hombre para que éste no se llevé un susto de muerte. ¿qué pasaría si un ser con forma de tarántula grande, peluda y con muchas patas, se apareciera a un hombre, envuelta en una preciosa luz blanca y le dijera que es un dios, o la virgen o cualquier otra cosa? Ese pobre hombre no se repone en su vida. Así que no tienen más remedio que aparentar ser humanos, aunque siempre les delata la nombrada luz blanca que los envuelve, que el vidente interpreta como un manto maravilloso, cuando en realidad es un escudo transparente de energía que les permite hacerse visibles y desaparecer en un instante. Algo sabrán sobre antigravedad y sobre energías negativas y positivas o de electromagnetismo.

Bueno, pero lo que yo quiero dejar claro es que no comparte eso del “antropocentrismo”. Ellos fueron los que empezaron: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” dijeron los conjurados. Violaron el mandato de no intervención y aceleraron nuestro tranquilo proceso de evolución, en el que ya habíamos alcanzado, por lo menos, un respeto por los muertos y los enterrábamos para que no se los comieran las alimañas. Hicieron vete tú a saber cuántos experimentos hasta que quedaron más o menos contentos con el resultado.

De esto hace tanto tiempo que los hechos, aparte de quedar grabados en algunos sitios en idiomas incomprensibles, se fueron desvirtuando poco a poco y de boca en boca, la historia se fué contando añadiendo, quitando, agrandando, inventando…… y muchos -andos.

De todos los que pasaron por aquí, los peores fueron los Nefelim que tenían la función de observadores y, como se aburrían, les dió por lo que les da a todos los machos de cualquier especie (en esto, la Naturaleza no ha cambiado un ápice), se dedicaron a preñar mujeres, ante el terror e inhibición del marido y, a lo mejor, en algún caso, contentos de que su mujer pariera un medio-dios. Porque estos son los dioses de cuya historia nos hablan las mitologías de los pueblos. La primera generación constituyó un problema: los niños eran tan grandes que superaban en altura a sus padres y además sólo habían heredado las peores características de sus progenitores. No creo que el hombre, desde el principio, fuese carnívoro. Algo les quedaría de sus primos `primates y les gustaría más los frutos de los árboles. Pero a estos nuevos retoños, no les satisfacían las exquisiteces vegetales y los padres les empezaron a echar trocitos de carne. Le cogieron el gusto y, cegados por el hambre y por un cerebro no muy espabilado, se comían a sus propios padres y, después entre sí. Hubo que eliminarlos. En la Biblia Kolbrin, esta es la razón de la inundación terrible que ocurrió en aquellos territorios en los que vivían hombres. Como entonces no se sabía la extensión de la tierra, hemos heredado la denominación de “diluvio universal”. Hombre, universal, universal no fue pero los niños gigantes desaparecieron.

“….. y nos hicieron a su imagen y semejanza”. O sea, de sus manipulaciones, surgieron unos seres sumisos, serviles, asustadizos, pero buenos trabajadores. Los dioses se regocijaron de su invento. A cambio de alimento, mano de obra gratis. Pero además incluyeron en nosotros todos sus vicios: crueldad, agresividad, envidia, soberbia, lujuria, ira. En fin, cualquier cosa, menos buenos sentimientos e intenciones.

Cuando, debido a sus rivalidades, organizaron una guerra catastrófica y emplearon las armas más potentes que poseían (que serían de destrucción masiva, digo yo), los que pudieron se marcharon en sus naves pero no todos tenían esa posibilidad. Muchos de ellos habían nacido en la tierra y sus organismos no se podían adaptar a otros planetas, ni siquiera al del origen de su raza (se llamara como se llamara) y, después de provocar el hundimiento de su propio territorio, se extendieron por la tierra, llegando sobre todo a las costas. Estos fueron los primeros reyes o faraones de Egipto, cuyos conocimientos les hacían superiores a los hombres.

Intentaron imponer la ley de la pureza de la sangre, pero como no eran dioses de verdad, algún detalle tenía que faltar en sus inmensos conocimientos. No se dieron cuenta de los riesgos de la endogamia que produce individuos inútiles y enfermizos. Así que la Casta Divina, en un momento dado, desapareció y la sangre de los hombres, con los cruces entre varios pueblos se fue enriqueciendo. Y, el resto es historia.

Y todo esto, miles de años antes de que en Europa dejaran de tirarse piedras para pelear, ya había un sitio en la tierra en el que se recogió todo el saber de los viajeros. Los Vedas indúes tienen una antigüedad de más de 5.000 años y es allí (y en otros libros que aparecen en momentos especiales de nuestra historia) dónde se nos dice que, de todas formas, aunque aquellos seres antropomórficos (porque lo eran), nos hubieran engañado con su ciencia, nosotros seguíamos siendo hijos de un Dios Creador. Y en los libros ocultos en varios sitios se encuentra la verdadera Sabiduría, aquella que nos muestra el camino a seguir hasta volver a Dios, que fue nuestro origen.

En todo lo que llevo recopilado en este blog, hay una parte de la verdad. Como la búsqueda es personal, cada lector debe decidir qué parte le parece verdad. Como guía tenemos los principios de la Filosofía hermética, que se pueden considerar principios regidores de todo lo existente. Buenas tardes y hasta mañana


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