sábado, 21 de marzo de 2015

EL LIBRO PERDIDO DE ENKI. TABLILLAS 3 Y 4

LA TERCERA TABLILLA
¡La suerte de Nibiru está en mis manos; mis condiciones debes escuchar!
Ésas fueron las palabras de Alalu, de la oscura Tierra a Nibiru las transmitió el Hablador.
Cuando las palabras de Alalu a Anu, el rey, le fueron comunicadas,
Anu se asombró; se asombraron también los consejeros, los sabios quedaron sorprendidos.
¿Alalu no está muerto?, se preguntaban entre sí. ¿Es que podía estar vivo en otro mundo?, se decían con incredulidad.

¿No se había ocultado en Nibiru, habiendo ido con el carro hasta un lugar ignoto?
Se convocó a los comandantes de los carros, los sabios reflexionaron sobre las palabras transmitidas.
Las palabras no llegaron desde Nibiru; se dijeron desde más allá del Brazalete Repujado, ésta fue su conclusión, y esto se le reportó al rey, Anu.
Anu quedó aturdido; reflexionó sobre lo sucedido.
Que se le envíen palabras de reconocimiento a Alalu, dijo a los reunidos.

En el Lugar de los Carros Celestiales se dio la orden, a Alalu palabras le fueron dichas: Anu, el rey, te envía sus saludos; se complace en saber que te encuentras bien; no había razón para que te fueras de Nibiru, en el corazón de Anu no hay enemistad; Si realmente has encontrado el oro de la salvación, ¡que Nibiru se salve!
Las palabras de Anu llegaron al carro de Alalu; Alalu las respondió con rapidez:
Si vuestro salvador he de ser, para vuestras vidas salvar, convocad a los príncipes en asamblea, ¡declarad suprema mi ascendencia!

¡Que los comandantes me conviertan en su líder, que se inclinen ante mis órdenes!
¡Que el consejo me nombre rey, para sustituir a Anu en el trono! Cuando las palabras de Alalu se escucharon en Nibiru, grande fue la consternación. ¿Cómo se podía deponer a Anu?, se preguntaban los consejeros. ¿Y si no era cierto lo que contaba Alalu? ¿Y si era una artimaña? ¿Dónde está su asilo? ¿De verdad ha encontrado oro? Reunieron a los sabios, pidieron el consejo de los doctos e instruidos. El más anciano de ellos habló: ¡Yo fui el maestro de Alalu!, dijo. Él había escuchado con atención las enseñanzas del Principio, de la Batalla Celestial había aprendido; del monstruo acuoso Tiamat y de sus venas doradas adquirió conocimientos;
si realmente ha ido más allá del Brazalete Repujado, ¡en la Tierra, el séptimo planeta, está su asilo!
En la asamblea, un príncipe tomó la palabra; era un hijo de Anu, del vientre de Antu, la esposa de Anu, había surgido.

Enlil era su nombre, que quiere decir Señor del Mandato. Palabras de cautela estaba pronunciando: Alalu no puede hablar de condiciones. Las calamidades fueron su obra, y perdió el trono en combate singular.
Si es cierto que ha encontrado oro en Tiamat, hacen falta pruebas de ello; ¿habrá suficiente oro para proteger nuestra atmósfera? ¿Cómo lo traeremos hasta Nibiru a través del Brazalete Repujado? Así habló Enlil, el hijo de Anu; y otras muchas preguntas formuló también. Muchas pruebas hacían falta, muchas respuestas se precisaban, coincidieron todos. Se le transmitieron a Alalu las palabras de la asamblea, una respuesta se
exigió.

Alalu ponderó el mérito de las palabras, y accedió a transmitir sus secretos; de su viaje y sus peligros hizo en verdad relato.
Del Probador sacó el cristal de sus entrañas, del Tomador de Muestras sacó su corazón de cristal; Insertó los cristales en el Hablador, para transmitir todos los hallazgos.
¡Ahora que se han entregado las pruebas, declaradme rey, inclinaos ante mis órdenes!, exigió severamente.
Los sabios se horrorizaron; ¡con Armas de Terror, Alalu causaría más estragos en Nibiru, con Armas de Terror un sendero había abierto a través del Brazalete!

En el momento Nibiru pase en su vuelta por esa región, ¡Alalu está amasando calamidades!
En el consejo había mucha consternación; alterar la realeza era, ciertamente, un asunto grave.
Anu no sólo era rey por ascendencia: ¡había alcanzado el trono en justa lid!
En la asamblea de los príncipes, un hijo de Anu se levantó para hablar.
Era sabio en todas las materias, entre los sabios se le reconocía.
De los secretos de las aguas era un maestro; E.A, Aquel Cuyo Hogar Es el Agua, era llamado.
De Anu era el Primogénito; con Damkina, la hija de Alalu, estaba casado.
Mi padre por nacimiento es Anu, el rey, dijo Ea; Alalu, por matrimonio, es mi padre.
Llevar al unísono los dos clanes fue la intención de mis desposorios;
¡Dejadme ser el que traiga la unidad en este conflicto!
¡Dejadme ser el emisario de Anu ante Alalu, dejadme ser el que dé soporte a los descubrimientos de Alalu!
Dejad que vaya en viaje a la Tierra en un carro, trazaré un sendero a través del Brazalete con agua, no con fuego.
En la Tierra, dejad que obtenga de las aguas el precioso oro; a Nibiru se enviará de vuelta.

Que Alalu sea rey en la Tierra, un veredicto de los sabios esperar: si Nibiru se salva, que haya una segunda lucha; ¡que ésta determine quién gobernará Nibiru! Los príncipes, los consejeros, los sabios, los comandantes escucharon las palabras de Ea con admiración; estaban llenas de sabiduría, pues encontraban solución al conflicto. ¡Que así sea!, anunció Anu. Que parta Ea, que se ponga a prueba el oro.
¡Lucharé con Alalu por segunda vez, que el vencedor sea rey de Nibiru!

Se le transmitieron a Alalu las palabras de la decisión;
Éste las ponderó y accedió: ¡Que Ea, mi hijo por matrimonio, venga a la Tierra! ¡Que se obtenga oro de las aguas, que se ponga a prueba para la salvación de Nibiru; que una segunda lucha por la realeza se salde entre Anu y yo! ¡Así sea!, decretó Anu en la asamblea.
Enlil hizo una objeción; la palabra del rey era inalterable.
Ea fue al lugar de los carros, con comandantes y sabios consultó. Contempló los peligros de la misión, consideró cómo extraer y traer el oro. Estudió con detenimiento la transmisión de Alalu, y pidió a Alalu más pruebas de los resultados. Diseñó una Tablilla de Destinos para la misión. Si el agua fuera la Fuerza, ¿dónde se podría repostar? ¿Dónde, en el carro, se almacenará? ¿Cómo se convertirá en Fuerza? Toda una vuelta de Nibiru pasó con las reflexiones, un Shar de Nibiru pasó en los preparativos.

Se ha preparado el carro celestial más grande para la misión, se ha calculado su destino de vuelta, una Tablilla de Destino se ha fijado con firmeza; ¡cincuenta héroes harán falta para la misión, para viajar a la Tierra y obtener el oro!

Anu dio su aprobación al viaje; los astrónomos eligieron el momento adecuado para comenzarlo. En el Lugar de los Carros se congregaron las multitudes, llegaron para despedir a los héroes y a su líder. Llevando cascos de Águila, portando cada uno un traje de Pez, los héroes entraron al carro de uno en uno.
El último en embarcar fue Ea; de los congregados se despidió. Se arrodilló ante su padre, Anu, para recibir la bendición del rey. Mi hijo, el Primogénito: un largo viaje has emprendido, para ponerte en peligro por todos nosotros; que tu éxito destierre de Nibiru la calamidad; ¡ve y vuelve con vida! Así hizo Anu para pronunciar una bendición para su hijo, despidiéndose de él.

La madre de Ea, a la que llamaban Ninul, lo apretó contra su pecho.
¿Por qué, después que me fueras dado como hijo de Anu, él te dotó con un corazón incansable?
¡Ve y vuelve, recorre sin novedad el peligroso camino!, le dijo ella.
Con ternura, Ea besó a su esposa, abrazó a Damkina sin palabras.
Enlil estrechó los brazos con su hermanastro. ¡Que seas bendito, que tengas éxito!, le dijo.
Con el corazón encogido, Ea entró en el carro, y dio la orden de remontarse.

Viene ahora el relato del viaje hasta el séptimo planeta, y de cómo se inició la leyenda del Diospez que vino de las aguas. Con el corazón encogido, Ea entró en el carro, y dio la orden de remontarse. El asiento de comandante estaba ocupado por Anzu, no por Ea; Anzu, no
Ea, era el comandante del carro; Aquel Que Conoce los Cielos significaba su nombre; para esta tarea se le
había seleccionado especialmente.

Era un príncipe entre los príncipes, de simiente real era su ascendencia. El carro celestial guió con pericia; lo elevó poderosamente de Nibiru, hacia el distante Sol lo dirigió.
Diez leguas, cien leguas el carro recorrió, mil leguas el carro viajó. El pequeño Gaga salió a recibirlos, les transmitió a los héroes la bienvenida. La azulada Antu, hermosa y encantadora, le mostró el camino. Anzu se sintió atraído ante su vista. ¡Examinemos sus aguas!, dijo Anzu. Ea dio la orden de continuar sin detenerse; es un planeta sin retorno, dijo enérgicamente.
Hacia el celestial An, el tercero en la cuenta planetaria, prosiguió el carro. A su lado yacía An, su ejército de lunas se arremolinaban. Los rayos del Probador revelaron la presencia de agua; se le indicó a Ea si era necesario detenerse, Ea dijo que se continuara el viaje, hacia Anshar, el mayor de los príncipes del cielo, se estaba dirigiendo. Pronto pudieron sentir el insidioso tirón de Anshar, y admiraron con temor
sus anillos de colores.

Con pericia, Anzu guió el carro, los demoledores peligros hábilmente evitó. La gigante Kishar, el mayor de los planetas estables, fue el siguiente en encontrarse. La atracción de su red era abrumadora; con gran habilidad, Anzu desvió el rumbo del carro.
Con furia, Kishar estuvo lanzando rayos al carro divino, dirigió su ejército hacia el intruso.
Lentamente, Kishar se alejó, para que el carro se encontrara con el siguiente enemigo: ¡más allá del quinto planeta, el Brazalete Repujado estaba al acecho! Ea ordenó que en su artefacto se fijara un-zumbido, que se preparara el Propulsor de Agua.

Hacia el ejército de rocas giratorias se precipitaba el carro, cada una, como la piedra de una honda, se dirigía ferozmente hacia el carro. La palabra de Ea fue dada; con la fuerza de un millar de héroes, se lanzó la corriente de agua. Una a una, las rocas volvieron la cara; ¡estaban dejando un sendero para el carro!
Pero, mientras una roca huía, otra atacaba en su lugar; ¡una multitud más allá de toda cuenta era su número, un ejército buscando venganza por la división de Tiamat!

Una y otra vez, Ea dio las órdenes para que el Propulsor de Agua mantuviera un-zumbido;
Una y otra vez, se dirigieron corrientes de agua hacia el ejército de rocas;
Una y otra vez, las rocas volvieron sus caras, dejando un sendero para el carro. Y, después, al fin, el sendero quedó claro; ¡el carro podía continuar sin daños!

Los héroes elevaron un grito de alegría; y doble fue la alegría ante la visión del Sol que ahora se revelaba.
En medio del regocijo, Anzu hizo sonar la alarma: para trazar el sendero, se había consumido demasiada agua,
¡no había agua suficiente para alimentar las Piedras ígneas del carro durante el resto del viaje!
En la oscura profundidad, podían ver el sexto planeta, estaba reflejando los rayos del Sol. Hay agua en Lahmu, estaba diciendo Ea. ¿Puedes hacer descender el carro sobre él?, le preguntó a Anzu.
Diestramente, Anzu dirigió el carro hacia Lahmu; al llegar al dios celestial, a su alrededor hizo circundar el carro.
La red del planeta no es grande, su atracción se puede manejar con facilidad, dijo Anzu.
Lahmu merecía ser contemplado, tenía muchos tonos; de blanca nieve era su gorro, de blanca nieve eran sus sandalias.

Rojizo en su mitad, ¡en su mitad lagos y ríos relucían!
Hábilmente, Anzu hizo viajar al carro más despacio, junto a la orilla de un lago lo hizo descender suavemente.
Siguiendo las órdenes, los héroes extendieron Lo Que Aspira Agua, las entrañas del carro se llenaron con las aguas del lago.
Mientras el carro se llenaba de agua, Ea y Anzu examinaron los alrededores.
Con el Probador y el Tomador de Muestras, determinaron todo lo que importa: las aguas eran buenas para beber, había aire suficiente.
Todo se registró en los anales del carro, y se describió la necesidad de desviarse.
Reabastecido su vigor, el carro se remontó, despidiéndose del benévolo Lahmu.

Más allá, el séptimo planeta estaba dando su vuelta; ¡la Tierra y su compañero estaban invitando al carro!
En el asiento del comandante, Anzu estaba sin palabras; Ea también estaba callado.
Delante de ellos estaba su destino, que contenía el oro de la salvación o la perdición de Nibiru.
¡El carro debe frenarse, o perecerá en la gruesa atmósfera de la Tierra!, declaró Anzu a Ea.
¡Haz círculos para frenar alrededor del compañero de la Tierra, la Luna!, le sugirió Ea.
Circundaron la Luna; yacía postrada y llena de cicatrices, tras la victoria de Nibiru en la Batalla Celestial.
Después de frenar así el carro, Anzu lo dirigió hacia el séptimo planeta.

Una vez, dos veces hizo circundar el carro alrededor del globo de la Tierra, aún más cerca de la Tierra Firme lo hizo descender. Había tonos niveos en las dos terceras partes del planeta, de un tono oscuro era su parte media. Podían ver los océanos, podían ver las Tierras Firmes; estaban buscando la señal de la baliza de Alalu.
Donde un océano tocaba tierra seca, donde cuatro ríos eran tragados por los pantanos, balizaba la señal de Alalu.

¡El carro es demasiado pesado y grande para los pantanos!, declaró Anzu. ¡La red de atracción de la Tierra es demasiado poderosa para descender en tierra seca!, anunció Anzu a Ea.
¡Ameriza! ¡Ameriza en las aguas del océano!, le gritó Ea a Anzu. Anzu dio una vuelta más alrededor del planeta; con mucho cuidado, hizo descender el carro hacia el borde del océano. Llenó de aire los pulmones del carro; en las aguas amerizó, no se hundió en las profundidades. En el Hablador se escuchó una voz: ¡Sed bienvenidos a la Tierra!, estaba diciendo Alalu.
Por la transmisión de sus palabras, se determinó la dirección de su paradero. Hacia el lugar dirigió Anzu el carro, flotando como un barco se movía sobre las aguas. Pronto se estrechó el amplio océano, apareciendo tierras secas a ambos lados como dos guardianes.

En la parte izquierda, se elevaban colinas pardas; en la derecha, las montañas elevaban sus cabezas hasta el cielo. Hacia el lugar de Alalu se dirigió el carro, iba flotando sobre las aguas como un barco. Por delante, la tierra seca estaba cubierta de agua, los pantanos sustituían al océano. Anzu dio órdenes a los héroes, les ordenó que se pusieran los trajes de peces. Entonces, se abrió una portezuela del carro, y los héroes descendieron a los pantanos.

Ataron fuertes cuerdas al carro, con las cuerdas tiraron del carro. Las palabras transmitidas por Alalu llegaban con más fuerza. ¡Rápido! ¡Rápido!, estaba diciendo.
Al filo de los pantanos, una visión había que contemplar: reluciendo bajo los rayos del Sol, había un carro de Nibiru; ¡era el barco celestial de Alalu! Los héroes aceleraron sus pasos, hacia el carro de Alalu se apresuraron.

Impaciente, Ea se puso su traje de pez; en su pecho, el corazón golpeaba como un tambor.
Saltó al pantano, con paso apresurado se dirigió hacia la orilla.
Altas eran las aguas del pantano, el fondo estaba más hondo de lo que esperaba.
Dejó de caminar para nadar, con brazadas audaces avanzó.
Mientras se acercaba a la tierra seca, pudo ver verdes praderas.
Después, sus pies tocaron suelo firme; se puso de pie y siguió caminando.
Delante de él, pudo ver a Alalu, de pie, saludando con las manos vigorosamente.
Alcanzando la orilla, Ea salió de las aguas: ¡estaba sobre la oscura Tierra!
Alalu llegó corriendo hasta él; abrazó con fuerza a su hijo por matrimonio.
¡Bienvenido a un planeta diferente!, le dijo Alalu a Ea.

Viene ahora el relato de cómo se fundó Eridú en la Tierra, de cómo comenzó la cuenta de los siete días. Alalu abrazó a Ea en silencio, con los ojos llenos de lágrimas de alegría.
Ea inclinó su cabeza ante él, en señal de respeto ante su padre por matrimonio.
En los pantanos, los héroes seguían avanzando; otros más se pusieron los trajes de peces, otros más hacia la tierra seca se apresuraban.

¡Mantened a flote el carro!, ordenó Anzu. ¡Ancladlo en las aguas, evitad el fango de la orilla!
Los héroes alcanzaron la orilla, ante Alalu se inclinaron.
Anzu llegó a la orilla, el último en salir del carro.
Se inclinó ante Alalu; con él estrechó los brazos Alalu en señal de bienvenida.

A todos los que habían llegado, Alalu dio palabras de bienvenida. A todos los que estaban reunidos, Ea dio palabras de mandato. ¡Aquí en la Tierra, yo soy el comandante!, les dijo.
En una misión a vida o muerte hemos llegado; ¡en nuestras manos está la suerte de Nibiru!
Miró alrededor, estaba buscando un lugar para acampar. ¡Amontonad tierra, haced montículos allí!, ordenó Ea para levantar un campamento.

A un lugar no lejano estaba señalando, una cabana de cañas erigió por morada para Alalu. Luego, dirigió estas palabras a Anzu: Transmite estas palabras a Nibiru, ¡al rey, mi padre Anu, anuncia la feliz llegada!
No tardó en cambiar el tono de los cielos, del resplandor al rojizo se tornó. Ante sus ojos se reveló una visión nunca antes vista: ¡el Sol, como una esfera roja, estaba desapareciendo en el horizonte! ¡El temor se apoderó de los héroes, temían una Gran Calamidad! Alalu, con palabras risueñas, les confortó diciendo: Es una puesta de Sol, marca el fin de un día en la Tierra. Echaos para un breve descanso; una noche en la Tierra es más corta de lo que podáis imaginar. Antes de lo que podáis esperar, el Sol hará su aparición; ¡será de día en la
Tierra!

Inesperadamente, llegó la oscuridad, y separó los cielos de la Tierra. Los relámpagos rompían la oscuridad, y a los truenos les siguieron las lluvias. Los vientos soplaron sobre las aguas, eran tormentas de un dios extraño. En el carro, los héroes se pusieron en cuclillas; en el carro, los héroes se acurrucaron.
Para ellos, no llegó el descanso; estaban muy agitados. Con los corazones acelerados, esperaban el regreso del Sol. Sonrieron cuando aparecieron sus rayos, contentos y dándose palmadas en la espalda.
Y anocheció y amaneció, fue su primer día en la Tierra. Al romper el día, Ea reflexionó sobre la situación; debía pensar sobre cómo separar las aguas de las aguas. Nombró a Engur señor de las aguas dulces, para que proveyera de aguas potables.

Éste fue a la laguna de la serpiente con Alalu, para valorar sus aguas dulces; ¡La laguna estaba abarrotada de serpientes malignas!, dijo Engur a Ea.
Entonces, Ea contempló los pantanos, sopesando la abundancia de aguas de lluvia.
A Enbilulu lo puso al cargo de los pantanos, se le indicó que señalara los matorrales de cañizos. A Enkimdu se le puso al cargo de la zanja y del dique, para que elaborara una frontera frente a los pantanos, para que hiciera un lugar donde reunir las aguas que llovían del cielo,
Así se separaron las aguas de debajo de las aguas de arriba, se separaron las aguas de los cenagales de las aguas dulces.

Y anocheció y amaneció, fue el segundo día en la Tierra.
Cuando el Sol anunció la mañana, los héroes ya estaban llevando a cabo las tareas asignadas. Ea dirigió sus pasos, junto a Alalu, hacia el lugar de hierba y árboles, para examinar todo lo que crece en el huerto, hierbas y frutas según su especie.

A Isimud, su visir, Ea le hizo unas preguntas: ¿Qué planta es ésta? ¿Qué planta es aquélla?, le preguntaba.
Isimud, muy instruido, pudo distinguir los alimentos que crecen bien; arrancó una fruta para Ea, ¡es una planta de miel!, le decía a Ea: ¡Él mismo comió una fruta, Ea estaba comiéndose una fruta!
Del alimento que crece, diferenciado por su bondad, Ea puso al cago al héroe Gurú.
Así se proveyeron los héroes de agua y alimentos; no se hartaban.
Y anocheció y amaneció, fue el tercer día en la Tierra.

El cuarto día cesaron de soplar los vientos, el carro ya no se vio perturbado por las olas.
¡Que se traigan herramientas desde el carro, que se construyan moradas en el campamento!, ordenó Ea.
Ea puso a Kulla al cargo del molde y el ladrillo, para que hiciera ladrillos de arcilla; a Mushdammu se le indicó que pusiera los cimientos, para levantar moradas habitables.

Todo el día estuvo brillando el Sol, una gran luz hubo durante el día. Al anochecer, Kingu, la luna de la Tierra, arrojó en su plenitud una luz pálida sobre la Tierra, una luz menor para gobernar la noche, para ser contado entre los dioses celestiales.

Y anocheció y amaneció, fue el cuarto día en la Tierra. El quinto día, Ea le ordenó a Ningirsig que hiciera un barco de juncos, para tomar la medida de los pantanos, para valorar la extensión de los cenagales.
Ulmash, el que conoce lo que prolifera en las aguas, el que tiene conocimientos de las aves de caza que vuelan, a Ulmash llevó Ea por compañero, para que distinguiera lo bueno de lo malo. De las especies que pululan en las aguas, de las especies que ofrecen sus alas en el cielo, muchas eran desconocidas para Ulmash; su número era desconcertante. Buenas eran las carpas, entre lo malo iban nadando. Ea convocó a Enbilulu, el señor de los pantanos; Ea convocó a Enkimdu, a cargo de la zanja y el dique;
a ellos les dio palabras, para hacer una barrera en los pantanos; para hacer un recinto con cañas y juncos verdes, y separar allí unos peces de otros, una trampa para carpas, que de una red no pudieran escapar, un lugar de cuya trampa no pudiera escapar ningún ave que fuera buena para comer. Así, los héroes se proveerían de pescado y de caza, separando las especies buenas.

Y anocheció y amaneció, fue el quinto día en la Tierra. El sexto día, Ea tuvo en cuenta a las criaturas del huerto. A Enursag se le asignó la tarea de distinguir lo que se arrastra por el suelo de lo que camina sobre pies;
Enursag se asombró de sus especies, de su ferocidad dio cuenta a Ea. Ea convocó a Kulla, a Mushdammu dio órdenes urgentes: ¡Para la noche, las moradas han de estar terminadas, y rodeadas por una valla de protección! Los héroes pusieron manos a la obra, sobre los cimientos se pusieron los ladrillos con rapidez. Los tejados se hicieron de caña, y la valla se levantó con árboles cortados.

Anzu trajo del carro un Rayo-Que-Mata, un Hablador-Que-Transmite-Palabras puso en la morada de Ea; ¡Al anochecer, el campamento estaba terminado! Los héroes se congregaron en su interior por la noche.
Ea, Alalu y Anzu consideraron los hechos; ¡todo lo que se había hecho era en verdad bueno!
Y anocheció y amaneció, el sexto día.
El séptimo día se reunieron los héroes en el campamento,
Ea les dijo estas palabras:
Hemos emprendido un peligroso viaje, hemos recorrido un peligroso camino desde Nibiru hasta el séptimo planeta.

A la Tierra hemos llegado sin novedad, muchas cosas buenas hemos conseguido, hemos establecido un campamento.
¡Que este día sea de descanso; a partir de ahora, el séptimo día será siempre de descanso!
¡Que a partir de ahora se le llame a este lugar Eridú, Hogar en la Lejanía será su significado!
¡Que se mantenga una promesa, que Alalu sea declarado comandante de Eridú!
Los héroes así reunidos, gritaron al unísono los acuerdos.
Palabras de acuerdo pronunció Alalu, después rindió gran homenaje a Ea:
¡Que se le dé un segundo nombre a Ea, que se le llame Nudimmud, el Hábil Forjador!
Al unísono, los héroes anunciaron el acuerdo.
Y anocheció y amaneció, el séptimo día.

Viene ahora el relato de cómo comenzó la búsqueda de oro, y de cómo los planes en Nibiru no proporcionaban la salvación a Nibiru. Tras establecerse el campamento de Eridú y después de saciarse los héroes de alimento, Ea comenzó la tarea de obtener oro de las aguas.
En el carro, se levantaron las Piedras de Fuego, y cobró vida el Gran Crujidor; esde el carro, se extendió Lo Que Succiona Agua, se insertó en las aguas pantanosas.
Las aguas se introdujeron en un recipiente de cristales, de las aguas, los cristales del recipiente extrajeron todo lo que había de metal.

Después, desde el recipiente, Lo Que Escupe escupió las aguas a la laguna de los peces; así se recogían en el recipiente los metales que había en las aguas. El artefacto de Ea era ingenioso, ¡en verdad, era un Hábil Forjador! Durante seis días de la Tierra se introdujeron aguas pantanosas, se escupieron aguas pantanosas; ¡en el recipiente se recogían los metales! El séptimo día, Ea y Alalu examinaron los metales; de muchas clases eran los metales que había en el recipiente. Había hierro, había mucho cobre; el oro no era abundante. En el carro otro recipiente, el ingenioso artefacto de Nudimmud, los metales se separaron según tipos, se llevaron a la orilla por clases. Así trabajaron los héroes durante seis días; al séptimo día descansaron. Durante seis días, los recipientes de cristal se llenaron y se vaciaron, el séptimo día se hizo cuenta de los metales. Había hierro y había cobre, y otros metales también; de oro, se había acumulado el montón más pequeño. Por la noche, la Luna subía y bajaba; a su vuelta, Ea le puso el nombre de Mes.

Al comienzo del Mes, seis días se mostraban sus cuernos luminosos, con su media corona se anunciaba el séptimo día; era un día de descanso. A mitad de camino, la Luna se distinguía por su plenitud; después, se detenía para empezar a decrecer. Con el curso del Sol, iba apareciendo la vuelta de la Luna, iba revelando su rostro con la vuelta de la Tierra. Ea estaba fascinado con los movimientos de la Luna, contemplaba su atracción como Kingu a Ki:
¿A qué propósito servía esa atracción? ¿Qué señal celeste estaba dando? Mes llamó Ea a la vuelta de la Luna, le dio el nombre de Mes a su vuelta. Por un Mes, por dos meses, se separaron las aguas en el carro; el Sol, cada seis meses, daba a la Tierra otra estación; Invierno y Verano las llamó Ea.

Hubo Invierno y hubo Verano; y Ea llamó Año de la Tierra a toda la vuelta
Al finalizar el Año se hizo cuenta del oro acumulado; no había mucho para enviar a Nibiru.
¡Las aguas de las ciénagas son insuficientes, que se traslade el carro a lo profundo del océano!, así dijo Ea.
Se soltó el carro de sus amarras, de vuelta de donde llegó se volvió. Se elevaron con mucho cuidado los recipientes de cristal, las aguas saladas pasaron a través de ellos.
Se separaron los metales por clases; ¡entre ellos centelleaba el oro!
Desde el carro, Ea transmitió a Nibiru palabra de los acontecimientos; para
Anu fue agradable de escuchar.

En su predestinada vuelta, Nibiru estaba volviendo a la morada del Sol, en su vuelta de Shar, Nibiru se estaba aproximando a la Tierra.
Ansiosamente, Anu preguntó por el oro. ¿Hay suficiente para enviarlo a Nibiru?, preguntó.
¡Ay!, no se había recogido suficiente oro de las aguas; ¡Que pase otro Shar, que se doble la cantidad!, le aconsejó Ea a Anu. Se siguió obteniendo oro de las aguas del océano; el corazón de Ea se llenaba de aprensión.

Se extrajeron partes del carro, con ellas se montó una cámara celeste. Abgal, el que sabe pilotar, fue asignado al cargo de la cámara celeste; Ea se remontaba a diario en el aire con Abgal en la cámara celeste, para descubrir los secretos de la Tierra.

Se construyó un recinto para la cámara celeste, se puso junto al carro de Alalu: Ea estudiaba a diario los cristales en el carro de Alalu, para comprender lo que por sus rayos se descubría; ¿De dónde viene el oro?, preguntó a Alalu. ¿Dónde en la Tierra están las venas doradas de Tiamat?
Ea se remontó en el aire con Abgal en la cámara celeste, para conocer la Tierra y sus secretos.
Vagaron sobre las grandes montañas, grandes ríos vieron en los valles; estepas y bosques se extendían bajo ellos, miles de leguas recorrieron.

Tomaron nota de vastas tierras separadas por océanos, con el Rayo Que Explora penetraron los suelos.
La impaciencia crecía en Nibiru. ¿Puede ofrecer protección el oro?, crecía el clamor. ¡Reunid el oro, cuando se acerque Nibiru tendréis que entregarlo!, ordenó Anu a Ea. ¡Reparad el carro de Alalu, disponedlo para que vuelva a Nibiru, para que esté dispuesto cuando termine el Shar!, dijo así Anu. Ea obedeció las palabras de su padre, el rey; se puso a reflexionar sobre la reparación del carro de Alalu.
Una noche en la que aterrizaron la cámara celeste junto al carro, entró en éste con Abgal, para llevar a cabo una acción secreta en la oscuridad.

Las Armas de Terror, las siete, sacaron del carro; las llevaron a la cámara celeste, dentro de la cámara celeste las escondieron. Al amanecer, Ea y Abgal se remontaron en el cielo con la cámara celeste, con dirección a otra tierra.

Allí, en un lugar secreto, Ea ocultó las armas; en una cueva, un lugar desconocido, las almacenó. Después, Ea dio a Anzu palabras de mandato, le indicó que reparara el carro de Alalu, que lo dispusiera para volver a Nibiru, que estuviera listo para cuando terminara el Shar.
Anzu, muy experto en los asuntos de los carros, se puso manos a la obra; hizo que sus propulsores zumbaran de nuevo, tuvo mucha cuenta de sus tablillas; ¡pero no tardó en descubrir la ausencia de las Armas de Terror! Anzu gritó enfurecido; Ea le dio explicación de su ocultación: ¡Es un peligro utilizar estas armas!, dijo Ea. ¡Jamás deben ser armadas ni en los cielos ni en las Tierras Firmes! ¡Sin ellas, será peligroso atravesar el Brazalete Repujado!, dijo Anzu. ¡Sin ellas, y sin los Propulsores de Agua, hay peligro de que no resista! Alalu, comandante de Eridú, consideró las palabras de Ea, a las palabras de Anzu prestó atención: ¡Las palabras de Ea quedan atestiguadas por el Consejo de Nibiru!, dijo Alalu;
Pero, si no regresa el carro, ¡Nibiru estará perdido!

Abgal, el que sabe pilotar, se adelantó audazmente hacia los líderes.
¡Yo seré el piloto, afrontaré los peligros valerosamente!, dijo.
Así se tomó la decisión: ¡Abgal será el piloto, Anzu se quedará en la Tierra!
En Nibiru, los astrónomos contemplaron los destinos de los dioses celestiales, eligieron el día oportuno.
Se llevaron cestadas de oro al carro de Alalu;
Abgal entró en la parte delantera del carro, ocupó el asiento del comandante.
Ea le dio una Tablilla de Destino de su propio carro;
¡Será para ti Lo-Que-Muestra-El-Camino, con ella encontrarás un camino abierto!

Abgal levantó las Piedras de Fuego del carro; su zumbido cautivaba como la música.
Dio vida al Gran Crujidor del carro, arrojando un resplandor rojizo.
Ea y Alalu, junto con la multitud de héroes estaban de pie alrededor, le estaban dando la despedida.
Después, con un rugido, el carro se elevó hacia los cielos, ¡a los cielos ascendió!
A Nibiru se transmitieron palabras del ascenso; en Nibiru había mucha expectación.

LA CUARTA TABLILLA
A Nibiru se transmitieron palabras del ascenso; en Nibiru había mucha expectación.
Abgal dirigió el carro con confianza;
dio una vuelta alrededor de Kingu, la Luna, para ganar velocidad con la fuerza de su red.
Mil leguas, diez mil leguas viajó hasta Lahmu,
para obtener con la fuerza de su red una dirección hacia Nibiru.
Más allá de Lahmu se arremolinaba el Brazalete Repujado;
Con destreza, Abgal hizo brillar los cristales de Ea, para localizar los senderos abiertos.
¡El ojo del hado le miró favorablemente!
Más allá del Brazalete, el carro recibió las señales transmitidas desde Nibiru;
Hacia casa, hacia casa era la dirección.

Frente a él, en la oscuridad, con un tono rojizo brillaba Nibiru; ¡una hermosa visión!
El carro se dirigía ahora por medio de las señales transmitidas.
Tres vueltas dio alrededor de Nibiru, para frenarse con la fuerza de su red.
Acercándose al planeta, Abgal pudo ver la brecha en su atmósfera; sintió que se le encogía el corazón, pensando en el oro que traía. Atravesando el espesor de su atmósfera, el carro refulgió, su calor insoportable;
Hábilmente, Abgal desplegó las alas del carro, deteniendo así su descenso.
Más allá estaba el lugar de los carros, una visión de lo más atractiva;
Suavemente, Abgal hizo bajar el carro hasta un lugar elegido por los rayos.

Abrió la portezuela; ¡había una multitud reunida!
Anu se adelantó hacia él, le estrechó los brazos, pronunció palabras de bienvenida. Los héroes se precipitaron dentro del carro, sacaron los cestos de oro.
Llevaban los cestos encima de la cabeza,
Anu exclamó palabras de victoria ante los reunidos: ¡La salvación está aquí!, les dijo. Abgal fue acompañado hasta palacio, se le escoltó para que descansara y
lo contara todo.

El oro, una visión de lo más deslumbrante, se lo llevaron los sabios rápidamente;
para convertirlo en el más fino polvo, para lanzarlo hacia el cielo se transportó.
La elaboración llevó todo un Shar, otro Shar llevaron las pruebas. Con proyectiles se llevó el polvo hasta el cielo, con rayos de cristales se
dispersó.

¡Donde hubo una brecha, había ahora sanación! La alegría llenó el palacio, era de esperar la abundancia en las tierras. Anu transmitió buenas palabras a la Tierra: ¡El oro da la salvación! ¡La
extracción de oro debe continuar!

Cuando Nibiru llegó a las cercanías del Sol, el polvo de oro se vio perturbado por sus rayos;
disminuyó la curación en la atmósfera, la brecha se volvió a hacer grande. Anu ordenó que Abgal volviera a la Tierra; en el carro viajaron más héroes, en sus entrañas, se pusieron más Lo Que Succiona las Aguas y Expulsadores; Con ellos, se le ordenó a Nungal que partiera, para que ayudara a Abgal en
el pilotaje.

Hubo gran alegría cuando Abgal volvió a Eridú; ¡hubo mucha bienvenida y estrechar de brazos! Ea reflexionó con detenimiento sobre las nuevas obras hidráulicas; había una sonrisa en su rostro, pero su corazón estaba encogido. Para cuando llegó el Shar, Nungal estaba listo para partir en el carro; en sus entrañas, el carro sólo llevaba unas cuantas cestas de oro. ¡El corazón de Ea le estaba anticipando la decepción en Nibiru!
Ea intercambió palabras con Alalu, reconsideraron lo que sabían:
si la Tierra, la cabeza de Tiamat, fue cortada en la Batalla Celestial,
¿dónde estaba el cuello, dónde estaban las venas de oro que se cortaron?
¿Por dónde sobresaldrían las venas de las entrañas de la Tierra?
Ea viajó sobre montañas y valles en la cámara celeste,
examinó con el Explorador las tierras separadas por los océanos.

Una y otra vez, se encontraba la misma indicación:
las entrañas de la Tierra se revelaron donde se desgarró la tierra seca de la tierra seca; ¡donde la masa de tierra tomó la forma de un corazón, en la parte inferior
de la misma,
las venas doradas de las entrañas de la Tierra serían abundantes! Abzu, del Oro el Lugar de Nacimiento, le puso por nombre Ea a la región. Luego, Ea transmitió a Anu palabras de sabiduría: En verdad, la Tierra está llena de oro; de las venas, no de las aguas, hay que conseguir el oro.

De las entrañas de la Tierra, no de sus aguas, se tiene que obtener el oro, ¡de una región más allá del océano, Abzu será llamada, se puede conseguir oro en abundancia! En el palacio, hubo gran asombro, sabios y consejeros reflexionaron sobre las palabras de Ea;
que hay que obtener oro, en eso había unanimidad; cómo obtenerlo de las entrañas de la Tierra, en eso había mucha discusión. En la asamblea, un príncipe habló; era Enlil, el hermanastro de Ea. Primero Alalu, luego su hijo por matrimonio, Ea, en las aguas pusieron todas sus esperanzas;
aseguraban la salvación por el oro de las aguas, Shar tras Shar, todos esperábamos la salvación, ahora escuchamos cosas diferentes, emprender un trabajo más allá de lo imaginable,
¡hacen falta pruebas de las venas doradas, hay que garantizar un plan para el éxito!
Así dijo Enlil a la asamblea; muchos estuvieron de acuerdo con sus palabras. ¡Que vaya Enlil a la Tierra!, dijo Anu. ¡Que obtenga pruebas, que ponga en marcha un plan!
¡Sus palabras serán tenidas en cuenta, sus palabras serán órdenes!
La asamblea dio su consentimiento, aprobó la misión de Enlil.

Con Alalgar, su lugarteniente, Enlil partió hacia la Tierra; Alalgar era su piloto.
A cada uno se les proveyó con una cámara celeste. Se transmitieron a la Tierra las palabras de Anu, el rey, palabras de decisiones:
¡Enlil estará al mando de la misión, su palabra será orden! Cuando Enlil llegó a la Tierra, Ea estrechó los brazos cálidamente con su
hermanastro,
Ea le dio la bienvenida a Enlil como hermano.

Ante Alalu, Enlil hizo una reverencia, Alalu le dio la bienvenida con débiles palabras.
Los héroes profirieron palabras de cálida bienvenida a Enlil; mucho esperaban de su mandato.
Enlil ordenó que se ensamblaran las cámaras celestes, en una cámara celeste, se remontó en el cielo; Alalgar, su lugarteniente, iba de piloto con él. Ea, en otra cámara celeste pilotada por Abgal, les mostró el camino hacia
el Abzu.

Inspeccionaron las tierras secas, de los océanos tomaron cuidadosa nota. Desde el Mar Superior hasta el Mar Inferior, exploraron las tierras, de todo lo que había arriba y abajo tomaron nota. Hicieron pruebas del suelo en el Abzu. En verdad, había oro; con mucha
tierra y rocas estaba mezclado,
no estaba refinado como en las aguas, estaba oculto en una mezcla. Volvieron a Eridú; reflexionaron sobre lo que habían encontrado. ¡Hay que emprender nuevos trabajos en Eridú, no puede seguir sola en la
Tierra!, así dijo Enlil; describió un gran plan, estaba proponiendo una gran misión:
traer más héroes, fundar más asentamientos,
para obtener el oro de las entrañas de la Tierra, para separar el oro de la
mezcla, y transportarlo en naves celestes y carros, para llevar a cabo trabajos en
lugares de aterrizaje.

¿Quién estará al mando de los asentamientos, quién estará al mando del
Abzu?,
así le preguntó Ea a Enlil. ¿Quién tomará el mando para la ampliación de Eridú, quién supervisará los
asentamientos?, así decía Alalu. ¿Quién tomará el mando de las naves celestes y del lugar de aterrizaje?, así
inquirió Anzu. ¡Que venga Anu a la Tierra, que tome él las decisiones!, así dijo Enlil en
respuesta.

Viene ahora el relato de cómo Anu vino a la Tierra,
de cómo se echaron suertes entre Ea y Enlil, de cómo se le dio a Ea el título-nombre de Enki,
de cómo luchó Alalu por segunda vez con Anu.
En un carro celestial viajó Anu a la Tierra; siguió la ruta junto a los planetas.
Nungal, el piloto, dio una vuelta alrededor de Lahmu; Anu lo observó atentamente.
La Luna, que en otro tiempo fue Kingu, circundaron y admiraron.

Por ventura, ¿no se podrá encontrar oro ahí?, se preguntaba Anu en su corazón.
En las aguas, junto a los pantanos, amerizó su carro;
para la llegada, Ea preparó embarcaciones de juncos, para que Anu llegara navegando.
Arriba se cernían las cámaras celestes, le estaban ofreciendo una bienvenida real.
En la primera embarcación, iba el mismo Ea, fue el primero en recibir al rey, su padre.
Ante Anu se inclinó, después Anu lo abrazó. ¡Hijo mío, mi Primogénito!, exclamó Anu.
En la plaza de Eridú, los héroes estaban formados, dando una bienvenida
regia en la Tierra a su rey.

Frente a ellos estaba Enlil, su comandante.
Éste se inclinó ante Anu, el rey; Anu lo abrazó contra su pecho.
Alalu también estaba allí, de pie, no estaba seguro de qué hacer;
Anu le ofreció el saludo. ¡Estrechemos los brazos, como camaradas!, le
dijo a Alalu.

Dudando, Alalu se adelantó, ¡con Anu estrechó los brazos! Se preparó una comida para Anu; por la noche, Anu se retiró a una cabaña de caña que le había construido Ea.
El día siguiente, el séptimo por la cuenta comenzada por Ea, era día de descanso. Era un día de palmadas en la espalda y celebración, como correspondía a
la llegada de un rey.

Al día siguiente, Ea y Enlil presentaron sus hallazgos ante Anu, discutieron con él lo que se había hecho y lo que había que hacer. ¡Dejad que vea las tierras por mí mismo!, les dijo Anu. Todos ellos se elevaron en las cámaras celestes, observaron las tierras de
mar a mar.

Volaron hasta el Abzu, aterrizaron en su suelo, donde se ocultaba el oro. ¡La extracción de oro será difícil!, dijo Anu. Es necesario obtener oro; ¡hay que conseguirlo, por muy profundo que se encuentre! ¡Que Ea y Enlil diseñen herramientas para este propósito, y que les asignen trabajo a los héroes, que averigüen cómo separar el oro de la tierra y las rocas, cómo enviar oro
puro a Nibiru! ¡Que se construya un lugar de aterrizaje, que se asignen más héroes a los
trabajos en la Tierra! Así dijo Anu a sus dos hijos; en su corazón, estaba pensando en estaciones
de paso en los cielos.

Ésas fueron las órdenes de Anu; Ea y Enlil inclinaron la cabeza aceptándolas.
Hubo anocheceres y amaneceres; y a Eridú volvieron todos. En Eridú tuvieron un consejo, para asignar trabajos y deberes. Ea, que había fundado Eridú, fue el primero en pronunciarse: yo he fundado Eridú; que se establezcan otros asentamientos en esta
región, que se conozca por el nombre del Edin, Morada de los Rectos.
¡Déjeseme a mí el comando del Edin, que se encargue Enlil de la extracción del oro!
Enlil se enfureció con estas palabras: ¡El plan es improcedente!, le dijo a Anu.
Del mando y de trabajos a realizar, yo soy el mejor; de naves celestes, yo tengo los conocimientos.

De la Tierra y sus secretos, mi hermanastro, Ea, es conocedor;
él descubrió el Abzu, ¡que sea él el señor del Abzu!
Anu escuchó con atención las airadas palabras; los hermanos eran dé
nuevo hermanastros, ¡el Primogénito y el Heredero Legal contendían con palabras como armas¡
Ea era el Primogénito, nacido a Anu de una concubina;
Enlil, nacido después, fue concebido por Antu, la esposa de Anu. Era hermanastra de Anu, haciendo por tanto a Enlil Heredero Legal, imponiéndose así al Primogénito para la sucesión.
Anu estaba temiendo un conflicto que pusiera en peligro la obtención del oro;
uno de los hermanos debía regresar a Nibiru, la sucesión debía ser excluida de cualquier consideración,
así se decía Anu a sí mismo. Y en voz alta les hizo una sorprendente sugerencia a los dos:
¡Uno volverá a Nibiru para sentarse en el trono, uno mandará en el Edin,
uno será el señor del Abzu,
entre los tres, yo con vosotros, lo determinaremos a suertes!

Los hermanos se quedaron callados, aquellas audaces palabras los
tomado por sorpresa.
¡Echémoslo a suertes!, dijo Anu. ¡Que la decisión venga de la mano del
hado!
Los tres, el padre y los dos hijos, unieron las manos.
Echaron suertes, las tareas se dividieron por suertes:
Anu para que vuelva a Nibiru, para seguir siendo su soberano en el trono;
el Edin le tocó a Enlil, para ser el Señor del Mandato, como su nombre indicaba,
Para fundar más asentamientos, para hacerse cargo de las naves celestes y de sus héroes,
para ser el líder de todas las tierras hasta que encontraran la barrera de los
mares.

A Ea se le concedieron como dominio los mares y los océanos,
para que gobernara las tierras bajo la barrera de las aguas,
para ser el señor del Abzu, para con ingenio procurar el oro.
Enlil estuvo conforme con las suertes, aceptó con una inclinación la mano
del hado. Los ojos de Ea se llenaron de lágrimas, no quería separarse de Eridú ni del
Edin. ¡Que Ea conserve para siempre su hogar de Eridú!, le dijo Anu a Enlil,
¡Que se recuerde siempre que fue el primero en amerizar,
que se conozca a Ea como el señor de la Tierra; Enki, Señor de la Tierra,
sea su título! Enlil aceptó con una inclinación las palabras de su padre; a su hermano
dijo así: Enki, Señor de la Tierra, será a partir de ahora tu título-nombre; yo seré
conocido como Señor del Mandato.

Anu, Enki y Enlil anunciaron las decisiones a los héroes en asamblea. ¡Las tareas están asignadas, el éxito está a la vista!, les dijo Anu. ¡Ahora puedo despedirme de vosotros, puedo volver a Nibiru con el corazón tranquilo!
Alalu se adelantó hacia Anu. ¡Se ha olvidado un asunto importante!, gritó. ¡El señorío de la Tierra se me asignó a mí; ésa fue la promesa cuando
anuncié a Nibiru el hallazgo del oro!

¡Tampoco he renunciado a mis pretensiones sobre el trono de Nibiru, y es una grave abominación que Anu lo comparta todo con sus hijos! Así desafió Alalu a Anu y a sus decisiones.
Al principio, Anu se quedó sin palabras; después, enfurecido, respondió: ¡Que nuestra disputa se decida en una segunda lucha, peleemos aquí, hagámoslo ahora!
Con desprecio, Alalu se quitó la ropa; del mismo modo, Anu se desnudó. Desnudos, los dos miembros de la realeza comenzaron a forcejear, fue una
poderosa lucha.

Alalu hincó la rodilla, al suelo Alalu cayó; Anu pisó con su pie el pecho de Alalu, declarando así la victoria en la lucha.
Por la lucha se tomó la decisión; ¡yo soy el rey, Alalu no volverá a Nibiru!
Así estaba hablando Anu cuando quitó el pie del caído Alalu.
Como un rayo, Alalu se levantó del suelo. Derribó a Anu por las piernas.
Abrió la boca y, rápidamente, le arrancó de un bocado su hombría a Anu,
¡Alalu se tragó la hombría de Anu!
En dolorosa agonía, Anu lanzó un alarido a los cielos; al suelo cayó herido.
Enki se precipitó sobre el caído Anu, Enlil tomó cautivo al riente Alalu.

Los héroes llevaron a Anu a su cabaña, palabras de maldición pronunció
él contra Alalu. ¡Que se haga justicia!, gritó Enlil a su lugarteniente. ¡Con tu arma-rayo,
que Alalu sea muerto! ¡No! ¡No!, gritó encarnizadamente Enki. ¡La justicia está dentro de él, en
sus entrañas ha entrado el veneno! Llevaron a Alalu a una cabaña de cañas, ataron sus manos y sus pies como
a un prisionero.

Viene ahora el relato del juicio de Alalu,
y de los sucesos que acaecieron después en la Tierra y en Lahmu.
En su cabaña de caña, Anu estaba herido; en la cabaña de caña, Enki le aplicaba la curación.
En su cabaña de caña, Alalu estaba sentado, escupía saliva de su boca;
en sus entrañas, la hombría de Anu era como una carga,
sus entrañas se habían impregnado con el semen de Anu; como una hembra en el parto, el vientre se le estaba hinchando.
Al tercer día, los dolores de Anu remitieron; su orgullo estaba enormemente herido.
¡Quiero volver a Nibiru!, dijo Anu a sus dos hijos.

¡Pero antes se tiene que hacer un juicio a Alalu; debe ser impuesta una sentencia adecuada al crimen!
Según las leyes de Nibiru, hacían falta siete jueces, presidiría el de mayor rango de ellos.
En la plaza de Eridú, los héroes se reunieron en asamblea para presenciar el juicio de Alalu.
Para los Siete Que Juzgan se pusieron siete asientos; para Anu, presidiendo, se preparó el asiento más alto.
A su derecha se sentó Enki; Enlil se sentó a la izquierda de Anu.

A la derecha de Enki se sentaron Anzu y Nungal; Abgal y Alalgar se sentaron a la izquierda de Enlil.
Ante estos Siete Que Juzgan fue llevado Alalu; sin desatar sus manos y sus
pies. Enlil fue el primero en hablar: ¡En justicia, se llevó a cabo una lucha, Alalu
perdió la realeza ante Anu! ¿Qué dices tú, Alalu?, le preguntó Enki.
¡En justicia, se llevó a cabo una lucha, la realeza perdí!, dijo Alalu. ¡Habiendo sido vencido, Alalu perpetró un abominable crimen, la hombría
de Anu mordió y se tragó!

Así hizo Enlil la acusación del crimen. ¡La muerte es el castigo!, dijo Enlil. ¿Qué dices tú, Alalu?, le preguntó Enki a su padre por matrimonio. Hubo silencio; Alalu no respondió a la pregunta.
¡Todos presenciamos el crimen!, dijo Alalgar. ¡La sentencia debe ser conforme a ello! ¡Si hay palabras que quieras pronunciar, dilas antes del juicio!, dijo Enki
a Alalu.

En el silencio, Alalu comenzó a hablar lentamente: En Nibiru fui rey, por derecho de sucesión estuve reinando; Anu fue mi copero. A los príncipes puso en pie, a una lucha me desafió; durante nueve vueltas fui rey en Nibiru, a mi simiente le pertenecía la realeza. El mismo Anu se sentó en mi trono, y para escapar de la muerte hice un
peligroso viaje hasta la distante Tierra.

¡Yo, Alalu, descubrí en un planeta extraño la salvación de Nibiru! ¡Se me prometió que volvería a Nibiru, para reponerme en justicia en el
trono! Después, vino Ea a la Tierra; el que, por compromiso, fue designado el
siguiente para reinar en Nibiru.
Después, vino Enlil, reivindicando para sí la sucesión de Anu. Después, vino Anu, a suertes engañó a Ea; Enki, el Señor de la Tierra, fue
proclamado,
para ser el señor de la Tierra, no de Nibiru.

Después, se le concedió a Enlil el mando, al distante Abzu fue relegado Enki.
De todo esto se dolía mi corazón, el pecho me ardía de vergüenza y furia;
después, Anu puso su pie sobre mi pecho, ¡sobre mi dolido corazón estaba pisando! En el silencio, Anu levantó la voz: Por la simiente real y por la ley, en justa
lucha gané el trono.
¡Mi hombría mordiste y tragaste, para interrumpir mi linaje!
Enlil habló: El acusado ha admitido el crimen, que se dicte sentencia,
¡que el castigo sea la muerte!
¡Muerte!, dijo Alalgar. ¡Muerte!, dijo Abgal. ¡Muerte!, dijo Nungal.

¡Por sí misma le llegará la muerte a Alalu, lo que ha tragado en sus entrañas le traerá la muerte!, dijo Enki.
¡Que Alalu esté en prisión para el resto de sus días en la Tierra!, dijo Anzu.
Anu reflexionaba en las palabras de ellos; se sentía abrumado por la ira y la compasión a un tiempo.
¡Morir en el exilio, que ésa sea la sentencia!, dijo Anu.
Sorprendidos, los jueces se miraron unos a otros. No entendían lo que Anu estaba diciendo.
¡Ni en la Tierra ni en Nibiru será el exilio!, dijo Anu.

En el trayecto, está el planeta Lahmu, dotado con aguas y atmósfera.
Enki, siendo Ea, se detuvo allí; acerca de él he estado pensando para una estación de paso.
La fuerza de su red es menor que la de la Tierra, una ventaja que hay que considerar sabiamente;
Alalu será llevado en el carro celestial,
cuando yo parta de la Tierra, él hará el viaje conmigo.
Daremos vueltas alrededor del planeta Lahmu, le proporcionaremos a Ala
lu una cámara celeste,
para que en ella descienda al planeta Lahmu.
¡Solo en un planeta extraño, exiliado estará,
Para que cuente por sí mismo sus días hasta su último día!
Así pronunció Anu las palabras de la sentencia, con toda solemnidad

Por unanimidad se impuso esta sentencia sobre Alalu, en presencia de los
héroes se anunció. Que Nungal sea mi piloto hasta Nibiru, para que desde allí dirija de nuevo
a otros carros portando héroes hacia la Tierra.

¡Que Anzu se una al viaje, para que se haga cargo del descenso a Lahmu! Así pronunció sus órdenes Anu.
Para el día siguiente se dispuso la partida; todos los que tenían que marchar fueron llevados en embarcaciones hasta el carro. ¡Tienes que preparar un lugar para aterrizajes en tierra firme!, le dijo Anu
a Enlil. ¡Tendrás que hacer planes sobre cómo utilizar Lahmu como estación de
paso!

Hubo despedidas, tanto alegres como tristes. Anu embarcó en el carro cojeando, Alalu entró en el carro con las manos
atadas.
Después, el carro se remontó en los cielos, y la visita real terminó. Dieron una vuelta alrededor de la Luna; Anu estaba encantado con su
visión.
Viajaron hacia el rojizo Lahmu, dos veces lo circundaron. Descendieron hacia el extraño planeta, vieron montañas tan altas como el
cielo y grietas en la superficie.
Observaron el sitio donde una vez aterrizó el carro de Ea; estaba a la orilla de un lago.
Frenados por la fuerza de la red de Lahmu, dispusieron en el carro la cámara celeste.

Entonces, Anzu, su piloto, le dijo a Anu unas palabras inesperadas: Descenderé con Alalu al suelo firme de Lahmu, ¡no quiero volver al carro con la cámara celeste!
Me quedaré con Alalu en el planeta extraño; lo protegeré hasta que muera. ¡Cuando muera por el veneno en sus entrañas, lo enterraré como se merece un rey!
En cuanto a mí, habré hecho mi nombre;
¡Anzu, dirán, frente a todo, fue compañero de un rey en el exilio, vio cosas que otros no vieron, en un planeta extraño se enfrentó a cosas desconocidas!
¡Anzu, hasta el final de los tiempos dirán, ha caído como un héroe! Había lágrimas en los ojos de Alalu, había asombro en el corazón de Anu.

Tu deseo será honrado, le dijo Anu a Anzu. Desde este momento, te hago una promesa,
levantando la mano yo te hago este juramento:
En el próximo viaje, un carro circundará Lahmu, su nave celeste descenderá
derá hasta ti.
Si te encuentra con vida, serás proclamado señor de Lahmu;
¡cuando se funde en Lahmu una estación de paso, tú serás su comandante! Anzu inclinó la cabeza. ¡Así sea!, dijo a Anu. Alalu y Anzu se acomodaron en la cámara celeste,
con cascos de águilas y trajes de peces fueron provistos, se les suministraron alimentos y herramientas.
La nave celeste partió del carro, desde el carro se observó su descenso. Después, desapareció de la vista, y el carro prosiguió hacia Nibiru.

Durante nueve Shars fue Alalu rey de Nibiru, durante ocho Shars comandó en Eridú.
En el noveno Shar, su suerte fue morir en el exilio en Lahmu.
Viene ahora el relato del regreso de Anu a Nibiru,
y de cómo fue enterrado Alalu en Lahmu, de cómo construyó Enlil el Lugar de Aterrizaje en la Tierra.
Hubo una alegre bienvenida para Anu en Nibiru.
Anu dio cuenta de lo sucedido en el consejo y ante los príncipes;
no buscaba de ellos ni piedad ni venganza.

Les dio instrucciones a todos para que se discutieran los trabajos que había que hacer.
Esbozó para los reunidos una visión de gran alcance: ¡Establecer estaciones de paso entre Nibiru y la Tierra, reunir a toda la familia del Sol en un gran reino!

Había que diseñar la primera en Lahmu, también había que considerar en los planes a la Luna;
levantar estaciones en los demás planetas o en sus huestes circundantes,
una cadena, una caravana constante de carros de suministro y salvaguarda, traer sin interrupciones oro desde la Tierra a Nibiru, ¡quizás, incluso, también se pudiera encontrar oro en algún otro lugar! Los consejeros, los principes, los sabios tomaron en consideración los planes de Anu,
todos veían en los planes una promesa de salvación para Nibiru. Los sabios y los comandantes perfeccionaron los conocimientos de los
dioses celestiales, a los carros y las naves celestes se les añadió una nueva clase, las naves
espaciales. Se seleccionaron héroes para los trabajos, para los trabajos había mucho
que aprender. Se les transmitieron los planes a Enki y a Enlil, se les dijo que aceleraran
los preparativos en la Tierra. Hubo mucha discusión en la Tierra sobre lo que había acaecido y sobre lo
que se requería hacer. Enki señaló a Alalgar para que fuera el Supervisor de Eridú, y dirigió sus
propios pasos hacia el Abzu;
después, determinó dónde obtener oro de las entrañas de la Tierra. Calculó cuántos héroes necesitaba para los trabajos, consideró qué herramientas se necesitaban:
Enki diseñó un Agrietador de Tierra, pidió que se elaborará en Nibiru, con él haría un corte en la Tierra, llegar a sus entrañas a través de túneles; también diseñó Lo-Que-Parte y Lo-Que-Tritura, para que los forjaran en
Nibiru para el Abzu.

A los sabios de Nibiru les pidió que reflexionaran sobre otros asuntos. Hizo una relación de necesidades, de los asuntos de salud y bienestar de los héroes.
Los héroes se estaban viendo afectados por las rápidas vueltas de la Tierra, los rápidos ciclos día-noche de la Tierra les causaban vértigos. La atmósfera, aunque buena, tenía carencias en algunas cosas, y era demasiado abundante en otras;
los héroes se quejaban de la uniformidad de las comidas. Enlil, el comandante, se veía afectado por el calor del Sol en la Tierra, anhelaba frescura y sombra.

Mientras en el Abzu Enki hacía sus preparativos,
Enlil supervisaba en su nave celeste los trabajos en el Edin.
Tomó cuenta de montañas y ríos, tomó medidas de valles y llanuras.
Estaba buscando dónde establecer un Lugar de Aterrizaje, un lugar para las naves espaciales.
Enlil, afectado por el calor del Sol, estaba buscando un lugar fresco y umbrío.
Las montañas cubiertas de nieve de la parte norte del Edin eran de su agrado;
allí, en un bosque de cedros, estaban los árboles más altos que hubiera visto jamás.

Allí, en un valle entre montañas, allanó la superficie con rayos de fuerza. Los héroes extrajeron de las laderas grandes piedras para tallarlas.
Las transportaron y las colocaron para sostener la plataforma con las naves celestes.
Enlil vio con satisfacción la obra,
¡realmente, era una obra increíble, una estructura imperecedera!
Una morada para él, en la cima de la montaña, era su deseo.
De los altos árboles en el bosque de cedros se prepararon largas vigas,
decretó que de ellos se construyera una morada para sí mismo:
la nombró la Morada de la Cima Norte.

En Nibiru, se preparó un nuevo carro celestial para elevarse en las alturas,
se transportaron nuevas clases de naves espaciales, naves celestes, y lo que Enki había diseñado.
Un grupo de refresco de cincuenta partió desde Nibiru; entre ellos había mujeres escogidas.
Estaban comandadas por Ninmah, Dama Elevada; estaban entrenadas en auxilios y sanación.
Ninmah, Dama Elevada, era hija de Anu; era hermanastra, no hermana del todo, de Enki y Enlil.
Estaba muy instruida en auxilio y sanación, sobresalía en el tratamiento de las enfermedades.
Prestó mucha atención a las quejas de la Tierra, ¡estaba preparando una curación!
Nungal, el piloto, siguió el rumbo de carros previos, registrado en las Tablillas de Destinos.

Sin novedad, llegaron al dios celestial Lahmu; circundaron el planeta, lentamente descendieron a su superficie.
Un grupo de héroes siguió una débil transmisión; Ninmah iba con ellos. Encontraron a Anzu a orillas de un lago; eran de su casco las señales de
transmisión.
Anzu no se movía, estaba postrado, yacía muerto.
Ninmah tocó su rostro, prestó atención a su corazón.
Sacó el Pulsador de su bolsa; lo dirigió sobre el latido del corazón de Anzu. Saco el Emisor de su bolsa, dirigió sobre el cuerpo de Anzu las emisiones
dadoras de vida de sus cristales.

Sesenta veces dirigió Ninmah el Pulsador, sesenta veces dirigió el Emisor; en la sexagésima ocasión, Anzu abrió los ojos, movió los labios. Con mucho cuidado, Ninmah derramó Agua de Vida sobre su rostro,
humedeció sus labios con ella. Suavemente, puso en su boca Alimento de Vida; Entonces, ocurrió el milagro: ¡Anzu se elevó de entre los muertos! Más tarde, le preguntaron sobre Alalu; Anzu les contó la muerte de Alalu. Los llevó hasta una gran roca, sobresalía desde la llanura hacia el cielo. Allí les contó lo que había sucedido: Poco después del aterrizaje, Alalu empezó a gritar de dolor. De su boca, sus entrañas escupía; ¡con tremendos dolores se asomó al otro lado del muro! Así les dijo Anzu. Los llevó hasta una gran roca, que se elevaba como una montaña desde la
llanura hacia el cielo.

En la gran roca encontré una cueva, dentro de ella oculté el cadáver de Alalu, cubrí su entrada con piedras. Así les dijo Anzu. Ellos lo siguieron hasta la roca, quitaron las piedras, entraron en la cueva.
Dentro encontraron lo que quedaba de Alalu;
¡El que una vez fuera rey de Nibiru yacía ahora en una cueva, era una pila
de huesos! ¡Por vez primera en nuestros anales, un rey no ha muerto en Nibiru, no ha
sido enterrado en Nibiru! Así dijo Ninmah. ¡Que descanse en paz por toda la eternidad!, dijo.
Volvieron a cubrir la entrada de la cueva con piedras;
sobre la gran montaña rocosa, tallaron con rayos la imagen de Alalu.
Le mostraban llevando un casco de águila; dejaron el rostro descubierto.
¡Que la imagen de Alalu mire para siempre hacia el Nibiru que gobernó,
hacia la Tierra cuyo oro descubrió!

Así habló Ninmah, Dama Elevada, en nombre de su padre Anu.
¡En cuanto a ti, Anzu, Anu, el rey, mantendrá la promesa que te hizo!
Permanecerán aquí, contigo, veinte héroes, para que comiencen a construir la estación de paso;
las naves espaciales de la Tierra entregarán aquí el mineral de oro,
carros celestiales transportarán después, desde aquí, el oro hasta Nibiru.
Centenares de héroes harán su morada en Lahmu,
¡tú, Anzu, serás su comandante!

Así dijo a Anzu la Gran Dama, en nombre de su padre Anu.
¡Mi vida te pertenece, Gran Dama!, dijo Anzu. ¡Mi gratitud a Anu no tendrá límites!
El carro partió del planeta Lahmu; continuó su viaje hacia la Tierra.

 






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