lunes, 26 de diciembre de 2016

50 COSAS QUE HAY QUE SABER DE FILOSOFÍA (I) Aportación de una profesora viejecita a la que se la van a comer los listos

Como he dicho muchas veces, yo escribo en este blog por varias razones. Primero, dar a conocer una serie de textos que o bien se han prohibido o han sido encontrados en los sitios más insospechados. Segundo, porque estoy convencida de que la Verdad y la Sabiduría, poca o mucha, es patrimonio de la Humanidad y ya se ha utilizado bastante tiempo la mentira, como para seguir con el mismo juego. Tercero, porque me consta que a algunas personas que entran en estas páginas, lo hacen de buena fe, creyendo que en 10 líneas se les puede decir "¿qué es la filosofía", "¿qué es la ética?", "¿qué es la religión?" y sobre todo, la típica y tópica pregunta de "si Dios existe, ¿por qué consiente el mal y el dolor?"....

La última pregunta, todo el que lea con buena voluntad las "Conversaciones con Dios", podrá hacerse idea de cómo es y Quién es Dios y a qué se debe la existencia del mal. También pueden buscar el tema en "La religión prohibida", "la Realidad falsificada" y otros muchos relatos dónde podrán sacar sus propias conclusiones y darse cuenta de que el mundo es mucho más complejo de lo que podríamos pensar.

Por supuesto este libro les puede parecer muy pueril a los "santones de la filosofía", grupitos de niñatos que creen que antes de ellos no existía nadie que le diera al "majín" o rechazan tus conocimiento, no por lo que tuvieran de equívoco, sino con el argumento de que qué se puede esperar a mis años. Mi filosofía es antigua. Y ellos todavía andan dándoles vueltas a Heráclito y Parménides, cuando necesitan algún valedor a sus profundos y sesudos estudios. Estos niñatos no saben más que la filosofía de un autor porque le han dedicado dos años de su vida por un doctorado que queda muy bien en letras de oro en las puertas de sus despachos. Porque es desde sus despachos desde donde arreglan el mundo y pretenden inculcar sus ideas al resto de los "motales". Bueno, pues a estas lumbreras no les valdrá mucho lo que voy a publicar, porque el nivel del escrito es el apropiado para personas jóvenes que quieran meditar. Es una simple base o un simple empujón que les doy para que, después, ellos puedan, si quieren, profundizar en los temas.


Con frecuencia se ha considerado a la filosofía como la disciplina académica por antonomasia, con sus practicantes firmemente enclaustrados en sus torres de marfil, al margen de los problemas de la vida real. Nada más lejos de la realidad, el pensamiento filosófico se ocupa de los asuntos que importan. Para decidir qué deberíamos hacer, en vez de qué podemos hacer, tenemos que recurrir a la filosofía. Para aprender a vivir, para saber de justicia, de lenguaje, de estética, de realidad e irrealidad, para gozar, para amar, tenemos que recurrir a la filosofía.

En esta colección de 50 ensayos escritos de un modo tan accesible como lúcido, Ben Dupré nos presenta y nos explica todos estos conceptos que han merecido la atención de los pensadores, desde Antigua Grecia hasta el presente.

Introducción

Durante la mayor parte de su dilatada historia la filosofía ha contado con un número considerable de individuos peligrosos provistos de ideas peligrosas. A causa de sus ideas presuntamente subversivas, Descartes, Spinoza, Hume y Rousseau, por nombrar sólo a unos pocos autores, fueron amenazados con la excomunión, o forzados a aplazar la publicación de sus obras, o privados de las promociones profesionales, u obligados a exiliarse. Y al más notable de todos los filósofos, el ciudadano ateniense Sócrates, lo consideraron una influencia tan nociva que decidieron ejecutarlo. No hay muchos filósofos en la actualidad a los que se ejecute por sus ideas, lo cual es una lástima (en cuanto que indica hasta qué punto el sentido del peligro se ha ido desvaneciendo).

En la actualidad, la filosofía se considera la disciplina académica por antonomasia, con sus practicantes firmemente enclaustrados en sus torres de marfil, al margen de los problemas de la vida real. Pero la caricatura se encuentra lejos de la verdad en muchos sentidos. Los problemas de la filosofía son siempre profundos y a menudo difíciles, pero también importan. La ciencia, por ejemplo, tiene la capacidad de llenar el mercado con toda clase de golosinas, desde los niños de diseño hasta la comida modificada genéticamente, pero por desgracia no nos proporciona —y no puede hacerlo— el manual de instrucciones. Para decidir qué deberíamos hacer, en vez de qué podemos hacer, tenemos que recurrir a la filosofía. A veces, a los filósofos los mueve el placer de escucharse exprimiéndose el cerebro (e incluso puede resultar entretenido escucharles), pero por lo general aportan claridad y comprensión a asuntos que nos incumben a todos. Estos asuntos son precisamente los que este libro pretende reunir y explorar.

Tradicionalmente los autores suelen atribuir la mayor parte del mérito a los otros y se acusan de la may or parte de los errores a sí mismos; tal vez sea una tradición, pero es un tanto ilógico (pues el mérito y los errores deberían darse la mano), y por lo tanto es una práctica difícilmente encomiable en un libro sobre filosofía. Así pues, con el mismo espíritu de P. G. Wodehouse al dedicar The Heart of a Goof a su hija, « sin cuy a infatigable simpatía y estímulo hubiera terminado [el] libro en la mitad de tiempo» , me complace por lo menos compartir el mérito con otros. En particular me alegra atribuírselo a mi jovial y trabajador editor, Keith Mansfield, por todas las cronologías y por las muchas citas bibliográficas que ha aportado. También me gustaría agradecer a mi editor en Quercus, Richard Milbank, su constante confianza y apoyo. Y mi mayor
agradecimiento se lo debo a mi mujer, Geraldine, y a mis hijas, Sophie y Ly dia, sin cuya infatigable simpatía…


01 El cerebro en una cubeta

Imaginad que un científico diabólico hubiera sometido a un experimento a un ser humano. Se habría extraído del cuerpo el cerebro de la persona y colocado en un recipiente con nutrientes que mantendría con vida el cerebro. Las terminaciones nerviosas estarían conectadas a una computadora super científica capaz de provocar en la persona la ilusión de que todo es completamente normal. Parecería haber gente, objetos, el cielo, etc.; pero en realidad todo lo que la persona experimentaría sería el resultado de impulsos que van desde la computadora hasta las terminaciones nerviosas.

¿Se trata de una pesadilla de ciencia ficción? Tal vez, pero eso es exactamente lo que diríamos si fuéramos un cerebro metido en una cubeta. Si nuestro cerebro estuviera en un recipiente en vez de en el cráneo, cada una de nuestras experiencias sería exactamente igual que si hubiéramos vivido en un cuerpo real inmerso en el mundo real. El mundo circundante —esta silla, el libro que sostenéis con las manos, y las propias manos— forma parte de la ilusión, la poderosísima computadora del científico introduce en vuestros cerebros los pensamientos y las sensaciones.

Probablemente no creáis ser un cerebro flotando en una cubeta. Es posible que lamayoría de los filósofos no crean ser cerebros en cubetas. Pero no se trata de que lo creamos sino tan sólo de admitir que no es posible tener la certeza de que no lo somos. El problema es que, si realmente somos un cerebro en una cubeta (simplemente no podemos descartar la posibilidad), todas las cosas que creemos conocer del mundo serían falsas. La mera posibilidad parece minar nuestras pretensiones de conocimiento acerca del mundo exterior. ¿Existe alguna forma de escapar de la cubeta?
Cronología

Los orígenes de la cubeta El clásico y elocuente relato moderno del « cerebro en una cubeta» lo urdió el filósofo norteamericano Hilary Putnam en su libro Razón, verdad e historia (1981), pero el germen de la idea se remonta mucho más atrás. El experimento mental de Putnam actualiza una historia de terror del siglo XVII (el genio maligno —malin génie—, convocado por el filósofo francés René Descartes en sus Meditaciones de 1641). El propósito de Descartes consistía en edificar el conocimiento humano sobre fundamentos inquebrantables, para lo cual adoptó la « duda metódica» (desechaba cualquier creencia susceptible del menor grado de incertidumbre). Tras señalar el carácter engañoso de nuestros sentidos y la confusión propia de los sueños, Descartes llevó su « duda» hasta el límite:

« Debo suponer… que algún genio maligno inmensamente poderoso y astuto ha dedicado todas sus energías a engañarme. Debo pensar que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las formas, los sonidos y todas las cosas externas son meras ilusiones oníricas que este genio ha inventado para cautivar mi juicio» . Entre los escombros de sus antiguas creencias y opiniones, Descartes vislumbra un solo punto de certeza —el cogito— en el que fundar de un modo (aparentemente) seguro la reconstrucción que se ha propuesto como tarea (véase página 20).

Desgraciadamente para Putnam y Descartes, aunque ambos están haciendo de abogado del diablo —al adoptar posiciones escépticas para frustrar el escepticismo—, a algunos filósofos les ha impresionado más su habilidad para plantear el atolladero del escepticismo que sus posteriores tentativas para salir de él. Apelando a su propia teoría causal del significado, Putnam intenta mostrar que la escena del cerebro en una cubeta es incoherente, pero a lo sumo parece conseguir mostrar que de hecho un cerebro en una cubeta no podría expresar el pensamiento de ser un cerebro en una cubeta. Efectivamente, demuestra que el estado de ser un cerebro envasado es invisible e indescifrable para el espíritu, pero no está claro que esta victoria semántica (si lo es) consiga resolver el problema relativo al conocimiento.

En la cultura popular

Ideas como la del cerebro en una cubeta han resultado tan estimulantes humanos los mantienen en el interior y sugestivas intelectualmente que han dado lugar a numerosas manifestaciones populares. Una de las más exitosas fue la película Matrix en 1999, en la que un hacker llamado Neo (interpretado por Keanu Reeves) descubre que el mundo americano de 1999 es, de hecho, una simulación virtual creada por una ciber inteligencia maligna, y que a él y otros seres humanos los mantienen en el interior de recipientes llenos de un fluido, conectados a una inmensa computadora. La película presenta una elaboración dramática del cerebro en una cubeta, en la que se reproducen los principales elementos de la situación. El éxito y el impacto de Matrix advierte de la fuerza que poseen los argumentos del escepticismo radical.

El escepticismo

El término « escéptico» se aplica comúnmente a las personas con tendencia a dudar de las creencias aceptadas, o habituadas a desconfiar de la gente o de las ideas en general. En este sentido, el escepticismo puede caracterizarse como una tendencia saludable o un ejercicio propio de mentes abiertas que consiste en someter a prueba y demostrar las creencias comúnmente aceptadas. Un estado mental semejante suele ser una salvaguarda útil contra la credulidad, pero a veces también puede desembocar en la tendencia a dudar de todo, con independencia de las razones para hacerlo. Pero sea bueno o malo, el escepticismo en este sentido común es bastante distinto al escepticismo en sentido filosófico.

El argumento de la estimulacion

La gente corriente podría estar tentada de desdeñar las terroríficas conclusiones escépticas, pero no deberíamos apresurarnos. Por lo demás, un ingenioso argumento inventado recientemente por el filósofo Nick Bostrom sugiere que es muy probable que ya estemos viviendo en una simulación informática. Imaginad que…

Es probable que en el futuro nuestra civilización alcance tal nivel de desarrollo tecnológico que puedan crearse simulaciones informáticas muy sofisticadas de mentes humanas y de mundos donde habiten esas mentes. Los recursos que precisaría el mantenimiento de esos mundos serían podría relativamente insignificantes —un simple ordenador portátil del futuro podría ser el hogar de cientos o de miles de mentes simuladas — de modo que muy probablemente el número de mentes simuladas superaría con mucho el de las biológicas. Las experiencias de las mentes biológicas y las de las simuladas serían indiscernibles y, como es lógico, cada una de ellas pensaría que no es simulada, pero las segundas (que constituirían la amplia mayoría de las mentes) estarían equivocadas.

Naturalmente ponemos a prueba este argumento como hipótesis de futuro, pero ¿quién puede afirmar con seguridad que este « futuro» no ha llegado (que tal logro informático no se ha alcanzado y a, y que no existen mentes simuladas)? Es evidente que suponemos no ser mentes simuladas informáticamente e inmersas en un mundo simulado, pero esto podría tratarse como tributo a la calidad del programa. De acuerdo con la lógica del argumento de Bostrom ¡es muy probable que nuestra suposición sea errónea!
«La computadora es tan inteligente que a la víctima incluso podría parecerle que se encuentra sentada y leyendo estas mismas palabras sobre el supuesto, divertido aunque más bien absurdo, de un científico maligno que saca los cerebros de los cuerpos de la gente para ponerlos en una cubeta llena de nutrientes.» Hilary Putnam, 1981

El escéptico filosófico no pretende que no sepamos nada (en buena medida porque pretenderlo resultaría obviamente contradictorio: no podemos saber que no sabemos nada). La posición escéptica consiste más bien en cuestionar nuestro derecho a pretender algún conocimiento. Creemos saber muchas cosas, pero ¿cómo podemos defender esa pretensión? ¿Qué solidez podemos ofrecer para justificar cualquier afirmación concreta relativa al conocimiento? 

Nuestro supuesto conocimiento del mundo se basa en percepciones que nos proporcionan nuestros sentidos, por lo general mediadas por nuestro uso de razón. Pero ¿acaso esas percepciones no se encuentran sometidas en ocasiones al error? ¿Podemos estar completamente seguros de que no estamos sumidos en una alucinación o en un sueño, o de que nuestra memoria no nos tiende trampas? Si la experiencia del sueño es indiscernible de la experiencia de la vigilia, nunca podremos tener la certeza de que algo que pensamos que es, sea de hecho (ni de que lo que consideramos cierto lo sea). Estas inquietudes, llevadas al extremo, desembocan en los genios malignos y en los cerebros en cubetas…

La epistemología, el ámbito de la filosofía consagrado al conocimiento, determina qué sabemos y cómo lo sabemos, e identifica en qué condiciones algo debe ser conocido para ser considerado conocimiento. Así entendida, puede concebirse como una respuesta al desafío del escepticismo; y su historia como las distintas tentativas de derrotar al escepticismo. A muchos autores les parece que ha habido pocos filósofos que hayan conseguido vencer al escepticismo mejor que Descartes. La posibilidad de que en el fondo no exista una vía de salida segura de la cubeta sigue proyectando una larga sombra sobre la filosofía.

La idea en síntesis: ¿somos cerebros envasados?



«¡Contemplad! Son seres humanos que viven en una guarida subterránea … Como nosotros … Sólo ven sus propias sombras, o las sombras de los demás, que el fuego proyecta en la pared de enfrente de la caverna.»

02 La caverna de Platón

«Imagina que toda tu vida has sido prisionero en una caverna. Tienes las manos y los pies encadenados, y la cabeza sujeta de modo que sólo puedes ver la pared que queda enfrente. Detrás de ti hay una llama, y entre tú y el fuego una pasarela por la que tus captores desplazan estatuas y todo tipo de objetos. Las sombras que proyectan en la pared estos objetos son lo único que tú y tus
compañeros de cautiverio habéis visto siempre, lo único de lo que habéis hablado y en lo que habéis pensado.»

De entre las muchas imágenes y analogías que utilizó el filósofo griego Platón, posiblemente el mito de la caverna sea la más célebre: aparece en el libro VII de La República, una obra monumental en la que investiga la forma del Estado ideal y su gobernante ideal, el filósofo rey. La justificación de Platón para dar las riendas del gobierno a los filósofos se encuentra en un pormenorizado estudio en torno de la verdad y el conocimiento, y en este contexto es donde interviene la alegoría de la caverna.

La concepción platónica del conocimiento y de sus objetos es compleja y se compone de muchos estratos, tal como evidencia el modo en que prosigue la parábola de la caverna.

« Ahora supón que te liberan de las cadenas y puedes andar por la cueva libremente. Aunque al principio el fuego te deslumbra, de forma progresiva vas reconociendo mejor la situación de la cueva y entendiendo el origen de las sombras que habías tomado por reales. Y finalmente se te permitirá salir de la caverna y asomarte al soleado mundo exterior, donde verás toda la realidad
iluminada por el cuerpo más brillante que hay en los cielos, el Sol.»

La interpretación de la caverna

 Se ha discutido mucho sobre la interpretación detallada de la caverna de Platón, pero el significado general está bastante claro. La caverna representa « el mundo de las apariencias» (el mundo visible de nuestra experiencia cotidiana, donde todo es imperfecto y constantemente cambiante). Los cautivos encadenados (que simbolizan la gente corriente) viven en un mundo de conjeturas e ilusión, mientras que el antiguo prisionero, libre para Platón, c. 376 a. C. deambular por el interior de la caverna, obtiene la visión más adecuada posible de la realidad en el seno del cambiante mundo de la percepción y la experiencia. En cambio, el exterior de la caverna representa « el mundo de las ideas» (el mundo inteligible de la verdad poblado de los objetos del
conocimiento, que es perfecto, eterno e inmutable).
La teoría de las Ideas Para Platón, lo que conocemos no sólo debe ser verdadero sino también perfecto e inmutable. Sin embargo nada en el mundo empírico (representado por la vida en el interior de la caverna) se adecúa a esta descripción: una persona alta es bajita al lado de un árbol; una manzana que parece roja al mediodía se ve negra al anochecer; y así ocurre con todo. Puesto que nada en el mundo empírico es un objeto de conocimiento, Platón propone que debe de existir otro reino (el mundo en el exterior de la caverna) de entidades perfectas e inmutables a las que llama « Ideas» (o Formas). Así, por ejemplo, sólo gracias a la virtud de copiar o imitar la Idea de la Justicia es justa toda acción concreta que sea justa. Como sugiere el mito de la caverna, entre las ideas existe una jerarquía, y gobernándolas a todas se encuentra la Idea de Dios (que representa el Sol), que brinda a las otras su sentido último e incluso subyace a su existencia.

El amor platónico

La Idea con que se asocia más comúnmente a Platón en la actualidad — el llamado amor platónico— surge de un modo natural del marcado contraste establecido en el mito de la caverna entre el mundo del intelecto y el mundo de los sentidos. La clásica afirmación de la idea de que el tipo de amor más perfecto se expresa no física sino intelectualmente se encuentra en otro célebre diálogo. El Banquete.

El problema de los universales 

La teoría de las ideas de Platón y la base metafísica que implica puede resultarnos exótica y excesivamente complicada, pero el problema que intenta resolver —el llamado « problema de los
universales» — ha sido, con variaciones, uno de los principales problemas de la filosofía desde siempre. En la Edad Media los bandos de la batalla se dividían entre los realistas (o platónicos) de un lado, quienes creían que universales como la condición de « ser de color rojo» y de « ser alto» existían con independencia de los objetos particulares rojos o altos; y los nominalistas por otro lado, quienes sostenían que tales cosas eran meros nombres o etiquetas que asociamos a objetos para establecer similitudes particulares entre ellos.

En la cultura popular

Existe un claro eco del platónico mito de la caverna en la obra de C. S. Lewis, el autor de las siete novelas fantásticas que forman Las crónicas de Narnia. Al final del último libro. La última batalla, los niños que protagonizan la historia atestiguan la destrucción de Narnia y escapan a las tierras de Aslan, un país maravilloso que reúne lo mejor de la antigua Narnia y de la Inglaterra que recuerdan. Los niños terminan descubriendo que están muertos y que han abandonado « la tierra de las sombras» , que no era más que una pálida imitación del mundo eterno e inmutable en el que ahora moran. A pesar del evidente mensaje cristiano que encierra la historia, la influencia de Platón es clara: se trata de uno de los innumerables ejemplos de la enorme (y a menudo inesperada) influencia del filósofo griego en la cultura, la religión y el arte occidentales.

La misma distinción fundamental, habitualmente expresada en términos de realismo y antirrealismo, sigue teniendo eco en muchos campos de la filosofía moderna. Así, una posición realista sostiene que existen entidades « fuera» del mundo —cosas físicas o actos éticos o propiedades matemáticas— que existen independientemente de nuestro conocimiento o de nuestra experiencia. A este punto de vista se opone el de otros filósofos, conocidos como antirrealistas, que plantean propuestas en las que existe una relación necesaria e interna entre las
cosas que conocemos y nuestro conocimiento de las mismas. Los términos fundamentales de todos estos debates los estableció hace 2 000 años Platón, uno de los primeros (y más concienzudos) realistas filosóficos.

En defensa de Sócrates Con su mito de la caverna Platón se propone hacer algo más que sacar a la luz sus puntos de vista particulares sobre la realidad y sobre nuestro conocimiento acerca de ella. Algo que queda claro al final de su mito.

Una vez ha ascendido al mundo exterior y reconocido la naturaleza de la verdad y la realidad últimas, el prisionero liberado está ansioso por volver a la caverna y sacar del error a sus antiguos compañeros ignorantes. Pero como ahora está acostumbrado al brillo de la luz del mundo exterior, al principio va dando traspiés, inmerso en la oscuridad de la caverna, y quienes siguen allí cautivos lo consideran un loco. Piensan que su viaje lo ha trastocado; se niegan a escucharle e incluso podrían terminar matándole si persiste. En este pasaje Platón alude al tópico de la complicada situación del filósofo —la burla y el rechazo— cuando intenta ilustrar a la gente corriente y orientarla hacia el conocimiento y la sabiduría. Y en particular se refiere al destino de su maestro, Sócrates (su portavoz en la República y en muchos otros de sus diálogos), quien rechazó a lo largo de toda su vida moderar sus enseñanzas filosóficas, y al que la ciudad de
Atenas terminó ejecutando en el año 399 a. C.

La idea en síntesis: el conocimiento en este mundo no es
más que una sombra

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