martes, 17 de enero de 2017

50 COSAS QUE HAY QUE SABER SOB

45 El principio de la diferencia

La dinámica de las sociedades humanas es inmensamente compleja, pero es razonable suponer que, en general, las sociedades justas son más estables y duraderas que las injustas. Los miembros de una sociedad deben considerar que es, con todo, justa, para poder acatar las leyes que la mantienen cohesionada, y para mantener sus instituciones. Pero ¿cómo deberían distribuirse las obligaciones y los derechos entre los miembros de una sociedad para que fuera justa?
Debemos suponer que la única distribución verdaderamente justa de los bienes sociales es la equitativa. Sin embargo, la equidad puede significar distintas cosas. ¿Significa igualdad de recursos, de tal modo que todo el mundo tiene una participación semejante en la riqueza y los beneficios que la sociedad puede ofrecer, y que todo el mundo debe cargar igualmente con un peso semejante de obligaciones? Pero la espalda de algunos es más grande o más fuerte que la de otros, y la sociedad en su conjunto debe aprovechar los grandes esfuerzos que algunos de sus miembros son capaces de hacer. Si existen personas dispuestas a hacer esfuerzos adicionales, ¿no es razonable que tengan una mayor participación en los beneficios? De lo contrario, quienes están dotados de mayores talentos naturales no podrían explotar plenamente sus dones, y la sociedad en su conjunto se vería perjudicada. De modo que, tal vez, lo importante sea la igualdad de oportunidades, por la que cualquier miembro de una sociedad tiene las mismas oportunidades de prosperar, incluso si algunas personas las aprovechan mejor que otras y acumulan más beneficios al hacerlo.

Rawlsianos contra utilitaristas

Buena parte de la fuerza de la idea rawlsiana de la justicia procede de su oposición a una concepción clásica utilitarista sobre los mismos asuntos. Desde la perspectiva utilitarista, cualquier desigualdad está justificada siempre que revierta en un claro incremento de la utilidad (como en el caso de la felicidad). Así, por ejemplo, los intereses de la mayoría podrían sacrificarse a cambio de un gran beneficio para una minoría; o un perjuicio considerable para una minoría podría justificarse siempre que produjese un beneficio suficiente para una gran mayoría. 

El principio de la diferencia de Rawls, que desaconseja sacrificar los intereses de los más desfavorecidos, anula ambas posibilidades.

Otra diferencia importante es que los utilitaristas son imparciales en la consideración de los intereses de cada cual; en efecto, cada cual debe compartir sus propios intereses con los de los demás, y procurar cualquier resultado que pueda proporcionar el mayor beneficio neto en utilidad. 

Por el contrario, los rawlsianos, que se remiten a la posición original, actúan egoístamente; son el interés propio combinado con la incertidumbre acerca de su futura posición en la sociedad los que explican la aprobación prudencial del principio de la diferencia.

En su Teoría de la justicia, publicada en 1971, el filósofo norteamericano John Rawls hizo una contribución decisiva al debate en torno a la justicia social y a la equidad. En el seno de su teoría yace el llamado « principio de la diferencia» , según el cual las desigualdades sociales sólo son justificables si resultan mejores para sus miembros más desfavorecidos de lo que hubiera ocurrido en otro caso. El principio de Rawls suscitó un buen número de críticas, favorables y desfavorables, y se ha invocado, aunque no siempre como al propio Rawls le hubiera gustado, para sostener algunas de las posiciones ideológicas del espectro político.

La teoría del caballo y el gorrión

El principio de la diferencia de Rawls estipula la igualdad excepto cuando la desigualdad beneficia a todos, e impide así que los intereses de un grupo sean subordinados a los de otros. Sin embargo, el principio no dice nada de los beneficios relativos de los distintos beneficiarios, de modo que una pequeña mejora para los más desfavorecidos justificaría una considerable pérdida para quienes y a disfrutan de la mejor parte de los bienes de la sociedad. Esto ha hecho que se invoque este principio desde posiciones muy distantes de la de Rawls, esencialmente igualitarista. Así, la llamada « economía del goteo» de las administraciones de Reagan y Thatcher en los años ochenta se apropió del espíritu rawlsiano al defender que los recortes de los impuestos de los más ricos favorecían el incremento de las inversiones y el crecimiento económico, y en consecuencia mejorarían las condiciones económicas de los menos favorecidos. 

«Una sociedad que ponga la
igualdad —en el sentido de
igualdad de recursos— por
encima de la libertad no
conseguirá ni la igualdad ni
la libertad.»
Milton Friedman, 1980

Esta reivindicación fue descrita desdeñosamente por J. K. Galbraith como « la economía del caballo y el gorrión» : « tú engorda al caballo, que ya le dará de comer al gorrión alguien que pase por ahí» .
Detrás del velo de la ignorancia 

Cualquier concepción de la justicia social supone, al menos implícitamente, la noción de la imparcialidad. Un solo indicio de que los principios y las estructuras en las que se basa un sistema social favorecen a un sector particular (una clase social o una casta, por ejemplo, o un partido político), automáticamente convierte en injusto ese sistema. Para entender esta idea de la imparcialidad y fundamentar sus principios de justicia en la equidad, Rawls plantea un experimento mental que tiene su origen en las teorías del contrato social de Rousseau y Hobbes. 
Se nos invita a imaginamos a nosotros mismos en lo que él denomina la « posición original» , en la que todavía no existe ningún interés personal o lealtad: « Nadie sabe qué posición ocupa en la sociedad, ni su clase social, ni su estatus, ni siquiera sabe qué dones o habilidades le ha otorgado la naturaleza, qué inteligencia, qué fuerza física, ni otras cosas similares» . Aunque podríamos pretender anteponer nuestros intereses, no sabríamos dónde se encuentran, de modo que no sería posible defender intereses particulares. Al ignorar qué papel tendremos en la sociedad, estamos obligados a ir sobre seguro, y a aseguramos de que no se desfavorece a ningún grupo para favorecer a otro.
«El principio de la diferencia constituye una firme concepción
igualitarista en el sentido de que a menos que exista una
distribución que mejore la situación de ambas personas … es
preferible una distribución equitativa.»
John Rawls, 1971

Así, la imparcialidad es —en una paradoja que es tan sólo aparente— la decisión racional e inevitable de sujetos que velan por sus propios intereses en una posición original. Rawls reivindica que las estructuras y los acuerdos sociales y económicos sólo podrían considerarse inequívocamente justos si pudieran suscribirse en este contexto imaginario del « velo de ignorancia» . Además, sólo lo que se acordara en tales circunstancias puede ser, a su vez, lo que estaría dispuesto a aceptar cualquier individuo que actuase racional y prudencialmente.

Y lo mejor y más prudente que puede hacer quien decide racionalmente para salvaguardar sus futuros (inciertos) intereses es atenerse al principio de la diferencia. El corolario del principio de la diferencia —la idea de que las desigualdades son aceptables sólo si benefician a los más desfavorecidos— es que bajo cualesquiera otras circunstancias las desigualdades son inaceptables. Dicho de otro modo: las condiciones de igualdad deben existir excepto cuando el principio de la diferencia indica que una determinada desigualdad es permisible. Así, por ejemplo, las medidas económicas que mejoran considerablemente las condiciones de los más favorecidos, pero mantienen las de los más desfavorecidos, no se consideran justas. Es posible que haya gente que tiene, por el azar del nacimiento, mayores talentos naturales que otros, pero éstos sólo pueden reportarles mayores ventajas sociales o económicas si con ello contribuyen a una mejora de la situación de los más desfavorecidos. En resumen, la desigualdad sólo es justa si beneficia a todos; de lo contrario debe prevalecer la igualdad.

La idea en síntesis: la justicia como equidad

«Señalo en primer lugar
como inclinación de la
humanidad entera, un
perpetuo e incesante afán
de Poder, que sólo cesa con
la muerte.»
Thomas Hobbes, 1951

46 El Leviatán

«Mientras los hombres viven sin un poder común que los atemorice, se hallan en la condición que se denomina estado de guerra; una guerra tal que enfrenta a todos contra todos … En una condición semejante la industria no tiene ninguna oportunidad, ya que su fruto es incierto; por consiguiente no hay agricultura, ni navegación, ni ninguno de los artículos que pueden importarse por mar, ni construcciones confortables, ni instrumentos para mover y desplazar las cosas que requieren mucha fuerza, ni conocimiento de la faz de la tierra, ni cómputo del tiempo, ni artes, ni letras, ni sociedad; y lo peor de todo es que existe un constante temor y peligro de muerte violenta, y la vida del hombre es así solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve.»

El pasaje más famoso de una obra maestra de la filosofía política, esta distopía de la humanidad, la
presenta el filósofo inglés Thomas Hobbes en su libro Leviatán, publicado en 1651. Desalentado por las secuelas inmediatas de la guerra civil inglesa, Hobbes ofrece un panorama de la humanidad que es consecuentemente pesimista y lóbrego: una visión de los humanos, en un imaginario « estado de naturaleza» , aislados, preocupados únicamente por sus propios intereses, cuya única ocupación es su propia seguridad y su propio placer; en constante competición y conflicto recíproco, preocupados sólo por ser los primeros en tomar represalias; entre los cuales no existe la confianza y, por consiguiente, ninguna posibilidad de cooperación.

Contratos sociales

La idea de concebir un contrato social para entender el funcionamiento de un Estado ha seducido a muchos filósofos desde Hobbes. Participar de un contrato confiere a las partes determinados derechos e impone determinadas obligaciones; cabe suponer que una forma paralela de justificación subyace al sistema de derechos y obligaciones que existen entre los ciudadanos de un Estado y las autoridades que lo controlan.

Pero exactamente ¿qué tipo de contrato supone o implica esto? El contrato entre el ciudadano y el Estado no tiene un significado literal, y el « estado de naturaleza» que se imagina en ausencia de sociedad civil es asimismo hipotético, propuesto como un recurso para distinguir entre los aspectos naturales y los convencionales de la condición humana. Pero entonces cabe preguntarse —como hizo el filósofo escocés David Hume —, qué valor se debe atribuir a tales nociones hipotéticas en el momento de determinar los poderes y las prerrogativas concretas del ciudadano y del Estado.
El sucesor más influyente de Hobbes fue el filósofo francés Jean- Jacques Rousseau, cuya obra El contrato social se publicó en 1762. Desde entonces ha habido numerosos teóricos del contrato social (o « contractualistas» ), el más conspicuo de los cuales es el filósofo norteamericano John Rawls.
La pregunta para Hobbes es cómo individuos hundidos en semejante estado de discordia espantosa e implacable lograron salir jamás de él. Lo cual es tanto como preguntar: ¿acaso puede desarrollarse alguna forma de organización social y política a partir de semejantes orígenes atroces? He aquí su respuesta: gracias a « un poder común que los atemorice» ; el poder absoluto del Estado, denominado simbólicamente Leviatán.

El buen salvaje

Rousseau, el sucesor francés de Hobbes, no comparte el lóbrego retrato hobbesiano de los humanos en « estado de naturaleza» (es decir, sin las limitaciones que imponen las convenciones sociales y legales). Mientras que Hobbes considera el poder como un medio necesario para domesticar la naturaleza bestial de los individuos, Rousseau piensa que los vicios y otros males de los hombres son el producto de la sociedad: al « buen salvaje» , inocente por naturaleza, feliz en su « razón dormida» , y que vive en armonía con sus semejantes, lo corrompe la educación y otras influencias sociales. La concepción de la inocencia perdida y de los sentimientos no intelectualizados inspiró al movimiento del Romanticismo que se extendió por Europa hacia finales del siglo XVIII. Sin embargo, el propio Rousseau nunca tuvo la menor esperanza de que fuera posible un retorno a cualquier condición idílica anterior: una vez abandonada definitivamente la inocencia, era inevitable el advenimiento del tipo de constricciones planteadas por Hobbes.

«Sin la espada, los pactos son sólo palabras» Para Hobbes, el instinto de cada individuo es velar por su propio interés, y en atención al propio interés de cada cual conviene cooperar: sólo de este modo puede escaparse del estado de guerra y de la vida « solitaria, pobre, tosca, embrutecida y breve» . Si esto es así, ¿por qué no resulta fácil el acuerdo y la cooperación entre los individuos en el estado de naturaleza? No resulta fácil porque contraer un contrato siempre tiene un precio y no hacerlo siempre supone alguna ventaja (por lo menos a corto plazo).

Pero si el interés propio y la autopreservación constituyen la única pauta moral, ¿cómo es posible estar seguros de que los demás no buscarán preventivamente sacar alguna ventaja traicionando el contrato? No cabe ninguna duda de que buscarán sacar ventaja, entonces ¿acaso no es mejor ser el primero en quebrantar el contrato? Naturalmente todos los demás razonan del mismo modo, por lo que no es posible la confianza ni, por lo tanto, el acuerdo. En el estado de naturaleza de Hobbes, los intereses a largo plazo siempre se supeditan a los beneficios a corto plazo, inhibiendo la salida del ciclo de desconfianza y violencia.

«El hombre nace libre; pero se encuentra encadenado por
todas partes. Alguno se cree el señor de los demás, aunque sea
más esclavo que ellos. ¿Cómo ha podido esto llegar a
producirse? No lo sé. ¿Q ué puede legitimarlo? A eso sí creo
poder dar respuesta.»
Jean-Jacques Rousseau, 1782

De bestias y monstruos

Leviatán, que a menudo se asocia con Behemoth, es un aterrador monstruo marino mítico que aparece en varios pasajes relacionados con la creación en el Antiguo Testamento así como en otras fuentes literarias. Hobbes usa este nombre para sugerir el colosal poder del Estado (« ese
gran LEVIATÁN, o mejor dicho —hablando con mayor reverencia— aquel Dios Mortal, sometido al Dios Inmortal, al que debemos nuestra paz y nuestra defensa» ).

En el uso moderno, la palabra se suele aplicar al Estado para una apropiación del sugerir poder y de la autoridad más allá de lo debido. « Sin la espada, los pactos son sólo palabras» , concluye Hobbes. Lo que se requiere es alguna forma de poder externo o de sanción que obligue a los individuos a acatar los términos del contrato que beneficia a todos (siempre que todos lo acaten). Los individuos deben restringir de buen grado sus libertades en beneficio de la cooperación y de la paz, a condición de que cada cual haga lo propio; deben « otorgar todo su poder y su fuerza a un Hombre, o a una Asamblea de hombres, capaz de reducir todas sus Voluntades, gracias a la pluralidad de voces, a una sola Voluntad» . Así es como los ciudadanos acuerdan ceder su soberanía al Estado, que dispone de poder absoluto para « conformar las voluntades de todos ellos con vistas a la Paz en su propio país y a la mutua ayuda contra sus enemigos extranjeros» .

La idea en síntesis: el contrato social

47 El dilema del prisionero

«“Éste es el trato: exculparte y testificar contra tu compañero (le caerán 10 años de cárcel y tú simplemente quedarás libre).” Gordon sabía que en cualquier caso la policía podía meterlos en la cárcel un año, sólo por ir armados con cuchillos; pero les faltaban pruebas para imputarles el robo. La trampa era que también sabía que le estaban proponiendo lo mismo a Tony en la celda contigua: si los dos confesaban y se incriminaban mutuamente a cada uno le caerían 5 años. Ojalá pudiera saber qué iba a hacer Tony… » … Como Gordon no es tonto, sopesa con cuidado las opciones. “Supongamos que Tony no dice nada; en ese caso mi mejor jugada es delatarlo: le caerán 10 años y y o seré libre. Pero supongamos que me acusa a mí: entonces mejor que confesar, es acusarle a él, y que me caigan cinco años (si no, si no digo nada, me caerán los 10 años). De modo que en cualquier caso, tanto si Tony confiesa como si no, la mejor jugada es confesar.” Pero el problema de Gordon es que Tony tampoco es tonto y llega exactamente a la misma conclusión. De modo que se incriminan mutuamente y les caen cinco años. Y sin embargo, si ninguno hubiera dicho nada, sólo les hubiera caído un año a cada uno…»

Los dos han tomado una decisión racional, basada en un cálculo de sus propios intereses, pero incluso así el resultado no es el mejor posible para cada uno de ellos. ¿Qué se torció?

Suma cero

La teoría de los juegos ha dado lugar a un campo tan fértil que parte de su terminología ya es de uso común. Un « juego de suma cero» , por ejemplo (se suele usar de manera informal, en particular en el mundo de los negocios), es técnicamente un juego como el póquer o el ajedrez, en el que las ganancias de un lado quedan exactamente compensadas por las pérdidas del otro, de modo que la suma de ambas es cero. En cambio, el juego del prisionero no es de « suma cero» , pues cabe la posibilidad de que ambos jugadores ganen… o pierdan.

La teoría de juegos 

Este resumen del relato conocido como el « dilema del prisionero» posiblemente sea el más célebre de una serie de situaciones estudiadas en el campo de la teoría de juegos. El objeto de la teoría es analizar situaciones de este tipo, donde existe un claro conflicto de intereses, y determinar en qué consistiría una estrategia racional. Tal estrategia, en este contexto, es la que permite maximizar las propias ventajas e implica, o bien aliarse con un adversario (la « cooperación» en los términos de la teoría de juegos), o bien traicionarlo (la « deserción» ). Naturalmente, se supone que tal análisis arroja luz en el comportamiento humano real, explicando por qué la gente actúa como lo hace, o bien prescribiendo como debería hacerlo.

En el análisis de la teoría de juegos, las estrategias posibles que pueden adoptar Gordon y Tony pueden presentarse en una « matriz de pagos» : El dilema se produce porque la preocupación exclusiva de cada prisionero es minimizar los años de prisión. Para lograr el mejor resultado para ambos colectivamente (un año para cada uno), deberían colaborar y ponerse de acuerdo en renunciar al mejor resultado individual (la libertad). En el planteamiento clásico del dilema no existe la posibilidad de tal colaboración, y en cualquier caso ninguno de los dos prisioneros tendría razón alguna para confiar en que el otro no incumpla el acuerdo. De modo que adoptan una estrategia que excluye el mejor resultado colectivo, para evitar el peor resultado individual, y van a parar a un resultado intermedio que no es el más óptimo.

Implicaciones en el mundo real 

Las implicaciones generales del dilema del prisionero son que la persecución egoísta de los propios intereses, aun siendo racional en ocasiones, no puede conducirnos al mejor resultado para nosotros y para los demás; y además que la colaboración, al menos en determinadas circunstancias, es globalmente la mejor política. Pero ¿qué ocurre si trasladamos el dilema del prisionero al mundo real?

El dilema del prisionero ha tenido un influjo especial en las ciencias sociales, sobre todo en la economía y la política. Puede iluminar, por ejemplo, la toma de decisiones y la psicología en la que descansan las escaladas armamentísticas entre naciones enfrentadas. En tales situaciones, en principio resulta claramente beneficioso para las dos partes implicadas llegar a un acuerdo para limitar el nivel de gasto armamentístico, pero en la práctica en muy raras ocasiones ocurre así.

De acuerdo con el análisis de la teoría de juegos, no se llega a alcanzar acuerdos por el temor a una pérdida grande (una derrota militar) mucho peor que una ganancia relativamente pequeña (un menor gasto militar); el resultado real —ni el peor ni el mejor posibles— es la carrera armamentística.

Se ha visto un claro paralelismo entre el dilema del prisionero y el sistema que consiste en declararse culpable de un delito menor para evitar la acusación de un delito más grave y que se da en algunos sistemas judiciales (en Estados Unidos) pero que está prohibido en otros. La lógica del dilema del prisionero sugiere que la estrategia racional de « minimizar las pérdidas mayores» —es decir, aceptar una sentencia o una pena más leve por temor a recibir una más grave— puede inducir a las partes inocentes a confesar o inculparse mutuamente. En el peor de los casos, ello podría conducir a que la parte culpable confesara su falta mientras la inocente siguiera alegando su inocencia, con la extraña consecuencia de que el inocente recibiera la pena más severa.
Una mente maravillosa

El teórico actualmente más famoso de la teoría de juegos es John Forbes Nash de Princeton. Su genio matemático y su triunfo contra la enfermedad mental le valieron un Premio Nobel de Economía en 1994, lo cual inspiró la película Una mente maravillosa (2001).

Como teórico de los juegos, la contribución más célebre de Nash es el haber definido el epónimo « equilibrio de Nash» : una situación estable en un juego en la que ningún jugador tiene ningún incentivo para cambiar su estrategia, a menos que otro jugador cambie la suya. En el dilema del prisionero, la doble delación (los dos jugadores confiesan) representa el equilibrio de Nash, que, como se ha visto, no se corresponde necesariamente con el resultado óptimo para los jugadores implicados.
Gallinas 

Otro juego muy estudiado por los teóricos es el del « gallina» , cuya versión más memorable se encuentra en la película Rebelde sin causa que interpretó James Dean en 1955. Aquí, dos jugadores conducen sus respectivos coches uno contra el otro y el perdedor (el gallina) es el que se desvía para evitar chocar. En este escenario, el precio de la cooperación (desviarse y quedar como un gallina) es tan pequeño en comparación con el precio de la delación (seguir recto y chocar) que lo racional en este caso parece ser la colaboración. El peligro surge cuando el jugador A supone que el jugador B es igualmente racional y que, en consecuencia, se desviará, lo cual le permite a él (el jugador A) seguir impunemente en línea recta y ganar.
El peligro inherente en este juego es obvio: la doble delación (los dos siguen en línea recta) implica el choque seguro. Los paralelismos con varios tipos de políticas arriesgadas del mundo real (la más potencialmente peligrosa de las cuales es la nuclear) son también claros.

La idea en síntesis: jugar en serio


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