sábado, 24 de septiembre de 2016

AQUELLOS GRANDES Y AZULES OJOS QUE LLORABAN, LLORABAN Y LLORABAN.......

Ya sé que mis historias van a saltos, no siguen una cronología, porque mi memoria tampoco la sigue y cuento las cosas cuando necesito echarlas fuera y según lo necesito. En realidad, lo escribo para ellas que hacen que el teléfono suene cada vez que intento reflejar nuestra realidad, aquella que nos hizo como somos y de la que yo soy sólo la "voz que quiere hablar". Sobre todo, cuando intuyen que la cosa no va bien y captan mi alma a través de lo que vierto, oigo por el teléfono la voz de mi pequeña Némesis, la memoria colectiva de todo lo que digo y más. A veces, bastantes, está fuera de España y no importa, es capaz de colgarse media hora al teléfono, primero para asegurarse que la explosión es la de siempre y, de paso completar mi relato con su memoria. Yo he sido siempre dada a una visión general, yo soy capaz de describir el aire que hay en una habitación, capto el silencio impuesto y lo distingo del aquel que se produce por pura placidez y lo distingo cuando se puede cortar con un cuchillo y sé que hay silencios que hablan más que las palabras. Algunos de estos últimos no te influyen. Pero otros, todavía siguen partiéndome el alma. Mi pequeña Némesis rellena con datos concretos cada una de las situaciones que describo; ella recuerda fechas, nombres, circunstancias, el por qué, y los nombres propios que yo soy incapaz de recordar.

El primer día de la recta final de nuestro deambular, creíamos que todas veníamos de otros Hogares y así como nosotros éramos cinco, dimos por hecho que las demás tendrían la misma procedencia. Pero no. Mientras se ponía un poco de orden en aquel maremagnum que encontramos y del que la Sita Concha tuvo que hacerse cargo, porque por allí no se veía nadie con un poco de autoridad. Las escaleras eran un contínuo subir y bajar, unas cantaban en un rincón, otras jugaban al balón por los pasillos, un grupo exploraba el edificio y transmitían los descubrimientos a voces. No sólo era día de entrada; era día de reemplazo: La Sección Femenina era sustituída por "Sus Caridades" a quién nadie conocía y de las que no había ni rastro. Y mientras, un manicomio era más tranquilo que lo que veían nuestros ojos. Todas histéricas,, unas buscando dónde colocar sus cosas,, otras tratando de buscar una cama porque venían de un largo viaje nocturno y su cuerpo necesitaba reposo.

Y, en un rincón, bajo el recodo que formaba una escalera, vimos a una chiquilla mirando hacia todas partes, sola, asustada; de vez en cuando bajaba la cabeza y por el temblar de su cuerpo sabíamos que estaba llorando; era un lloro silencioso, abundante, de esos que dejan salir el alma con las lágrimas.

Es curioso, pero no absurdo, que las cinco dirigiéramos nuestra mirada al mismo tiempo. Veníamos con las alas tan rotas que, sin necesidad, sabíamos distinguir el verdadero dolor. Nos volvimos a Sita Concha, que, sin preguntar, supo lo que ella también había visto.

"Voy a ver si me entero de lo que pasa y podemos poner un poco de orden en este pandemonium. Vosotros, id a ver qué tiene esa chiquilla,, que parte el alma verla...."

¡¡¡Cómo estaría la chiquilla para que Sita Concha nos diera permiso, que era lo que estábamos esperando!!!

Lo malo es que aunque perros apaleados, no teníamos mucha idea de cómo se cortaba un llanto tan hondo. No podíamos freírla a preguntas, ni preguntar por qué lloraba, o engañarla diciéndole que "si aquí lo vamos a pasar muy bien, anda no llores, venga, ven a jugar"; no, en esas circunstancias eso es casi un insulto. Así nos mirábamos unas a otras, mientras nos habíamos colocado alrededor de la muchacha,, como si fuéramos sus ángeles guardianes. Pero, como no sabíamos qué hacer ni qué decir, la verdad es que la situación era incómoda, sobre todo para la pequeña que, de pronto levantó su cara y recorrió una por una  aquel "grupo salvaje" que la tenía rodeada. Tenía los ojos más grandes y azules que había visto nunca, ahora rojos por el llanto; y la situación se prologaba, yo ya temía que la pobre echara a correr de puro susto; no sabía lo que estaba pasando por su cabeza, pero el llanto se reanudó más triste, si cabe. Así que hice lo único que se me ocurrió, para que no pensara que la íbamos a atacar o algo así. Me puse en cuclillas y, sacando mi pañuelo, se lo tendí. Ella me miró con mucho miedo; así que, como mi madre hacía cuando yo lloraba, le empecé a secar las lágrimas. Las demás se sentaron en el suelo, alrededor, lo que tranquilizó un poco a la chica. Poco a poco el miedo pasó, pero fueron horas las que nos mantuvimos a su lado, usando por turno todos los pañuelos y dejando que llorara hasta que se hartara. Cuando nos llamaron al comedor, alguna la cogió la mano y las seis elegimos mesa. Las mesas eran para cuatro. 

Colocamos a la pequeña junto a la pared y tres de nosotras nos colocamos en su mesa. Las otras dos en los sitios más cercano a nosotros.

Pronto íbamos a saber que el simple hecho de secar las lágrimas a alguien, constituía una acción sospechosa para mentes que no tenían ni el don de la Compasión (Así, con mayúscula). Y yo tampoco sabía la de castigos que me caerían por hacer de "abogada de causas perdidas"

Y, ahora es ella la que me llama ante la más mínima sospecha de que necesito hablar con mis hermanas, porque sólo quien ha convivido en situaciones límite, puede captar en la distancia un ser que sufre.

Así que cuando me dicen "te entiendo", "te comprendo", "sé lo que sientes", siempre, mientras se lo agradezco, me dan ganas de chillar: "Tú qué coño sabrás..........". Pero hay que agradecer por lo menos que lo intenten.









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