viernes, 11 de agosto de 2017

MARCO AURELIO ES MÁS TRISTÓN QUE SÉNECA Y MÁS PESIMISTA

Es verdad que Marco Aurelio presenta una conformidad tanto en el pesar como en la alegría muy difícil de cumplir, y una moral que carece de la frescura y alegría de Séneca. Quizá se deba a los distintos papeles que les tocó jugar en la vida. Parece que un Emperador debería tener una moral muy rígida, mientras que un filósofo puede darse el lujo de mirar la vida con algún tinte coloreado. Es una idea que se me ocurre. También puede ser simplemente que uno fuera un tristón de nacimiento y el otro tuviera un temperamento más optimista

Cometer una injusticia es cometer una impiedad. La naturaleza universal ha creado, en efecto, a todos los seres racionales para que se presten mutuo apoyo en tanto que su dignidad se lo permita y para que no se causen el menor perjuicio con ningún pretexto. Tal ha sido su designio; aquel que lo desconociere faltará evidentemente al respeto de la más antigua de las divinidades. Mentir es cometer también otra impiedad con la misma diosa; porque la naturaleza universal es la madre de todos los seres, y estos se hallan unidos entre sí por estrecho parentesco. Además, a la naturaleza universal se la denomina con razón la verdad, puesto que es el origen de todo lo verdadero. El que miente intencionadamente comete una impiedad, porque, al engañar, hace una injusticia; y el que miente sin querer comete también otra, porque deshace la armonía establecida por la naturaleza universal y perturba el orden, contrariando la naturaleza del mundo. Se la contraría, en efecto, empleando falsedades aun en contra de nuestro propio corazón, ya que este ha recibido de la Naturaleza un sentimiento de aversión por lo falso, y que, precisamente por no haberlo tenido en cuenta, no puede establecer ahora la diferencia que existe entre lo verdadero y lo falso.

Es un impío, asimismo, el que busca los placeres como si fueran verdaderos bienes y huye de los dolores como de verdaderos males. Hay quien critica a la común Naturaleza el haber repartido injustamente los bienes entre los buenos y los malos, puesto que sucede muchas veces que los malos gozan de todos los placeres y adquieren en abundancia todo aquello que pueden procurárselos, en tanto que los buenos se ven acosados por dolores y sometidos a los más duros trances. En primer lugar, el que teme los dolores temerá también todo lo que debe sucederle un día en este mundo, demostrando con esto que es un impío, y en segundo, el que busca sin cesar los placeres de los sentidos no se arredrará ante una injusticia, y esto es la impiedad manifiesta.

Luego es preciso que el que quiera conformarse al orden de la Naturaleza tiene que mirar con indiferencia todas las cosas que ha hecho igualmente esta; porque no las habría hecho así si no hubiesen sido del todo iguales a su parecer. Por consiguiente, es un impío el hombre que no considere con la misma indiferencia los placeres y los dolores, la vida y la muerte, la gloria y el olvido, cosas estas que la naturaleza universal envía indistintamente a los buenos y a los malos. Cuando digo que la común naturaleza las envía sin distinción, quiero decir que llegan indiferentemente según el orden y la relación de todo lo que debe ocurrir, en virtud de cierto movimiento primitivo que la Providencia imprimió cuando, en una época determinada, estableció definitivamente este arreglo, después de haber concebido por sí misma las combinaciones de todo lo que debía existir y de haber sembrado por doquier los gérmenes y los principios de los distintos seres, de sus transformaciones y de la sucesión en el mundo en que vivimos.

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